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sábado, 18 de marzo de 2017

martes, 7 de marzo de 2017

La voluntad del pueblo no existe

La voluntad del pueblo no existe

Juan Ramón Rallo reseña la contribución del recientemente fallecido Kenneth Arrow para demostrar que la voluntad del pueblo no existe.
Tanto el populismo de izquierdas como el populismo de derechas son movimientos colectivistas que se arrogan representar al “pueblo”. Los dos afirman conocer, interpretar y ejecutar “voluntad general” de aquel colectivo cuyos intereses aseguran defender. El populismo de izquierdas dice ser la cristalización de lo que, siguiendo a Negri y Hardt, podríamos denominar “multitud” o de lo que, siguiendo a Podemos en España, podríamos llamar “gente”: las clases populares oprimidas por la nueva oligarquía global (el equivalente moderno del proletariado pero sin su vinculación con la organización industrial fabril decimonónica). El populismo de derechas afirma ser la expresión de la “nación”: una comunidad étnica políticamente organizada y con un destino compartido por una herencia cultural e histórica compartida.
Por eso, Pablo Iglesias asegura “ser un instrumento en manos de la gente para defender sus derechos” (como si el resto de partidos con más votos que Podemos no fueran el instrumento de otra gente para defender sus derechos o intereses); por eso Donald Trump puede calificar a ciertos medios de comunicación de “enemigos del pueblo” (cuando, en realidad, quiere decir que son “enemigos suyos”); y por eso Le Pen se alza como la voz del pueblo francés frente a Hollande o Merkel, los cuales sólo son élites al servicio del globalismo. Cada uno de ellos cree interpretar cuál es la voluntad general de su colectivo de referencia, pero todos ellos yerran: tal voluntad general simplemente no existe; tan sólo constituye una inapropiada extrapolación de una característica genuina de los individuos (poseer un conjunto de preferencias relativamente bien definidas así como la capacidad de agencia para satisfacerlas) a un colectivo de individuos.
Fue el Premio Nobel de Economía Kenneth Arrow, fallecido a los 95 años el pasado martes, quien hace más de medio siglo se encargó de demostrar que no existe nada parecido a una volición colectiva: al contrario, lo único que existen son preferencias individuales que, como mucho, podrán agregarse mediante procedimientos arbitrarios que, en consecuencia, darán lugar a preferencias colectivas igualmente arbitrarias.
Ilustrémoslo con la paradoja de Condorcet, la cual sólo supone un caso particular de la denuncia más general que efectuó Arrow. Supongamos que un “pueblo” está compuesto por tres personas —1, 2 y 3— que han de escoger entre tres opciones políticas —X, Y, Z—: 1 prefiere X a Y e Y a Z (resumamos tal escala de preferencias como XYZ), 2 prefiere YZX, 3 prefiere ZXY. ¿Cuál es la voluntad general de este pueblo? Pues depende de cómo optemos por agregar las preferencias de los tres individuos que lo componen, esto es, dependerá de cuál sea la “regla electoral”: X es preferido a Y por dos votantes (1 y 3); Z es preferido a X por dos individuos (2 y 3); Y es preferido a Z por dos individuos (1 y 2). Ninguna opción, pues, cuenta con más apoyo social que la otra, de modo que el resultado final estará sujeto al criterio de agregación utilizado: si, verbigracia, el procedimiento establece que primero hemos de escoger entre X e Y para, en una segunda ronda, elegir entre la opción vencedora y Z, será Z la que termine ganando (en primer ronda ganará X y en segunda Z); si, en cambio, primero votáramos entre Y y Z, y luego entre la ganadora y X, entonces la opción vencedora sería X (primero ganaría Y y luego X). La voluntad del pueblo, pues, no sólo depende de lo que quieran los integrantes del pueblo, sino de cómo se agregue su voto: y no hay un método para agregar su voto que sea inherentemente preferible a otro (¿por qué votar primero entre X e Y o entre X y Z?).
Esta última es, de hecho, la aportación crucial de Arrow. El economista estadounidense demostró que no existe ningún método de agregación de preferencias individuales que cumpla simultáneamente las siguientes características mínimamente exigibles a cualquier regla electoral general: universalidad (la regla electoral ha de ser capaz de agregar cualquier conjunto de preferencias individuales), racionalidad (los resultados agregados que nos proporcione la regla electoral han de ser completos y coherentes), unanimidad (si todos los ciudadanos prefieren una opción política a otra, agregadamente también debería preferirse ese opción política), independencia de alternativas irrelevantes (nuestras preferencias sobre Z no deberían influir a la hora de escoger entre dos alternativas X e Y) y ausencia de dictadura (la voluntad general no debe mimetizar la voluntad individual de un determinado votante, sino que ha de permitir diversidad de resultados electorales según cambien las preferencias de los diversos electores). Esto es lo que se conoce como “el teorema de la imposibilidad de Arrow”.
Pero si, como decimos, no es posible encontrar un método de agregación colectiva de preferencias individuales que cumpla con todas esas mínimas características fundamentales, entonces es que toda regla electoral vulnerará al menos alguno de estos requisitos: dicho de otro modo, cualquier regla electoral estará genéticamente viciada. En tal caso, la predilección personal por alguna de entre todas las (viciadas) reglas electorales será un asunto relativamente arbitrario (¿por qué es mejor que se incumpla un requisito y no otro?): y si la elección de la (viciada) regla electoral es un asunto arbitrario y, a su vez, la regla electoral codetermina, junto con las preferencias individuales, cuál es la voluntad general del pueblo, entonces es que no existe una única voluntad general del pueblo sino muchas posibles voluntades generales dependientes de la regla electoral arbitrariamente seleccionada. Así las cosas, con unas mismas preferencias electorales, tan voluntad de “la gente” son las políticas del PP como las de Podemos; tan voluntad del “pueblo estadounidense” es encumbrar al poder a Trump o a Clinton y, por tanto, tan amigos o enemigos del pueblo pueden ser unos mismos medios de comunicación partidistas; o tan voluntad del pueblo francés puede ser el nacionalismo lepeniano como el unioneuropeísmo hollandiano. Tanto la tesis como la antítesis pueden ser “voluntad general” partiendo de las mismas preferencias individuales: todo depende de cómo las agreguemos.
En definitiva, la voluntad colectiva no existe: lo que existen son diversos mecanismos imperfectos para agregar, por procedimientos relativamente arbitrarios, esas preferencias individuales. Unas mismas preferencias individuales pueden dar lugar a decisiones colectivas muy variopintas apenas modificando la (arbitraria) regla electoral utilizada. Evidentemente, lo anterior no equivale a decir que la acción colectiva no sea posible; la solución liberal al teorema de la imposibilidad de Arrow es bastante sencilla e intuitiva: libertad de asociación individual para que cada persona escoja a qué grupos quiere pertenecer y con qué sistema de reglas (relativamente arbitrarias) acepta jugar. Lo que, en cambio, sí se desprende indubitadamente del teorema de la imposibilidad de Arrow es que nadie puede arrogarse conocer la voluntad del pueblo no conformado por libre asociación individual porque, simple y llanamente, semejante voluntad no existe. Los populismos de izquierdas y de derechas buscan antropomorfizar al pueblo para legitimar socialmente todos aquellos ataques a la libertad individual que encajan con sus particulares prejuicios ideológicos. Hablan del “pueblo” para ocultar la tiranización de ciertas minorías sociales por las mayorías sociales hegemónicas. Arrow nos lo explicó con rigor y clarividencia: no lo olvidemos. Descanse en paz.
Este artículo fue publicado originalmente en El Confidencial (España) el 27 de febrero de 2017.

