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miércoles, 25 de marzo de 2015


De cómo el gobierno italiano permite la Mafia

25 Marzo, 2015
 
Aparte de los buenos vinos, las cálidas playas y las voluptuosas mujeres, Italia es famosa por algo menos agradable: la Mafia. Es interesante entender cómo una “máquina” tan poderosa consiguió entrar en la sociedad de un modo tan fuerte significativo, pero es más importante entender su papel dentro del gobierno central italiano. Por un lado, es fácil decir que la Mafia y el corrupto sistema económico en el que funciona son perjudiciales e improductivos para el país. Por otro lado, su presencia puede ayudar a la economía de un país, algo que es especialmente cierto en el caso de Italia.
 
Para entender cómo se infiltró la corrupción en los niveles más altos de la sociedad italiana, es esencial entender la progresión de Italia a lo largo del siglo XX, tanto política como económicamente.
La creciente fortaleza de organizaciones criminales como la “Mafia siciliana”, la “Camorra” (localizada en la región de Nápoles) y la “’Ndrangheta” (de la región de Calabria) se ha distinguido por sus relaciones con el sector de la construcción, normalmente con una conexión directa con el gobierno italiano. Estas “asociaciones” han crecido enormemente en los últimos cincuenta años, creando emporios que son claramente visibles en los grandes sectores de la economía.
 

El estado italiano: Un socio fiable para la Mafia

 
Este crecimiento estuvo alimentado por el modelo político y económico presente en Italia durante la segunda mitad del siglo XX tras la Segunda Guerra Mundial. Una gran partido político (la Democracia Cristiana) gobernó el país durante casi cuarenta años. La razón para esta aproximación muy partidista a la política fue la oposición a un fuerte y creciente Partido Comunista (el mayor de Europa occidental durante los años 70 y 80) que se veía como una gran amenaza, ya que la mayoría de la gente temía que iba a ser reemplazado por un gobierno al estilo soviético. Esta sensación fue especialmente endémica durante lo más alto de la Guerra Fría. Este periodo de la política italiana estuvo dominado por un partido político gobernante y fomentó una interrelaciones entre política y empresas que alimentaron el crecimiento del crimen organizado.
 
Este último punto en concreto fue menos costoso, ya que a los beligerantes se les garantizó que las autoridades necesarias que tenían que “pagarse” para mirar hacia otro lado seguirían siendo las mismas durante un largo periodo. Unido a un deseo de proporcionar bienes que estaban o bien racionados después de al guerra, o bien gravados excesivamente (como los cigarrillos), la Mafia fue la consecuencia de los deseos de los consumidores unido a estructura débiles de gobierno. La corrupción resultante reestructuró la economía italiana casi completamente.
 
Como pasó en el siglo XIX, estas asociaciones corruptas se encontraban en las regiones del sur de Italia. Con el fortalecimiento de este canal directo con el gobierno central, el rápido crecimiento de la Mafia se trasladó al norte a áreas de Italia más industrializadas y muchos más fuertemente industrializadas. Lo que fue una vez un problema limitado ha entrado ahora en todos los grandes sectores industriales, formando un intrincada red entre negocios y política. (El equivalente italiano de Dwight Eisenhower probablemente habría advertido acerca de este complejo “industrial-político”). El crimen organizado se ha extendido como una especie de cáncer que se ha convertido en intratable y ha progresado hasta el punto en que su eliminación probablemente ponga en peligro una economía ya tambaleante. En resumen, aunque la cirugía fuera un completo éxito, el paciente probablemente moriría.
 
El hecho de que la corrupción haya estado profundamente enraizada dentro de las estructuras políticas, sociales y económicas de Italia hace aún más difícil cumplir con sus obligaciones dentro de la Unión Europea. Será muy difícil para Italia salir de la recesión que afronta con un sistema tan corrupto y poco sano como el que posee. La deuda pública está actualmente por encima del 130% del PIB italiano. Una obligación para seguir siendo parte de la Eurozona es mantener la duda pública por debajo del 60% del PIB y el déficit público anual por debajo del 3% del PIB. Italia esta muy lejos de cumplir ninguno de estos criterios (aunque, en su defensa, pocos países europeos lo están). Una razón para la dificultad de poner en orden las finanzas públicas es el entremezclado orden político-económico. Es un problema similar a las dificultades propias de Estados Unidos de hacer recortes presupuestarios necesarios a su propia economía de bienestar y guerra. Demasiados intereses creados hacen prácticamente imposible equilibrar el presupuesto.
 
