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sábado, 19 de diciembre de 2015

Contra Shiller y Akerlof

 




Los críticos del mercado libre argumentan que “dada la normal debilidad del ser humano”, las interacciones voluntarias entre las personas deben regularse. Olvidan que los reguladores no están exentos de poseer esas mismas “debilidades”.
George Akerlof y Robert Shiller son dos renombrados economistas estadounidenses. El primero nació en 1940 en la ciudad de New Haven, estado de Connecticut, mientras que el segundo es oriundo de Detroit, Michigan, y nació seis años después. Además de ser doctores en economía por el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts, ambos académicos comparten haber sido galardonados con el Premio Nobel de Economía.
En el año 2001, Akerlof compartió el premio con Joseph Stiglitz y Michael Spence por su análisis de la “información asimétrica” en los mercados de bienes y servicios. Doce años después, Shiller lo compartió con Eugene Fama y Lars Hansen por su “análisis empírico de los precios de los activos” en los mercados financieros.
Otra particularidad de estos dos autores es que recientemente se unieron y publicaron el libro “Phishing for Phools”, título que al español podría traducirse como “A la pesca de los tontos”.
En dicha obra, los autores se basan en la llamada economía del comportamiento para criticar el alto grado de “manipulación y engaño” que existe en las relaciones entre empresas y consumidores.
Para Shiller, “un concepto fundamental de la psicología es que la gente, a menudo, toma decisiones con las que no está contenta (…) Si las empresas tienen la chance de beneficiarse tentándonos a tomar decisiones que son buenas para ellas pero malas para nosotros, entonces la aprovecharán. Tienen un incentivo muy fuerte tanto para ofrecernos lo que queremos, como para ofrecernos lo que no queremos”
Según el Wall Street Journal, esta es una de las principales contribuciones del libro: que el mercado es el mejor mecanismo para ofrecerle a la gente las cosas que no quiere tener.
¡Atención! No compramos lo que no queremos
Nadie niega que a veces hagamos cosas que después nos generen arrepentimiento. ¿Quién no ha adquirido algo alguna vez para luego pensar “por qué gasté dinero en esto si, en realidad, no lo necesitaba tanto”?
Ahora bien, el hecho de que existan estos  errores no es suficiente para hacer una crítica al sistema de mercado y la competencia empresaria.
Lo que hay que comprender es que las decisiones individuales se toman de forma prospectiva, mirando al futuro. Cuando un individuo compra un producto o servicio, lo hace porque espera que mejore su bienestar. En el momento de la operación, esta persona de hecho está revelando su deseo de tener ese bien. Caso contrario, no efectuaría dicha compra. Ahora bien, esto no anula que, en una mirada retrospectiva, nuestra decisión pueda ser juzgada como un acierto o como un error en función de si realmente cumplió el objetivo.
Sin embargo, esto no puede ser un indicador ni siquiera remoto de que el mercado sea tan bueno para ofrecer lo que la gente quiere como aquello que la gente no quiere. Si así fuera, las “empresas aprovechadoras” seguirían vendiendo casetes de música o videos en formato VHS, manipulando impunemente a la gente para que compre cosas que, en realidad, no le sirven.
Obviamente, esto no es esto lo que sucede.
¿Quién regula a los reguladores?
Otro punto en el que flaquea el argumento de los premios nobel es en el de las propuestas. En un reciente artículo, Shiller afirma que la solución a los problemas que ellos identifican pasa por una mayor regulación estatal. En sus palabras:
“Si bien confirmamos la importancia de los mercados libres, encontramos que la regulación del mercado ha sido crucial y creemos que seguirá siéndolo en el futuro  (…)
[La teoría económica tradicional] generalmente ignora el hecho de que, dada la normal debilidad del ser humano, una economía competitiva desregulada inevitablemente generará enormes cantidades de manipulación y engaño”
Ahora nótese la contradicción del planteo. Por un lado, se asume que el mercado desregulado falla debido a la “normal debilidad del ser humano”. Por el otro, que la regulación, que necesariamente será llevada a cabo por seres humanos con iguales o mayores “debilidades”, resolverá el problema.
Sin fundamentos, se está demonizando al individuo cuando opera en el sector privado pero, al mismo tiempo, idealizando a ese mismo individuo cuando opera en el sector público.
Lecciones desde Argentina
A pocos días de la contienda electoral que definirá el futuro de los argentinos, las miserias del sector público van quedando expuestas. Escándalos de corrupción, promesas incumplibles, cambios de discurso y contradicciones varias son el pan de cada día en la política local.
¿A quién se le ocurriría que dándole más poder a estos políticos podría mejorar la economía?
Al menos en el plano local y sudamericano, el problema que enfrentamos es exactamente opuesto al que plantean Shiler y Akerlof. Vivimos en economías hiperreguladas y asfixiadas por el exceso de poder político.
El foco, entonces, debe estar puesto en cómo desmantelar este sistema, no en dotarlo de más armas y argumentos para seguir engordándolo.

Publicado originalmente en Inversor Global.

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