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domingo, 31 de enero de 2016

Buenas noticias (y cautelas) en el mercado laboral

Juan Ramón Rallo

El mercado laboral adolece de tres grandes debilidades: elevada temporalidad, alta dependencia del turismo y creciente peso del empleo público.


España cerró 2015 con una cifra de ocupados de casi 18,1 millones de personas: 525.000 más que hace un año y prácticamente un millón más que a cierre de 2013. Se trata de cifras muy positivas que contrastan con las experimentadas durante lo más hondo de la crisis económica: entre 2009 y 2013 se destruyeron tres millones de empleos, una media de 600.000 puestos de trabajo anuales.









El cambio de tendencia es lo suficientemente radical como para que sólo se atreva a negarlo el sectarismo ideológico más extremo. A estas alturas, todos deberían reconocer que el mercado laboral de 2014 y 2015 es mucho más sano y dinámico que el de los anteriores años de la crisis. Ahora bien, estos buenos datos agregados no deberían llevarnos a apartar la vista sobre algunos de los problemas que ya empiezan a detectarse en el perfil de nuestra creación de empleo.

Primer problema: la elevada temporalidad. Aunque el 74% de todos los asalariados españoles disfrutan de un contrato indefinido, el 60% de los nuevos empleos son temporales: es decir, del medio millón de puestos de trabajado creados durante 2015, sólo 200.000 son indefinidos. En caso de que esta tendencia continuara durante el próximo lustro, la economía española recuperaría los niveles de ocupación previos a la crisis, pero lo haría también a costa de crear 1,2 millones de nuevos empleos temporales (es decir, regresaríamos a la elevada tasa de temporalidad previa a la crisis). La temporalidad es un problema no sólo para el trabajador, también para el empresario, que pierde cualquier incentivo a formar y capacitar para el largo plazo a la parte rotante de su plantilla.










Segundo problema. Aunque la creación de nuevo empleo se da en prácticamente todos los sectores económicos, hay uno en el que está resultando especialmente intensa: la hostelería. No en vano, alrededor de un 25% de todo el empleo generado durante este año lo ha sido en la hostelería, hasta el punto de que el sector turístico ya ocupa a más gente que antes de la crisis. Es verdad que España disfruta de una clara ventaja competitiva en el turismo –y que no hay razón para desaprovecharla–, pero depender excesivamente de ella para continuar creando empleo puede colocarnos en una situación de fragilidad en el futuro si, por ejemplo, la crisis internacional se agravara o si mejorara la competitividad de los destinos turísticos con los que rivalizamos.

Y tercero, el número de empleados públicos ha superado la marca de tres millones de personas después de aumentar en casi 100.000 durante los últimos dos años. De este modo, las Administraciones Públicas españolas vuelven a ocupar a más personal que antes de que arrancara la crisis en 2008, poniendo en evidencia que la tan necesaria como poco practicada austeridad estatal ha muerto. Tan irresponsable prodigalidad en el gasto público constituye un enorme riesgo para nuestro futuro: el déficit presupuestario cerrará 2015 muy alejado de nuestro compromiso con Bruselas, de modo que requeriremos de muchos más recortes durante los próximos ejercicios. Y uno de esos recortes debería concentrarse sobre el gasto en personal del Estado: abrir de nuevo la mano a contrataciones generalizadas no avanza en la dirección adecuada, sino en la opuesta.









En suma, el mercado laboral español adolece ahora mismo de tres grandes debilidades: su elevada temporalidad, su alta dependencia del turismo y el creciente peso de la contratación estatal. Si no queremos que las alegrías presentes se conviertan en frustraciones futuras, necesitamos avanzar hacia un mercado laboral que fomente la contratación indefinida en un sector privado más vigoroso y diversificado que el actual; es decir, necesitamos de una economía mucho más liberalizada y mucho menos castigada por onerosas losas tributarias. Ningún partido político, por desgracia, parece interesado en colocarle tal cascabel al gato: al contrario, todos parecen interesados en nacionalizar al gato.

Nada que temer… de momento: España irá sola una temporada

La inercia en economía funciona bastante bien. De ahí que la dilación de la situación política en el tiempo no deba ser interpretada como algo negativo 'per se', sino más bien al contrario


Foto: Última sesión del Ibex de enero. (EFE)
Última sesión del Ibex de enero. (EFE)

No teman.
La cosa está mejor de lo que parece.

