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viernes, 29 de abril de 2016

La fachada intelectual para el socialismo




Comparada con la vida en los países de Occidente –donde el sector socializado es considerable– la vida en el socialismo total es miserable. El estándar de vida es tan deplorable que, en 1961, el gobierno de la socialista Alemania Oriental construyó un sistema de muros, alambre de púas, cercas electrificadas, campos minados, dispositivos de tiro automático, torres de vigilancia, perros amaestrados y vigilantes, a lo largo de 900 millas, para evitar que la gente huyera del socialismo.
La evidencia empírica muestra que el socialismo es un fracaso evidente. Y la causa del fracaso socialista es transparente como el cristal: casi no existe propiedad privada de los medios de producción, y casi todos los factores de producción son de propiedad común de la misma manera en que los estadounidenses son dueños del Servicio Postal.
¿Por qué entonces, gente aparentemente seria todavía promueve el socialismo? Y, ¿por qué existen aún millares de científicos sociales que quieren poner más y más factores de producción bajo control social en vez de control privado?
Por una parte, claro, algunos socialistas pueden ser simplemente malévolos. Puede que no tengan nada contra la miseria, especialmente si es solamente la miseria de otros y están a cargo de administrarla mientras viven muy bien, en realidad.
Pero estoy interesado en aquellos que promueven el socialismo porque es supuestamente más “productivo” que el capitalismo. Ellos alegan que la evidencia que demuestra lo contrario, como en Alemania Oriental, está fuera de lugar o probablemente es accidental.
Pero, ¿cómo puede alguien negar que las experiencias de Alemania Oriental o Rusia constituyen una evidencia decisiva contra el socialismo? ¿Cómo puede cierta gente salirse con la suya al divulgar la visión absurda de que la evidencia contra el socialismo es meramente fortuita?
La respuesta radica en la -aparentemente respetable- filosofía empirista. Es el empiricismo lo que escuda al socialismo de su refutación por cuenta de su propio fracaso, y le da al socialismo la credibilidad que aún tiene.
Es por eso que la crítica misesiana del socialismo ataca tanto el socialismo como el empirismo. Ésta explica que existe una necesaria conexión entre el socialismo y los bajos estándares de vida; la experiencia rusa no es accidental; y el esfuerzo del empirista de hacerla parecer un accidente está fundamentado en el error intelectual.
El empirismo está basado en dos presunciones fundamentales: primero, uno no puede saber nada sobre la realidad con certeza de forma a priori; y segundo, una experiencia no puede probar definitivamente que la relación entre dos o más eventos existe o no. Si se utilizan estas dos premisas como el punto de partida, es fácil despreciar las refutaciones empíricas del socialismo.
El socialista empirista no niega los hechos. De hecho admitirá -muy a su pesar- que los estándares de vida son deplorables en Rusia y en Europa del Este (al momento del artículo). Pero alega que esa experiencia no constituye una prueba en contra del socialismo. En vez de eso, dice el empirista, que las condiciones miserables son el resultado de circunstancias olvidadas o no controladas que serán abordadas en el futuro, luego del cual todos verán que el socialismo significa estándares de vida más altos.
De la mano del empirismo, incluso las abrumadoras diferencias entre Alemania Oriental y Alemania Occidental pueden ser explicadas entonces completamente. El empirista dice, por ejemplo, que se debe a la ayuda del Plan Marshall recibida por Alemania Occidental mientras que Alemania Oriental tuvo que pagar reparaciones a la Unión Soviética; o porque la Alemania Oriental incluía las provincias rurales y menos desarrolladas de Alemania; o debido a que la mentalidad esclavista no fue desechada en la región oriental si no hasta más tarde relativamente; etc., etc.
Ni siquiera el experimento más perfectamente controlado puede sacarnos de este predicamento, porque es imposible controlar cada variable que pueda concebirse como influyente en la variable que tratamos de explicar. Ni siquiera conocemos todas las variables que componen el universo, lo que deja todas las preguntas abiertas a experiencias de reciente descubrimiento.
De acuerdo con el empirismo, no existe forma en que se pueda descartar ningún evento como una causa posible de alguna otra cosa. Incluso las cosas más absurdas –dado que hayan acontecido antes en el tiempo- pueden ser causas probables. Por lo tanto el número de excusas no tiene fin.
El socialista empirista puede descartar cualquier cargo que se le levante al socialismo siempre y cuando esté basado solamente en evidencia empírica. Puede alegar que debido a que no podemos saber el resultado de las políticas socialistas en el futuro, debemos probarlas y dejar que la experiencia hable por sí sola. Y no importa que tan malos sean los resultados, el socialista empirista puede rescatarse a si mismo culpando a alguna variable -hasta el momento olvidada- que parezca más o menos plausible. Formulará una nueva hipótesis revisada, y debe supuestamente ponérsela a prueba durante tiempo indefinido.
El empirista dice que la experiencia puede decirle que un esquema de política socialista no alcanzó el objetivo de producir más riqueza. Pero nunca podrá decirle si uno ligeramente distinto producirá mejores resultados. Ni podrá la experiencia decirle que es imposible mejorar la producción de bienes y servicios, o elevar los estándares de vida, a través de cualquier política socialista.
Ahora vemos que tan dogmática es en realidad la filosofía empirista. Muy al contrario de su supuesta apertura y apego a la experiencia, el empirismo es una herramienta intelectual que le inmuniza a uno completamente de la crítica y la experiencia. Es el medio perfecto para la deshonestidad intelectual que permite escudar al socialismo de la deslumbrante verdad de su propio fracaso.
Los aportes económicos de Mises demuestran que el socialismo falla porque viola los principios irrefutables de la Economía –entre ellos la ley de intercambio, la ley de utilidad marginal decreciente, la ley ricardiana de asociación, la ley de controles de precios, y la teoría cuantitativa del dinero- que pueden ser deducidas del axioma de la acción humana mediante la lógica aplicada. Y por lo tanto podemos saber –de antemano y con absoluta certeza- las consecuencias del socialismo dondequiera que se lo aplique.
Si queremos desenmascarar al socialismo, debemos atacar el absurdo error intelectual que representa el empirismo. Y si queremos derrotar al socialismo, debemos consolidar un sólido argumento misesiano basado en la lógica de la acción humana y las irrefutables leyes de la Economía.
Publicado originalmente en The Free Market, Febrero 1988 Volumen VI, Número 2.
Traducido por Juan Fernando Carpio

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