Buscar este blog

martes, 31 de marzo de 2015

Keiser Report en español: Gobiernos de perturbados y títeres.

En este nuevo episodio emitido hoy martes, Max y Stacy hablarán de Rupert Murdoch, un magnate que ha contribuido a imponer Gobiernos de perturbados y títeres. Hablan también de la revolución de Russell Brand que ya cuenta con una divisa, la tarjeta-rasca del startcóin. En la segunda parte, Stacy comenta el caso del Deutsche Bank al que no le hacen falta los depósitos porque no necesitan capital gracias a que el Banco Central les proporciona dinero gratuito emitiendo moneda con toda la facilidad del mundo.
Recordemos que Max Keiser lleva involucrado con los mercados y las finanzas desde hace 25 años. Comenzó su carrera como corredor de bolsa en Wall Street después de graduarse de la Universidad de Nueva York .
Keiser también es el CEO fundador de la HSX (Hollywood Stock Exchange)

Por qué la Reserva Federal no puede subir las tasas de interés



El banco central estadounidense ha estado anunciando un alza en las tasas de interés, pero no puede hacerlo significativamente sin dispararse en el pie. 

Después del testimonio de Janet Yellen ante el Congreso, los mercados siguen convencidos de que la Reserva Federal podría elevar sus tipos en algún momento durante este verano. Este es un simple pensamiento esperanzado. La Reserva Federal no puede elevar los tipos más de lo que puede pedir prestado eternamente. La razón es simple: la Reserva Federal debe mantener la impresión de ser solvente y mantener su credibilidad como institución financiera.
Piensen en el balance de la Reserva Federal. Sus activos son una mezcla de bonos gubernamentales, bonos de la Tesorería y los seguros respaldados por hipotecas. Los dólares que la Reserva Federal emite para adquirir esos activos son sus pasivos correspondientes. No es necesario decir que ha adquirido muchos bonos desde el 2008 (QE1, QE2, QE3). Así que desde el 2008, su balance se ha expandido a ambos lados.
La mayoría de sus activos –los bonos y la deuda hipotecaria – son a largo plazo, con una duración promedio de más de 10 años. Mientras tanto, sus pasivos son todos a corto plazo, pasivos corrientes. Estos son depositados en la Reserva Federal por muchos bancos, y los bancos pueden exigirlos en cualquier momento.
Los préstamos de mayor duración pagan rendimientos más altos que los préstamos y depósitos a corto plazo. Dado que las tasas de interés están en mínimos históricos, la Reserva Federal puede continuar endeudándose a corto plazo y prestando a largo plazo –y obtiene una buena ganancia al hacerlo.
Aquí hay un ejemplo con matemáticas simples. El rendimiento de un bono de 10 años es del 2%. Este es el interés que la Reserva Federal recibe de sus préstamos, los cuales son sus activos a largo plazo. Por otro lado, la Reserva Federal no debe más del 0.25% de sus depósitos a corto plazo, los cuales son sus pasivos a corto plazo. Eso es una ganancia del 1.75% anual. Se han comprado aproximadamente $2.8 trillones de deuda a largo plazo, así que eso equivale a aproximadamente $49 billones en ganancias anuales. No está mal –siempre y cuando las tasas se mantengan bajas.
Pero la Reserva Federal quiere elevar las tasas (o al menos eso dice). El mercado también espera un alza de las tasas. ¿Qué pasa con este juego de sillas musicales monetarias si la Reserva Federal de hecho entrega las tasas de interés más altas que ha estado prometiendo?
Dan Oliver Jr., Presidente del Comité de Investigación y Educación Monetaria, lo resumió de este modo en el Wall Street Journal en agosto pasado:
“El enorme descalce de plazos entre los activos de la Reserva Federal, que ahora son mayormente a largo plazo, y sus pasivos, que son todos pasivos corrientes, promete grandes pérdidas cuando las tasas de interés finalmente suban.”
Observen un poco más de cerca cómo funciona esto. Supongamos que la tasa de interés de la Reserva Federal se elevara al 1%. En lugar de pagar 0.25% de sus pasivos a corto plazo, tendría que pagar el 1%. Esto le disminuiría su ganancia del 1% año sobre año, si los bonos a 10 años aún dieran un rendimiento del 2%. Eso equivale a una caída de más de un 40%, pero aún tendría un ingreso neto positivo. ¿Qué pasa si las tasas continúan elevándose de vuelta a sus normas históricas, del 1% al 2.5%, o aún más? Entonces la Reserva Federal tiene un gran problema. Si sus activos producen 2% pero tienen que pagar 2.5% de sus pasivos, entonces tiene un flujo negativo y carece de liquidez. En lugar de ganar agradablemente $49 billones al año, ahora debe $14 billones.
Eso es apenas el principio de los problemas de la Reserva Federal si las tasas suben. Aún más devastadores serían los efectos sobre el valor de sus activos. Para entender esto, hay que saber que el precio de mercado de un bono corre en sentido inverso a su rendimiento. Así que cuando los rendimientos de los nuevos fondos de diez años de la Tesorería se elevan, baja el precio de los bonos de la Tesorería existentes que han adquirido a un rendimiento más bajo. Esto es porque los bonos adquiridos previamente deben ser descontados de la tasa actual del mercado si se venden en el mismo –no a la tasa a la que originalmente los compraron.
Si la Reserva Federal subiera las tasas, la totalidad de la curva de rendimientos se elevaría a la par, lo que significa que los rendimientos en cada tipo de bono se elevarían también. Entonces un bono que la Reserva Federal originalmente compró con, digamos, un rendimiento del 2%, ahora debe ser descontado en comparación con el mercado con bonos que entregaron un rendimiento más alto. Si la Reserva Federal tratara de vender este bono en el mercado, sufriría una pérdida capital en su balance. Al mismo tiempo, los pasivos a corto plazo de la Reserva Federal se mantendrían y sería necesario pagarlos. De modo que si las tasas se elevaran lo suficiente, la Reserva Federal incurriría pérdidas en ambos lados de su balance.
La refutación común a este escenario es que la Reserva Federal simplemente puede prestar más dinero para pagar sus deudas. Esto es posible pero ¿Es realmente una solución recomendable al problema? Si la Reserva Federal tuviera un flujo negativo de efectivo encima de una cartera de activos a la baja, pedir más préstamos para atender las pérdidas sólo exacerba el problema. Añadir deuda a una cartera sin liquidez incrementa el dolor; no lo elimina.
Aún peor – ¿Cómo respondería el resto del mundo a una institución financiera atrapada en esta posición? La Reserva Federal perdería toda credibilidad a los ojos del sistema financiero mundial. A su vez, el dólar estadounidense perdería credibilidad porque está a cargo de la Reserva Federal. Los bancos mundiales no sólo se alejarían y posiblemente desecharían ellos mismos los bonos gubernamentales estadounidenses, sino que probablemente abandonarían también al dólar en favor a otro activo más seguro.
La Reserva Federal no puede permitir que esto suceda, así que no puede elevar las tasas de interés. Al menos, no a un grado significativo. 