España va a ir sola una temporada. Al menos desde el punto de vista económico.
Otra cosa es la política.

Nuestro país crece por encima del 3%, y las condiciones internas y externas que propiciaron tal despegue siguen estando ahí. Así, los bajos tipos de interés y las compras de bonos soberanos por parte del BCE que evitarían que el riesgo país se disparara. También el desplome del crudo, que permite liberar renta a la ciudadanía y, en especial, a sus clases más bajas. O la caída del euro frente a otras monedas que, junto con el riesgo geopolítico de destinos equiparables, convierte al turismo nacional en el idóneo para muchos foráneos, como acredita la acumulación de récords de visitantes y gasto.

Por si fuera poco, los Presupuestos de 2016 ya están en funcionamiento mientras que las reformas del PP, insuficientes pero reformas al fin y a la postre, seguirán surtiendo efecto al menos hasta que un nuevo Gobierno aterrice en el poder y cuente con las mayorías suficientes como para derogarlas, cosa que no tiene pinta de que vaya a suceder pasado mañana. Y, aunque es verdad que el miedo es libre y el temor a una coalición de izquierdas antimercado ha frenado el flujo inversor hacia nuestro territorio, no es menos cierto que buena parte del dinero que ha entrado en los últimos 24 meses en España se ha dirigido más a activos ya existentes que a nueva producción, por lo que la falta de flujo afectaría más a la liquidez que a la actividad.

Las inercias en economía funcionan bastante bien.
Con todo lo anteriormente descrito, pensar en un descarrilamiento de la noche a la mañana de nuestras principales macromagnitudes se antoja complicado, por más que Albert Edwards incluya ‘el parón español’ como uno de sus cisnes negros 2016, atendiendo a lo que señalan nuestros indicadores adelantados ('vid supra'). Una posibilidad aún más remota con el riesgo financiero privado acotado -en bancos, empresas y particulares- y el público bajo la protección del banco central. Algo, ni mucho menos, baladí en un mundo en el que lo real hace tiempo que quedó subyugado a las finanzas, por más que en el inicio de los tiempos fuera al revés.

Ah, la política.

No se nos olvida. Volvamos a ella.

Si damos por bueno el diagnóstico anterior, la ausencia de un desenlace gubernamental inmediato sería hasta beneficiosa, especialmente si tenemos en cuenta cuál podría ser la alternativa más factible a día de hoy: un frente popular de corte radical. Cuanto más tarde en concretarse esa amenaza, mejor, si es que llega a materializarse. De ahí que la dilación de la situación en el tiempo no deba ser interpretada como algo negativo 'per se', sino más bien al contrario.

Dicho esto, es evidente que la incertidumbre terminará conduciendo a una inevitable ralentización de nuestra actividad productiva y ¿de servicios? Pero estamos hablando de un proceso de meses, no de días, que, además, se materializará por oleadas. Su mayor o menor ritmo dependerá, de hecho, más del mensaje que de la concreción final del mismo. Ya saben, venda con el rumor y compre con la noticia. Nos dará tiempo a adaptarnos a la nueva realidad, un proceso de ajuste tanto más fácil con lo que hemos vivido en los años de la crisis.

No está, pues, todo perdido. Levanten el ánimo.

Un mensaje de esperanza para empezar la semana que, tras el gélido arranque de los mercados del año, falta nos hace.

Sean buenos.

Japón. Negar el fracaso keynesiano con más madera


La decisión de introducir tipos negativos retrasa las reformas estructurales, mantiene los desequilibrios y ataca al eficiente para subvencionar al endeudado
Foto: Panel de valores en Tokio. (Reuters)
Panel de valores en Tokio. (Reuters)

“Japan’s economy isn't suddenly worsening, it is taking one step forward and one step back”. Taro Aso

La decisión del Banco de Japón de implementar tipos negativos -cobrar por prestar- es otro episodio en la carrera hacia la destrucción del dinero comenzada con la expansión monetaria alocada, la guerra de divisas y la represión financiera. Esa falacia que se justifica porque va a generar crecimiento superior y empleo y, cuando crea más deuda, desplome de la velocidad del dinero -actividad económica-, y destrozo de los salarios reales, se justifica con las tres frases más hipócritas de la academia: “Habría sido peor”, “no se hizo suficiente” y “hay que repetir”.

