Buscar este blog

martes, 29 de diciembre de 2015

El salario mínimo en Europa: de los 'cero' euros de Suiza a los 1.923 de Luxemburgo

En Alemania no existía salario mínimo fijado por ley hasta 2015





elEconomista.es


El salario mínimo en 22 de los 28 países de la Unión Europea, que lo tienen fijado por ley o convenio intersectorial, oscila entre los 1.923 euros mensuales de Luxemburgo a los 194 euros de Bulgaria o las 'cero' euros de Dinamarca que no tiene un salario mínimo fijado por ley, según los datos de Eurostat referidos al segundo semestre de 2015. En seis países de la UE no hay salario mínimo marcado por ley, es decir, el trabajador y la empresa deciden cuál va a ser la remuneración. Estos países son Dinamarca, Italia, Chipre, Austria, Finlandia y Suecia. Otro país que no tiene salario mínimo en Europa es Suiza.



España ha sido este año el noveno país europeo en función de la cuantía de su salario mínimo, con 757 euros (los salarios mínimos calculados por Eurostat están en importes brutos, es decir, antes de la deducción del impuesto sobre la renta o IRPF y las cotizaciones a la seguridad social), aunque se sitúa en un segundo bloque, el de los países con retribuciones entre los 500 y 1.000 euros.
Este año, siete estados miembros cuentan con un salario mínimo superior a los 1.000 euros mensuales, encabezado por Luxemburgo (1.923) y seguido por Reino Unido (1.510), Holanda (1.508), Bélgica (1.502), Alemania (1.473), Irlanda (1.462) y Francia (1.458).


Un segundo bloque, con los cinco estados miembros con salarios mínimos que oscilan entre los 500 y los 1.000 euros, está encabezado por Eslovenia (791) y seguido por España (757), Malta (720), Grecia (684) y Portugal (589).


Por último y en un tercer bloque, el de aquellos países con salarios inferiores a los 500 euros, se sitúan Polonia (418), Croacia (399), Estonia (390), Eslovaquia (380), Letonia (360), República Checa (338), Hungría (333), Lituania (325), Rumanía (235) y Bulgaria (194).


Salario mínimo por horas



Por horas y según datos recabados por Efe, el salario mínimo en Reino Unido varía según la edad: 9 euros por hora para mayores de 21 años; 7,1 euros para el tramo de edad comprendido entre 18 y 21, y 5,2 euros para los menores de 18 años.


En Irlanda, el salario mínimo se ha mantenido invariable desde 2007 en 8,65 euros para las personas con experiencia laboral, mientras que en Alemania es algo menor, 8,5 euros por hora. En Alemania hay que destacar que no existía salario mínimo hasta 2015.


El curioso caso de Suiza



En Suiza tampoco hay salario mínimo como se destaca en el primer párrafo, si bien es cierto que en mayo de 2014 se celebró un referéndum para fijar una retribución de este tipo que fue rechazada por más del 70% de los suizos.


Si dicha propuesta se hubiese aprobado, Suiza contaría con el salario mínimo más alto de toda Europa, unos 4.050 euros al mes para un empleo a tiempo completo de 42 horas a la semana.
Los economistas liberales suelen argumentar que establecer un salario mínimo por ley obstaculiza la contratación y las relaciones laborales. Sin un salario mínimo específico es más fácil que se alcance el pleno empleo y por tanto lograr incrementos 'naturales' a largo plazo del salario medio. Cuando se alcanza el pleno empleo las empresas se pueden ver obligadas a incrementar la remuneración de sus trabajadores para mantenerlos o para contratar más factor trabajo.


Salarios mínimos por países

Alemania 1.473,00
Bélgica 1.501,82
Bulgaria 194,29
Croacia 398,90
España 756,70
Eslovaquia 380,00
Eslovenia 790,73
Estonia 390,00
Francia 1.457,52
Grecia 683,76
Holanda 1.507,80
Hungría 333,41
Irlanda 1.461,85
Letonia 360,00
Lituania 325,00
Luxemburgo 1.922,96
Malta 720,46
Polonia 417,55
Portugal 589,17
Reino Unido 1.509,70
República Checa 337,58
Rumanía 234,77

Contra la vergonzosa lista de morosos




La mayoría de deudores son empresas quebradas, sin capacidad de pago

Supone un ataque a los pocos derechos que conservan los contribuyentes


El artículo 42 del Reglamento de desarrollo de la Ley Orgánica de protección de datos establece que un ciudadano sólo podrá acceder a ficheros que contengan información personal sobre el incumplimiento de las obligaciones dinerarias de otro ciudadano cuando lo requiera para enjuiciar su solvencia económica. Y, más en particular, se entenderá que nos encontramos ante esta situación cuando concurran alguna de estas tres circunstancias: que ambos mantengan una relación contractual no vencida; que una parte pretenda celebrar con la otra parte un contrato que implique un pago aplazado; que una parte pretenda contratar con la otra un servicio de facturación periódica.


Parece bastante evidente que la reciente publicación de la lista de grandes morosos fiscales por parte del Ministerio de Hacienda no se acoge a ninguno de estos tres supuestos. Todos los españoles hemos accedido a semejante información con absoluta desprotección para los afectados y en unas condiciones que el propio Estado considera merecedoras de sanción según el susodicho Reglamento. Y, sin embargo, la medida ha contado con el cuasi unánime plácet de las fuerzas políticas, de los medios de comunicación y de la sociedad española en general.

El simplón y lamentable argumento empleado para justificar este atentado contra los derechos de algunas personas es que estamos ante una medida ejemplarizante para evitar futuras moras entre los contribuyentes españoles. Un argumento que, pese a su debilidad, apenas ha recibido ninguna contestación: como si, en efecto, bastara con apelar abstractamente a la ejemplaridad impositiva para validar cualquier razonamiento por endeble que resulte.

Y es que, de entrada, la propia ejemplaridad de la medida resulta más que dudosa. La mayoría de grandes morosos fiscales que figuran en la lista son empresas quebradas sin ninguna capacidad de pago, tanto al Fisco como al resto de sus acreedores privados. Muchos otros son particulares que han recurrido el acta de la inspección fiscal a la que han sido sometidos no por deseo de defraudar, sino debido a una distinta interpretación del marasmo de normativas tributarias existentes, todas ellas repletas de incoherencias, vaguedades y ambigüedades. ¿En qué sentido, pues, dará ejemplo la lista? ¿Acaso desincentivará que las empresas yerren al invertir y, consecuentemente, entren en concurso de acreedores? ¿O a que una legislación deliberadamente compleja se simplifique a ojos de todo el mundo? De ningún modo: de hecho, si la mayoría de grandes morosos fiscales no pagan a Hacienda no es porque no quieran, sino porque no pueden: a la postre, su acreedor ya es el Estado y éste posee toda la capacidad coactiva necesaria para resarcirse de sus créditos... si es que ello fuera posible.

Pero aun cuando, en efecto, la medida sí fuera ejemplarizante, no por ello puede justificarse cualquier conculcación de los derechos individuales. Si fuera así, seguiríamos cortándoles la mano a los ladrones o colocando en la picota a los delincuentes comunes: la ejemplaridad debe estar sometida a la proporcionalidad entre el ilícito jurídico y la sanción. Sanciones desproporcionadas podrán ser ejemplarizantes, pero no serán justas. Y si en este caso consideramos proporcional dar absoluta publicidad a la información personal de los morosos, ¿por qué no aplicamos el mismo criterio a los morosos de deudas privadas? ¿Por qué no publicamos las listas de todos aquellos que adeuden el pago de importantes sumas de dinero a bancos, empresas o particulares?

Al final, de esta legitimación social a la publicación de la lista de grandes morosos fiscales, sólo cabe extraer dos inquietantes conclusiones. La primera es que aplicamos un doble rasero para juzgar los comportamientos del Estado y los del resto de la sociedad: aquello que consideraríamos delictivo en un particular -abrir al público un registro de deudores morosos-lo juzgamos loable para el Estado, aun cuando en este caso concreto debería ser justo al revés, dado que resulta mucho más grave la mora en una deuda que hemos contraído voluntariamente (deuda privada) que la mora en una deuda que nos ha venido impuesta sin nuestro consentimiento (deuda tributaria).