DESIGUALDAD Y CAPITALISMO: LOS ERRORES DE THOMAS PIKETTY.

Corporaciones versus mercado

Corporaciones versus mercado

31 Marzo, 2015



Los defensores del libre mercado son con frecuencia acusados de ser apologistas de las grandes empresas y defensores de la élite corporativa. ¿Es esta una acusación justa?
No y sí. Rotundamente no –porque el poder corporativo y el libre mercado son actualmente antitéticos; la competencia genuina es la gran pesadilla de las grandes empresas. Pero también, en también muchos casos, sí –porque aunque la libertad y la plutocracia no pueden coexistir, al mismo tiempo la defensa de ambos es totalmente posible.
Primero, el no. Las corporaciones tienden a temer la competencia, porque la competición presiona hacia abajo los precios y hacia arriba los salarios; es más, el éxito en el mercado viene sin garantía de permanencia, dependiendo de cómo estas superen a otras empresas calculando correctamente cómo satisfacer mejor las siempre cambiantes preferencias de los consumidores, y la posibilidad de perder no es un picnic. No es sorprendente, entonces, que a lo largo de la historia de EE. UU. las corporaciones hayan sido mayoritariamente hostiles al libre mercado. De hecho, gran parte del aparato regulador actual –incluyendo aquellas regulaciones que no son en absoluto percibidas como restricciones en el poder corporativo- es vigorosamente apoyado, respaldado, y en muchos casos incluso redactado por la élite corporativa.
El poder corporativo depende vitalmente de la intervención gubernamental en el mercado. Esto es suficientemente obvio en el caso de muchas formas de favoritismo gubernamental como los subsidios, los rescates y otras formas de corporativismo estatal; aranceles proteccionistas; concesiones de privilegio de monopolio; y el aprovechamiento de la propiedad privada por la corporación vía expropiaciones (como en Kelo v. New London). Pero estas formas directas de intervención pro-empresarial se complementan con un enjambre de formas indirectas cuyo impacto, podría decirse, es todavía mayor.
Como escribí en otro sitio:
“Un servicio especialmente útil que el Estado brinda a la élite corporativa es el mantenimiento forzoso del cartel. Los acuerdos de precios son inestables en un libre mercado, desde el momento en que todas las partes del acuerdo tienen un interés colectivo en vistas a que el acuerdo se mantenga en general, pero cada uno tiene un interés individual en romper el acuerdo para vender por debajo del precio de las otras partes para ganar constantemente sus consumidores; y si el cartel se administra para mantener la disciplina entre sus propios miembros, los precios oligopolísticos tenderán a atraer nuevos competidores al mercado. Por lo tanto, el Estado da la ventaja a las empresas forzando la cartelización. Muchas veces esto se hace directamente, pero también hay muchas formas indirectas, tales como imponer estándares de calidad uniforme que alivian a las empresas de competir en calidad. (Y cuando los estándares de calidad son altos, los competidores de baja calidad pero baratos son expulsados del mercado).
La capacidad de las empresas colosales de aprovechar las economías de escala está también limitada en un libre mercado, desde que más allá de cierto punto los beneficios del tamaño (p.j. la reducción en los costos de transacción) pesan menos que las deseconomías de escala (p.j el caos de cálculo derivado de la ausencia de precios orientativos) – a menos que el Estado les posibilite socializar sus costos haciéndoles inmunes a la competición –p.j imponiendo papeleos, requisitos de licenciación, requisitos de capitalización, y otras formas de trabas reguladoras más recientes, los competidores más pobres son opuestos a los más ricos, con empresas más consolidadas.”
La lista tampoco termina ahí. Las desgravaciones fiscales a favor de las empresas representan otra forma no evidente de intervención estatal. El mercado, por supuesto, no tiene nada en contra de las desgravaciones fiscales per se, sino todo lo contrario. Pero cuando una empresa está exenta del pago de impuestos a los que sus competidores sí están sujetos, se convierte en la beneficiaria de la coacción estatal en contra de otros, y debe su éxito en esa medida a la intervención del gobierno en lugar de a las fuerzas del mercado.
Las leyes de propiedad intelectual también cumplen la función de reforzar el poder de las grandes empresas. Incluso aquellos que aceptan la propiedad intelectual como una forma legítima de propiedad privada están de acuerdo en que el horizonte temporal cada vez mayor de la protección de derechos de autor, así como las desproporcionadas multas por violaciones (medidas por las que los editores, el registro de empresas, empresas de software, y estudios de cine han presionado de manera eficaz), son incentivos excesivos desde un punto de vista, están en tensión con la intención expresa de la cláusula de la Constitución de patentes y derechos de autor, y tienen más que ver con la maximización de las ganancias de las empresas que con la obtención de un justo reintegro a los creadores originales.
El favoritismo del Gobierno también asume la irresponsabilidad de las grandes empresas con el medio ambiente. Por ejemplo, los contaminadores a menudo gozan de la protección contra demandas, a pesar de que la contaminación es una violación de los derechos de propiedad privada. Cuando las empresas madereras participan en la tala de tierras públicas, las vías de acceso son generalmente financiadas mediante impuestos, reduciendo así el coste de la tala por debajo del precio de mercado y, además, como los madereros no son propietarios de los bosques tienen pocos incentivos para hacer explotaciones sostenibles.
Además, las políticas monetarias inflacionarias por parte de los bancos centrales también tienden a beneficiar a las empresas que reciben el dinero inflado en primer lugar en forma de préstamos e inversiones, cuando se enfrentan todavía a la viejos y bajos precios, mientras que aquellos a quienes el nuevo dinero les llega más tarde se enfrentan a precios más elevados, perdiendo sistemáticamente.
Y, por supuesto, las corporaciones han sido frecuentemente los beneficiarios de las intervenciones militares de EE.UU. en el extranjero, desde la United Fruit Company en 1950 Guatemala a la Halliburton en Iraq a día de hoy.
Grandes imperios corporativos como Wal-Mart son con frecuencia, ya sea aclamados o condenados (dependiendo de la perspectiva del orador) como productos del mercado libre. Pero Wal-Mart no solo es un beneficiario directo de la intervención del gobierno (normalmente local) en forma de medidas tales como expropiaciones y desgravaciones fiscales, sino que también obtiene beneficios menos evidentes de las políticas de aplicación más amplia. La financiación pública de carreteras a través de los ingresos fiscales, por ejemplo, constituye de facto un subsidio de transporte, permitiendo que Wal-Mart y otras cadenas socialicen los costes de envío, de modo que les permitan competir con más éxito contra las empresas locales; los bajos precios que tenemos en Wal-Mart como consumidores son, por lo tanto, posibles en parte por nuestros ingresos que, en calidad de contribuyentes, ya indirectamente subsidian los gastos de funcionamiento de Wal-Mart.