Y repetir es lo que va a hacer el Banco de Japón, cuando, tras más de dos años de aumentar la masa monetaria en más de 70.000 millones de dólares mensuales, lo que Abenomics ha conseguido es:

1. Que las exportaciones se estanquen. Las exportaciones caían un 8% en diciembre, el peor dato desde 2009. Desde 2013, solo empeoran y están muy lejos de lo que se decía que generaría Abenomics.


2. Los salarios reales han caído un 4,3% en el último registro y llevan 30 meses a la baja, situándose en el peor dato desde hace 20 años. Como explica Bloomberg, los salarios bajan y los precios -inflación subyacente- suben, destruyendo la capacidad de compra de los ciudadanos japoneses.
 
3. La economía no solo no crece, sino que se mueve al borde de la recesión a pesar de un aumento del balance del Banco de Japón brutal, que hoy pesa más del 70% del PIB. En mayo de 2017, a este ritmo, el balance del Banco de Japón superará al 100% del PIB. El banco central es el mayor especulador de Japón, y ya acumula el 50% de los ETFs del país. Todo esto para un crecimiento del PIB inexistente. El Banco de Japón estima, y es muy optimista, un crecimiento del 1% en 2016 y un 0,7% en 2017, y en 2015 probablemente no creció, a espera de datos definitivos. La última vez que Japón creció al 3% fue en 2010. Lleva 25 años en estancamiento con siete planes de estímulo, como explicamos aquí. Se engaña diciendo que las políticas monetarias son “no convencionales” cuando son las más repetidas desde hace siglos… La ilusión del crecimiento a través de la expansión monetaria.

Pero no se preocupen. Los “verdaderos” economistas, los que sí que saben, les dirán que “hubiera sido peor” y que “no se podía hacer otra cosa para luchar contra la deflación”. Lucha contra la deflación no es el objetivo, es asaltar al ahorrador y al eficiente para sostener una deuda pública monstruosa, superior al 230% del PIB, unos conglomerados estatales que llevan años generando beneficios por debajo de su coste de capital y endeudándose. Y negando la realidad demográfica y de los factores de la economía real de Japón que hemos comentado en tantas ocasiones en esta columna. Pero sobre todo para retrasar, por enésima vez, las reformas estructurales y la apertura de una economía rica, pero asfixiada por lo que los japoneses llaman “intereses especiales”.

Ahora, el asalto al ahorrador llega en forma de tipos negativos. No, en este caso no se trata de defender la moneda de la megadevaluación del euro, como hicieron en los países nórdicos o Suiza, porque el Banco Central japonés además está buscando la devaluación agresiva.

Hoy, alrededor del 23,1% del PIB del mundo está en países con tipos reales negativos (según el Wall Street Journal). ¿Qué se pretende? Que esa brutal creación de dinero de los bancos centrales se mueva, no se quede parada y se acelere la actividad económica penalizando el ahorro. Adicionalmente, se busca atacar al ahorrador y hacer que los ciudadanos consuman en vez de guardar su dinero.

Pero no funciona. Lo que se consigue es lo contrario. Al disfrazar el riesgo y engañar en cuanto al coste y cantidad de dinero, lo que se genera es una volatilidad en los activos de riesgo que incita a ser más conservadores. Los ciudadanos no ahorran menos y las empresas no invierten más porque se está negando desde la represión financiera de los bancos centrales la mayor fuerza destructora: que las políticas expansivas perpetúan la sobrecapacidad y sostienen a los sectores ineficientes, desplazando la demanda de crédito solvente.


En 2013 ya comentamos en esta columna que el plan del Banco Central japonés fracasaría y lo llevamos analizando desde entonces. La decisión de introducir tipos negativos tendrá un éxito similar porque retrasa las reformas estructurales, mantiene los desequilibrios y ataca al eficiente para subvencionar al endeudado.

Menos mal que los defensores de la represión financiera les dirán que “habría sido peor” y que los pobres japoneses deben agradecer que les asalten al bolsillo porque si no, “podrían haber perdido su trabajo”. Qué generosidad.

¿Y las reformas estructurales? ¿Y la productividad? Como quien oye llover.

Mientras tanto, agradezcamos que la academia keynesiana nos guía de fracaso en fracaso hasta la derrota final. La destrucción de la confianza en el sistema y el atentado al valor del dinero. Es por su bien.