Frank Chodorov
La clave para el monopolio es la escasez. Algunas escaseces son naturales, como los depósitos de mineral y los terrenos: no hay forma de que los humanos los dupliquen. La propiedad o control de estas oportunidades limitadas de producir permiten al monopolista conseguir una renta por su uso. La renta se fija por su escasez relativa o por el rendimiento de cualquier lugar concreto por encima de cualquier otro sitio disponible para su uso. En realidad, la renta se fija por competición entre usuarios o productores por la posesión exclusiva de estos lugares.
Otras escaseces se crean por ley y el mecanismo por el que se llevan a cabo estas escaseces es siempre una restricción coactiva de la competición. Aunque las medidas restrictivas sean a veces urdidas por personas o grupos en busca de un precio de monopolio, tienen poca eficacia hasta que se implantan con el brazo fuerte de la ley, como cuando se imponen regulaciones comerciales, se trata de fijar precios, se subvenciona a productores ineficientes a costa de los eficientes, se permite a los sindicatos poner límites a la empresa o se concede privilegios especiales a personas favorecidas. Esto nos lleva a una consideración del papel desempeñado en la economía por la organización política de la sociedad, que debemos dejar para un capítulo posterior. Por ahora, dejamos el asunto con esta observación: no puede haber un bloqueo efectivo de la necesidad de abundancia del hombre mediante la competición sin la ayuda de la ley. Es decir, todo dispositivo que cree escasez se basa en la coacción política.
De hecho, quienes denuncian la competición por motivos pseudohumanitarios buscan que la ley la restrinja, aunque reclamen que la ley impida las exacciones de monopolio que se posibilitan con dicha restricción. Su argumento es que quienes posean menos habilidades tendrían un perjuicio en la lucha competitiva y se verían dañados si no se somete a los más competentes. (A veces piden desalentar la iniciativa proponiendo que se vean gravados los beneficios que genera esta, a veces contemplan la tarea imposible de erradicar completamente el motivo del beneficio). ¿Pero cómo puede algún miembro de la sociedad verse dañado por una abundancia en el mercado? Si Brown, debido a su mayor habilidad o industria, le quita el negocio de los zapatos a Smith, su éxito es una prueba de que ha rendido un servicio mayor a los miembros de la comunidad: están mejor debido a su eficiencia. Ha fabricado mejores zapatos o una mayor variedad de estilos y tamaños o mediante métodos mejorados ha rebajado sus costes y reducido precios. Pero su eficiencia no tiene sentido si no se compran sus zapatos: comprar sus zapatos significa que ha comprado algo que quiere. Es decir, cualquier aumento en la producción de algo deseable exige la producción de otros bienes deseables. En el caso de Brown, su floreciente negocio de zapatos necesita la producción de más accesorios de zapatería, cajas de zapatos y otras coas, por no hablar de estimular servicios como transporte, contabilidad, venta; además, debe emplear a más gente en su operación. En esta profusión de actividad, es seguro que Smith encontrará una ocupación remunerada de algún tipo y aunque su orgullo pueda sufrir por no haber sido capaz de estar a la altura de Brown, su bienestar puede haber mejorado. El viejo dicho es que “la competición es buena para los negocios” y cuando los negocios son “buenos”, prospera toda la sociedad.
A los opositores a la competición les gusta destacar que una gran agregación de capital pone al “pequeño” en desventaja, porque con los medios a su disposición el “grande” puede comprar materias primas en grandes cantidades y por tanto a un precio inferior, para usarlas en la maquinaria más avanzada, para invertir en costosas campañas de ventas. Muy cierto. Dejando aparte el hecho de que todo esto simplemente significa una mayor producción en beneficio de la sociedad, la historia demuestra que la grandeza por sí misma impone restricciones en la producción, a la enorme fábrica le falta la flexibilidad necesaria para atender los caprichos del deseo humano. Brown, el gran fabricante de zapatos, no puede atender al pie que no se ajuste a alguna norma o a los caprichos del cliente fastidioso. Su fábrica está destinada a la producción en masa. Es Smith, que o bien no decidió en convertirse en fabricante o bien no se adaptaba a ese papel, el que debe servir a esta clientela, que siempre crece el proporción al aumento de riqueza de la comunidad: el número de fábricas pequeñas o “tiendas especializadas” sigue el ritmo del número y tamaño de las grandes unidades industriales. De hecho, la fábrica grande reconoce sus limitaciones cuando deja a su competidor más pequeño los trabajos que no pude realizar eficientemente.