Wal-Mart también mantiene sus bajos costes pagando bajos salarios, pero lo que hace posible los bajos salarios es la ausencia de alternativas más lucrativas para sus empleados -hecho que a su vez se debe en gran parte a la intervención del Estado. La existencia de reglamentos, tasas, requisitos de licencias, y otros no afectan por igual a todos los participantes en el mercado, pues es más fácil para los ricos, con empresas bien establecidas, sortear estos obstáculos que para las nuevas empresas recién puestas en marcha. Por lo tanto, tales normas, disminuyen el número de ofertas de empleo para los trabajadores de los servicios (y por lo tanto, mantienen los salarios bajos) y hacen más difícil para los menos ricos iniciar empresas propias. Las restricciones legales a la organización de los obreros también hacen más difícil para estos trabajadores el organizarse colectivamente en su propio nombre.
No estoy sugiriendo que Wal-Mart y otras empresas deban su éxito únicamente a los privilegios gubernamentales; sin duda hay involucrado un auténtico talento empresarial. Sin embargo, dada la enorme contribución gubernamental para su éxito, es dudoso que en ausencia de la intervención de los gobiernos estas empresas estuvieran en la posición que están en la actualidad.
En un mercado libre, las empresas serían más pequeñas y menos jerárquicas, más locales y más numerosas (y muchas probablemente serían propiedad de los trabajadores), los precios serían más bajos y más altos los salarios, y el poder de las corporaciones sucumbiría. No es de extrañar que las grandes empresas, a menudo, a pesar de tener en los labios los ideales de libre mercado, tiendan, en la práctica, a oponerse sistemáticamente.
Así pues, ¿de dónde viene esa idea de que los defensores del libertarismo-libre mercado son el canal de los grandes intereses comerciales? ¿De dónde la relación generalizada de la plutocracia corporativa con el laissez-faire libertario? ¿Quién es el responsable de promover esta confusión?
Hay tres grupos diferentes que deben asumir su parte de culpa. (Nota: al hablar de “culpa” no estoy diciendo necesariamente que los “culpables” hayan promovido deliberadamente lo que se conocía como una confusión, en la mayoría de los casos el defecto es más bien de negligencia, de la falta de atención a las incoherencias en su cosmovisión. Y como veremos, estos tres grupos han reforzado sistemáticamente las confusiones del otro.)
Culpable # 1: la izquierda. En todo el espectro que abarca desde la blanda corriente liberal-socialdemócrata hasta la izquierda radical tira-bombas, está generalizado (aunque no universal, cabe señalar) que el laissez-faire y la plutocracia corporativa son prácticamente sinónimos. David Korten, por ejemplo, describe a los defensores de los mercados sin restricciones, de la propiedad privada, y los derechos individuales como “libertarios corporativistas” que defienden un “libre mercado globalizado que deja las decisiones de asignación de recursos en manos de las grandes corporaciones”-como si estas gigantes empresas fueran las criaturas del libre mercado, y no del Estado -mientras que Noam Chomsky, aunque tiene la experiencia suficiente para reconocer que la élite empresarial está aterrorizada de una auténtica liberación de los mercados, al mismo tiempo rectifica y dice que tenemos que evitar a toda costa los mercados libres a fin de que indebidamente demos autonomía a la elite empresarial.
Culpable # 2: la derecha. Si los oponentes de los libertarios del ala izquierda han confundido el libre mercado con la intervención pro-empresarial, los opositores de derechas de los libertarios han hecho todo lo posible para promover precisamente esta confusión, debido a que existe una generalizada (aunque no universal, una vez más) tendencia de los conservadores a cubrir con retórica de libre mercado las políticas corporativistas. Así es como los políticos conservadores con sus presuntuosas corbatas de Adam Smith han logrado que se les perciba –tal vez incluso han logrado- y se perciban a sí mismos como defensores de los recortes fiscales, los recortes de los gastos, la competencia libre y sin par, a pesar de aumentar los impuestos, aumentar el gasto, y la promoción de la simbiosis gubernamental-empresarial.
Considere el clásico término conservador de “privatización”, que tiene dos significados distintos, de hecho opuestos. Por un lado, puede significar que algunos servicios o que la industria de los sectores monopolistas de las administraciones públicas regresen a la competencia del sector privado –obtenido del gobierno, el cual sería el sentido libertario. Por otra parte, también puede significar “subcontratación” (contracting out), es decir, la concesión a la empresa privada de un privilegio de monopolio en el suministro de servicios previamente suministrados directamente por el gobierno. No hay nada de libre mercado en la privatización en este último sentido, ya que el poder de monopolio es simplemente trasladados de un grupo de manos a otro, lo que se llama corporativismo, o intervención pro-empresarial, no laissez-faire. (Puede haber competencia en la puja para adquirir tales contratos de monopolio, pero la competencia para establecer un monopolio legal no es una competencia más genuina que democracia genuina la votación para establecer a un dictador –en tiempos pasados.
De estos dos significados, es dominante el sentido corporativista, que se remonta a las políticas económicas fascistas en la Alemania nazi, pero se utiliza principalmente el significado libertario, cuando el término (acuñado independiente, como el reverso de “nacionalización”) alcanzó por primera vez un uso generalizado en las últimas décadas. Sin embargo, los conservadores han cooptado el término, lo que lo conduce una vez más hacia el sentido corporativista.
Preocupaciones similares se aplican a otro término clásico conservador, “desregulación”. Desde un punto de vista libertario, la desregulación debe significar la supresión de las directivas gubernamentales y las intervenciones en la esfera del intercambio voluntario. Pero cuando a una entidad privada se le conceden privilegios especiales gubernamentales, “desregulación” significa que los importes en lugar disminuir, aumentan la intrusión gubernamental en la economía. Por poner un ejemplo, no exactamente al azar, si las garantías de un impuesto de rescate financiado por los bancos llevan a hacer los préstamos más arriesgados de lo que serían de otro modo y, a continuación, los bancos se han hecho más libres para asumir riesgos con el dinero de los contribuyentes sin su consentimiento. Cuando los conservadores abogan por este tipo de desregulación están envolviendo la redistribución y el privilegio bajo el lenguaje de la libertad económica. Cuando los conservadores venden sus proyectos plutocráticos como políticas de libre mercado, ¿podemos realmente culpar a los liberales-socialdemócratas y a la izquierdas por confundir ambos? (Bueno, vale, sí podemos. Pero es un factor atenuante.)
