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viernes, 29 de abril de 2016

El firme pesimismo del papa Francisco alimenta su fe en la política




La nueva encíclica del papa Francisco “Sobre el cuidado de la casa común” ha sido publicada con grandes aclamaciones de los medios de comunicación. Una agencia alemana de noticias declara: “La encíclica papal podría romper el punto muerto del cambio climático”. “Las opiniones del papa francisco sobre el cambio climático suponen un reto moral para muchos aspirantes del Partido Republicano”, declara US News and World Report. Desde hace  muchas décadas, ningún documento papal se ha usado tan fácilmente como herramienta política y electoral partidista.

De hecho normalmente nunca nos hemos ocupado de un documento papal en mises.org. Por ejemplo, “Caritas in Veritate” de Benedicto XVI, se publicó sin ninguna mención en los círculos del libre mercado.

Por otro lado, este papa es mucho más político que la mayoría de los papas modernos. Esta nueva encíclica, combinada con su primera “Evangelii Gaudium”, contienen numerosas afirmaciones sobre política pública que derivan de una visión histórica y política mundial concreta.

¿Y cuál es la visión mundial de este papa? Bueno, es una visión de un firme pesimismo. Según Francisco, el mundo está a punto de derrumbarse a nuestro alrededor. Los pobres se están haciendo más pobres, afirma. Las desigualdades entre ricos y pobres son peores que nunca, dice. La contaminación nos hace más enfermos que nunca, deduce. Y los requisitos básicos para sostener la vida humana se están haciendo más inaccesibles que nunca. Estas afirmaciones sirven a un fin: ilustrar que el auge de la industrialización y las economías de mercado (un fenómeno moderno) son la cusa de estos males sociales y medioambientales.

La visión del mundo de Francisco no se ajusta a los hechos

Al pintar una imagen del mundo del que Francisco dice que parece “un inmenso depósito de porquería”, Francisco está ignorando un montón de datos empíricos con los que puede demostrarse que sus afirmaciones son erróneas simple y factualmente.
Por ejemplo, cuando Francisco publicó “Evangelii Gaudium”, muchos descubrieron que el documento se basaba en una visión del mundo en la que el nivel de vida mundial estaba disminuyendo firmemente, cuando los datos empíricos, en realidad, sugieren lo contrario. Marian Tupy, en The Atlantic, escribía en aquel entonces:
Pero aquí está el problema: El mundo distópico que describe Francisco, sin citar una sola estadística, no se corresponde con la realidad. Al apelar a nuestros miedos y pesismismo, el papa no reconoce el ámbito y rapidez de los logros humanos, ya sean medidos mediante la disminución de desigualdad global y la violencia o la creciente prosperidad y esperanza de vida.
A continuación Tupy cita esto de Francisco:
no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad.
Por desgracia, este párrafo (bastante sensiblero, es verdad) podría ser cierto para cualquier momento en la historia humana y aun así es menos cierto ahora de lo que lo era en el pasado. Francisco no parece entender esto. Una cosa es advertir (como debería hacer cualquier clérigo cristiano) que las penas de los pobres requieren nuestra atención y acción caritativa. Algo completamente distinto es hacer afirmaciones insostenibles de que la situación está empeorando.
Igualmente, con esta nueva encíclica, Francisco se ocupa de problemas medioambientales y procede a enumerar una larga lista de riesgos para la vida y el bienestar humanos, muchos de los cuales supone que son modernos y algunos nuevos y que las cosas también se aceleran en dirección negativa. Esta opinión de hace especialmente patente cuando dice:
Por eso es posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se presentan, y «la posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece constantemente» (…)está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo.
La salud humana se ve cada vez más asolada por la contaminación diaria, sugiere Francisco. Y aun así, cualquier familiarizado con el estado real del desarrollo económico mundial duda de estas afirmaciones.
En un editorial en el Catholic HeraldPhilip Booth escribe:
En primer lugar, como es habitual en el papa Francisco, su análisis del estado económico del mundo es inapropiadamente pesimista. Es correcto decir que la contaminación lleva a muertes prematuras. De hecho, muchos argumentarían que el cambio climático hará eso y algunos que ya lo hace. Pero hay compensaciones. Y el telón de fondo es de enormes mejoras en la esperanza de vida y la salud debido al desarrollo económico que está teniendo lugar- De hecho, en muchas partes del mundo, el medio ambiente está mejorando enormemente.
Revisemos los hechos reales:

Como señala Booth, la contaminación del aire lleva a problemas reales de salud. Pero para ver esto funcionando, no deberíamos mirar a los países ricos, sino a países que han rehuido por mucho tiempo la economía de mercado. China, por ejemplo (que no está en la lista de los países más libres de nadie) es pionera en verter contaminantes al agua y el aire. Igualmente, durante la mayoría del siglo XX, la contaminación más lamentable se encuentra en el mundo comunista, que continuaba con sus chimeneas escupiendo humo mucho después de que el mundo capitalista hubiera limpiado su propio aire. En otras palabras, hay una solución a estos problemas y es la parte más orientada al mercado del mundo la que la ha encontrado.

