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domingo, 31 de enero de 2016

Abundancia por competencia




Las técnicas del mercado evolucionan por el incesante rumbo del hombre hacia una vida más rica y plena. Una técnica que desempeña un papel muy importante en este propósito general es la competencia o rivalidad entre los especialistas por el favor de la comunidad. Aunque los competidores estén motivados por el interés propio, buscando cada uno las costumbres de sus conciudadanos, el efecto de la rivalidad traer abundancia al mercado, para mayor beneficio de la sociedad. Para ganarse el favor para sus ofertas, frente a las ofertas de otros en la misma línea, cada competidor trata de mejorar su capacidad de producción, ya sea en cantidad o calidad, cada uno busca superar a su competencia.
¿Pero qué es la competencia y cómo es determinada por aquellos cuyo comercio se desea? Bajando a la base de las definiciones, la competencia es un grado de rendimiento y la palabra se usa generalmente para designar un grado alto. Su opuesto es la incompetencia, un grado bajo y entre ambas debe haber diversas graduaciones. Un rendimiento es bueno o malo, competente o incompetente, solo en comparación con otros rendimientos.
Si Smith es el único zapatero del pueblo y no conocemos la capacidad de los zapateros en otros pueblos, ¿cómo podemos juzgar sus habilidades? Lo más que podemos hacer bajo esas circunstancias es comparar su rendimiento con lo que podríamos hacer como zapateros aficionados: antes de que llegara era el mejor servicio que teníamos. Supongamos que nuestro zapatero monopolista es una persona decente y que hace lo máximo que puede por nuestro calzado. Pero no se ve obligado a hacerlo mejor y su máximo puede estar determinado por su conciencia del estado de su salud. Como al resto de nosotros, no le gusta el fastidio y la fatiga del trabajo duro y trata de cumplir con el mínimo de esfuerzo. Como no podemos llevarnos nuestro negocio a otro lugar y Smith lo sabe, su inclinación natural es adoptar una actitud de “solo hacerlo lo bastante bien” en su habilidad y a la hora de fijar precios sigue la regla de “todo el negocio que pueda aceptar”. La única restricción a su impulso de monopolio es la posibilidad de forzar a sus clientes a reparar ellos mismos sus zapatos y perder su negocio.
Solo cuando Brown abre una tienda rival en el pueblo, Smith se ve obligado a mirar y estudiar su competencia. Para atraer negocio, el recién llegado pide menos que el anterior monopolista o mejora la calidad de su trabajo; es te último replica ofreciendo poner suelas “mientras esperan”; Brown inventa, o compra a un inventor, una máquina que le permite recortar sus costes laborales, terminar más encargos en el mismo tiempo y por tanto cobrar menos que Smith y así sucesivamente. Cada uno mejora su rendimiento de alguna manera, no por compasión por sus clientes, sino debido a su propio bienestar. Sin embargo es la comunidad la que se beneficia por el aumento de nivel y muestra su aprecio acudiendo al especialista que, considerando todo, sirva mejor a sus intereses. Aplauden el rendimiento, no al que rinde.
La medición práctica de la competencia es la cuenta de pérdidas de y ganancias del competidor, pues en ella están registrados los votos favorables y desfavorables de la sociedad a la que sirve. Así que la renta del mecánico de automóviles refleja las reparaciones que efectuó, los beneficios del fabricante muestras su capacidad de producir que se desea, el salario del genio de la gestión deriva a la línea de producción. Cada uno fue recompensado por la sociedad por su rendimiento, comparado con los rendimientos de sus competidores, y su ganancia es prueba suficiente de que la sociedad ha ganado. De esto se deduce por tanto que una sociedad de competidores ricos es una en la que el nivel salarial, o fondo general de satisfacción, es alto.
La llegada de Brown puede ser un beneficio para la comunidad, pero para Smith es una incomodidad. Hasta entonces, su artesanía y el precio que cobraba por su servicio se fijaban a su propia comodidad, pero ahora se ve obligado a cumplir con patrones establecidos por otro. El impulso monopolista que tiene, que comparte con todos los seres humanos, se ve perturbado. Por tanto Smith se inclina por impedir que Brown ofrezca el servicio competitivo de su negocio y bajo condiciones primitivas podría recurrir a las armas. Como una sociedad en crecimiento desaprueba esos métodos rudos, recurre a un uso más sofisticado de la fuerza, el de convencer a sus vecinos de que la escasez de alguna manera mejora su suerte; de que debería impulsarse la “industria local”; de que Brown es un ser humano inferior y por tanto un perjuicio para la comunidad; de que precios más bajos ponen en peligro la “economía en general”. Tal vez su argumento sea convincente porque cada uno de sus vecinos tenga la esperanza de una posición monopolística propia, de conseguir algo a cambio de nada; en todo caso, logra usar la fuerza colectiva para alcanzar su propósito privado. Y de ahí vienen las leyes productoras de escasez, como los aranceles protectores, las leyes de exclusión, las prohibiciones de dispositivos que ahorran trabajo, las restricciones al comercio o los impuestos a las empresas. O se impide a Brown ofrecer sus servicios a la comunidad o sus bienes se mantienen fuera del mercado o se grava con un impuesto a su maquinaria mejorada o tal vez un sindicato le impida usarla. Es por la fuerza como Smith mantiene su cómodo puesto de monopolio, es por la fuerza como se impide que la competencia enriquezca el mercado.