La segunda, y derivada de la anterior, es que el interés del Estado -amedrentar a la población para que cumpla puntualmente con sus obligaciones tributarias- se halla por encima de los derechos individuales: el Estado, a diferencia de cualquier otro ciudadano, tiene patente de corso para violar lo que incluso él mismo define como derechos individuales (la privacidad y el acceso restringido a la información personal de deudores morosos). ¿Cuál es el límite a este principio que dinamita el imperio de la ley en favor de la arbitrariedad de la casta política? ¿Aquel que al propio Estado le venga en gana?

En suma, la publicación de esta lista de grandes morosos fiscales constituye un vergonzoso ataque a los poquísimos derechos que todavía conservan los contribuyentes. Resulta desmoralizador contemplar cómo la mayoría de ciudadanos aplaude ciegamente esta agresión estatal contra los derechos de unas pocas personas por el mero hecho de que no les afecta a ellos directamente y de que esperan rascar alguna migaja del gasto público adicional que podría sufragarse con una recaudación tributaria algo mayor. Así no.

Niño Becerra: "El salario mínimo en España no hace falta que suba más"

El factor trabajo es y va a ser menos necesario con el tiempo


Santiago Niño Becerra, catedrático de Estructura Económica de la Universidad Ramón Llull, cree que no tiene sentido subir más el salario mínimo en España porque el el factor trabajo (los trabajadores) cada vez son menos importantes para producir. Por lo tanto, no se debería incrementar la remuneración de un factor que está perdiendo protagonismo en el proceso productivo, lo que hay que buscar son fórmulas para que esa población tenga una calidad de vida aceptable.


Becerra explica en La Carta de la Bolsa,  "el salario mínimo no sube más en España porque, pienso, no hace ninguna falta que suba. Huelgas y reivindicaciones no van a haberlas con un paro que afecta a más de una persona de cada cinco y a un joven de cada dos. Además, la columna principal de la competitividad española es el bajo coste laboral, y de momento los salarios y los despidos cumplen eso, falta lo otro: las cotizaciones sociales. Y luego el consumo, pues si, pero la población que percibe el salario mínimo o una fracción del mismo en función del tiempo que trabajes, mucho no es que consuman", explica el economista catalán. 

Además, "la mayoría del factor trabajo cada vez es menos necesario, es más prescindible, más estadarizable, cada vez tiene más de commodity (materia prima). Luego no es necesario remunerarlo más, ni darle mejores condiciones, ni aligerarlo de deudas que generan intereses a fin de que dispongan de más opciones, sobre todo si las protestas y revoluciones no están de moda".

Buscar soluciones al problema

El catedrático cree que los políticos deben buscar soluciones para esa parte de la población que no encuentra sitio dentro del proceso productivo. "El factor trabajo es y va a ser menos necesario y el excedente de población activa mayor". 

Niño Becerra ha señalado en varias ocasiones que una renta básica puede ser la solución a este problema. Los ciudadanos que no tengan espacio dentro del proceso productivo, es decir, en el mercado laboral tienen derecho a una vida digna dentro de un nuevo contexto económico y un marco de relaciones laborales radicalmente opuesto al de hace unos años.


El desplome del crudo pone en jaque a Arabia Saudí

POR Pablo Cerezal
Refinería de Arabia Saudí.
Refinería de Arabia Saudí. EXPANSIÓN

Riad prevé cerrar 2015 con un déficit cercano al 15% del PIB. Para reducir esta brecha, estudia introducir un impuesto al consumo del 5% y subidas de la gasolina. Además, anuncia una ola de privatizaciones.

La caída de los ingresos petroleros está asfixiando a Arabia Saudí, que se ha visto obligada a introducir un drástico programa de recortes y subidas de impuestos. Riad prevé cerrar el año con un déficit cercano al 15% del PIB, casi la mitad de los ingresos públicos anuales. Para reducirlo, estudia introducir el IVA, con un tipo al 5%. Además ya ha anunciado su intención de reducir el presupuesto en 135.000 millones de riales (unos 33.000 millones de euros), elevar el precio de la gasolina (hasta ahora fuertemente subsidiada) cerca de un 50%, aumentar el coste de la electricidad e iniciar una oleada de privatizaciones de empresas y sectores estatales.

Con un fondo de cerca de 750.000 millones de dólares hace sólo un año, la monarquía islámica, que era uno de los países petroleros mejor posicionados para hacer frente al desplome del crudo. Incluso a principios de este mes, en la última reunión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, Riad se mostró despreocupada por la nueva era de precios bajos y la veía como una fase necesaria para expulsar del mercado a los productores alternativos, como el fracking en EEUU.

Sin embargo, las cosas están cambiando en las últimas semanas, dado que el precio del petróleo se ha desplomado hasta niveles que no se veían desde 2004, llegando a tocar los 36 dólares por barril de Brent, de referencia en los mercados internacionales. Además, los principales centros de previsión pronostican que la cotización del crudo se mantendría en niveles bajos hasta final de década. La Agencia Internacional de la Energía, por ejemplo, señalaba en noviembre que no se recuperarían los niveles de 80 dólares por barril hasta 2020, pero los mercados apuntan mucho más bajo: los futuros de diciembre de ese año cotizan a 56,7 dólares.

Si estos pronósticos se hicieran realidad, y si Riad no aplicara ajustes presupuestarios, el Reino Saudí habría agotado sus fondos en un plazo de 5 años, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Este previsible agotamiento del margen había llevado a que la agencia de ráting Standard & Poor's rebajara la nota de la deuda de Arabia Saudí un escalón en octubre, de AA- a A+, manteniéndola en perspectiva negativa.

Los ajustes

Por todo ello, el ministro saudí de Finanzas, Ibrahim al Asaf, anunció ayer, en una entrevista con el diario financiero Al Iqtisadiya, que Riad estudia aplicar un impuesto sobre el valor añadido (IVA) del 5%, así como subir las tasas de algunos productos, como los carburantes o las bebidas no alcohólicas, para paliar el déficit público. El Ejecutivo espera que la introducción de las medidas genere una fuerte controversia por dos motivos. Por un lado, porque unos impuestos abusivos podrían ser contrarios a la Ley Islámica de la que la monarquía saudí es uno de los principales baluartes; por otro, porque el país se había acostumbrado a depender de los ingresos petroleros, que habían llegado a suponer en 2014 el 80% de todo el dinero que entraba al Erario de Arabia Saudí. Para reducir la oposición a estos cambios, Al Asaf señaló que el nuevo impuesto se introduciría lo largo de dos años.
Por otra parte, la Hacienda saudí cargará las tintas sobre el consumo de carburantes, electricidad y bebidas no alcohólicas, bien sea a través de la reducción de ayudas o con mayores impuestos. La gasolina, que hasta ahora había estado fuertemente subsidiada, se encarecerá cerca de un 50%, hasta los 21 céntimos de euro por cada litro en el caso de la de 95 octanos. Con esto no sólo se espera un ahorro por la venta directa a los ciudadanos del país, sino también porque buena parte de los carburantes vendidos en el país se exportaban, de contrabando, a los Estados vecinos. Lo mismo sucederá con la electricidad de uso comercial, industrial y agrario, cuyo precio subirá un 25%. Por último, las autoridades estudian también pretenden introducir impuestos a bebidas no alcohólicas, que oscilará entre el 50% y el 100% del precio. La venta de alcohol está prohibida en el país.

Además, el país también recortará los salarios de los funcionarios y revisará las ayudas a la compra de agua. Con todo ello, el Gobierno prevé recortar el gasto en unos 135.000 millones de riales (unos 33.000 millones de euros). Pese a todo, el continuo declive del petróleo no ayudará a cerrar la brecha fiscal. De hecho, a pesar de este ajuste, Riad prevé que el desequilibrio público todavía se sitúe en torno al 13% del PIB en el próximo ejercicio.