Culpable # 3: libertarios mismos. Por desgracia, los libertarios no son inocentes –esta es la razón por la que la respuesta a mi pregunta inicial (en cuanto a si es justo acusar a los libertarios de ser apologistas de las grandes empresas) no fue no y sí, sino simplemente no. Si los libertarios son acusados de canalizar los intereses de las empresas, esto puede ser en parte porque, ellos normalmente se pronuncian solamente por aquello que hacen (aunque aquí, como se indica más arriba, hay muchas excepciones honorables a esta tendencia). Considere la posibilidad del icono libertario de la descripción de Ayn Rand de las grandes empresas como una “minoría perseguida”, o la forma que tienen los libertarios de defender “nuestro sistema de salud de libre mercado” en contra de la alternativa de la medicina socializada, como si el sistema de atención de salud que prevalece en los Estados Unidos fueron el producto de la libre competencia en lugar de la sistemática intervención del gobierno en nombre de las compañías de seguros y el establecimiento médico a costa de la gente común. O de nuevo, tenga en cuenta la rapidez con la que los libertarios están dispuestos a defender Wal-Mart y similares como ejemplos heroicos de la libertad de mercado. Entre tales libertarios, las críticas al poder corporativo son sistemáticamente desechadas como ideología anti-mercado. (Por supuesto, tal desdén se refuerza por el hecho de que muchos críticos del poder corporativo están en las garras de la ideología anti-mercado.) Así, cuando los analistas de izquierda se quejan de los “libertarios corporativistas” no están simplemente confundidos, sino que está respondiendo a una verdadera tendencia, aun cuando haya en cierta medida una mal interpretación.
Kevin Carson ha acuñado el término “libertarismo vulgar” para referirse a la tendencia que intenta revestir de libre mercado diversas características nada atractivas de la actual sociedad corporativista para justificarlas. (me parece que es preferible hablar de liberalismo vulgar en lugar de libertarios vulgares, porque muy pocos libertarios son constantemente vulgares; el libertarismo vulgar es una tendencia que puede aparecer en diversos grados en los pensadores que tienen también fuertes tendencias anticorporativistas). Asimismo, “el libertarismo vulgar” de Carson es la expresión de la correspondiente tendencia a tratar las objeciones a la sociedad corporativa actual como si constituyeran una objeción al mercado libre. Ambas tendencias mezclan los mercados libres con el corporativismo, pero arrastran morales opuestas, como señala Murray Rothbard, “Tanto la izquierda como la derecha han sido engañados por la noción persistente de que la intervención del gobierno es ipso facto izquierdista y anti-empresarial.” Y si muchos izquierdistas tienden a ver dudosas actividades de promoción empresarial en los discursos libertarios, incluso cuando no existen, también muchos libertarios tienden a no ver las dudosas actividades de promoción empresarial en los discursos libertarios, incluso cuando sí existen.
Hay una evidente tendencia de los izquierdistas y los libertarios vulgares a reforzarse mutuamente, ya que cada uno confunde la plutocracia con el libre mercado asumido por el otro. Esta mezcla, a su vez, tiende a reforzar el poder de la clase política para hacer invisible el verdadero libertarismo: aquellos que se sienten atraídos por los mercados libres son atraídos hacia el apoyo a la plutocracia, lo que contribuirá a apuntalar el estatismo corporativista de derechas, y los que rechazan la plutocracia son impelidos a oponerse a los mercados libres, ayudando así a apuntalar el estatismo de izquierda o ala socialdemócrata. Sin embargo, como esas dos alas tienen más cosas en común que en oposición, la clase política gana en ambos sentidos. La percepción de que los libertarios son siervos de las grandes empresas por lo tanto, tiene dos efectos negativos: en primer lugar, tiende a hacer más difícil el atraer conversos al libertarismo, por lo que dificulta su éxito, en segundo lugar, los convertidos pueden terminar reforzando el poder corporativo al promover una confusa versión de la doctrina.
En el siglo XIX, era mucho más común de lo que es hoy en día para los libertarios el verse a sí mismos como opositores de las grandes empresas. La  alianza de los libertarios a lo largo del siglo XX con los conservadores contra el enemigo común del socialismo de estado probablemente tenía mucho que ver con la reorientación del pensamiento libertario hacia la derecha, y el breve acercamiento entre los libertarios y la izquierda durante la década de 1960 fracasó cuando la Nueva Izquierda explotó. Como resultado de ello, los libertarios no han sabido luchar contra la confusión de las izquierdas y las derechas de los mercados con el privilegio, porque no han estado totalmente libres de dicha confusión.
Afortunadamente, la coalición de la izquierda libertaria está empezando a resurgir; y con ella está surgiendo un nuevo énfasis en la distinción entre los mercados libres y el corporativismo imperante. Además, muchos libertarios están comenzando a repensar la manera en que presentan sus puntos de vista y, en particular, su utilización de la terminología. Tomemos, por ejemplo, la palabra “capitalismo”, que los libertarios durante el siglo pasado han tendido a aplicar a favor de su sistema. Como he argumentado en otros lugares, este término es un poco problemático, ya que algunos lo utilizan para señalar el libre mercado, otros en el sentido del privilegio corporativo, y otros (tal vez la mayoría) en el sentido de la fusión de ambos:
“Para la mayoría de las personas “capitalismo” no significa ni el libre mercado ni el imperante sistema neomercantilista. Más bien, lo que la mayoría de la gente entiende por “capitalismo” es este sistema de libre mercado que impera actualmente en el mundo occidental. En resumen, el término “capitalismo”, como se utiliza generalmente oculta el supuesto de que el sistema actual es un mercado libre. Y puesto que el sistema imperante es, de hecho, uno de favoritismo del gobierno hacia las empresas, el uso ordinario de la expresión conlleva la suposición de que el libre mercado es el favoritismo del gobierno hacia las empresas.”
De ahí que el aferrarse a la palabra “capitalismo” puede ser uno de los factores que refuercen la confusión del libertarismo con la defensa del corporativismo. En cualquier caso, si la defensa del libertarismo no es malinterpretada-o peor aún, ¡si se percibe correctamente! –como apologista de las corporaciones, la oposición entre el libre mercado y el poder corporativo tiene que remarcarse continuamente.

