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jueves, 26 de marzo de 2015

Trampas con los precios máximos

 
 
Coinciden tanto la experiencia como la teoría en señalar que una regulación de precios máximos por debajo de costes produce desabastecimiento del mercado. No hace falta ser muy agudo para entender por qué: imaginemos que el gobierno fija para la barra de pan un precio inferior a lo que le cuesta a los panaderos la harina necesaria para elaborarla. Es evidente que los panaderos dejarán de hacer pan y utilizan la harina para otros productos de los que puedan obtener un mayor precio que les compense el trabajo.
 
Pese a la teoría, los políticos siguen regulando precios máximos en productos tan importantes y necesarios como el agua, la luz o los transportes por carretera, e incluso también lo hacen en mercados de libre entrada, como es el de las telecomunicaciones. Curiosamente, en estos sectores no parece que la evidencia se cumpla y, aparentemente, no se observan los desabastecimientos que la teoría anticipa.
 
Ello puede obedecer a múltiples razones. La más obvia es que los precios máximos regulados pueden estar por encima de los del mercado, caso en que no pasaría nada. Pero también es cierto que si los máximos regulados estuvieran por encima del precio aceptado por el mercado, los precios observados serían inferiores a los regulados, algo que raramente ocurre. La presencia de barreras legares a la entrada podría explicar este suceso; pero, en ausencia de ellas, habrá que concluir que los precios máximos están por debajo del precio de mercado. Por otro lado, tampoco tendría sentido que el político aplicara precios máximos superiores a los que ve en el mercado, porque entonces ¿en qué estaría beneficiando al ciudadano?
 
Volvemos por tanto a la cuestión ya planteada: ¿por qué no se observan desabastecimientos en los mercados de telecomunicaciones o de electricidad, pese a existir precios máximos regulados? Para entender esta aparente contradicción, es necesario profundizar algo más en la vida del panadero del ejemplo.
 
Hemos dicho que, si se regula el precio del pan por debajo del coste de la harina[1], los panaderos dejarán de elaborar pan. Pero, ¿qué ocurre si ya tenían unas barras de pan hechas antes de que se regulara el precio? Parece claro que esas barras de pan sí que se van a vender al precio regulado, porque aun siendo inferior al coste de la harina, lo cierto es que ya no hay harina y sí pan, y para el panadero ese pan ya no tiene más valor que el del precio regulado que pueda obtener, por muy bajo que sea. Algo similar ocurriría si los panaderos tuvieran harina almacenada y ésta no se pudiera dedicar a elaborar otros productos.
 
Por tanto, con una visión dinámica, el pan no desaparece automáticamente del mercado, sino que lleva un tiempo. Durante ese tiempo, parece que el político ha conseguido su objetivo de que el pan bajara de precio sin desabastecimientos.
 
El caso de ejemplo es bastante sencillo. En la realidad, las cosas son más complejas y no es tan fácil para los emprendedores saber cuándo dejar de fabricar el pan. Imaginemos que el precio regulado es superior al coste de la harina, aunque inferior a los costes totales: ¿seguirá o no haciendo pan el panadero?
 
Para esta decisión hay que tener en cuenta que el panadero seguramente habrá invertido dinero en un horno, dinero que se conoce como inversión hundida. De la misma forma que le era rentable vender el pan ya fabricado antes de la regulación, es muy posible que el panadero siga comprando harina y fabricando pan en estas condiciones de regulación, pues sigue obteniendo un beneficio del horno de pan, aunque la contabilidad (al incluir la amortización del horno como coste) le diga que tiene pérdidas con cada barra de pan. Lo importante aquí es entender que el horno ya lo tiene, y que desde su punto de vista sigue siendo mejor utilizarlo para vender pan con beneficio sobre la harina, que no utilizarlo en absoluto.
 
Pero, ¿qué ocurrirá si el horno se estropea? ¿Lo arreglará o lo cambiará por otro? Aquí la respuesta será posiblemente negativa: una cosa es que el panadero haya seguido elaborando pan con el horno que ya tenía y el dinero de cuyo desembolso no podía recuperar; otra muy distinta en que en las condiciones reguladas conocidas y sabiendo que no va a poder recuperar su inversión en el horno decida comprarse otro. Será pues en este momento cuando por fin el panadero paralice la producción del pan y se produzca el desabastecimiento anunciado por la teoría económica.
 
En la realidad, todo es mucho más complejo: no hay un solo panadero, sino muchos a los que los hornos se les estropearan en momentos muy distintos. Además, la tecnología de hornos puede mejorar (y de hecho mejora) en otras áreas en que no hay regulación del precio del pan: si ello supone un abaratamiento en los hornos, puede que al panadero sí le interese reponer el horno aún en condiciones reguladas. Y en la vida real no hay un solo activo en la cadena de producción, sino muchos con distintos ciclos y capacidades, y a lo mejor, a la vista de toda la cadena, sí interesa reponer el activo averiado.
 
La conclusión es intuitiva: en la medida en que en la cadena de producción de un bien o servicio participen en mayor proporción activos de ciclo de vida largo (el horno en comparación con la harina) más tardarán en hacerse visibles los efectos de una regulación de precios máximos. Es más, puede que ni lleguen a sufrirse, por ejemplo, si la tecnología avanza en áreas geográficas no sometidas a la misma regulación.
 
Ello explica, a mi entender, por qué los políticos centran sus políticas populistas de precios en sectores como los apuntados al principio del artículo: mercados cuya producción exige activos de vida comparativamente larga (en términos tradicionales, mucho coste fijo y poco coste variable). Los efectos perniciosos de los precios máximos en estos sectores, si es que se llegan a ver, se verán seguramente mucho después de su mandato, y no será fácil establecer relación con él. Posiblemente, la culpa recaiga sobre los mandatorios de ese momento.
 
Se ha dicho que es difícil que los efectos de unos precios máximos sobre estos sectores lleguen a percibirse. Ahora bien, también hay que tener claro que, si se llegan a hacer visibles, serán mucho más dolorosos que los que ocurrirían en sectores de alto coste variable. El pan desaparecerá rápidamente si se regulan sus precios máximos, pero reaparecería también con premura una vez desregulados. Si los políticos consiguen que “desaparezcan” las redes de electricidad, agua o telecomunicaciones, tardarán mucho más en reaparecer, y la situación será catastrófica.
 
Por todo ello, sería mejor que dejaran de jugar con fuego, y olvidaran de una vez las políticas de regulación de precios que tanto daño han hecho[2] y siguen haciendo a la humanidad.

[1] Para simplificar el razonamiento hablaremos de costes en vez de del precio de mercado, que sería lo riguroso. Los efectos serían los mismos, con algunos matices algo complejos para el espacio de este comentario.
[2] Imprescindible para entender esta información la lectura del curioso y magnífico libro “Forty Centuries of Wage and Price Controls: How not to Fight Inflation “ de R.L. Schuettinger R.L y E.F. Buder.

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