Para compensar este déficit, Riad apunta a una "amplia ola de privatizaciones" en empresas públicas, pero también en sectores que hasta ahora han estado controlados por el Estado, aunque no precisó cuáles. Además, también ha anunciado la emisión de nuevos bonos de deuda, con el objetivo de evitar que su fondo soberano se vaya mermando para pagar gastos corrientes. Finalmente, también se están produciendo retrasos y cancelaciones de la obra pública ya anunciada.

Malos augurios para el sector petrolero en 2016


POR Ed Crooks Financial Times
Base petrolífera.
Base petrolífera

La capacidad de las empresas energéticas de hacer frente a las dificultades ha disminuido. Para los productores de gas y de petróleo, el año que viene será una época de recortes, reestructuraciones y refinanciación.

Mientras este pésimo año para la industria del petróleo llega a su fin, el optimismo que los ejecutivos del sector podrían mostrar ante la llegada del nuevo año se ha agotado al saberse que 2016 será aún peor.

La caída en picado de los precios del gas y del petróleo que comenzó en verano del año pasado ya ha acabado con cientos de miles de empleos, provocando además la cancelación o el retraso de proyectos valorados en miles de millones de dólares.

Ahora mismo, la situación es más delicada que hace un año y la capacidad de las empresas energéticas de hacer frente a las dificultades ha disminuido. Para los productores de gas y de petróleo, 2016 será un año de recortes, reestructuraciones y refinanciación y, en algunos casos, incluso de suspensión de pagos.

La actividad de fusiones y adquisiciones, que este año se ha ralentizado por los desacuerdos sobre las valoraciones, podría ganar velocidad. Para los productores de gas y petróleo que tienen otras fuentes de ingresos como las actividades de refino y que todavía tienen acceso a los mercados, 2016 será difícil, aunque deberían sobrevivir.

El mayor mérito está en las empresas que se centran en la producción y que tienen desequilibrios en sus balances, para las que las perspectivas ya eran sombrías hace un año. Desde entonces, el Brent ha caído otro 39% hasta los 37 dólares el barril, el mínimo de los últimos once años.

Los precios del gas natural, vinculados al petróleo a través de contratos utilizados en Europa y Asia, también han caído. En EEUU, el cálido invierno ha contribuido a que el índice de referencia HenryHub alcance el mínimo de los últimos 16 años.

Herramientas agotadas

Muchos de los recursos disponibles para responder a la caída de los precios ya se han utilizado, según Andy Brogan de EY. "Las empresas tenían coberturas y margen para recortar los costes con relativa rapidez. En cambio ahora, estas herramientas se están agotando", advierte.

Los productores de petróleo han recortado los costes aumentando su eficiencia y reduciendo las comisiones que les cobraban sus suministradores.

ConocoPhillips, el mayor productor independiente de gas y de petróleo del mundo por capitalización de mercado, aseguró a principios de mes que el coste de los terrenos para perforar petróleo en EEUU ha caído un 32% el año pasado, mientras que el coste de la fracturación hidráulica para poner esos pozos en funcionamiento es un 38% inferior. Los productores de hidrocarburos no convencionales de EEUU han seguido introduciendo mejoras a la productividad.

EOG Resources, por ejemplo, anunció el mes pasado que en un año ha reducido el tiempo de perforación del pozo Eagle Ford, ubicado al sur de Texas, de 8,9 a 7,7 días.

Las empresas también han reducido el gasto. La británica BP anunció en octubre que el gasto este año ascendería a 19.000 millones de dólares, un descenso notable, teniendo en cuenta que había contemplado unas inversiones de entre 24.000 millones y 26.000 millones de dólares. Estos recortes han contribuido a equilibrar la situación financiera del sector. Según la consultora del sector Wood Mackenzie, las principales compañías cotizadas necesitarán que el precio del barril de Brent alcance, de media, los 66 dólares para cubrir sus inversiones, el pago de intereses y de dividendos, ya que su flujo de caja ha caído este año.

Antes de los recortes introducidos, las compañías habrían necesitado que el barril tuviera un coste de 104 dólares para ser rentables. El umbral de rentabilidad de 66 dólares el barril significa que, con el actual precio, el nivel de endeudamiento del sector aumentará. Las grandes petroleras pueden aceptar un nivel mayor de deuda, pero tampoco quieren que la cifra se descontrole, razón por la que han anunciado más recortes.

Royal Dutch Shell, que está intentando obtener la aprobación de los accionistas para poder asumir el control de BG Group, anunció este mes el recorte de 2.800 empleos, el 3% de la plantilla del grupo, una vez que se materialice la operación. Por otra parte, los contratos de servicios para las compañías del sector se están renegociando a la baja.

ExxonMobil pagó por la plataforma de Transocean, Deepwater Champion, ubicada en el Golfo de México 395.000 dólares diarios de noviembre a enero, un 41% menos que en el anterior contrato. No obstante, también hay límites a estas revisiones.

Los impuestos para los servicios petroleros tienen que ser lo suficientemente altos para que los proveedores permanezcan en el negocio.

Productividad

Dave Lesar, consejero delegado de Halliburton, sostiene que esos índices en EEUU se encuentran ya en unos niveles bajos insostenibles.

Las compañías han incrementado la productividad perforando solamente en las mejores zonas, pero hay signos de que en Eagle Ford y en Bakken (Dakota del Norte), dos de las tres regiones más importantes de petróleo de esquisto de EEUU, las ganancias en productividad se están igualando.

Tampoco se puede esperar que las empresas sigan recortando el gasto indefinidamente sin afectar a sus ingresos. Este año, las empresas se han enfocado en proyectos que les ha permitido recuperar las amortizaciones de la producción, mientras que han frenado de golpe la exploración y el desarrollo a largo plazo, pero el deterioro de las plataformas petrolíferas significa que la inversión continua es necesaria para frenar el descenso de la producción.

La posibilidad de que se produzca un recorte de la oferta hace que las compañías que han disminuido gastos estén en una buena posición para obtener beneficios. "Si el petróleo vuelve a 60 dólares, las cosas se verán de mejor manera," dice Tom Ellacott de Woos Mackenzie. "El sector debería reajustarse a unos costes más bajos".

Los retos económicos del próximo gobierno



Con independencia de quién llegue finalmente a La Moncloa, la economía española va a enfrentarse durante los próximos años a una serie de retos cuya resolución determinará en gran medida el nivel de vida de sus ciudadanos. A pesar del reciente crecimiento económico, sería un error considerar que los desequilibrios heredados de la burbuja inmobiliaria ya han sido superados y que, por consiguiente, podemos vivir de las rentas de la inercia: al contrario, las heridas siguen abiertas y las reformas y los ajustes continúan siendo tan necesarios como en 2012.

En primer lugar, el déficit público español se halla entre los más elevados de Europa. A finales de 2015, previsiblemente se ubicará entre el 4,5% y el 5% del PIB: unas cifras que continúan incumpliendo (por séptimo año consecutivo) el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y que engordan el volumen absoluto de nuestra deuda pública. La corrección del déficit requiere o de nuevos recortes del gasto o de adicionales subidas de impuestos: lo primero oxigenaría la economía y lo segundo la asfixiaría. Por desgracia, todos los partidos políticos parecen apostar por una mayor tributación para relanzar el presupuesto del Estado tras años de congelación.

Segundo, la tasa de desempleo debe reducirse a, al menos, una tercera parte de la actual, pero para ello resulta absolutamente imprescindible proceder a una nueva reforma laboral que solvente los capítulos que quedaron pendientes en la anterior: es decir, avance hacia una genuina libertad contractual donde ni los sindicatos, ni la patronal, ni el Ministerio de Trabajo dicten las cláusulas contenidas en cada contrato laboral. Por desgracia, ninguno de los grandes partidos se plantea nuevas liberalizaciones del mercado de trabajo: al contrario, prácticamente todos ellos apuestan por reintroducir viejas y fallidas regulaciones como el encarecimiento de la indemnización por despido o el reforzamiento de la negociación colectiva.

