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viernes, 17 de abril de 2015

Lagarde y "la nueva mediocridad"

María Blanco es profesora de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad CEU-San Pablo (España) y miembro del Instituto Juan de Mariana.
 
Este fin de semana se ha publicó en inglés y en español una entrevista de Moisés Naím a Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional y una de las mujeres más poderosas del mundo.
 
No lo dice en la versión inglesa, aunque sí hay una columna lateral extra en el periódico español, pero ella es la “reina” de una de las tres patas de la “troika”, la famosa madrastra de Grecia, que la tiene sometida casi agonizando.
 
Pero para ser un tercio de la institución que exige la devolución de lo prestado y el establecimiento de unas condiciones tan criticadas por algunos, las declaraciones de Lagarde y el tono de la entrevista resultan bastante sorprendentes.
 
La dama de la troika
 
Lagarde tiene una brillante carrera tanto en el ámbito privado como en el público. Fue la primera mujer en dirigir el bufete Baker & McKenzie y abrió una oficina de dicho despacho en Bruselas para dedicarse al derecho de la competencia europeo.
 
Su salto a la política lo dio de la mano de Dominique de Villepin. Ministra de 2005 a 2007, su trayectoria se vio empañada por el “caso Tapie”, un escándalo de abuso de poder y corrupción en el que estaba el empresario Bernard Tapie y que afectó a otros miembros del gobierno de Sarkozy.
 
Pero es con el estallido del escándalo de faldas de Strauss-Kahn cuando se presenta candidata y gana la elección para dirigir el Fondo Monetario Internacional en un año tan complicado como el 2011.
 
En medio de la crisis, con media Europa en recesión y al frente de una desprestigiada institución, Lagarde ha mostrado claras dotes de saber nadar y guardar la ropa. Y así, mientras que un año antes reconocía que el proyecto de préstamos era un descontrol que rebasaba el espíritu del FMI, también hablaba de los "ataques de los mercados" a países como Grecia, España, Portugal o cualquier país de la zona euro. Esas desafortunadas declaraciones reavivaron el fuego de quienes estaban (y están) decididos a que los que debemos dinero escurramos el bulto. Son los mismos que, si se les preguntara en entrevista anónima, no me cabe duda de que no pondrían un euro de su sueldo para ayudar a Grecia. La empatía sesgada es más un signo de ausencia total de empatía que de lo contrario. Y, por eso, estoy convencida de que el encono contra el consumidor alemán, que paga sus impuestos y ahorra, no es compatible con esa solidaridad con el consumidor griego, que ha elegido gobiernos mentirosos, fraudulentos y corruptos sin tregua.
 
Lagarde, sin inmutarse, mientras se ponía la cofia de salvadora de las víctimas "del ataque de los mercados", demandaba austeridad para Francia, reducir la deuda y reducir el déficit.
 
La nueva mediocridad
 
En las declaraciones del sábado, Lagarde ha vuelto a hacerlo, y mientras habla de cómo el nuevo crecimiento mediocre no genera empleos suficientes, ni aumenta la competitividad, afirma que el capitalismo tiene mucho margen para renovarse.
 
No está mal viniendo de una institución casposa, ineficiente y del todo inútil, que podría cerrarse y no pasaría nada, porque el objetivo con el que se fundó, allá después de la Segunda Guerra Mundial hace tiempo que lo dejó por el camino.
 
No está mal, tampoco, que se sorprenda de que esta "nueva mediocridad" nos mantenga en una situación de estancamiento, cuando si ha servido para algo esta crisis es para intervenir más en el mercado financiero, que ya estaba sobrecargado de regulación. Quienes lo nieguen pueden leerse los artículos que en el año 2002, por ejemplo, se preguntaban para qué tanta regulación, cómo es que los tres foros donde se regula el sector financiero internacional surgieron para realizar otras funciones (el FMI, el Banco de Pagos Internacionales de Basilea y el G'10) y a quién se le ha ocurrido la idea de montar un entramado complejísimo de regulaciones y organismos así. O simplemente que se lean los diferentes acuerdos de Basilea a ver si les parece que eso está sin regular.
 
¡Es que crecemos al 3% desde hace 20 años! ¡Pues vaya un capitalismo de pacotilla!, parece decir Lagarde. Pues sí, es que no es exactamente capitalismo, no hay eliminación de los privilegios sino al revés, no se deja que el dinero esté en el bolsillo de los ciudadanos ni que los inversores decidan qué hacer con su ahorro, o su consumo pospuesto. Porque cuando al público se le dice "No puedes comer hamburguesas" se mosquea, pero cuando el consumo de determinados bienes (como máquinas o tecnología) diferido en el tiempo, que en realidad es la inversión, se ven limitados a la voluntad del legislador, la gente aplaude. Y el inversor, por supuesto, se dedica a otra cosa. El capitalismo intervencionista no existe. Ni la nieve ardiente, señora Lagarde.
 
Este artículo fue publicado originalmente en Vozpópuli (España) el 13 de abril de 2015.

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