La promesa de bitcoin

Ian Vásquez explica de qué consiste el dinero digital bitcoin y el potencial que tiene dentro de América Latina.
Una moneda que nació en el 2009, que no la administra un banco central ni una sola persona o grupo de personas y que se está usando cada vez más alrededor del mundo, rompió un récord esta semana. El dinero digital de bitcoin llegó a su punto más alto (vale más de US$1.270 por unidad) y también por primera vez sobrepasó el valor del oro.
No sabemos si el día de mañana seguirá incrementando su precio, si se volverá volátil o si se estabilizará. Ni siquiera podemos estar absolutamente seguros si de acá a un año seguirá existiendo, aunque apostaría a que sí. Lo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos es que bitcoin es una innovación que ofrece enormes ventajas para sus usuarios y para la sociedad. Para América Latina es una invención prometedora.
Bitcoin es una moneda digital global que se rige a base de reglas claras y transparentes, cuyas transacciones son seguras y públicas y que se administra de una manera absolutamente descentralizada. Es en realidad una tecnología financiera que por su diseño “abierto” y simultáneamente compartido por millones de usuarios no permite ser manipulada, pero sí permite la participación de un número ilimitado de usuarios.
El uso de bitcoin como método de intercambio también garantiza privacidad y una eficiencia que baja costos financieros, posibilita actividad económica que de otra manera hubiera sido reprimida y protege a los usuarios de algunos abusos bajo gobiernos autoritarios. Esas ventajas llegan lejos en América Latina.
No debe sorprender entonces el atractivo del dinero digital en los países que han sufrido de alta inflacióncontrol de precios y de capital y persecución política. Quizás donde más se ha extendido el uso de bitcoin en la región es en Venezuela y Argentina, los países con la inflación más alta. The New York Times reporta que en Argentina bitcoin se “está utilizando regularmente por personas comunes para transacciones comerciales reales”.
En Venezuela, donde el colapso de la economía y la escasez de casi todo —incluso dólares y otro efectivo— se ha convertido en una crisis social y humanitaria, se ha disparado el uso de bitcoin. Los controles de capital han hecho casi imposible importar bienes para gente común y corriente, mientras que la eficiencia y el uso anónimo de bitcoin prestan un enorme valor a esa moneda. De tal manera que los venezolanos que usan bitcoin esquivan a las autoridades al importar medicinas, comidas y otras necesidades, o para manejar sus negocios. Simplemente compran productos de Amazon u otras empresas a través de servicios en línea que aceptan bitcoin.
El uso de bitcoin es prometedor para toda la región. América Latina, por ejemplo, recibió US$70.000 millones en remesas el año pasado. Dado que los cobros por las agencias que hacen transferencias son altos y dado que los costos de usar bitcoin son nulos o ínfimos, su uso es ventajoso. Es más, si el presidente Trump intentara cobrar impuestos a tales transferencias, como alguna vez sugirió, daría un impulso a bitcoin que ofrecería una manera ideal de eludir esos costos.
La moneda digital puede hacer mucho para promover la inclusión financiera. En una región donde la mitad de la población no está bancarizada y donde un creciente porcentaje tiene teléfonos celulares, bitcoin facilita el intercambio simple y con bajos costos, pues no existe una institución financiera de por medio que imponga costos prohibitivos a las transacciones. Bitcoin tiene mucho potencial para los latinoamericanos de pocos recursos.
Este dinero digital está todavía en una fase temprana y falta mucho para que Internet se desarrolle y extienda por América Latina. Por lo tanto, el futuro de bitcoin es favorable. Pero aun si desapareciera la moneda mañana, ya ha hecho una contribución enorme. Tal vez lo más importante de bitcoin es que creó un sistema de contabilidad global y transparente conocido como ‘blockchain’, o cadena de bloques, que registra cada transacción de una manera inalterable y al alcance inmediato de todos. La tecnología de ‘blockchain’ se puede usar para todo tipo de contrato y registro, desde la titulación de la propiedad, como sugiere Hernando de Soto, hasta los matrimonios o acuerdos comerciales.
Están dadas las bases para minimizar el peso burocrático de las autoridades y los notarios, y para conectar hasta a los más aislados al resto del mundo.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 4 de marzo de 2017.