Tercero, el sistema público de pensiones necesita preparar su transición hacia uno privado de capitalización. A medio plazo, las cuentas de la Seguridad Social no van a equilibrarse por mucho que se alcance la cifra mágica de los 20 millones de afiliados. Es más, durante esta legislatura muy probablemente asistiremos al completo vaciamiento del célebre fondo de reserva que, según se nos decía, iba a garantizar las pensiones del futuro: evidentemente no podrá ser así. Se hace cada vez más imprescindible facilitar el ahorro privado complementario —tal como sucede en la mayoría de países europeos— para que la jubilación no dependa exclusivamente de una prestación pública que inevitablemente va a verse recortada en las próximas décadas. Y, por desgracia, los principales partidos apuestan por subir los impuestos y las cotizaciones a la Seguridad Social como vía para ocultar su propia insostenibilidad.

Y cuarto, España también requiere de una profunda reforma del sistema educativo que lo aleje de los actuales intereses de la política y de la burocracia funcionarial: hemos de conseguir un sistema de enseñanza más libre y más adaptable a la muy cambiante realidad de una sociedad cada vez más dinámica. Pero, por desgracia, todas las formaciones políticas apuestan por mantener la caduca estructura presente con apenas unos pocos cambios cosméticos basados en inflar el gasto público.
En definitiva, sea cual sea la configuración del nuevo gobierno, todo hace temer que muchos de los decisivos retos futuros de nuestra economía quedarán sin ser resueltos. Todavía peor: es bastante probable que el nuevo gobierno genere otros nuevos problemas que ni siquiera somos capaces de prever hoy.

¿Fin de era?

La Reserva Federal de EEUU subió el pasado miércoles los tipos de interés por primera vez desde el año 2006. Si bien éstos siguen hallándose en niveles ultrabajos —apena el 0,25%—, se trata aparentemente de un punto de inflexión con el que se quiere indicar el fin de la era del “dinero barato”. A partir de ahora, y siempre según la Reserva Federal, los tipos de interés tenderán a subir, encareciendo progresivamente el coste de financiación de familias y empresas. Y si bien todavía es pronto para saber si, en efecto, los tipos van a seguir subiendo, de lo que sí tendríamos que ser conscientes es de que deberíamos estar preparados para cuando ese encarecimiento del crédito finalmente se produzca. Nuestras economías se han adaptado a vivir a remolque de una financiación artificialmente abaratada y ésta no va a poder mantenerse de manera indefinida.

Desde el exterior

El nuevo gobierno argentino de Mauricio Macri ha puesto fin al cepo cambiario por el cual se restringía la compra de dólares a los ciudadanos y a las empresas locales. La medida era del todo necesaria, dado que impedía el funcionamiento racional de toda actividad empresarial: imaginen a un productor argentino que necesitara importar maquinaria desde el extranjero pagándole a su proveedor en dólares; si la autoridad estatal no le autorizaba a intercambiar sus pesos por dólares, esa compra de maquinaria no podía materializarse y, en consecuencia, la actividad del productor argentino quedaba suspendida. Ahora bien, Macri no debería olvidar que el cepo era una herramienta para evitar la fuerte depreciación del peso frente al dólar: no en vano, su supresión ya ha provocado una caída del 30% en la divisa argentina. Ahora, pues, toca evitar esta depreciación reduciendo con energía el déficit público.

El dato

El IPC repuntó en noviembre desde el -0,7% hasta el -0,3%. De hecho, la inflación subyacente (aquella que no toma en consideración los elementos más volátiles, como los carburantes) ya se ubica en el 1%, la cifra más elevada de los últimos años. Aunque el dato pueda parecer malo —la cesta de la compra se encarece—, lo cierto es que el alza de los precios suele ser un síntoma de que la economía está regresando a la normalidad: al cabo, los países occidentales tienden a sufrir aumentos de precios cuando su actividad se dinamiza y el crédito fluye, mientras que tienden a experimentar caídas de precios cuando su actividad se paraliza y el crédito se contrae. Por desgracia, el fenómeno que hemos vivido estos últimos dos años —crecimiento económico con caídas de precios— es una anomalía con fecha de caducidad: si seguimos creciendo, el IPC proseguirá con su actual senda ascendente.

Cómo se ha ganado en 'high yield' en 2015: huir de los bonos más baratos y del petróleo


No todos los inversores en fondos de 'high yield' han salido escaldados en 2015. Algunos han ganado gracias a huir de las emisiones más atractivas y de cualquier cosa que oliera a petróleo
Foto: Sucursal de Wells Fargo en Nueva York (Reuters).
Sucursal de Wells Fargo en Nueva York (Reuters).

Ser valiente no siempre tiene premio, y en los mercados a veces la cobardía (eufemísticamente prudencia) sale mejor. Es lo que ha ocurrido este año en el mercado de bonos 'high yield' o de alta rentabilidad, conocidos popularmente como bonos basura. Estos activos han protagonizado el mayor descalabro del cierre del año por culpa del cierre de varios fondos especializados. Pero otros vehículos han escapado de la masacre gracias a que se han mantenido fuera de las emisiones más atractiva en rentabilidad (más baratas en precio), a que han mantenido duraciones cortas y a que no han tocado nada de papel emitido por el sector 'apestado', las petroleras. 

"Nuestro objetivo es escoger los valores más seguros del mercado", declara Tom Price, gestor de un fondo de 'high yield' en Wells Fargo a 'Bloomberg'. "Queremos ir por detrás de nuestros competidores. Porque cuando el mercado se viene abajo, entonces nos ponemos a la cabeza". Así, el fondo Short-Term High Yield de este banco, que lo había hecho peor que la media en los últimos seis años, es el mejor de los fondos especializados con un patrimonio superior a 1.000 millones de dólares, con una rentabilidad del 2% hasta la semana pasada.

Una cifra que parece exigua pero no si se compara con un sector en pérdidas generalizadas este año. Según la citada agencia financiera, los siguientes fondos en esta lista son el City National Rochdale fixed Income Opportunities Fund, que gana un 1,7% en 2015, y el prudential Short Duration High Yield Income Fund, con una rentabilidad del 0,7%.

Mayor calificación y menor duración

El gestor de Wells Fargo está invertido en deuda que vence dentro de los próximos tres años, y de la mayor calidad crediticia dentro de la categoría de bonos basura, es decir, sólo un escalón por debajo del 'investment grade' (grado de inversión, los bonos corrientes), es decir, BB según la escala de Standard & Poor's. Estos bonos son los que menos intereses pagan dentro del universo de 'high yield': cuanto más baja es la calificación creiticia (es decir, cuanto más riesgo de impago tiene la empresa), mayor es el tipo de interés que le exigen los inversores. Y cuanto mayor es la rentabilidad del bono, más bajo es su precio -se mueven a la inversa-, es decir, más atractivo es en teoría.

Buscar el suelo del petróleo es como coger un cuchillo al vuelo, y esta estrategia ha dejado muchos cadáveres en los fondos este año

Lo mismo ocurre con el plazo: cuanto más largo es el vencimiento de un bono, mayor es el peligro de que la empresa tenga problemas por el camino y no pueda atender sus compromisos; y, por tanto, mayor debe ser el interés que pague para vender su deuda. Por tanto, los bonos con duraciones cortas ofrecen un cupón más reducido, por lo que aportan menos rentabilidad a un fondo... cuando el mercado va bien, claro. En momentos como el actual, son los que salvan al gestor, como en el caso de Wells Fargo.

Comparte esta visión Bruce Simon, director de inversiones de City National Bank (la gestora del segundo fondo más rentable del año). Estar en bonos de la mayor calidad posible es importante para él porque asegura que no está claro si la reciente caída de los bonos basura se debe a una debilidad fundamental o no. A su juicio, el inicio de las subidas de tipos por parte de la Reserva Federal no es una evidencia suficiente de la mejoría de la economía estadounidense, y cree que hay que esperar a que ésta se confirme.

La presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen. (Reuters)
La presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen. (Reuters)

Fuera de petroleras y materias primas

Y como siempre que la incertidumbre se cierne sobre el mercado, la reacción natural es la huida hacia la calidad ('flight to quality') y la salida de los sectores más golpeados. En ese sentido, la clave del buen resultado del tercer fondo de la lista, el de Prudential, es mantenerse alejado de la deuda de petroleras y empresas de materias primas. Los bonos de las primeras acumulan una caída del 19%, que sigue a la del 31% del barril de petróleo. 