El “tipo natural de interés” es siempre positivo y no puede ser negativo.

El “tipo natural de interés” es siempre positivo y no puede ser negativo

31 Marzo, 2015


Algunos economistas han venido argumentando que el “tipo de interés real de equilibrio” (es decir, el “tipo natural de interés” o el “tipo originario de interés”) se ha convertido en negativo, ya que un “estancamiento secular” ha causado supuestamente un “empacho de ahorro”.1
La idea es que los ahorros excedían la inversión y que hace falta un tipo real negativo de interés para alinear los ahorros con la inversión. Desde el punto de vista de la Escuela Austriaca, la noción de un “tipo real de interés de equilibrio negativo” no tiene ningún sentido en absoluto.2
Para demostrar esto, desarrollemos el caso paso a paso. Para empezar, hay que hacer una distinción entre dos clases de tipos de interés: está el tipo de interés del mercado y está el tipo originario de interés.
El tipo de interés del mercado es el resultado de la oferta y la demanda de ahorros en el mercado. Puede observarse, por ejemplo, en el mercado de depósitos, bonos o préstamos para distintos plazos y calidades de créditos.
El tipo originario de interés es una categoría de la acción humana, al decir que el hombre actúa valora los bienes disponibles en el presente más que los bienes disponibles en el futuro. En otras palabras: Los bienes futuros se comercian con un descuento en el precio en relación con los bienes presentes. Por ejemplo, 1$ disponible hoy es preferible a 1$ disponible dentro de un año.
Si 1$ a recibir en un año se valora en, digamos, 0,909$, el tipo originario de interés es el 10%. (1$ dividido por 0,909 menos 1 da 0,10 o 10%, por cierto). Un 10% es aquí el tipo originario de interés (sin contar con otras primas).

El “tipo originario de interés” refleja un diferencial de valor

El tipo originario de interés expresa un diferenciald e valor, que resulta de la llamada preferencia temporal.3  El término preferencia temporal denota que el hombre que actúa prefiere una satisfacción temprana de deseos a una satisfacción posterior de deseos.
La preferencia temporal es siempre y en todo caso positiva y lo mismo pasa con el tipo originario de interés. Esto es, ante todo, lo que nos diría el sentido común.
Si el tipo originario de interés estuviera casi en cero, esto significaría que se prefieren dos manzanas en, digamos, 1.000 años por encima de una manzana disponible hoy. Un tipo originario de interés verdaderamente cero implica que el horizonte de planificación o “periodo de provisión” del actor es infinitamente largo, lo que es otra forma de decir que nunca actuaría en absoluto, sino que continuamente atrasaría al futuro el logro de sus objetivos.
La idea de que la preferencia temporal y el tipo originario de interés puedan ser cero no solo suena absurda, sino que es una imposibilidad lógica: Una preferencia temporal positiva y un tipo originario de interés positivo están lógicamente implícitos en el irrefutablemente verdadero “axioma de la acción humana”.
La acción humana es un comportamiento con un propósito, lo que implica el uso de medios para alcanzar fines. La acción requiere tiempo (es imposible pensar otra cosa). Así, el tiempo es un medio indispensable y escaso para alcanzar fines. Como tal, debe economizarse, lo que implica necesariamente que una satisfacción anterior de deseos se prefiere a una satisfacción posterior de deseos.
Por tanto, por razones (praxeo)lógicas, la preferencia temporal el tipo originario de interés no pueden caer a cero, no digamos convertirse en negativo. Las implicaciones de un tipo negativo originario de interés no pueden ni siquiera concebirse por la mente humana: Un tipo cero originario de interés ya implica ninguna acción durante toda la eternidad.

Argumentos poco convincentes

Sin embargo, algunos argumentan que debido a las crecientes incertidumbres relacionadas con una mayor esperanza de vida, la gente podría preferir cada vez más un consumo futuro frente a un consumo presente y que esto podría empujar la preferencia temporal y el tipo originario de interés al territorio negativo.
No cabe duda de que las preferencias temporales de la gente pueden disminuir con el tiempo, lo que implica aumenta el ahorro de la renta actual mientras disminuye el consumo. Aunque la preferencia temporal y por tanto el tipo originario de interés puedan caer, por razones lógicas no pueden llegar a cero, ni mucho menos ser negativos.
Otro argumento se refiere al asunto de la “saturación” y funciona como sigue: Supongamos que tienes dos manzanas y te comes una. Tu hambre está ahora saciada, así que prefieres comer mañana la manzana restante a comerla hoy. ¿No prueba esto que la gente puede valorar bienes futuros más que bienes presentes, que la preferencia temporal y el tipo originario de interés pueden ser nativos?
No, no lo hace. El no consumo de la segunda manzana hoy puede explicarse fácilmente por el hecho de la utilidad marginal de comer la manzana es ahora menor que comerla mañana o al día siguiente, incluso si la utilidad marginal se descuenta por un tipo originario de interés positivo.
Dicho esto, el ejemplo anterior está mal construido.4 No ilustra el caso relevante, que es el caso en el que el hombre que actúa considera usos alternativos del mismo bien y por tanto no demuestra en absoluto que la preferencia temporal y por tanto el tipo originario de interés puedan ser negativos.

El fin de la economía de mercado

¿Cuál es la relación entre el tipo de interés del mercado y el tipo originario de interés? Por ejemplo, en el mercado del préstamo, el tipo de interés de los préstamos se ajusta al tipo originario de interés. Si, por ejemplo, el tipo originario de interés es del 2% y las primas de crédito e inflación son del 1% respectivamente, el tipo de interés del mercado sería un 4%.
Los tipos de interés del mercado pueden convertirse en negativos en términos reales. En un “mercado intervenido”, por ejemplo, el banco central puede empujar el tipo real de interés del mercado a territorio negativo. Sin embargo esto no representa ni puede representar un equilibrio, ya que la preferencia temporal y por tanto el tipo originario de interés no pueden convertirse en negativos.
Si un banco central realmente tuviera éxito en hacer que todos los tipos de interés del mercado fueran negativos en términos reales, el ahorro y la inversión darían un frenazo chirriante: como la preferencia temporal y el tipo originario de interés son siempre positivos, el “ahorro capitalista” (la acumulación de bienes pensados para mejorar el proceso de producción) llegaría a su fin. Se produciría un consumo de capital, enviando a la humanidad de vuelta a la pobreza. Sería el fin de la economía de mercado.
Podría ser interesante advertir en este contexto que, por ejemplo, los nacionalsocialistas en Alemania habían reclamado la abolición, la prohibición del tipo de interés. Ahora sabéis por qué: Sin un tipo (originario) de interés positivo, la economía de mercado dejará de funcionar.