La orgía monetaria

La orgía monetaria

Lorenzo Bernaldo de Quirós considera que el uso y abuso de la política monetaria para fines fiscales o para estimular el crecimiento económico tiene consecuencias incalculablemente negativas.
Los bancos centrales de las economías avanzadas se han embarcado en un ultra activismo monetario sin precedentesAnte la crisis que comenzó en el verano de 2007, bajaron los tipos de interés a cero. En paralelo expandieron sus balances comprando toda clase de activos. Estas medidas produjeron una depreciación de sus tipos de cambios frente a las divisas de los países emergentes. Para conjurar esta presión depreciatoria, éstos acumularon reservas para mantener en niveles bajos sus tasas de interés a largo plazo. En consecuencia, su entorno monetario adquirió también una extraordinaria laxitud. Está anormal situación persiste, agudizada, casi una década después de la Gran Crisis. El Banco Central Europeo (BCE) y los institutos emisores danés, suizo y sueco se han sumado al de Japón y han adoptado tasas de interés reales negativas con el objetivo de estimular la actividad económica.
Se ha producido una auténtica perversión de la política monetaria. En el período posterior a la bancarrota de Lehman Brothers en septiembre de 2008, las medidas excepcionales introducidas por los bancos centrales tenían una justificación sólida: evitar el colapso del mecanismo de medios de pago, restaurar la estabilidad financiera y conjurar el peligro de la depresión. Cuando el sistema financiero parecía estabilizarse o estaba en visos de hacerlo, la expansión monetaria persistió con un nuevo-viejo fundamento: impulsar la alicaída demanda agregada. De este modo, lo extraordinario se ha convertido en normal pese a que la teoría económica y la experiencia enseñan que ultra actividad monetaria no es un medio para crecer y crear riqueza. La contumacia en este error va a tener graves y dolorosas consecuencias.
Se ha vuelto a incurrir en un error de manual: la creencia de que los bancos centrales pueden reactivar la economía de modo permanente. Para empezar, esta visión olvida los efectos acumulados de las expansiones crediticias sobre la oferta productiva. La distorsión de un precio relativo, el del dinero, conduce a adoptar malas decisiones de inversión que suelen terminar en una recesión y, en el extremo, en una depresión cuando el boom finaliza, lo que es sólo cuestión de tiempo. Esta idea central de la Escuela Austriaca ha sido refinada y completada por la moderna teoría del ciclo financiero que tiene en economistas del Banco Internacional de Pagos, como Daniel Borio, su más cabal exposición.  
Por otra parte, el ultra activismo monetario parece ignorar los conocidos efectos de retroalimentación, producidos por masivas compras de activos, reales y financieros, a crédito. Cuando las burbujas fabricadas por excesos crediticios se desinflan, los activos adquiridos por ese procedimiento no proporcionan las tasas de retorno necesarias para servir los préstamos asociados a su adquisición. La consecuencia es una recesión-depresión y una crisis bancaria. El problema de stocks creado por la expansión monetario-crediticia no puede solventarse con más dosis de lo mismo. Desde esta perspectiva, las burbujas cuyo estallido condujo a la Gran Recesión vuelven a ser alimentadas por los bancos centrales y cuando se desinflen producirán un efecto demoledor sobre unas economías que aún no han purgado los excesos del anterior ciclo de deuda.
La actual política de los bancos centrales amenaza de manera frontal la salud de las entidades de crédito y el funcionamiento de los mercados financieros. Con tipos de interés cero o reales negativos, si se desea que éstos sean transmitidos a las empresas y a los hogares, la rentabilidad de la banca desaparecerá a menos que esos mismos tipos se impongan a los depósitos, en cuyo caso éstos se reducirán de manera sustancial. Parece evidente que la gente no estará dispuesta a pagar por poner su dinero en una institución bancaria en vez de recibir una remuneración por él. Esto conduce a erosionar de manera directa la capacidad de la banca de canalizar el ahorro hacia la economía real lo que disminuye el crecimiento potencial de la economía. Esta última afirmación se ve fortalecida por la imposición a las instituciones bancarias de requisitos de capital sensiblemente superiores a los del pasado. 
Como no existe el vacío, el debilitamiento de las funciones de la banca tradicional será ocupado en gran parte por el crecimiento del shadow banking, cuya base de negocio son los préstamos colateralizados. El espectacular desarrollo de ese sector en los años previos a la Gran Recesión se verá acelerado por el endurecimiento de las regulaciones aplicadas a los bancos clásicos a raíz de la crisis. Desde el momento en el que el tipo de préstamos ofrecidos por la banca no convencional es más pro cíclico, ello se traducirá en un entorno financiero de mayor inestabilidad. De la misma manera, las aseguradoras y otros prestamistas tendrán crecientes dificultades para obtener retornos adecuados sobre sus activos, lo que implica serios problemas para un segmento importante del sistema financiero. Los ejemplos podrían extenderse hasta casi el infinito.  
La actuación de los bancos centrales compromete su independencia y su objetivo, la estabilidad de precios. Al comprar papel del gobierno a gran escala e intentar que los tipos no crezcan se convierten en un instrumento al servicio de la política fiscal. En paralelo, la financiación del endeudamiento del sector público mediante la máquina de imprimir billetes resta incentivos para que los gobiernos pongan en marcha los procesos de consolidación presupuestaria precisos para garantizar la sostenibilidad de las finanzas públicas; un caso paradigmático de riesgo moral. Para los institutos emisores el resultado es la pérdida de credibilidad de los institutos emisores y, por tanto, su incapacidad de anclar las expectativas de los agentes económicos en un marco estable, lo que es negativo para el crecimiento de la economía.
El recurso a la política monetaria para conseguir fines que no están a su alcance constituye un error de consecuencias incalculables pero, sin duda, pésimas. Cuanto más se prolongue esta situación, mayores serán los costes sociales y económicos derivados de salir de ella. En estos momentos, el riesgo para la pervivencia de las economías de mercado no procede de los populismos de distinto signo o de otras amenazas reales o imaginarias sino de la irresponsable y suicida actuación de la banca central.  

El Papa contra marxistas, nazis y liberales

El Papa contra marxistas, nazis y liberales

Carlos Rodríguez Braun comenta las opiniones del Papa Francisco acerca del chavismo y del liberalismo económico.
Los antiliberales que saludaron las críticas del Papa Francisco al liberalismo en su entrevista en El País deberían haber leído con cuidado sus declaraciones, igual que los liberales deberían haber leído mejor a Juan Pablo II, como apunté en un artículo anterior en Actuall.
Francisco rechazó explícitamente el marxismo a propósito de la llamada teología de la liberación, y saludó a los mercaderes: “El intermediario es el que tiene por ejemplo una oficina de compra y venta de inmuebles, busca quién quiere vender una casa y quién quiere comprar una casa, se ponen de acuerdo, cobra la comisión, hizo un buen servicio, pero gana siempre algo, y tiene derecho porque es su trabajo”.
Esa frase la secundaría cualquier liberal, igual que aplaudiría otra idea liberal del Santo Padre, que es su encendido elogio a la clase media: “la gente que vive de su trabajo con dignidad, que cría a sus hijos, que entierra a sus muertos, que cuida a los abuelos, que no los encierra en un geriátrico, esa es nuestra santa clase media”.
Veamos ahora dos chocantes análisis políticos del Papa. Dice que el populismo es “una palabra equívoca… Para mí el ejemplo más típico de los populismos en el sentido europeo de la palabra es el 33 alemán”. Mientras que en América Latina “significa el protagonismo de los pueblos, por ejemplo, los movimientos populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa”. No se entiende que no reconozca que el chavismo o el peronismo no son simplemente “movimientos populares” que “se organizan entre ellos”. Son algo más. Pero, sea como fuere, quedó clara la hostilidad del Santo Padre hacia el nazismo.
Y, por fin, el punto más extraño: “evidentemente, hoy día Latinoamérica está sufriendo un fuerte embate de liberalismo económico…esta economía mata. Mata de hambre, mata de falta de cultura. La emigración no es solo de África a Lampedusa o a Lesbos. La emigración es también desde Panamá a la frontera de México con EE.UU. La gente emigra buscando. Porque los sistemas liberales no dan posibilidades de trabajo y favorecen delincuencias. En Latinoamérica está el problema de los cárteles de la droga, que sí, existen, porque esa droga se consume en EE.UU. y en Europa. La fabrican para acá, para los ricos, y pierden la vida en eso”.
¿Qué pudo haber querido decir el Papa en esa frase con “liberalismo económico”? Evidentemente, no pudo querer decir lo que habitualmente interpretamos por ello, porque nadie diría que América Latina es más liberal que Estados Unidos, y África más liberal que Europa, que es lo que parece sugerir el Papa.
América Latina es muy plural: cuando el Santo Padre denuncia que allí se enseñorea el liberalismo económico, ¿se refiere a Venezuela, Cuba, Bolivia, o su Argentina natal bajo los Kirchner? No lo sé. Dice: “África es el símbolo de la explotación”. Pero África es un continente donde se han reducido las cifras de la pobreza notablemente en las últimas dos décadas. Parece relacionar el liberalismo con las drogas, que efectivamente se consumen en los países ricos, pero en todas partes están prohibidas por los Estados.
Los admiradores izquierdistas del Papa, que nunca toman en cuenta sus matices, igual que nunca subrayan su crítica contra el aborto, lo toman como si fuera un socialista más, partidario de impuestos cada vez más altos. Pero, así como la Iglesia nunca puede ser de unos y no de otros, nunca puede ser de los antiliberales y no de los liberales, el Papa Francisco, como vimos, es capaz de lanzar mensajes liberales, de saludar a los comerciantes y de pedir un papel subsidiario del Estado.
Por fin, la prédica de Francisco contra el “dios dinero” es una parte crucial de su mensaje: siempre está advirtiéndonos contra ese falso dios. Y hace bien. Pero el dios dinero es un falso dios siempre: no vayamos a adorarlo cuando el dinero, en vez de estar en los bolsillos de la gente, es acumulado en los del Estado.
Este artículo fue publicado originalmente en Actuall (España) el 1 de marzo de 2017.