Su gestor, Michael Collins, no piensa volver al sector pese al fuerte rebote del crudo de la semana pasada. Y es que tratar de coger el suelo del petróleo ha sido el famoso 'falling knife' (coger un cuchillo en el aire) este año, que ha dejado grandes heridas en numerosos fondos que han buscado este punto de entrada en cada rebote; en todas esas ocasiones, el barril ha recaído por debajo de los mínimos anteriores.

De cara a 2016, este gestor cree que evitar las empresas más endeudadas y los rating más bajos seguirá siendo una buena estrategia. Y no está solo. Grandes nombres de la inversión como Jeffrey Gundlach, Carl Icahn o Wilbur Ross han advertido de que queda tormenta por delante en el 'high yield' y tampoco observan señales de un giro en el petróleo.

¿Cuanto peor, mejor? El inversor ante la desaceleración

El estratega de uno de los bancos más importantes del mundo recomendaba la semana pasada “expansión cuantitativa, tipos negativos y más devaluación”. Empobrecer al vecino.

Foto: Gráfico de barras de análisis técnico en los mercados. (EFE)
Gráfico de barras de análisis técnico en los mercados. (EFE)

“Stuck inside of Mobile with the Memphis blues again” Bob Dylan

En esta columna hemos comentado en muchas ocasiones el entorno al que nos enfrentamos en los próximos años. El mal llamado “estancamiento secular” es, en realidad, normalización del crecimiento. Bajos tipos de interés, baja inflación y bajo crecimiento. Más de una década de exceso ha creado una amplia sobrecapacidad, y los tipos bajos y la enorme liquidez la perpetúan.

Pero vivimos en un periodo que se recordará en los libros de historia como la mayor locura monetaria. Los tres grandes bancos centrales (EEUU, Japón, Reino Unido y Europa) han creado la mitad de la masa monetaria de toda su historia en los últimos ocho años, y llevamos con tipos de interés ultra-bajos desde 2002. Ante la falta de impacto en la economía global, que ha visto como se reducía su crecimiento potencial a la mitad (de 6% a 3%), es francamente sorprendente que no se analice el enorme riesgo acumulado en activos financieros tras ver subidas de más del 110% en bolsas (S&P) y la rentabilidad exigida a los bonos de alto riesgo a mínimos de 30 años. Como no funciona, dos tazas. El estratega de uno de los bancos más importantes del mundo recomendaba la semana pasada “expansión cuantitativa, tipos negativos y más devaluación”. Empobrecer al vecino.

El inversor, ante ese escenario, se encuentra con tres opciones:

- Tomar más riesgo esperando una cierta rentabilidad. Desafortunadamente, la combinación de rentabilidad comparada con riesgo se encuentra completamente nublada por la política monetaria. Buscar rentabilidades del 4% en bonos supone, en muchas ocasiones, cerrar los ojos y rezar porque algunos emisores tienen ratios de liquidez y solvencia peores que en 2008. Fiar la renta variable a una rentabilidad por dividendo que probablemente se pague en acciones o con deuda, o lo que es peor, termine en recortes de dividendo, es un alto riesgo.

- Aceptar menores rentabilidades a cambio de mayor seguridad. Como decía Mark Twain, “the return of my money is more important than the return on my money” (me preocupa más que me devuelvan mi dinero a la rentabilidad del mismo). Muchos inversores aceptan rentabilidades ligeramente negativas en bonos siempre que sean de muy bajo riesgo (lo explicábamos aquí) .

- Apostar por la llegada de la inflación. No son pocos los que cuentan con una explosión inflacionista desbocada. El problema de apostar a ese evento desde la inversión en activos de riesgo es el ejemplo de Brasil. La estanflación –estancamiento con alta inflación-, viniendo acompañada de medidas devaluadoras, genera enorme volatilidad, pero es una mina para el inversor a largo plazo.

El gráfico –cortesía de Morgan Stanley- muestra cómo ha ido cayendo la rentabilidad esperada para el ahorrador desde 1990. Sus expectativas para 2016 se sitúan en 2,2%-3,5% asumiendo la máxima eficacia como gestor.

La represión financiera –bajar tipos y devaluar- no solo perpetúa la sobrecapacidad y reduce la demanda potencial, sino que ataca al ahorrador.

El inversor en Europa al menos encuentra refugio en la entrada de capitales que salen de mercados emergentes. Hemos visto ocho semanas consecutivas de salida de dinero de fondos dedicados a mercados emergentes. Con ello ya son tres años de salidas netas de fondos de emergentes y 2015 será el primero en el que la mayor parte de esa caída de activos venga de inversores locales.

La política inversora de “cuanto peor, mejor” puede funcionar mientras los niños creen en la magia, pero se desvanece cuando se pilla el truco

Por lo tanto, el inversor que no apueste por recuperaciones “sorpresa” se encuentra con una expectativa de rentabilidad mucho menor a la histórica pero una excepcional oportunidad de elegir valores o bonos de verdadero valor cuya caja no dependa de rezar a que cambie el ciclo y cuyo balance no requiera expansión de crédito eterna para mantenerse a flote.

Llevamos demasiado tiempo acostumbrados a que las noticias de desaceleración son “buenas para la bolsa” porque entonces se harán más estímulos. La política inversora de “cuanto peor, mejor” puede funcionar mientras los niños creen en la magia, pero se desvanece cuando se pilla el truco, y hace tiempo que sabemos que el gas de la risa monetario no soluciona problemas estructurales. 

Arabia Saudí acelera la madre de todas las batallas

El error de analizar “el precio del petróleo que necesitan para equilibrar su presupuesto” ya se ha demostrado. Es como decir que me tienen que subir el sueldo para cubrir mi coste de vida

Foto: Refinerías en funcionamiento. (EFE)
Refinerías en funcionamiento. (EFE)

Ayer se publicaron las cifras de déficit de Arabia Saudí, que superó los 98.000 millonesde dólares. Con una economía donde el petróleo supone casi el 90% de los ingresos fiscales y más de un 40% del PIB, los ingresos han caído mientras que los gastos aumentaron por encima del presupuesto. Esto lleva a un déficit de casi el 17% del PIB. En esa cifra hay elementos positivos y negativos.

En lo positivo, Arabia Saudí es uno de los países con menor endeudamiento del mundo, un 19% sobre PIB. La política económica y estatal reniega del endeudamiento y por ello durante la década de altos precios del crudo el país redujo su deuda a mínimos. Adicionalmente, cuenta con reservas de dólares superiores a los 645.000 millones.

En la parte negativa, la dependencia real del precio del crudo parece mayor a lo estimado, en una economía donde las subvenciones, el gasto político y el militar son prácticamente inamovibles.

Que el gobierno saudí espere otra caída de ingresos de unos 25.000 millones de dólares muestra que el reino no estima ninguna mejora del precio del petróleo

Pero lo que importa es el futuro. El Gobierno estima que en 2016 el déficit será de unos 87.000 millones de dólares, por caída de ingresos a pesar de los recortes de gasto (las subvenciones, que alcanzan los 25.000 millones anuales, bajan con el precio del crudo, como es normal). Que el Gobierno saudí espere otra caída de ingresos de unos 25.000 millones de dólares muestra que el reino no estima ninguna mejora del precio del crudo.

En 2016, Arabia Saudí puede producir hasta 11 millones de barriles al día en su estrategia de mejorar cuota de mercado. Eso, añadido al más que probable aumento de producción iraní tras el levantamiento de las sanciones, puede llevar a la OPEP a niveles de 32 millones de barriles al día, si se cumplen las estimaciones del resto de países. Recuerden que los países de la OPEP tienden a producir por encima de sus presupuestos.

Conferencia de las autoridades saudíes sobre petróleo. (EFE)Conferencia de las autoridades saudíes sobre petróleo. (EFE)

La guerra que comentábamos en 'La Madre de Todas las Batallas' (Deusto) se libra en varios frentes. La eficiencia, que hace que la demanda no aumente a pesar del crecimiento económico, la transición tecnológica, que lleva a que el reinado del petróleo en el transporte pierda peso inexorablemente, y la diversificación, con nuevas fuentes de producción en países no OPEP.