El verdadero propósito de la política de tipos negativos de interés

Por alguna razón, quienes argumentan que el tipo originario de interés se ha convertido en negativo parecen olvidar que el tipo originario de interés es un fenómeno que no se limita a los mercados del crédito. Se encuentra en todos los mercados en los que bienes presentes se intercambian por bienes futuros.5
Por ejemplo, el tipo originario de interés prevalece en cada etapa de la producción indirecta que consume tiempo en la economía. El tipo originario de interés también existe en la bolsa, donde los inversores intercambian dinero presente por un derecho a un dinero futuro (que es el pago de dividendos de una empresa).
Si quisieran ser coherentes, los creyentes en un tipo originario de interés negativo tendrían que reclamar una política que no haga negativos los tipos de interés en términos reales en el mercado, pero también en los mercados de, digamos, las acciones y la vivienda.
Sin embargo, una política que defienda destruir los valores de las empresas y la riqueza en vivienda de la gente no sería demasiado bien aceptada por la gente y esos economistas que la recomienden no podrían esperar ser alabados.
La consecuencia de tipo negativo de interés en el mercado real debería ser ahora evidente: Es realmente una política pérfida para devaluar el valor real de la deuda pendiente y es una receta para crear caos en la economía.

EN QUÉ INVIERTEN LAS FAMILIAS EUROPEAS

La libertad y el petróleo.

ARCHIVO DEL AUTOR: ANVEGER



petroleo1
Todos nosotros estamos asistiendo a un acontecimiento de una relevancia mayúscula para la geopolítica mundial que, de continuar en esta tendencia (todo apunta a que así sea), podría cambiar la configuración del mundo y las expectativas que tenemos del mismo.

Los precios del petróleo llevan descendiendo desde noviembre del año pasado, alcanzando en la actualidad un precio por debajo de los 50$ por barril de Brent, la mitad de lo que valía hace tan solo unos meses. Esto beneficia a los usuarios del oro negro mientras que perjudica a sus productores. Aunque hay que recalcar que gran parte de las empresas petroleras (por ejemplo, Repsol) ven el efecto-precio prácticamente diluido por efecto de los impuestos, por lo que tales empresas obtienen sus beneficios principalmente por el volumen (efecto-cantidad) más que por el precio, no así los receptores de los impuestos.
El cártel de la OPEP, un acuerdo entre países exportadores del petróleo para restringir la oferta aumentado el precio del mismo y así maximizar las rentas que pueden obtener del resto del mundo, parece tener un adversario situado en el frente de la libertad. La revolución del fracking (o fracturación hidráulica) ha permitido a EEUU reducir su demanda de hidrocarburos en el exterior. Esta revolución lleva fraguándose mucho tiempo y es ahora cuando está comenzando a dar sus frutos. La revolución está para quedarse. El sector del fracking, como apunta el experto Daniel Lacalle, es uno de los menos endeudados (presentando un ratio de deuda no financiera sobre beneficios antes de intereses, depreciación e impuestos entre 0.4 y 1.5).
¿Qué puede hacer la OPEP para defenderse? Incrementar aun más la restricción parece improbable, también se obtienen rentas por el volumen y no sólo por el precio y, sobre todo, la producción de petróleo cada vez es menos una actividad monopolística, por lo que la típica estrategia de la OPEP tendría ahora pocos visos de éxito.
Por otro lado, las energías renovables, si bien todavía presentan una dudosa competencia a los hidrocarburos, han reducido enormemente sus costes por unidad de energía en los últimos años y están proliferando por todo el mundo, cuyo máximo ejemplo es China, que acaba de invertir masivamente en energía solar y eólica. Poco a poco, todo apunta a que la demanda de petróleo vaya disminuyéndose en términos relativos. Cada vez una unidad adicional de crecimiento económico requiere de menos cantidad de petróleo. No olvidemos tampoco que la eficiencia energética es fundamental también para el desarrollo.
Parece que el negocio monopolístico del petróleo tiene los días contados, cuyos participantes carecen de un modelo económico diversificado (como requeriría el de una economía moderna) y en estos momentos cuentan con graves problemas para afrontar sus pagos. El paradigma de ello es Venezuela, cuyos ciudadanos han estado imbuidos en un inmenso espejismo socialista, el espejismo del petróleo. Rusia ha empezado a censurar las noticias económicas en los medios rusos y se espera que se empiecen a tomar medidas para revertir la previsión de caída del PIB para este año en más de un 5%.
La conclusión de todo ello es que la libertad sigue abriendo camino por el mundo y aquellos que apostaron por la manipulación de los precios y el desarrollo de un sistema extractivo están sufriendo sus consecuencias, viéndose obligados a buscar financiación desesperadamente y a implementar reformas y avanzar hacia la apertura y la diversificación económica. El poder económico inclina aún más su balanza a los partícipes del librecambio, lo que trasladará peso geopolítico en sus territorios en un futuro no muy lejano.