Mr. trump y la inmigración


Mr. trump y la inmigración
Lorenzo Bernaldo de Quirós analiza la política migratoria y de comercio de Donald Trump.
Las barreras a la inmigración son viejas y con distinta intensidad han sido aplicadas en amplias esferas del planeta desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, la progresiva liberalización de los flujos migratorios ha constituido uno de las conquistas más nobles de las democracias liberales. Ha permitido a millones de individuos huir de la opresión y de la miseria en busca de una vida mejor y en líneas generales ha tenido un impacto positivo sobre las sociedades de acogida. Por tanto, la carga de la prueba para vedar el ejercicio de ese derecho individual debería recaer sobre quienes lo niegan. Esta afirmación tiene una especial relevancia cuando una nación, los Estados Unidos, forjada desde hace tres siglos por personas venidas de otras latitudes, pretende endurecer, por no decir impedir, la entrada de ciudadanos de otros países en su territorio no ya por razones económicas, cuestión discutible y discutida, sino también de raza y religión.
La estrategia anti-inmigración impulsada por la Administración Trump se basa en tres supuestos fundamentales, todos falsos: primero, la competencia de los inmigrantes, dispuestos a trabajar por salarios más bajos, reduce el nivel de vida de los trabajadores norteamericanos; segundo, buena parte de la inmigración está compuesta por buscadores de rentas cuya aspiración es beneficiarse de la asistencia social en lugar de trabajar; tercero, los inmigrantes nacidos en estados musulmanes o que profesan la religión islámica constituyen una amenaza para la seguridad de los EEUU. Sobre esas tres hipótesis, el nuevo inquilino de la Casa Blanca justifica el reforzamiento y la extensión de las barreas ya existentes a la inmigración que, a la vista de los objetivos perseguidos por la nueva Administración, deberían parecer suficientemente enérgicas. Permitieron la deportación de tres millones de personas entre 2000 y 2010.
En el caso de que los argumentos trumpianos fuesen ciertos, que no lo son, existen mejores soluciones para conjurar esos hipotéticos peligros. Si los inmigrantes quitasen empleos a los norteamericanos, cabría imponer los impuestos más altos o tasas para ser admitidos en el país y usar estos ingresos para compensar a los perdedores. Si constituyesen una pesada carga fiscal para los contribuyentes, podría hacérseles inelegibles para recibir beneficios sociales. Si son un peligro para la libertad, basta con negarles la nacionalidad y el derecho de voto. Si cometen delitos, van a la cárcel. Ninguna de esas opciones u otras similares es contemplada por el actual gobierno norteamericano y cualquiera de ellas contribuiría a disuadir los flujos migratorios no productivos o considerados indeseables.
Desde amplios sectores de la opinión se sostiene que sin obstáculos a la inmigración la oferta laboral crecería dramáticamente y los salarios norteamericanos caerían a niveles del Tercer Mundo. Aunque se asumiese esta tesis, ello no implicaría que los estándares de vida disfrutados por los trabajadores estadounidenses se deban a los muros legales impuestos a los flujos migratorios. En EE.UU.,el 87% de los ciudadanos mayores de 25 años tiene al menos títulos de educación secundaria y, por tanto, no sufre la competencia de la mano de obra inmigrante no cualificada. Una de las mayores falacias económicas es confundir el precio del factor trabajo con su coste, que depende de la productividad. Dicho esto, el grueso de los estudios disponibles sobre la materia muestra la irrelevancia del impacto de la inmigración sobre el conjunto de los salarios obtenidos por los nativos (Kerr S. and Kerr W., Economic Impacts on Inmigration: A Survey, NBER W:P, 2011).
La conjetura según la cual los inmigrantes son demandantes-consumidores netos de servicios sociales y, por tanto, hay que proteger y librar a los contribuyentes americanos de esos parásitos, tiene un frágil fundamento empírico. En EE.UU. el impacto fiscal neto de la inmigración es escaso.En realidad pagan en impuestos más de lo que reciben en concepto de transferencias por una sencilla razón: los principales receptores de las prestaciones del Estado del Bienestar son los viejos y los flujos migratorios están conformados por jóvenes. En cualquier caso, ya se ha comentado, si ese fuese el problema, la solución es vedar su acceso a los programas públicos de bienestar social y/o, por ejemplo, no permitir la reagrupación familiar en el país anfitrión.
La identidad inmigración-terrorismo es burda y obscena. En primer lugar, el grueso de los inmigrantes legales e ilegales en EE.UU. no está compuesto por musulmanes, sino por católicos latinoamericanos cuya atracción hacia el islamismo radical es perfectamente definible. Por añadidura, los costes de la entrada en América para la potencial inmigración ilegal iberoamericana, asiática y africana son sencillamente prohibitivos. En segundo lugar, la efectividad de los controles fronterizos para combatir el terrorismo es baja. En 2015, unos ochenta millones de turistas llegaron a América del Norte, la mayoría a EEUU. Cualquiera de ellos con suficientes recursos, habilidad y audacia podría realizar un atentado sin necesidad de cavar un túnel bajo la frontera mexicana o saltarse el nuevo muro de la vergüenza que pretende construir Mr. Trump.
Para terminar existe una manifiesta incompatibilidad entre la política proteccionista de Trump y la inmigratoria. La curva de oferta y demanda entre el comercio y los flujos migratorios no es rígida, sino elástica. Si los bienes manufacturados en México a un coste salarial inferior al de su producción en EEUU pueden entrar libremente en ese país, los incentivos para que los trabajadores mexicanos se desplacen a América tenderán a reducirse. En contraste, si los aranceles cierran el mercado norteamericano a la importación de productos mexicanos, el atractivo de emigrar a EEUU para los nativos del antiguo Imperio Azteca crecen. En suma, el proteccionismo incrementa las presiones inmigratorias y con especial intensidad, cuando existe una acusada brecha de PIB per cápita entre dos estados fronterizos.
Quizá para comprender a Trump hay que leer su libro The Art of Deal (El Secreto del Exito, en su traducción española), una especie de manual de autoayuda que hace del instinto la clave de su peculiar visión del mundo. Quizá esta facultad sea y sin duda es un instrumento útil en las negociaciones con promotores inmobiliarios, con las autoridades urbanísticas locales y, a veces, en otras facetas de la vida, pero no parece ser la mejor fuente de inspiración para el diseño y ejecución de las políticas planteadas por el líder de la primera potencia mundial. Por añadidura, esa filosofía tiene una derivación peligrosa, a saber, la manipulación y subordinación de cualquier hecho o realidad al servicio de lo que sea necesario para realizar los mandatos lanzados por el instinto. En eso estamos...
Este artículo fue originalmente publicado en El País (España) el 12 de febrero de 2017.