La estrategia de mantener cuota de mercado de Arabia Saudí, por lo tanto, es lógica. Recortar producción es ilógico. ¿Por qué iba a reducirla el productor de menor coste y mayor eficiencia? Adicionalmente, sería mostrar a sus clientes que no son el suministrador fiable, de bajo precio y flexible. Y con ello se aceleraría la sustitución. Recortar producción es suicida, además, cuando EEUU ya ha aprobado exportar sus excedentes.

EEUU se ha convertido en seis años en el segundo productor de petróleo global. Es una amenaza no solo para el precio sino también para la cuota de mercado

Hasta hace unos meses, EEUU solo era un problema para el precio del petróleo a nivel global pero no de cuota de mercado, ya que estaba prohibido exportar. Que se haya levantado esa prohibición hace que EEUU, que se ha convertido en seis años en el segundo productor de petróleo global, sea una amenaza no solo para el precio sino para la cuota de mercado. Puede suponer hasta medio millón de barriles al día compitiendo por los clientes tradicionales de Rusia, que también produce a máximos históricos (más de 10 millones de barriles al día), y la OPEP.

El gran error es pensar en un ajuste de la oferta. Leo que muchas empresas de 'fracking' tienen problemas por su endeudamiento y sonrío. Más del 89% de la producción de 'fracking' de EEUU está en megaempresas sin casi deuda. Igual que la quiebra de 112 empresas solares no acaba con el sector, sino que lo fortalece, lo mismo pasa con el 'fracking'. Bajan los costes y los eficientes absorben a los ineficientes. Es la historia de 150 años de petróleo. Siempre ha sido así.

¿Y los países productores? El error de analizar “el precio del petróleo que necesitan para equilibrar su presupuesto” ya se ha demostrado en los últimos dos años. Es como decir que me tienen que subir el sueldo para cubrir mi coste de vida. Tendrán que reducir subvenciones, dejar de financiar grupos políticos afines y acabar con el clientelismo. Porque la madre de todas las batallas no ha hecho más que empezar. Ahora llega la segunda fase, la sustitución acelerada. En un mundo de bajo crecimiento, la tecnología reduce aún más los costes.

Mises contra Milton Friedman: "son una banda de socialistas"

El Misterio de la Banca. Murray N. Rothbard

el_misterio_de_la_banca-dftvo.pdf by Javier De Ory Arriaga

Taiwán, la historia de cómo un país pobre llegó a ser muy rico

El caso de Taiwán ejemplifica a la perfección los beneficios del libre comercio.

CARLOS TUÑÓN | 2015-12-24
El acuerdo de libre comercio entre la UE y EEUU, conocido por sus siglas TTIP, ha vuelto a poner sobre la mesa uno de los debates económicos más polémicos de los últimos tiempos. Innumerables periodistas, activistas y asociaciones políticas se han postulado en contra de la desregulación del mercado transnacional por parte de las autoridades públicas.
En este sentido, fueron notorias las declaraciones de Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada y artífice del primer borrador económico de Podemos: "Incluso la teoría económica ortodoxa no ha conseguido demostrar que el libre comercio sea mejor que otro régimen comercial, salvo en condiciones de competencia perfecta que es imposible que se den en la realidad.".
La declaración de Torres López es incierta y deja entrever una clara anteposición de la ideología al estudio científico de la economía. La Academia ha dado respaldo al libre comercio internacional desde prácticamente todas las escuelas de Economía, incluyendo aquellas que no comparten la idea de la existencia del mercado de competencia perfecta.
Ya desde el denominado Siglo de las Luces, con David Hume y su célebre ensayo Of the balance of trade, sabemos de la importancia de evitar las interferencias del Estado en los intercambios comerciales. Ideas similares encontramos en destacados académicos que negaban la existencia del mercado de competencia perfecta, siendo digno de especial mención el Premio Nobel de Economía Friedrich von Hayek, firme defensor de la libertad de mercado.
Sin embargo, los efectos positivos de la liberalización del comercio internacional no solo tienen un notorio respaldo académico. La realidad histórica es concluyente: aquellas naciones que adoptan sistemas de libre intercambio con otros países prosperan, mientras que las que lo restringen se ven claramente perjudicadas por este hecho.
Ejemplo paradigmático del cumplimiento de este principio es el de Taiwán. Así, frente al modelo de desarrollo "hacia dentro" imperante en la primera mitad del siglo XX, dicho país optó por dar un giro de 360º que le permitiría situarse entre las naciones más prósperas del planeta.
De este modo, a pesar de tratarse de una pequeña isla con escasos recursos naturales y hallarse en una situación deplorable tras la Segunda Guerra Mundial, Taiwán logró quintuplicar el ingreso per cápita en menos de 30 años a la vez que duplicaba su población.
Ahora bien, ¿qué medidas fueron tomadas para obtener estos resultados? Precisamente, aquéllas que pretendían fomentar el comercio transnacional. Hasta entonces, la economía taiwanesa se encontraba bajo dominio nipón y producía bienes agrícolas de bajo valor añadido, como azúcar y arroz, que exportaba a Japón a través de acuerdos comerciales fijados por los correspondientes gobiernos. Ello impedía que Taiwán pudiera desarrollar industrias alternativas que le permitieran explotar sus ventajas comparativas.
En 1952, los productos agrícolas copaban un 91,9% del valor total de sus exportaciones.Resulta evidente que una pequeña isla con tan sólo un tercio de territorio cultivable y una alta densidad demográfica no debería centrar su producción y exportación en bienes agrícolas. La razón de que ello se estuviera produciendo la vemos clara hoy: la regulación estatal impedía que Taiwán se especializara en aquellos bienes en los que podía ser más competitivo.
De este modo, en los años posteriores a la obtención de la independencia de Japón en 1945, el Gobierno taiwanés fue eliminando gran parte de las restricciones a las importaciones y decidió devaluar su moneda, que se encontraba artificialmente fuerte a causa de las intervenciones estatales previas a las reformas.
Estas simples medidas bastaron para que los empresarios taiwaneses encontraran un entorno económico mucho más libre que les permitiría producir y exportar aquellos bienes en los que Taiwán podía ser más competitiva que otras naciones.
Mientras que los productos industriales representaban un 8,1% de las exportaciones en 1952, estos pasaron a copar el 90,8% en 1980. Este hecho dio lugar a que el valor en dólares de las exportaciones en la década de los 80 fuera 200 veces más alto que en los años 50, con un crecimiento medio de un 29,6% anual.
La prosperidad económica de Taiwán se convirtió en el foco de atención de economistas y políticos de todo el mundo, los cuales observaban con asombro los sorprendentes resultados que la liberalización del comercio internacional había tenido sobre la isla. Había llegado el momento de dar el siguiente paso.
Aprovechando las fuertes exportaciones logradas, el pueblo taiwanés tenía que comenzar a producir bienes industriales de un valor añadido superior. Ello iba a requerir una cantidad de inversión en tecnología que Taiwán jamás había llevado a cabo hasta la fecha, y la capacidad de invertir que tiene un país está determinada por el ahorro previo que sus ciudadanos han realizado. En este punto es en el que entran en juego dos factores fundamentales.
En primer lugar, el Gobierno decidió abandonar la política keynesiana de mantener los tipos de interés artificialmente bajos. De acuerdo a dicha doctrina, situar los tipos a un nivel inferior estimularía la inversión y con ello la prosperidad económica. Nada más lejos de la realidad. Los tipos de interés artificialmente bajos desincentivaban el ahorro y generaban alta inflación, la cual pasaría del 10,3% mensual al 0,4% tras el abandono de dicha política.
En segundo término, tuvo una notable repercusión el hecho de que los ingresos de los ciudadanos se habían incrementado considerablemente gracias a que estaban produciendo bienes que podían vender en cualquier parte del mundo. Este hecho, sumado a la cultura ahorradora que impera entre el pueblo taiwanés, dio lugar a un acontecimiento nunca antes visto en el país.
El ahorro interno sobre el PIB pasó de un 4,9% en 1955 a un 35,2% en 1978, superando a países como Japón (20,1%), Reino Unido (8,3%) y Estados Unidos (6,5%). Este milagro económico fue el que permitió financiar las inversiones que el país tanto necesitaba para continuar su expansión.
Ahora bien, ¿estos alentadores datos económicos dieron lugar a una mayor desigualdad entre la población? En absoluto. La distribución de los ingresos pasó a ser mucho más equitativa.Las familias que se encontraban en el primer quintil por ingreso más bajo incrementaron su participación sobre el ingreso total del país en un 15,58% entre 1964 y 1978. En ese mismo espacio de tiempo, las clases más ricas, es decir, las que se encontraban en el quinto quintil, vieron disminuida su participación sobre el ingreso total en un 8,75%.
De este modo, la brecha existente entre ricos y pobres en la participación de los ingresos totales disminuyó en dicho espacio de tiempo en un 16,98%, hasta el punto de que Taiwán se convertiría en uno de los países con mayor igualdad económica del mundo, con un índice de Gini en 1990 de 27,1 con mejores resultados para el mismo año que países como Suiza (30,9) y España (30,3).
La explicación de este fenómeno es sencilla. El abandono de la producción agrícola por parte de la economía taiwanesa, que carecía de ventajas comparativas en este ámbito, y el desplazamiento de la mano de obra al sector industrial, donde las ventajas competitivas eran superiores, dio lugar a un incremento de la productividad sin precedentes. Ello permitió que los costes de producción y, por ende, los precios de los productos finales, disminuyeran, aumentando así los salarios en términos reales de las familias más desfavorecidas.
En definitiva, las políticas económicas emprendidas en el último medio siglo por Taiwán han convertido a su pueblo en uno de los más admirables del planeta y son los resultados obtenidos por la isla en términos de disminución de la pobreza los que nos animan a todos los defensores de la libertad a seguir luchando por la apertura de los mercados internacionales para ayudar, precisamente, a aquellos que más lo necesitan.