No hay nada malo en la competición que no pueda curar la competición. Los defectos de la competición están en los impedimentos que se interponen por la fuerza en su camino: las restricciones, impuestos y regulaciones que perjudican a algunos competidores y dan a otros una posición de monopolio o cuasimonopolio. La competición sirve mejor a la sociedad cuando es libre. En el campo de las diversiones culturales, nadie propondría que se obstaculizara la competición, que se obligara al mejor cantante a actuar bajo condiciones acústicas peores que los segundones o que las diferencias de capacidad artística se igualaran por ley. Hay un acuerdo común en que en estas ocupaciones el veredicto imparcial del mercado es definitivo, aunque decida que el futbolista inferior serviría mejor a la sociedad y a sí mismo conduciendo un camión. Igual que la expectativa de recompensas materiales (el motivo del beneficio) desempeña un papel importante en estimular la deseable competición entre estos especialistas culturales, debería deducirse que la competición entre los dedicados a la producción de cosas materiales es igualmente deseable. El artista también busca satisfacer sus deseos con el mínimo de esfuerzo.
Con respecto al humanitarismo, la libre competición se encomienda a sí misma basándose en que quienes están necesariamente fuera del campo de la producción o parcialmente en él, están en mejor situación en una economía de abundancia que en una economía de escasez. En todo caso debe cuidarse a los disminuidos físicos, los niños y los viejos y su situación es mejor en una familia con la despensa llena.
Repito que esto no pretende ser un libro de economía. Es más bien un intento de demostrar que la economía desempeña un papel grande, si no esencial, en la formación y desarrollo de integraciones e instituciones sociales y para ese fin era necesario dibujar, ampliamente, los principios económicos que sean relevantes para la tesis.
Cualquier investigación de la naturaleza o razón de la sociedad (y sus correspondientes instituciones políticas) debe empezar con un examen de su integrante, el individuo. Cualquier otra aproximación sería como empezar en medio del aire. Pero el individuo resulta ser un fenómeno bastante complicado, con características variables y elusivas, mostrando luces variables en sus costumbres sociales. Debemos dejar estas aparte y buscar un patrón común en la evidencia de su comportamiento, a través de la historia y dondequiera que los encontremos. Este, y no cabe duda sobre ello, es su preocupación sobre cómo ganarse la vida durante toda ella. Su voluntad de vivir le impulsa a ser el “hombre económico”. Incluso las facetas no materiales de su aspecto (metafísicas, culturales y espirituales) están ligadas de una forma u otra con la forma en que se gana la vida. La constancia de su preocupación por la economía indica que debe ser el cimiento sobre el que construya su entorno social, todo lo demás es superestructura.
Así que la sociedad es básicamente un fenómeno económico. Es una agregación de individuos que, por medio de las técnicas que aparecen por la cooperación, mejoran sus circunstancias. Es un medio para aumentar el nivel salarial general: si no llegara ese resultado, tendería a desintegrarse. Las integraciones sociales a las que podemos llamar primitivas son aquellas en las que no se han desarrollado las técnicas económicas, por una razón u otra, mientras que la sociedad avanzada es la que las explota tan completamente como las conozcan los cooperantes. Una sociedad perfecta o tan perfecta como pueda hacerla el conocimiento humano, sería una en la que estas técnicas, colectivamente llamadas mercado, operaran sin fricciones; esto todavía no lo ha visto el mundo, por razones que investigaremos en los siguientes capítulos.
Publicado originalmente el 13 de abril de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
[1] El competidor, como el monopolista, busca el precio más alto que le genere el mayor beneficio neto. Pero como no es capaz de controlar la oferta y por tanto inducir una escasez, su precio más alto es el que la competición le permita cobrar, que es siempre inferior del que le gustaría. En un negocio competitivo, el beneficio neto se divide en intereses sobre la inversión, remplazo del capital y salarios de superintendencia. Solo en un monopolio hay un pequeño extra.
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