Cómo podría Trump ganar la guerra de divisas




La actual guerra de divisas empezó con el Gran Experimento Monetario bajo la administración Obama. Esto disparó una devaluación del dólar a lo largo de 2010-12. Desde entonces el lanzamiento de experimentos monetarios similares y en algún sentido más radicales en Europa y Japón ha alimentado grandes devaluaciones del euro y del yen. Entretanto, una combinación de políticas crediticias de burbuja y represión intensificada han hecho que se desplome la moneda china.
Hasta ahora la administración Trump no ha formulado un mensaje claro con respecto a la guerra de divisas. Por el contrario ha habido una serie de frases cortas acerca de aspectos particulares de la guerra que olvidan la fuente esencial de este conflicto: el defectuoso patrón del 2% de inflación global. A su vez, la canciller alemana y el primer ministro japonés han dado respuestas indignadas a las frases de Trump, simulando que el BCE (Banco Central Europeo) y el BoJ (Banco de Japón) respectivamente son instituciones independientes del gobierno y por tanto los gobiernos alemán y japonés no son responsables de las consecuencias sobre las divisas de sus políticas monetarias.

El factor Donald Trump

Empecemos con el comentario del principal asesor de comercio del presidente Trump, Peter Navarro, de que “Alemania está usando un euro enormemente infravalorado para aprovecharse de EEUU y sus socios de la UE”. La realidad es que la canciller Merkel en la defensa del status quo europeo (incluyendo la unión monetaria europea [UME] en su forma actual) ha respaldado las políticas de laxitud monetaria radical seguidas por el jefe del BCE, Draghi. Podía haber dicho que no. No lo hizo.
De hecho las evidencias señalan una conspiración bélica. El ministro de finanzas Schaeuble admitía en una reciente entrevista en prensa (en el Tagesspiegel) que Berlín acordó (ya en 2014) no expresar en público su inquietud acerca de las políticas monetarias radicales del BCE por entender que este asumiría la responsabilidad por el aumento del superávit comercial alemán. En la práctica, Berlín alegaría ser inocente basándose en la independencia del BCE y el jefe Draghi respaldaría esa alegación. Los conspiradores no contaron con la llegada de Donald Trump.

Los planes monetarios de Alemania y Japón

No cabe duda de que el gobierno en Berlín sí cálculo correctamente que las políticas radicales del BCE se iban a convertir en cada vez más impopulares entre grandes secciones del público alemán. Los puntos de resentimiento incluirían los tipos reales sustancialmente negativos sobre los ahorros y la transferencia de enormes volúmenes de capital a través del BCE hacia deuda soberana y bancos débiles (en su mayoría en Italia). Sin embargo, también hay muchos ciudadanos que han ganado por el auge de las exportaciones (alimentadas por el euro débil) y de la construcción de propiedades.
En efecto, el euro barato ha proporcionado un salvavidas político esencial para la actual canciller Metternich de Europa (Merkel). La guerra no declarada de divisas de la fría pareja Merkel-Draghi ha sido el medio para limitar las fuerzas del resentimiento político nacional en Alemania contra los crecientes costes de la UME.
Pero si la única manera para Berlín de mantener el status quo europeo es permitir que el jefe del BCE Draghi manipule en la práctica el euro a la baja, deberíamos concluir que la unión monetaria en Europa como está diseñada e implantada ahora mismo es incompatible con el libre comercio global y con un orden liberal global. El desafío para las élites europeas o sus sucesores que puedan querer mantener la unión sería por tanto abrir otra vía de supervivencia: probablemente utilizando desregulación, gobiernos más pequeños y moneda fuerte.
Pasando a continuación a la respuesta del primer ministro Abe contra el comentario del presidente Trump (30 de enero) de que “Japón y China usan la política monetaria para buscar una devaluación y de que juegan con el mercado monetario mientras estamos aquí sentados como pasmarotes”. Ha sido un secreto a voces desde el principio que un propósito clave del primer ministro Abe para hacer que Japón siga el patrón de inflación global del 2% (desde enero de 2013) era hacer que el yen bajara desde su altísimo nivel alcanzado bajo la ofensiva monetaria de EEUU de 2009-12. Y ahora la política extraordinaria del BoJ de impresión de dinero potencialmente ilimitada para mantener el tipo de interés a largo plazo justamente por encima de cero cuando los tipos a largo plazo de EEUU han estado aumentando drásticamente, es una continuación de la misma política monetaria. Más allá de ganar el toma y daca verbal con Europa y Japón, Washington todavía tiene que advertir al mundo de que los días del patrón global de inflación del 2% se han acabado. Sí, este patrón ha durado el doble que la vida efectiva del Sistema de Bretton Woods (desde 1959 hasta la introducción del mercado de oro de dos niveles de 1968), pero está manifiestamente podrido, como ilustran poderosamente la guerra de divisas que ha engendrado y también la sucesión de inflaciones y declives en los precios de los activos.

Qué debería hacer Trump

La administración Trump podría demostrar liderazgo aquí indicando que pretende nombrar como sucesores para Yellen y Fischer a alguien que hiciera abandonar a EEUU el patrón de inflación del 2% y que respaldaría legislación en el Congreso que impidiera que la Fed interpretara el mandato de estabilidad de precios como una inflación perpetua del 2% anual.
Cargos económicos internacionales veteranos de EEUU dejarían absolutamente claro que ya no sería aceptable la búsqueda de devaluaciones de moneda bajo el disfraz de alentar la inflación de vuelta a la economía (ya sea en Europa o Asia) para alcanzar un objetivo de inflación del 2%. La premisa debería ser que las herramientas monetarias fuera del estándar (QE, tipos negativos, ligar tipos a largo plazo) son evidencias de pretensiones de manipulación de la divisa.
La administración Trump renegaría del uso de estas herramientas por parte de EEUU (presentando legislación para ese fin). Más importante aún sería publicar una hoja de acusación de políticas monetarias y de otro tipo que deberían estar bajo sospecha como forma de manipulación de la divisa.

La represión financiera china

La hoja incluiría en primer lugar la intervención constante en mercados de cambio extranjeros y las restricciones a los cambios; en segundo lugar, la experimentación monetaria en busca de objetivos de inflación y en tercer lugar la “manipulación y represión del sistema financiero”. El tercer punto tendría una relevancia evidente para las negociaciones entre EEUU y China.
Pekín aplica un régimen de represión financiera que esencialmente dirige el crédito bancario a las empresas favorecidas por el estado mientras que reduce las tasas de retorno sobre el ahorro garantizado; sus políticas de crédito inducen una burbuja tras otra (y muchas a la vez); la represión política se añade al temor con respecto a la seguridad de los activos nacionales. Así que los ciudadanos chinos buscan seguridad y rentas sobre sus fondos no apostables (los productos inmobiliarios y de crédito nacionales son enormes apuestas) fuera de China. La enorme huida de capitales resultante presiona a la baja la divisa china.
Armada con este bagaje de recetas contra la manipulación, la administración Trump podría ir por la buena vía en sus próximos enfrentamientos comerciales con Pekín y también más en general con Europa y Japón. El incumplimiento de las recetas sería la base para empezar a “actuar” por parte de Estados Unidos bajo la legislación comercial existente.
En Tokio, el primer ministro Abe probablemente entienda el mensaje, dada la importancia de las buenas relaciones con Washington en un momento de aumento de la tensión geopolítica, especialmente con respecto a China y Corea del norte. ¿Pero qué pasaría si Frau Merkel y su banquero central no entendieran el mensaje? Por suerte los ciudadanos alemanes tienen este otoño la posibilidad de votar por la paz monetaria y en contra de la guerra comercial. Para los chinos no existe esa salida potencial a través de las urnas frente al peligro de guerra.

El artículo original se encuentra aquí.

¿Quién es el principal enemigo de la familia?