Es una extraña circunstancia que esas medidas productoras de escasez no se apliquen por sí mismas, sencillamente porque el impulso monopolístico se contrarresta con la mayor petición de abundancia del ser humano y el conflicto genera un incumplimiento legal de los mismos que aprueban las leyes. De ahí viene la práctica del contrabando, la evasión de impuestos, el estraperlo, así como el recurso a sustitutivos para el producto que se ha hecho escaso debido al monopolio. No sorprende que los vecinos de Smith, que le ayudaron a evitar la competencia, guarden para sí mismos métodos sinuosos para recibir los servicios de Brown.
Cuando se logra una posición de monopolio, cuando se elimina o restringe la competición, la competencia adquiere un nuevo significado. Ya no designa un patrón de rendimiento fijado en el mercado. El monopolista, el que controla la oferta de un producto o servicio deseable, regula su rendimiento con una sola fórmula: el mayor precio que le genere el mayor beneficio neto. Si aumenta la producción más allá de un punto predeterminado, debe bajar el precio para inducir un mayor consumo y no gana nada. Si aumenta el precio, el consumo disminuirá y lo mismo pasará con su beneficio neto. La competencia en un monopolio consiste por tanto en encontrar (por el método de prueba y error) la relación exacta entre precio y rendimiento que genere beneficios. La cuenta de pérdidas y ganancias de un una empresa monopolística refleja solo en parte el servicio que ha rendido a la sociedad: también incluye un precio de exacción hecho posible por la escasez que ha sido capaz de causar.[1]
La clave para el monopolio es la escasez. Algunas escaseces son naturales, como los depósitos de mineral y los terrenos: no hay forma de que los humanos los dupliquen. La propiedad o control de estas oportunidades limitadas de producir permiten al monopolista conseguir una renta por su uso. La renta se fija por su escasez relativa o por el rendimiento de cualquier lugar concreto por encima de cualquier otro sitio disponible para su uso. En realidad, la renta se fija por competición entre usuarios o productores por la posesión exclusiva de estos lugares.
Otras escaseces se crean por ley y el mecanismo por el que se llevan a cabo estas escaseces es siempre una restricción coactiva de la competición. Aunque las medidas restrictivas sean a veces urdidas por personas o grupos en busca de un precio de monopolio, tienen poca eficacia hasta que se implantan con el brazo fuerte de la ley, como cuando se imponen regulaciones comerciales, se trata de fijar precios, se subvenciona a productores ineficientes a costa de los eficientes, se permite a los sindicatos poner límites a la empresa o se concede privilegios especiales a personas favorecidas. Esto nos lleva a una consideración del papel desempeñado en la economía por la organización política de la sociedad, que debemos dejar para un capítulo posterior. Por ahora, dejamos el asunto con esta observación: no puede haber un bloqueo efectivo de la necesidad de abundancia del hombre mediante la competición sin la ayuda de la ley. Es decir, todo dispositivo que cree escasez se basa en la coacción política.
De hecho, quienes denuncian la competición por motivos pseudohumanitarios buscan que la ley la restrinja, aunque reclamen que la ley impida las exacciones de monopolio que se posibilitan con dicha restricción. Su argumento es que quienes posean menos habilidades tendrían un perjuicio en la lucha competitiva y se verían dañados si no se somete a los más competentes. (A veces piden desalentar la iniciativa proponiendo que se vean gravados los beneficios que genera esta, a veces contemplan la tarea imposible de erradicar completamente el motivo del beneficio). ¿Pero cómo puede algún miembro de la sociedad verse dañado por una abundancia en el mercado? Si Brown, debido a su mayor habilidad o industria, le quita el negocio de los zapatos a Smith, su éxito es una prueba de que ha rendido un servicio mayor a los miembros de la comunidad: están mejor debido a su eficiencia. Ha fabricado mejores zapatos o una mayor variedad de estilos y tamaños o mediante métodos mejorados ha rebajado sus costes y reducido precios. Pero su eficiencia no tiene sentido si no se compran sus zapatos: comprar sus zapatos significa que ha comprado algo que quiere. Es decir, cualquier aumento en la producción de algo deseable exige la producción de otros bienes deseables.  En el caso de Brown, su floreciente negocio de zapatos necesita la producción de más accesorios de zapatería, cajas de zapatos y otras coas, por no hablar de estimular servicios como transporte, contabilidad, venta; además, debe emplear a más gente en su operación. En esta profusión de actividad, es seguro que Smith encontrará una ocupación remunerada de algún tipo y aunque su orgullo pueda sufrir por no haber sido capaz de estar a la altura de Brown, su bienestar puede haber mejorado. El viejo dicho es que “la competición es buena para los negocios” y cuando los negocios son “buenos”, prospera toda la sociedad.