¿ES EL LIBERALISMO UNA IDEOLOGÍA AL SERVICIO DE LOS EMPRESARIOS?

JUAN RAMÓN RALLO 



Los enemigos de los mercados libres suelen caracterizar el liberalismo como una ideología sometida a los intereses del empresariado, sobre todo del gran empresariado. Al muy conspiranoico modo, tratan de describir el liberalismo como un conjunto de hipótesis ad hoc dirigidas todas ellas a beneficiar a la plutocracia gobernante: impuestos bajos o inexistentes, ausencia de regulaciones laborales, defensa de la propiedad de quienes ya tienen elevados patrimonios, oposición a la mal llamada legislación de defensa de la competencia, etc. Ciertamente, dando una visión muy parcial y sesgada del asunto, la hipótesis podría resultar verosímil, si bien cuando escudriñamos un poco en la realidad podemos comprobar su escaso fundamento.
Para empezar, hay que decir que el liberalismo busca descubrir aquellos principios normativos universales y simétricos que permiten que cada individuo o grupo de individuos pueda satisfacer sus fines vitales de manera voluntaria, cooperativa y mutuamente beneficiosa con otros individuos o grupos de individuos. La materialización práctica de esta saludable premisa es que las relaciones humanas han de venir coordinadas sobre la base del respeto a la propiedad privada y a los contratos voluntariamente firmados, sin que ninguna persona tenga derecho a iniciar la violencia contra la propiedad privada ajena y las cargas que convencionalmente ha asumido (incumplimiento contractual). Por consiguiente, ya desde un comienzo no puede decirse que el liberalismo esté al servicio de la clase empresarial, pues los derechos y deberes fundamentales son los mismos para todos los individuos, sean quienes sean y se hallen en la posición en la que se hallen.
Claro que, frente a lo anterior, la respuesta más común suele ser: siun liberal defiende simétricos derechos y deberes para todos es porque sabe que esa igualdad jurídica beneficia a los empresarios frente al resto de la sociedad (por el motivo que sea: por ser los más hábiles, los más listos, los más guapos o los más ricos); el marco aparentemente razonable no deja de ser un subterfugio para consolidar un régimen de explotación empresarial: no puede tratarse de igual modo a quienes son diferentes.
Demostrar que el imperio jurídico de la propiedad privada y de los contratos voluntarios es beneficioso para todos nos llevaría demasiado lejos; baste decir a este respecto que si el mercado no es un juego de suma cero –y no lo es–, todos pueden salir ganando de la cooperación social, por mucho que algunas personas (las más perspicaces) sean capaces de obtener más beneficio de esa cooperación que otras personas, pero el caso es que todas tienen el potencial de salir ganando (unas más, otras no tanto). Lo que sí me interesa en este artículo es refutar la hipótesis de que todas las propuestas liberales son, en el fondo, una mascarada dialéctica dirigida a que el empresario pueda lucrarse con impunidad.
Ya de entrada, semejante paranoia se enfrenta con un problema irresoluble: los intereses de los empresarios y de los capitalistas no son ni mucho menos homogéneos. Dentro de una misma empresa hay distintos intereses en liza (por ejemplo, el capitalista quiere que el empresario no se le desmadre y el empresario puede intentar lucrarse a costa del capitalista: es lo que se conoce como problema del agente-principal); dentro de una misma industria, dos compañías pueden competir y batallar hasta que una de ellas desaparezca (verbigracia, dos fabricantes de teléfonos móviles o de sistemas operativos); dentro de un mismo sistema económico, diferentes industrias pueden reproducir esa feroz competencia para quedarse con los consumidores de la otra (por ejemplo, empresarios que fabrican máquinas de escribir y ordenadores personales); incluso dentro de la economía global, los intereses generales de unos capitalistas pueden estar enfrentados a los de otros capitalistas (por ejemplo, cuando escuchamos que los especuladores se están cebando con las acciones o con la deuda de una empresa, es evidente que los intereses de los especuladores están absolutamente contrapuestos a los de la empresa contra la que especulan). Si los liberales tuviéramos que defender militantementelos intereses de empresarios y capitalistas, colapsaríamos víctimas de un cortocircuito esquizofrénico: exactamente, ¿los intereses de qué empresarios o capitalistas habría que defender en cada momento? Aunque fueran los del mejor postor, ese empresario no siempre tiene por qué salir ganando con el libre mercado, pero los liberales coherentes siempre defienden el libre mercado, ¿cómo conjugar eso con las variables posiciones de cada empresario dentro del mercado?
Y es que, como digo, no es ni mucho menos cierto que todos los empresarios o que todos los capitalistas salgan permanentemente beneficiados de un mercado libre y, por tanto, no todos ellos –ni siquiera una mayoría– defenderán los principios del liberalismo, o no lo harán en todo momento. En realidad, el mercado libre sólo beneficia a aquellos empresarios o capitalistas que sean capaces de invertir adecuadamente su capital para satisfacer, mejor que el resto, las cambiantes necesidades de los consumidores… y sólo mientras sigan siéndolo: se trata, pues, de un entorno bastante incierto, hostil y mutable en el que pocos empresarios se sienten permanentemente confortables. Lo que la gran mayoría de empresarios desearía es que el Estado les garantizara su acotada parcela de actividad, sus beneficios mínimos anuales y otro tipo de canonjías que les permitieran disfrutar de la vida sin quebraderos de cabeza. Si los liberales estuvieran al servicio del empresariado, sus principales reivindicaciones consistirían en exigir al Estado regulaciones y gastos que maximicen el lucro empresarial. Pero es justamente al contrario: reclaman derogar todas esas regulaciones y gastos públicos que tan lucrativos resultan para cierta casta corporativa.
Por hacer un listado no exhaustivo, la inmensa mayoría de liberales se opone a este tipo de prebendas tan del gusto de muchos empresarios acomodados:
  1. Precios garantizados, subvenciones o rescates. En un mercado libre, todas las empresas deben estar sujetas a los deseos de los consumidores. Eso implica que ningún capitalista tiene garantizadas sus rentas futuras, sino que éstas aflorarán en tanto en cuanto sigan siendo capaces de satisfacer mejor que el resto a los consumidores. Este principio, claro, no es sólo de aplicación a capitalistas y empresarios, sino a todos los agentes económicos (de ahí la muy extendida percepción de que somos esclavos del mercado); pero lo importante es que también les es aplicable a ellos. En consecuencia, los liberales se oponen a todo tipo de tretas estatistas dirigidas a burlar esta servidumbre al consumidor, como pueden serlo los precios garantizados (el Estado compra la mercancía estropeada de un empresario a precios más altos que los que están dispuestos a abonar los consumidores), las subvenciones (se obliga a los contribuyentes a sufragar un proyecto empresarial que no concuerda con sus gustos como consumidores y, por tanto, se somete a estos últimos a los caprichos del empresario) o los rescates (compañías fallidas que han destruido más riqueza de la que han sido capaces de crear y que deberían desaparecer pero a las que se les reflota en contra de los deseos últimos de los consumidores). Los empresarios gustan de precios garantizados, de subvenciones y de rescates; los liberales, no.
  2. Barreras de entrada al mercado. Si el empresario debe servir al consumidor en todo momento mejor que los demás, es evidente que su puesto dentro de la organización económica peligra cada segundo. Puede que ahora mismo no conozca de ninguna amenaza, pero eso no significa que no se esté preparando en algún garaje o en algún despacho un plan de negocios que a corto, medio o largo plazo termine destronándolo. Los empresarios que se hallan dentro del mercado adoran, por consiguiente, todo tipo de trabas y de barreras de entrada que impidan que empresarios con nuevas ideas los desbanquen. Los liberales, en cambio, se oponen a toda regulación que bloquee esa sana competencia,precisamente porque la competencia permite enterrar a los empresarios menos eficientes: ni licencias, ni reglamentaciones que impongan gravosos costes iniciales, ni concesiones exclusivas, ni siquiera patentes. De nuevo, los empresarios ya asentados adoran las restricciones a la competencia; los liberales las detestan.
  3. Aranceles y otras barreras proteccionistas. Una forma de protección contra la competencia que, por su importancia, ha adquirido entidad propia son los aranceles, las cuotas y demás barreras proteccionistas. Este armazón mercantilista blinda a las empresas nacionales de la competencia exterior, asegurando a los empresarios que se han especializado en atender al mercado interno que van a mantener su cortijo. Dado el tamaño de la economía mundial en relación con el de la economía nacional, sólo hay que pensar en la enorme desazón que siente un empresario nacional cuando, de repente, caen las barreras comerciales y se encuentra con toda una marabunta de potenciales competidores extranjeros. De ahí que muchísimos empresarios adoren el proteccionismo comercial, mientras que los liberales siempre han sido marcadamente librecambistas. Nuevamente, los empresarios van por un lado, los liberales por otro.
  4. Crédito artificialmente barato. Capitalistas y empresarios suelen tener, al menos en un comienzo, una relación pasional con el crédito barato. Muchos empresarios venden la mayor parte de sus mercancías a crédito (viviendas, grandes electrodomésticos, automóviles, etc.), de modo que, a más crédito, más ventas. Asimismo, para montar una empresa, o para multiplicar sus rendimientos, es necesario capital, y una forma de obtener ese capital de manera asequible es con un volumen de crédito artificialmente abaratado. A su vez, los empresarios proveedores de ese crédito artificialmente barato y abundante –los banqueros– también obtienen plusvalías extraordinarias por su mayor volumen de negocio. Por tanto, casi todos los empresarios están encantados con las expansiones crediticias derivadas de la privilegiada situación de los bancos. Por el contrario, los liberales rechazan las manipulaciones inflacionistas del crédito e incluso llegan a proponer para evitarlas el abandono de la moneda fiduciaria y el cierre de esos monopolios estatales llamadosbancos centrales que tanto convienen y benefician a los bancos privados. Otro punto donde empresarios y liberales chocan de frente.
  5. Planes de estímulo y obra pública. Una posible derivada de las expansiones crediticias es el endeudamiento estatal dirigido a acometer todo tipo de proyectos disparatados, como puede ser la obra pública megalómana. Muchas empresas están encantadas con tales planes de estímulo por cuanto incrementan sus ingresos (sobre todo, las que son directamente beneficiarias de los contratos estatales, pero también aquellas que salen ganando por el estímulo temporal del gasto agregado). De hecho, tales estímulos no son más que una forma de subvención y, como todas las subvenciones, son rechazados frontalmente por los liberales. Otro ejemplo de no coincidencia de pareceres entre unos y otros.
En suma, que los liberales defiendan un marco jurídico donde los mejores empresarios puedan prosperar y enriquecerse no significa que estén a su servicio, pues también es un marco donde los malos empresarios –sin las redes y los privilegios estatales– están condenados a fracasar y arruinarse; y sucede que los empresarios exitosos de hoy pueden ser los fracasados de mañana. Si los liberales defienden ese marco es porque es el marco óptimo para que todos satisfagan sus necesidades: pues los mejores empresarios se enriquecen sólo después de haber generado mucho valor para los consumidores. La realidad, pues, es más bien la opuesta: son los antiliberales intervencionistas quienes recurren a todo tipo de argucias estatistas para socavar la soberanía del consumidor y, consciente o inconscientemente, llenar los bolsillos de los cuatro empresarios afines al régimen.