 

En los últimos días una presentadora de televisión ha aparecido en diversos medios de comunicación para hablar del libro que ha escrito sobre su reciente experiencia como madre.
Según el revolucionario análisis de esta autora existe una especie de conspiración mundial para ocultar el hecho de que tener hijos resulta muy sacrificado. Según sus propias declaraciones la maternidad le ha supuesto un “sacrificio estratosférico” en el que se embarcó subyugada por las mentiras y los cantos de sirena que propaga la sociedad sobre el hecho de tener hijos. «Hay un relato único de la maternidad como un estado idílico, que no coincide con la realidad y estigmatiza a las mujeres”, afirma con frustración, “nadie te cuenta lo que es en realidad la maternidad, tomas una decisión engañada». La revelación de este secreto ha llevado a la autora a declarar que “tener hijos es una pérdida de calidad de vida”.
Más allá de la importancia intelectual que merezca el ‘descubrimiento’ de esta autora, su negativa valoración de la maternidad tiene el mérito de simbolizar una situación relevante en nuestros días. Las sociedades occidentales están sufriendo un progresivo envejecimiento de su población como consecuencia de la constante reducción de las tasas de natalidad. Cada vez se tienen menos hijos y cada vez más tarde. A su vez se incrementa el número de divorcios y se reduce la importancia del matrimonio. Parece que cada vez menos gente está dispuesta a afrontar las responsabilidades y el sacrificio que suponen la vida familiar y el cuidado de los hijos. Como decía nuestra autora eso supone un descenso de la calidad de vida. La institución de la familia parece estar pasando por malos momentos. ¿Pero cuáles son las causas de este fenómeno? ¿Hay algún responsable principal del mismo? La respuesta es sí: el principal enemigo de la institución familiar es el Estado. Veamos por qué.
La familia fue históricamente el grupo social del que dependía en mayor medida el bienestar y la educación de las personas. Al establecer un fuerte sentimiento de lealtad hacia un grupo independiente del poder político esta institución representó siempre un freno y una restricción muy importantes a la acción del gobierno. Por lo tanto la familia fue, históricamente, una molestia para los partidarios de incrementar el alcance y los ámbitos de la intervención del Estado.
El gran sociólogo Robert Nisbet explica en The Quest for Community cómo el Estado se convirtió, en el mundo moderno, en el primordial centro de lealtad de los seres humanos y en su principal refugio frente a las inseguridades y frustraciones de la vida. Pero, para conseguir esta situación de preeminencia, tuvo que competir con otras instituciones que limitaban su poder, como la iglesia, la comunidad local o la familia.[i]
Todos aquellos que querían incrementar el poder del Estado desarrollaron medidas para erosionar y desprestigiar tales instituciones intermedias con el objetivo de aislar a los individuos y volverlos sumisos y dependientes de las actuaciones e intervenciones gubernamentales. Nisbet decía que la guerra entre el Estado y la familia era muy antigua en la historia de la humanidad y que, por regla general, había una relación inversa entre ambas instituciones: cuando el Estado era fuerte la familia era débil y viceversa.[ii]
Uno de los ejemplos más extremos de este principio lo ilustra el caso de Pavlik Morózov, un niño glorificado por la propaganda de la Unión Soviética por haber denunciado a su padre como enemigo del Estado. Las autoridades soviéticas crearon un culto a su figura que animaba a los demás niños a denunciar a sus padres si estos se oponían a las políticas del gobierno.[iii]
Este caso representa uno de los ejemplos más evidentes de la búsqueda sistemática de la destrucción de los lazos familiares. Pero hay otros procesos actuales menos espectaculares cuyas consecuencias perniciosas resultan más difíciles de discernir. Así, uno de los pasos más destacados para debilitar la importancia de la institución familiar en el mundo moderno fue la creación del Estado de Bienestar.
Según Alan Carlson, muchas de las medidas características del Estado de Bienestar representan un caso clásico de manipulación burocrática con el objetivo de destruir el principal rival del Estado como foco de lealtad: la familia
El surgimiento del Estado de Bienestar se puede describir como la continua transferencia de la función de dependencia desde la familia al Estado; desde personas unidas por lazos de sangre, matrimonio o adopción a personas vinculadas a empleados públicos.[iv]
Las medidas del Estado de Bienestar, tales como las prestaciones por desempleo o las pensiones públicas, debilitan la responsabilidad del individuo a la hora de proveer para sus necesidades y las de su familia y de ahorrar para su vejez. De esta manera las personas tienden a reducir su horizonte temporal de planificación y previsión. La utilidad del matrimonio, la familia y los hijos se reduce también, pues no será tan necesario contar con esas instituciones para asegurarse un soporte económico. Se establece, por lo tanto, una tendencia al debilitamiento de la institución familiar, a la reducción de la natalidad, al incremento de la tasa de divorcio, etc.
Un elemento cuya importancia fue crucial para el desarrollo y crecimiento del Estado de Bienestar es el monopolio estatal del sistema monetario. Así lo explican en un reciente libro Philipp Bagus y Andreas Marquart.[v]
Según estos autores, y siguiendo la tradición de pensamiento monetario de la Escuela Austriaca, el dinero no surgió a través de un acto creador del Estado, como mucha gente se imagina, sino que fue una creación espontánea de múltiples actores operando voluntariamente en el mercado. A través de un proceso evolutivo de descubrimiento una determinada mercancía, normalmente el oro o la plata, adquirió la función de medio de intercambio que facilitaba las transacciones comerciales.
Pero, en un largo proceso histórico, los Estados acabaron por monopolizar el sistema monetario, sustituyendo el oro por papel moneda y arrogándose la facultad exclusiva de producir dinero. De esta manera encontraron un instrumento excelente para financiar sus programas de gasto pues tenían la posibilidad de crear dinero, literalmente, de la nada.
A pesar de sus nefastas consecuencias, por ejemplo en forma de crisis económicas recurrentes, este sistema tiene la enorme ventaja de que sus costes son más difíciles de detectar por los ciudadanos. De esta manera el crecimiento desmesurado del Estado de Bienestar coincide históricamente con el abandono del patrón oro y la transición al sistema de papel moneda pues, si el Estado se financiara únicamente a través de impuestos, cuya carga se nota de una forma mucho más directa en los bolsillos, es probable que los ciudadanos se hubieran rebelado hace tiempo.
El crecimiento de la intervención estatal que permite este sistema monetario tiene enormes consecuencias morales sobre las personas. Como dicen Bagus y Marquart:
En la medida en que dependemos del Estado de previsión, necesitamos menos la ayuda del prójimo, en especial de la familia. Se rompen los vínculos sociales…La decadencia de la familia como consecuencia del dinero malo y el Estado de Bienestar acarrea una grave crisis moral y de valores. En suma, el dinero malo hace que la gente esté cada vez más aislada socialmente, más desarraigada y estresada y sea cada vez más dependiente, inmadura, sumisa, imprudente, desconsiderada, egoísta, materialista, superficial y depresiva.
Es decir que mediante el monopolio de la creación de dinero, que permite el desarrollo y crecimiento de la intervención estatal, se debilita de forma implacable la fortaleza de la institución familiar y se promueve la irresponsabilidad, la inmadurez y el egoísmo. Un caldo de cultivo perfecto para que aparezcan escritores que afirman con gran frustración que tener hijos es un sacrificio estratosférico que reduce la calidad de vida.