A los opositores a la competición les gusta destacar que una gran agregación de capital pone al “pequeño” en desventaja, porque con los medios a su disposición el “grande” puede comprar materias primas en grandes cantidades y por tanto a un precio inferior, para usarlas en la maquinaria más avanzada, para invertir en costosas campañas de ventas. Muy cierto. Dejando aparte el hecho de que todo esto simplemente significa una mayor producción en beneficio de la sociedad, la historia demuestra que la grandeza por sí misma impone restricciones en la producción, a la enorme fábrica le falta la flexibilidad necesaria para atender los caprichos del deseo humano. Brown, el gran fabricante de zapatos, no puede atender al pie que no se ajuste a alguna norma o a los caprichos del cliente fastidioso. Su fábrica está destinada a la producción en masa. Es Smith, que o bien no decidió en convertirse en fabricante o bien no se adaptaba a ese papel, el que debe servir a esta clientela, que siempre crece el proporción al aumento de riqueza de la comunidad: el número de fábricas pequeñas o “tiendas especializadas” sigue el ritmo del número y tamaño de las grandes unidades industriales. De hecho, la fábrica grande reconoce sus limitaciones cuando deja a su competidor más pequeño los trabajos que no pude realizar eficientemente.
No hay nada malo en la competición que no pueda curar la competición. Los defectos de la competición están en los impedimentos que se interponen por la fuerza en su camino: las restricciones, impuestos y regulaciones que perjudican a algunos competidores y dan a otros una posición de monopolio o cuasimonopolio. La competición sirve mejor a la sociedad cuando es libre. En el campo de las diversiones culturales, nadie propondría que se obstaculizara la competición, que se obligara al mejor cantante a actuar bajo condiciones acústicas peores que los segundones o que las diferencias de capacidad artística se igualaran por ley. Hay un acuerdo común en que en estas ocupaciones el veredicto imparcial del mercado es definitivo, aunque decida que el futbolista inferior serviría mejor a la sociedad y a sí mismo conduciendo un camión. Igual que la expectativa de recompensas materiales (el motivo del beneficio) desempeña un papel importante en estimular la deseable competición entre estos especialistas culturales, debería deducirse que la competición entre los dedicados a la producción de cosas materiales es igualmente deseable. El artista también busca satisfacer sus deseos con el mínimo de esfuerzo.
Con respecto al humanitarismo, la libre competición se encomienda a sí misma basándose en que quienes están necesariamente fuera del campo de la producción o parcialmente en él, están en mejor situación en una economía de abundancia que en una economía de escasez. En todo caso debe cuidarse a los disminuidos físicos, los niños y los viejos y su situación es mejor en una familia con la despensa llena.
Repito que esto no pretende ser un libro de economía. Es más bien un intento de demostrar que la economía desempeña un papel grande, si no esencial, en la formación y desarrollo de integraciones e instituciones sociales y para ese fin era necesario dibujar, ampliamente, los principios económicos que sean relevantes para la tesis.
Cualquier investigación de la naturaleza o razón de la sociedad (y sus correspondientes instituciones políticas) debe empezar con un examen de su integrante, el individuo. Cualquier otra aproximación sería como empezar en medio del aire. Pero el individuo resulta ser un fenómeno bastante complicado, con características variables y elusivas, mostrando luces variables en sus costumbres sociales. Debemos dejar estas aparte y buscar un patrón común en la evidencia de su comportamiento, a través de la historia y dondequiera que los encontremos. Este, y no cabe duda sobre ello, es su preocupación sobre cómo ganarse la vida durante toda ella. Su voluntad de vivir le impulsa a ser el “hombre económico”. Incluso las facetas no materiales de su aspecto (metafísicas, culturales y espirituales) están ligadas de una forma u otra con la forma en que se gana la vida. La constancia de su preocupación por la economía indica que debe ser el cimiento sobre el que construya su entorno social, todo lo demás es superestructura.
Así que la sociedad es básicamente un fenómeno económico. Es una agregación de individuos que, por medio de las técnicas que aparecen por la cooperación, mejoran sus circunstancias. Es un medio para aumentar el nivel salarial general: si no llegara ese resultado, tendería a desintegrarse. Las integraciones sociales a las que podemos llamar primitivas son aquellas en las que no se han desarrollado las técnicas económicas, por una razón u otra, mientras que la sociedad avanzada es la que las explota tan completamente como las conozcan los cooperantes. Una sociedad perfecta o tan perfecta como pueda hacerla el conocimiento humano, sería una en la que estas técnicas, colectivamente llamadas mercado, operaran sin fricciones; esto todavía no lo ha visto el mundo, por razones que investigaremos en los siguientes capítulos.

Publicado originalmente el 13 de abril de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
[1] El competidor, como el monopolista, busca el precio más alto que le genere el mayor beneficio neto. Pero como no es capaz de controlar la oferta y por tanto inducir una escasez, su precio más alto es el que la competición le permita cobrar, que es siempre inferior del que le gustaría. En un negocio competitivo, el beneficio neto se divide en intereses sobre la inversión, remplazo del capital y salarios de superintendencia. Solo en un monopolio hay un pequeño extra.

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