Es abriendo la economía que se fuerzan inversiones y se termina con la pobreza
Uno de los argumentos centrales del macrismo, argumento que comparto, es que una de las prioridades de su gestión consistirá en llegar a la pobreza cero, y que para lograr ese objetivo hace falta crear más puestos de trabajo atrayendo inversiones. Es decir, no solo estoy de acuerdo en el objetivo, también estoy de acuerdo en la secuencia. No es posible terminar con la pobreza sin previamente atraer inversiones. Es imposible combatir la pobreza en un país en el que todos los puestos de trabajo los crea el estado porque, en rigor, no son puestos de trabajo, sino que son subsidios para sostener a gente que consume y no produce riqueza. Una forma de mentir estadísticamente sobre la verdadera desocupación.
Confieso que me llamó la atención la afirmación del presidente Macri y luego de alguno de sus funcionarios sosteniendo que si las empresas no bajaban los precios iban a abrir la economía. Es decir, un intento por frenar la inflación vía una mayor oferta de bienes importados. Una advertencia del gobierno a los productores locales para que no subieran los precios.
Es que la apertura de la economía no es un instrumento para frenar la inflación. Cada herramienta económica sirve para objetivos diferentes. Pretender frenar la inflación abriendo la economía es como querer clavar un clavo con un destornillador.
La inflación se domina teniendo disciplina fiscal para poder tener disciplina monetaria. En otras palabras, la inflación se domina eliminando o bajando el déficit fiscal para que el BCRA no tenga que emitir tanta moneda para cubrir el rojo del tesoro. Nada tiene que ver la apertura de la economía en ese proceso.
La apertura de la economía sirve para hacer más eficiente la economía. Con la apertura de la economía se logra forzar mayores inversiones para mejorar la calidad de los productos y bajar sus precios. En la medida que las empresas tengan que producir no solo para el mercado interno, sino también para exportar, aumentan los volúmenes de producción y bajan los costos fijos por unidad producida. Ejemplo, en una economía cerrada que produce solo para abastecer el mercado interno, el costo de la secretaria se divide por, digamos, 10.000 unidades producidas. En una economía abierta que apunta a exportar y produce 100.000 unidades, el sueldo de la secretaria se divide por esas 100.000 unidades. No hace falta ser Einstein para advertir que los costos fijos por unidad producida disminuyen y se hace más eficiente la empresa. Si uno traslada este criterio a toda la economía, mejora notablemente la productividad.
Además, para pasar de producir solo 10.000 unidades a 100.000 unidades, hacen falta inversiones y es así como se crean más puestos de trabajo, más demanda laboral y primero baja la desocupación y luego mejoran los salarios reales.
Es falso que primero haya que proteger a la industria nacional y luego abrir la economía para que compita. En la medida que un sector productivo sea protegido, no tendrá ningún interés para hacer inversiones y mejorar su productividad. Sabe que tiene un mercado cautivo al cual venderle productos de mala calidad y a precios más elevados. Cuando llega el momento de obligarlos a competir siempre saltan con el argumento de defender los puestos de trabajo, de protegerse de la invasión de productos importados y palabras que parecen reflejar más una guerra que una competencia económica.
Recuerdo que en los 90 tuve un fuerte debate por el famoso régimen automotriz que protegía a los productores nacionales. La restricción a las importaciones de autos era para todos los países pero el argumento para ponerle cupo a la cantidad de autos importados era que los coreanos hacían dumping social, es decir, les pagaban poco a sus trabajadores. Los explotaban. La realidad es que, aun aceptando ese loco argumento, el cupo regía para los autos que se producían en cualquier país, con lo cual se suponía que los alemanes con el BMW, los suecos con el Saab, los italianos con el Alfa Romeo o los ingleses con el Rover, también hacían dumping social para destruir a los productores locales. Una versión modelo 90 del discurso k según el cual en Alemania hay más pobres que en Argentina.
Volviendo a las declaraciones de Macri y sus funcionarios del área, me parece que para frenar la inflación no hace falta hablar de la apertura de la economía como una amenaza hacia los empresarios. Solo hay que tener disciplina fiscal para lograr la disciplina monetaria que frene la inflación. Esa es la madre de todas las batallas contra la inflación. No la amenaza de abrir la economía.
Ahora bien, si el objetivo es ir a la pobreza cero, Argentina necesita grandes volúmenes de inversiones y esos grandes volúmenes no se consiguen para abastecer solo a un mercado interno de 40 millones de habitantes. La gran batalla contra la pobreza y la desocupación se gana con más puestos de trabajo para producir volúmenes de producción que apunten a abastecer al mundo. Para eso se necesita ser competitivo y ahí el estado tiene mucho para hacer.
El primer paso, a mi juicio, sería salir del MERCOSUR y establecer un arancel único para todos los productos. Digamos del 11 o 12 por ciento y hacer un cronograma de reducción anual de aranceles para forzar cada vez mayores grados de eficiencia.
Mientras tanto, el gobierno tendrá que eliminar las trabajas que le impiden a las empresas ser competitivas. Bajar el gasto público, la carga tributaria, eliminar la legislación laboral que encarece los costos de producción, generar una fuerte corriente inversora en infraestructura (trenes, rutas, puertos, energía, etc.) para abaratar los costos de producción, eliminar trámites burocráticos y otras medidas por el estilo. Es decir, el estado debe dejar de ser un estorbo para el que produce y, como contrapartida, forzarlo a competir.
Si queremos cambiar en serio, Argentina tiene que generar un verdadero tsunami de inversiones para ir a la pobreza cero. Pero ese tsunami de inversiones se va a producir compitiendo con el mundo. No seguir mirándonos el ombligo y siempre poner un argumento para decir que no se puede competir.
Cambiar es hacer de la Argentina una gran exportador como lo fue a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. A diferencia de cambiar, Continuemos es seguir con este nefasto modelo de sustitución de importaciones.
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