[i] Robert Nisbet, The Quest for Community: A Study in the Ethics of Order and Freedom (New York: Oxford University Press, 1953).
[ii] Robert Nisbet, Prejudices: A Philosophical Dictionary (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1982) p. 111.
[iii] Orlando Figes, The Whisperers: Private Life in Stalin’s Russia (Londres: Penguin Books, 2007).
[iv] Alan Carlson, “What Has Government Done to Our Families?”, Essays in Political Economy 13 (Auburn, Ala.: Ludwig von Mises Institute, 1991), p. 1.
[v] Phillipp Bagus y Andreas Marquart, Por qué otros se hacen cada vez más ricos a tu costa…y qué responsabilidad tiene el Estado y cómo juega con nuestro dinero (Madrid: Deusto, 2016).


Por qué el superávit alemán no es un problema sino la solución

Daniel Lacalle



“I say a little prayer for you”, Hal David

Ayer, en EL ESPAÑOL, mostrábamos los comentarios de la Comisión Europea sobre los retos y deberes de la Unión Europea y, de nuevo, se comentaba ese viejo mantra de que el superávit comercial alemán es un exceso de ahorro que perjudica a la zona Euro.
La falacia de que el superávit comercial alemán -o cualquiera- es un problema parte de la visión de que los agentes económicos están equivocados y un grupo de burócratas sí que sabe cuánto se debe importar.
El superávit comercial se genera cuando un país exporta más de lo que importa. Magnífico. Nadie ha sufrido nunca por vender más de lo que compra, cuando además lo que compra crece cada año. En el caso de Alemania, no exporta mucho porque hunda los precios o porque no exista demanda interna. Exporta mucho por calidad, valor añadido y tecnología. La mayoría de sus productos vendidos al exterior no son más baratos ni de descuento por volumen. Por lo tanto, la parte de las exportaciones no es una anomalía por intervencionismo o “dumping”.
Vayamos a las importaciones. ¿Son bajas las importaciones de Alemania? Para nada. Alemania no sufre una falta de capacidad industrial ni déficit en infraestructuras o en suministro a sus consumidores y empresas. La idea de que las importaciones de Alemania son bajas es simplemente incorrecta. ¿De verdad alguien piensa que las empresas y agentes económicos alemanes no importan más para fastidiar? No existe ningún indicador económico ni de demanda que nos muestre que los consumidores o empresas alemanas estén dejando de satisfacer ninguna de sus necesidades y, por ello, sus importaciones sean anormalmente bajas.
Alemania es el tercer mayor importador global y sus compras al exterior han aumentado un 6,1% anual en los últimos cinco años. Alemania no muestra ninguna señal de déficit en necesidades de gasto ni de importación. Más bien lo contrario.
Alemania mantiene una alta utilización industrial. La utilización industrial se ha elevado de un 70,9% en 2009 al 86% actual, es decir, casi la máxima capacidad histórica (87,5% media). Tampoco existe un solo indicador de gasto público que indique falta de consumo. El gasto público alemán ha crecido y está a nivel máximo, casi histórico y se estima que seguirá aumentando, manteniendo el correcto objetivo de no aumentar una deuda que, en cualquier caso, no es pequeña (más del 71% del PIB).
La inversión privada está ya por encima de los niveles pre-crisis, crece desde 2009 y sigue siendo exactamente la que las empresas necesitan de acuerdo a las expectativas de crecimiento y oportunidades que ven. Ni más ni menos. La presunción de que un grupo de burócratas y políticos sabe mejor que esas empresas -que son líderes globales por algo- sobre dónde, cuánto y cómo invertir es simplemente hilarante.
La idea de que la inversión debe aumentar porque lo dice un comité no tiene en cuenta que, antes de la crisis, Alemania se había embarcado en una enorme carrera inversora. El error de criticar la inversión privada alemana es pensar que el periodo 2004 a 2009 debe perpetuarse eternamente. En cualquier caso, no se puede acusar de falta de inversión privada, que ha aumentado hasta recuperar niveles pre-crisis. La inversión pública también ha aumentado a 33.000 millones anuales.
Los que asumen que el superávit comercial de Alemania, 252.900 millones de euros, es una anomalía y un elemento negativo, no responden a dos preguntas: ¿Qué saben ellos que no sepan empresas, gobierno y consumidores alemanes sobre sus necesidades de consumo e inversión? y ¿para qué?
La idea de que si Alemania se dedicara a gastar -aunque no lo necesite- solucionaría los problemas de la Unión Europea es una falacia. Porque el exceso de capacidad en el resto de Europa es cercano al 20%. Si Alemania duplicase su inversión neta en España supondría menos de 650 millones de euros. Las exportaciones de España a Alemania ya han aumentado a un ritmo del 8% hasta los 27.088 millones de euros. Pero, sobre todo, es una falacia porque ignora que una gran parte de ese efecto llamada que se daría por un exceso de gasto -innecesario ya hoy- provocaría una burbuja a corto que pincha después. No podemos asumir que los mismos errores que llevaron a los países periféricos a crear exceso de capacidad y burbujas sean la solución hoy.
La falacia de “estimular la demanda interna” -como si hubiese un solo indicador en Alemania que no mostrase su fortaleza, que no necesita estímulo alguno- ignora tendencias mucho más relevantes como los excesos en gasto y capacidad del pasado, la eficiencia y el envejecimiento de la población, con la idea mágica de solucionarlo todo repitiendo los errores de 2004 a 2007.
¿De verdad alguien piensa que Alemania no invierte, importa o consume lo que necesita? ¿Para qué? ¿Para fastidiar a sus ciudadanos y sus socios comerciales y además, perder dinero dejando oportunidades ociosas? No tiene ningún sentido.
No existe un solo indicador que muestre que Alemania esté ahorrando innecesariamente y que no invierta, consuma e importe todo lo que necesita y más. Lo que nos muestra el superávit comercial de Alemania, sus cuentas equilibradas y su posición inversora neta es que el país germano no es el problema, sino que muestra la solución a los desequilibrios de la Unión Europea.
Reducir el superávit comercial de Alemania vía importaciones innecesarias y gastos inútiles sólo nos llevaría al mismo espejismo de la burbuja de 2007, y sus terribles consecuencias. Igual que los países que hoy exigen que China aumente sus desequilibrios para perpetuar los errores cometidos pensando que China crecería eternamente al 10%, exigir a Alemania invertir y gastar en cosas que no necesita ni en sueños sería un error monumental y, encima, no solucionaría nada. El efecto llamada crearía una burbuja, un espejismo a corto plazo, y un pinchazo inevitable.
La solución a los problemas de la Unión Europea no es que Alemania copie los desequilibrios de los periféricos, sino que todos aprendamos de lo que ha sido un modelo de éxito.

¿Enemigos de Europa?