Entretanto, el Banco Mundial informa de “disminuciones notable en la pobreza mundial” y la ONU informa de que “la pobreza mundial está encogiéndose rápidamente”. La American Association for the Advancement of Science reporta que la esperanza de vida en todo el mundo ha aumentado constantemente durante casi 200 años. El Institute for Health Metrics and Evaluation reporta que la esperanza de vida ha estado aumentando mientras que la tasa de mortalidad por enfermedad continúa cayendo. Que la bomba poblacional que se nos advirtió nunca estalló.

Adenmás, si usamos los datos económicos para hacer comparaciones reales entre esos países que están más orientados al mercado frente los que lo están menos, descubrimos que son las economías de mercado las que proporcionan condiciones mejores y más higiénicas para los pobres. Para ilustrar esto, solo tenemos que plantear una pregunta: “¿preferirías ser pobre en Estados Unidos o en la India? ¿Preferirías ser pobre en Suecia o en Bolivia?” A pesar de su reputación como paraíso socialista, el hecho es que Suecia es mucho más capitalista y orientado al mercado que los países menos capitalistas que Francisco parece pensar que están más cercanos a lo ideal. Y EEUU, con todos sus defectos, es un país en el que los pobres tienen televisores y aire acondicionado.

Por desgracia, para Francisco es necesario mantenerse en su pesimismo para plantear su tesis principal y esencial: El avance de la economía de mercado en todo el mundo ha hecho de este un lugar peor.

La industrialización y las economías de mercado han producido riqueza y vidas más largas

Pero, igual que la esperanza de vida de los humanos en todo el mundo ha estado aumentando durante los últimos 200 años, lo mismo ha hecho la industrialización, el libre comercio y una vuelta a los mercados en lugar de economías dirigidas y autarquías.

Esta es una verdad incómoda para Francisco y la izquierda, pero no hace falta hilar fino en los datos para ver que más gente vive más tiempo con más acceso a comida y atención sanitaria que nunca antes. La “revolución verde” exportada por los países ricos ha alimentado al mundo y la atención sanitaria proporcionada por los países ricos ha curado muchas enfermedades del mundo.

Al mismo tiempo, el mundo está en medio de una enorme migración de las áreas rurales a las ciudades, no porque las ciudades sean tan horrorosas y sucias, sino porque la industrialización (frente al trabajo ingente y laborioso en un campo de arroz) ofrece una posibilidad de más paga, una renta más segura y una posibilidad de disfrutar de algún extra por primera vez en sus vidas.

Francisco mira el mundo y sigue viendo mucha gente en pobreza extrema y sujeta a la endeblez de la vida que marcó a la humanidad durante la mayoría de su existencia. Ninguna persona seria niega que existan estas cosas. Sin  embargo, lo que propone ahora Francisco es un plan para perjudicar a las instituciones que proporcionan la solución.
Y, en definitiva, el pesimismo de Francisco le lleva a recurrir a la política y el gobierno. Si crees que estás en medio de una crisis sin precedentes, tiene sentido pulsar el botón del pánico y entregar el mundo a los “expertos” que cambiarán las cosas. Así vemos en la obra de Francisco una llamada para que los gobiernos, mediante la coacción, libren al mundo de contaminación, hagan ricos a los pobres y fuertes a los débiles.

Religión frente a política

Pero qué gran contraste resulta este con el predecesor de Francisco, Juan Pablo II (que era conocido por su optimismo). Francisco recurre a las instituciones humanas y nuevos programas humanos, nuevos expertos humanos y nuevas iniciativas humanas para resolver los problemas del mundo. Juan Pablo II, sin embargo, adoptaba una postura muy distinta, escribiendo en un documento de 2000:
«¿Qué hemos de hacer?» (…)
Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona [es decir, Jesús] (…)
No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva.
Advirtamos la prevalencia del lenguaje religioso, no hace falta ser cristiano para ver aquí el contraste. Juan Pablo II, como líder religioso, anima a su audiencia (en un tema recurrente en sus escritos) a recurrir a la virtud personal como solución a los males del mundo. Francisco, por el contrario, busca las instituciones políticas en sus dos principales escritos.
Francisco está siguiendo una explicación secular concreta en la que el llamado “neoliberalismo” ha robado al mundo su supuesta abundancia y bondad. En su equivocada nostalgia pesimista, luego recurre a perder las ganancias materiales de siglos recientes mediante la acción del gobierno. Es una postura desafortunada y que no se ajusta bien a la de un líder religioso.

Publicado originalmente el 19 de junio de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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