En Italia el problema se acentúa porque las partes relevantes están dentro del propio gobierno. En Estados Unidos, las finanzas públicas son un caos sobre todo porque los votantes no quieren renunciar a prestaciones o hacer a los políticos responsables de despilfarros fuera de control (por ejemplo, la Guerra contra el Terrorismo, la Guerra contra las Drogas, etc.). En Italia son los mismos políticos que preparan el presupuesto los que usan directamente estos fondos en beneficio de ellos mismos y de la gente que les rodea.
 
La inestabilidad económica de Italia no solo está destruyendo su economía desde el interior, sino también desde el exterior. Los inversores que vienen del extranjero (por ejemplo, otros europeos, americanos, árabes, chinos, etc.) no quieren tratar o entrar en conflicto con un sistema tan corrupto. Esto crea una inestabilidad que es bastante visible porque no hay posibilidad real de crecimiento dentro del país debido a la mala gestión gubernamental y una falta de inversión extranjera. Italia solo consiguió atraer un 1,4% de su PIB en inversión extranjera directa el pasado año, mucho menos que la media europea del 3,3%.

¿Qué se puede hacer?

 
El partido de la Liga Norte propuso recientemente que las más rpoductivas y prósperas regiones del norte deberían independizarse de las más pobres y estancadas regiones del sur. Las regiones del sur son donde las mafias se concentran más, aunque la corrupción está por todo el país. Salirse del euro (otra propuesta popular) sería bastante difícil dada la complejidad del problema, aunque, más en concreto, sería dañino para el país aunque se consiguiera.
 
La realidad es que Italia necesita la ayuda de Europa. Una de las pocas fuerzas que mantiene el control de una mayor expansión de la corrupción es que está en cierto modo “regulada” por un sistema superior: la Unión Europea. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que debería mantener las finanzas públicas más equilibradas, crea presiones sobre el gobierno italiano para cumplirlo. A lo largo de las décadas de 1970 y 1980, este dañino sistema de negocios y política ha conseguido convertir a Italia en el país más endeudado de Europa. La presión externa desde la UE obligó a las finanzas públicas italianas a una trayectoria más sostenible. (Entre la llegada del euro y el inicio de la crisis económica, la deuda pública italiana respecto del PIB había caído un quinto, la inflación anual, que fue de media un 10% durante las décadas de 1970 y 1980 ha estado por debajo del 3% desde 2002).
 
Ayudando a este proceso estuvo el nacimiento de la divisa común en 2002. Incapaz de imprimir nuevas liras para satisfacer su estilo derrochador, el gobierno italiano (de manera similar a los demás países inflacionistas periféricos) se vio obligado a a ser responsable por sus contribuyentes. El BCE puede no haber mostrado el más mínimo control en los últimos seis años, pero comparado con las bancos centrales de Europa a los que reemplazó, ha sido un verdadero aplicador de un patrón oro.
 
Italia está entre la espada y la pared. La corrupción dominada por las mafias que involucra al país está tan profundamente enraizada que es prácticamente imposible reformar (o preferiblemente eliminar). Esa reforma hoy solo podría producirse eliminando al gobierno central. El sistema que existe hoy fue el resultado de un poder político sin control durante un periodo extendido durante cuarenta años. (Extrañamente, este resultado fue en respuesta al miedo de un poder político sin control en forma de comunismo). Si no puede cambiarse este sistema indeseable los italianos tendrán que cambiar lo único que pueden: dónde viven. Los jóvenes italianos, especialmente los italianos capaces y ambiciosos, han estado abandonando su querido país en bandadas, una tendencia magnificada desde que empezó la recesión. Dejar su patria puede ser un precio pequeño a pagar para asegurarse que el sistema fallido actualmente implantado desaparezca para que una mejor Italia pueda renacer de sus cenizas.

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