Daniel Lacalle



“You work hard, you went hungry, now the taxman is out to get you”

Uno se despierta cada semana con noticias sobre la Unión Europea que no ayudan para nada a mejorar su credibilidad y el apoyo popular. Bruselas y la UE están tan despegadas de la realidad de las economías y los ciudadanos que sus principales líderes ni siquiera pestañean o se preguntan si es una buena idea decir que “no se pueden bajar impuestos” (Schaeuble), y ese último titular que mostraba un periódico económico español: “Bruselas desmonta las excusas del Gobierno para resistirse a subir el IVA”. Gracias, euro-burócratas.
Es muy peligroso que una Unión Europea, que tiene ventajas incuestionables y debe convertirse en una potencia global de crecimiento y prosperidad, ponga escollos y expolie a ciudadanos y empresas para perpetuar el monstruo burocrático.
LA MENTIRA DE BRUSELAS CON EL IVA
Es más que cuestionable decir que el Estado recaudaría 14.000 millones con un tipo único del 21%. La historia de errores en las estimaciones de recaudación por subidas de impuestos en la Unión Europea es tan amplia que deberían, como mínimo, reconocer el riesgo de incumplimiento. La media de error, según estimaciones del propio BCE, es enorme y constante.
No solo las estimaciones de ingresos, como siempre, son un cuento, sino que es falso que lo que llaman en Bruselas “un retoque en el IVA reducido y superreducido” eliminaría el déficit de 2017.
Estima Bruselas que la subida del IVA “apenas” afectaría a las rentas bajas y que el aumento de la desigualdad –“solo” de 2,6%- se “puede compensar con transferencias sociales”. Qué curioso que ellos nunca hagan “retoques” en los gastos. O sea, que subir el IVA “apenas” afecta a las rentas bajas pero, como sí lo hace y además aumenta la desigualdad, proponen mitigarlo con más subvenciones vía gasto. Bravo. Brillante.Lo cual nos lleva a la falacia de que aumentando impuestos se elimina el déficit. Una falacia, porque esos ingresos extraordinarios se gastan, y más, como hemos visto en el pasado.
Para Bruselas no hay efecto negativo en consumo, en empleo ni en actividad económica de subir el IVA
Para Bruselas no hay efecto negativo en consumo, en empleo ni en actividad económica de subir el IVA. Nada. Total, más de la mitad de las empresas españolas están en pérdidas, pero asumen, oh sorpresa, que pueden absorber el aumento del IVA reduciendo márgenes. Brillante. Para usted siempre hay margen para ajustarse, para ellos, no tanto.
La realidad, ya demostrada, es que aumentar el IVA –uno de los impuestos más regresivos- tiene un impacto directo sobre el consumo potencial, la capacidad de compra de las familias y, además, reduce el potencial de empleo en el sector servicios. Bruselas debería reconocer que se ha equivocado durante cuatro años en sus previsiones de crecimiento y empleo para España. Y analizar por qué. Una de las razones por las que tuvieron que duplicar sus estimaciones sobre nuestro país fueron las “resistencias” a subir los impuestos que Bruselas exigía, y por haber bajado el IRPF y Sociedades, que son medidas que favorecen el crecimiento, como muestra la lógica, la historia y la estadística.
BRUSELAS Y LOS IMPUESTOS “VERDES”
La Comisión Europea adora los impuestos no finalistas. Los mal llamados “verdes” son una auténtica broma. Usted, consumidor, sigue pagando las subvenciones “verdes”, pero además le cobran un impuesto “verde”, que no se usa para reducir el coste de la supuesta lucha contra el cambio climático en su bolsillo, sino para aumentar los desequilibrios. Paga usted dos veces. Por las subvenciones y por ser tan malvado de usar un automóvil.
Y volvemos con las medias. Para Bruselas, armonizar es equiparar al infierno fiscal de los demás. No pone en cuestión la asfixia económica que se lleva a cabo en Francia u otros países, nos exige a los demás “acercarnos” a la media –siempre en presión fiscal-, que Francia sube desproporcionadamente.
La realidad es que subir la fiscalidad mal llamada “verde” del 1,8% del PIB al 2,5% es un asalto a la competitividad que volverá a poner escollos en nuestra capacidad de crecer y competir, sin solucionar nada de lo supuestamente “verde” que pretende defender.
Subir la fiscalidad mal llamada “verde” del 1,8% del PIB al 2,5% es un asalto a la competitividad
Eso sí, para parecer razonable, la Comisión pide controlar el gasto de las Comunidades Autónomas, pero en ningún caso con el nivel de detalle y claridad que muestra a la hora de exigir subidas de impuestos.
La realidad es que las recomendaciones de la Comisión Europea no buscan reducir los desequilibrios y promover la competitividad, la creación y atracción de capital y el empleo, lo que hacen es perpetuar un modelo dirigista copiado del francés que solo genera estancamiento y –ojo- cada vez mayor descontento.
Incluso en el documento donde la Unión Europea “explica” por qué no es un ente burocrático y gastador, que siempre pide mayor presión fiscal, nos “aclara” que “los estados y administraciones locales seguirán controlando las subidas de impuestos” (nótese que no dice “la gestión” o “las bajadas” de impuestos, sino solo “las subidas”). Gracias. Nos “explica” que “solo” gasta el 1% de la riqueza de los países, y que esos países –den ustedes las gracias- gastan mucho más.
La Unión Europea tiene muchos enemigos, y –seamos claros- algunos están en casa. Defendiendo y justificando un modelo de presión fiscal creciente y aumento del intervencionismo. Los que criticamos sus evidentes errores queremos una Unión Europea que los solucione, no que use la política del avestruz y culpe a los demás de sus problemas.
La presión fiscal en la Unión Europea ha alcanzado máximos históricos –del 40% del PIB- en esa carrera a igualarse “a la media” siempre en gastar más y subir más. Como una clase donde se hace una carrera a ver quién suspende más y todos se acercan a la media.
La mejor manera de combatir a los que, injustamente, critican a la Unión Europea es con hechos. Bajando, no subiendo los impuestos, como piden los ciudadanos, empresas, presidente del BCE y cualquiera que vea el brutal aumento de la presión fiscal. Contra las voces que acusan a la UE de intervencionista y burocrática, eficacia y eficiencia evidente. Que, cuando hablen de armonizar, piensen en los países que crecen y son líderes mundiales, no igualar en desequilibrios a un modelo dirigista que solo ha generado estancamiento.
Tenemos una oportunidad de oro ante las amenazas externas –e internas-. No una oportunidad de justificar que “hay margen” para subir impuestos a los ahogados ciudadanos. No una oportunidad para confundir “más Europa” con “más burocracia”. No una oportunidad para atacar a los que crecen, tienen superávit y crean empleo y riqueza, sino para armonizar… en facilidad para crear empresas, trabajo y dejar que las familias respiren.
Tenemos en nuestras manos todas las herramientas para ser mejores y más competitivos
La Unión Europea no puede seguir conformándose con ser un ente de bajo crecimiento, alta deuda, enorme carga impositiva y penalizar a sus ciudadanos y empresas, que son los que han rescatado al leviatán burocrático de la crisis.
Si no despertamos ya de la confortable deificación de la burocracia y el expolio fiscal, la Unión Europea, que es un proyecto por el que merece luchar, perecerá ante su propia inacción. Yo no deseo que ocurra. Pero les aseguro que, de ocurrir, no voy a culpar del fracaso al socorrido enemigo exterior, cuando tenemos en nuestras manos todas las herramientas para ser mejores y más competitivos.
Los ciudadanos y empresas no son cajeros automáticos para cubrir los excesos. Son los clientes de una Unión Europea que debe estar al servicio de los agentes económicos que contribuyen y crean empleo, no de la burocracia.