Posibles causas de los errores contra la reserva fraccionaria



Uno de los errores intelectuales más graves y llamativos de algunos liberales de la escuela austriaca de economía es su oposición a la reserva fraccionaria de la banca. Dos pensadores brillantes, influyentes y fructíferos, pero obsesionados contra la reserva fraccionaria y equivocados al respecto, son los principales responsables: Murray Rothbard y Jesús Huerta de Soto. Ambos cuentan con múltiples seguidores más o menos significativos que contribuyen a la propagación de este error.
Dada la metodología científica de la escuela austriaca de economía el error es especialmente preocupante porque podría parecer que la crítica contra la reserva fraccionaria no se plantea como una hipótesis provisional potencialmente explicativa, abierta a crítica y revisión, sino como un axioma apodíctico demostrable lógicamente mediante deducción y presuntamente irrefutable. En este caso, o la lógica no funciona o algunos pensadores que insisten mucho en su importancia en realidad no saben utilizarla con suficiente rigor.
Los errores sistemáticos en este ámbito pueden proceder de sesgos y limitaciones del proceso de enseñanza a los economistas sobre los intercambios, el dinero, el crédito, la deuda, la banca y las finanzas: se confunde una simplificación explicativa de por qué el dinero supera al trueque con la idea de que sólo hay esas dos posibilidades. Es común explicar el origen del dinero por las limitaciones del trueque, lo cual tiene parte de verdad pero es una visión incompleta. El alumno queda con la impresión de que sólo existen dos tipos de intercambios: los directos (trueque), y los indirectos (con dinero). No se menciona, y por lo tanto se ignora, la posibilidad de que se produzcan intercambios incompletos, a crédito, diferidos en el tiempo, en los cuales se entrega un bien o servicio a cambio de una promesa de entrega de dinero en el futuro, generándose así una deuda entre quien da el bien (ahora acreedor) y quien lo recibe (ahora deudor).
La escuela austriaca enfatiza la subjetividad y el carácter dinámico y heterogéneo de las valoraciones de los individuos sobre los bienes, pero no investiga cómo de variables o invariantes son esas preferencias: por lo general ignora la teoría de la liquidez del dinero como invariante de valor.
Al tratar los bancos, se los considera erróneamente como meros almacenes de dinero (con analogías espurias, engañosas y desorientadoras, como depósitos de materias primas, garajes o guardarropas): se asegura, sin presentar evidencias, que los billetes que entregan a sus clientes son certificados de guarda y custodia, y que en los intercambios los individuos en vez de entregar dinero entregan los billetes que dan derecho al mismo. En realidad el billete de banco tiene mucho más que ver con la letra de cambio. También se acusa a los bancos de falsificadores y de cometer fraude al producir más billetes que el que tienen en tesorería, olvidando que el banco tiene otros activos líquidos convertibles rápida y fácilmente en dinero. El desconocimiento sobre contabilidad puede estar en la base de este problema.
Tampoco se considera la posibilidad de que se utilice la deuda como medio de pago (crédito circulante), como complemento o sustituto monetario: la deuda muy segura y a muy corto plazo se monetiza (se usa como dinero entendido en sentido amplio), y así se economiza el dinero en sentido estricto, evitando parte de sus costes y riesgos de producción y atesoramiento. Los bancos, además de intermediarios financieros, son gestores del sistema de pagos y cobros de una sociedad: las deudas entre los individuos pueden cancelarse o compensarse unas con otras sin necesidad de que circule el dinero, el cual sólo se transfiere para los saldos netos no compensados.
La teoría austriaca del ciclo económico enfatiza la expansión crediticia insostenible, la dimensión temporal de la acción y las descoordinaciones de la estructura de producción en relación con el ahorro disponible y las preferencias de consumo: pero no considera que el ahorro, la deuda y la inversión en general tienen una componente temporal y de riesgo, y que al haber intermediarios financieros es posible que se produzca un desajuste entre el plazo y riesgo al que prestan los acreedores al banco (depositantes a la vista y a plazo y obligacionistas) y el plazo y riesgo al cual el banco presta a sus deudores. No hay un solo tipo de interés que la banca central reduzca artificialmente, sino una curva de tipos que la banca en general (privada y pública) manipula de forma insostenible al intercambiar rendimientos por riesgo. Estos desajustes pueden efectuarlos también otros intermediarios financieros: en la crisis actual ha sido principalmente la banca en la sombra, que no utiliza depósitos a la vista.
A los errores económicos se añaden errores legales y éticos: una teoría de la ética de la libertad que interpreta equivocadamente los contratos como transferencias plenas de derechos de propiedad sobre objetos; la confusión entre títulos de propiedad y títulos de deuda; la confusión entre el derecho romano y los principios generales del derecho; la aplicación de normas relativas a contratos de guarda y custodia a entidades de naturaleza diferente.
La crítica contra la reserva fraccionaria de la banca se basa en diversos argumentos económicos y éticos falaces ya refutados. Son falacias porque parecen correctos y sus apariencias engañan: están construidos de tal manera que consiguen convencer y confundir al incauto; no sobrevivirían si sus defectos fueran obvios para todos, tanto novatos como expertos en teoría, historia y práctica monetaria y bancaria.
Diferentes factores epistémicos, psicológicos y económicos, muchos de ellos aplicables a otros ámbitos, permiten explicar por qué se produce este error y por qué se mantiene a pesar de que es un tema que ha sido y sigue siendo conveniente y claramente explicado en numerosos lugares y ocasiones. Los individuos equivocados han asumido ideas erróneas y no las corrigen, y este proceso puede estudiarse como un problema de capacidades e intereses: normalmente uno no cae en el error queriendo, sino por falta de capacidad para detectarlo; mantenerse en él implica no poder o no querer reconocerlo y abandonarlo.
En la generación, mantenimiento y propagación de ideas o memes intervienen emisores y receptores, maestros y alumnos, innovadores y seguidores. Aparte de la aparición original y creativa de una nueva idea, la asimilación inicial de errores se produce generalmente cuando un estudiante es confundido, dirigido por mal camino por un profesor equivocado. Esta circunstancia puede resultar muy nociva: igual que cuando se aprende alguna habilidad psicomotriz, como a tocar algún instrumento musical, es importante no adquirir vicios o manías que luego se enquistan y son difíciles de corregir. Conviene recibir la instrucción adecuada desde el comienzo y no acumular errores y perseverar en ellos: la constancia no siempre es una virtud; a veces es simple obcecación, testarudez, fanatismo.
El equivocado puede estar en una situación peor que el que no sabe nada y al menos reconoce su ignorancia; es mejor no haberse movido que avanzar en dirección contraria a la deseada. Si reconoce su error, entonces sabe cómo no es la realidad, y tal vez además sepa por experiencia propia por qué algunas ideas son falaces y pueden engañar a otros. Muchos especialistas en procesos de aprendizaje y en empresarialidad recomiendan equivocarse mucho y rápido: pero este consejo sólo tiene sentido si se obtiene alguna lección de los fracasos.