El 'Economist' y el Estado

Carlos Rodríguez Braun

La riqueza viene primero y el Estado grande después, y no al revés, como prueba la empobrecedora historia del comunismo.






2015-12-21
Agradezco a Abel Amón el haber llamado mi atención hacia un editorial sobre la financiación del desarrollo que The Economist publicó hace unos meses con el plausible título de "Más allá de la ayuda".
Es habitual considerar al semanario británico como una publicación liberal. Es verdad que nació en 1843 con el objetivo explícito de defender el libre comercio, en una Inglaterra agitada entonces por el debate sobre la posible derogación de las proteccionistas Leyes del Cereal, que se produciría tres años después. Y también es verdad que el Economist ha tendido a rechazar el proteccionismo desde entonces. Pero ha acompañado al grueso de la profesión en su admisión de un creciente intervencionismo estatal en otros campos. La revista, así, aunque con contradicciones y vaivenes, como veremos, suele posicionarse dentro de la corrección económica, en especial en lo que tiene que ver con el Estado: simplemente da por sentado queel Estado tiene que ser grande.
En lo tocante a la ayuda al desarrollo, el editorial en cuestión invita, efectivamente, a ir más allá de la ayuda, pero porque opina que lo que les sucede a los países pobres es que tienen impuestos demasiado bajos. Su presión fiscal se sitúa en torno al 15% del PIB, cuando en los países ricos la media está veinte puntos por encima. Concluye el Economist:
A niveles tan bajos, es imposible suministrar educación básica, sanidad o justicia y orden público…Y así, aunque suene contraintuitivo, los países pobres a menudo necesitan más Estado, y no menos.
Aquí hay dos errores. Uno es pensar que, como los países ricos tienen Estados grandes, son ricos porque los tienen, cuando lo que sucede es que tienen Estados grandes porque son ricos.La riqueza viene primero y el Estado grande después, y no al revés, como prueba la empobrecedora historia del comunismo, que hipertrofió el Estado y ello tuvo como consecuencia la reducción de la riqueza.
El otro error es lo que he denominado "la falacia del Estado que está", es decir, la falacia de creer que, como el Estado está, y hace cosas, esas cosas que el Estado hace porque está no se harían si el Estado no estuviera. Cometen la falacia los que aseguran, por ejemplo, que, como el Estado suministra educación básica, sin Estado no habría educación básica.
Lo más llamativo del caso es la contradicción en la que incurrió el propio Economist pocas semanas después, cuando dedicó su portada a la educación privada low-cost de varios países en desarrollo, que de hecho refutaba el editorial que estamos comentando, al demostrar que sin Estado sí puede haber educación básica barata y de calidad.
En el número de esta semana se entusiasmó con Ciudadanos, al que dio su voto porque es un partido "liberal". Eso sí, tuvo el detalle de aclarar que se refería a liberal in the British sense.