La economía conductual muestra la importancia del sesgo de confirmación en los seres humanos: se tiende a buscar pruebas de que uno tiene razón, se evita o distorsiona la información que es inconsistente con lo que uno previamente cree, se ignoran los argumentos que provocan el dolor de reconocer que uno se ha equivocado y no es tan inteligente como creía. No es lo mismo no saber nada sobre un tema que tener ideas preconcebidas incorrectas acerca del mismo. Si un alumno tiene interés y capacidad, aun partiendo de cero es posible enseñarle y conseguir que aprenda. Pero si lo que cree saber y le sirve de fundamento es lo opuesto a la realidad, si tiene ciertos prejuicios erróneos que no está dispuesto a abandonar, entonces su progreso intelectual será difícil o imposible: su apego, tal vez fervoroso, por las pseudoexplicaciones en las que cree, le impedirá comprender las explicaciones correctas y otras ideas que conectan con ellas. Para conseguir avanzar primero debe revisar lo que cree saber, reconocer sus errores y superarlos.
No hay ninguna forma de garantizar por completo que los maestros no se equivocan, y cuando un aprendiz comienza con algo, por definición no sabe, y por tanto tal vez no puede juzgar, analizar críticamente y filtrar adecuadamente las ideas recibidas. Si el profesor comete algún error el alumno tal vez lo asuma y lo haga suyo: es común memorizar sin comprender. Si se recibe gran cantidad de información e ideas, tal vez no sea posible comprobarlo todo; si hay muchas partes del conocimiento válidas tal vez se crea que todo el conjunto es correcto, que todas las piezas encajan, y no se detecten los detalles problemáticos.
El maestro no tiene por qué ser un estafador: seguramente está autoengañado, convencido de la corrección e importancia del presunto conocimiento que transmite. Abundan los economistas que afirman cosas contradictorias, luego algunos pensadores necesariamente están equivocados y sin embargo enseñan e incluso crean escuela, reciben premios y reconocimiento público. Quizás el profesor tiene mucho carisma, comunica con pasión, es simpático, generoso, atractivo, persuasivo, seduce al alumno. Tal vez el aprendiz cree que conviene no llevarle la contraria para tener una buena relación con él y obtener buena nota o algún avance académico o profesional.
El riesgo de transmisión de errores es mayor cuando se aprende de una sola fuente o de un conjunto de fuentes homogéneas y dependientes unas de otras, como puede ser el caso de un grupo cerrado y sectario que no fomente la crítica autónoma. Los grupos humanos formados por individuos con ideas o intereses semejantes tienden a cerrar filas: los miembros comparten dogmas, se apoyan mutuamente y fomentan la conformidad, rechazando al heterodoxo, hereje o blasfemo. Si se asimila una explicación convincente pero errónea, para corregirla será necesario recibir una argumentación contraria que tal vez no exista o que no esté disponible para el individuo, que suele rodearse de quienes piensan igual que él y comparten sus mismas limitaciones.
Algunos memes consiguen permanecer en las mentes de sus portadores, a pesar de su falsedad o incorrección, porque consiguen conectar con sus mecanismos emocionales y ser queridos. Son ideas que no dan igual, sino que el sujeto las aprecia como suyas, valiosas e importantes, y no quiere perderlas. Son memes atrincherados que defienden su posición privilegiada dentro de la mente contra invasores externos que podrían expulsarlos y eliminarlos: el individuo no tiene ideas sino que las ideas lo tienen a él. El componente emocional puede reforzarse mediante mecanismos de indignación moral que dificultan el análisis imparcial y objetivo.
Ciertos errores intelectuales, como el socialismo y el estatismo, persisten porque benefician a determinados grupos de interés: algunos de sus defensores se autoengañan porque su sustento depende de la incomprensión de ciertos asuntos. Otros errores permanecen porque sus portadores no desean asumir el dolor psíquico de su reconocimiento.
Algunas ideas absurdas distintivas sirven como identificadores de pertenencia a un grupo y prueba de lealtad al mismo, de modo que se defienden con orgullo porque abandonarlas implica desertar o traicionar al colectivo, ser desleal y arriesgarse a ser repudiado, perdiendo posibles relaciones de cooperación y capital social. Al reconocer un error uno no sólo se humilla a sí mismo sino que deja en evidencia a todos los demás que comparten dicho error. Es común no realizar ciertas críticas o suavizarlas por el deseo de llevarse bien o por el miedo a individuos en posiciones de poder y a la reacción de todos sus fieles seguidores. Los dogmas de fe y los líderes sirven como focos para coordinar y cohesionar un grupo. Atacar esas ideas y a esos líderes es atacar al grupo y a todos sus miembros, lo cual seguramente provocará un contraataque, que algunos realizarán con especial dedicación e intensidad para demostrar su lealtad y ganar puntos ante los correligionarios.
Las críticas correctoras pueden doler, molestar o incluso resultar ofensivas para algunos. Pero la solución de ciertos problemas requiere hablar clara y abiertamente aunque las verdades resulten inconvenientes o incómodas: censurar, contemporizar y callar para llevarse bien quizás sólo sirva para que la situación se mantenga o se agrave. Conviene practicar el sentido del humor, reírse uno de sí mismo y sus naturales limitaciones, no tomarse demasiado en serio.
En teoría la ciencia funciona mediante prueba y error objetivas, generación, crítica y comprobación imparcial de ideas: en realidad muchos pensadores (seguramente casi todos) quieren dejar huella, ser aplaudidos, crear escuela, conquistar muchos seguidores, incrementar su prestigio e influencia, mostrar lo brillantes que son, cuánta razón tienen y lo mucho que saben en comparación con otros competidores, que naturalmente están equivocados por no tener las mismas ideas (el estatus intelectual es un bien posicional). Cuanto más poder tenga un científico, más daño puede hacer si está equivocado y utiliza su prestigio e influencia para propagar sus errores y bloquear su revisión. De ahí el dicho de que en ocasiones la ciencia avanza tras los funerales de aquellos intelectuales dominantes que obstaculizan su progreso.
La argumentación racional surge evolutivamente no tanto para conocer la realidad sino como herramienta para vencer y convencer en discusiones contra otros y defender el estatus del individuo como pensador inteligente e influyente. Por este motivo para muchas personas reconocer errores es emocionalmente difícil, sobre todo si estos son importantes: no sólo implica perder referencias y fundamentos y quedar desorientado; también supone una posible pérdida de estatus, algo muy importante para los seres humanos como animales hipersociales.
Reconocer públicamente los propios errores y responsabilizarse de ellos es un acto de gran integridad intelectual; pero algunos individuos quizás se avergüenzan, estiman que eso implica una pérdida de capital intelectual y personal que no están dispuestos a asumir, de modo que prefieren distraer la atención, no darse por enterados, no dar la razón al otro; pueden también tratar de huir hacia adelante, seguir engañados, repetir los malos argumentos una y otra vez, recurrir al principio de autoridad, proponer ideas progresivamente más absurdas y disparatadas, enfatizar, resaltar y perseverar en las mismas malas ideas. El problema de no reconocer los errores es mayor cuanto más haya insistido un pensador en la corrección, importancia y originalidad de las ideas que resulten ser falsas y cuantas más oportunidades haya desaprovechado para revisarlas: hay más evidencias y el daño provocado es más grave.