Buscar este blog

martes, 31 de marzo de 2015

Corporaciones versus mercado

Corporaciones versus mercado

31 Marzo, 2015



Los defensores del libre mercado son con frecuencia acusados de ser apologistas de las grandes empresas y defensores de la élite corporativa. ¿Es esta una acusación justa?
No y sí. Rotundamente no –porque el poder corporativo y el libre mercado son actualmente antitéticos; la competencia genuina es la gran pesadilla de las grandes empresas. Pero también, en también muchos casos, sí –porque aunque la libertad y la plutocracia no pueden coexistir, al mismo tiempo la defensa de ambos es totalmente posible.
Primero, el no. Las corporaciones tienden a temer la competencia, porque la competición presiona hacia abajo los precios y hacia arriba los salarios; es más, el éxito en el mercado viene sin garantía de permanencia, dependiendo de cómo estas superen a otras empresas calculando correctamente cómo satisfacer mejor las siempre cambiantes preferencias de los consumidores, y la posibilidad de perder no es un picnic. No es sorprendente, entonces, que a lo largo de la historia de EE. UU. las corporaciones hayan sido mayoritariamente hostiles al libre mercado. De hecho, gran parte del aparato regulador actual –incluyendo aquellas regulaciones que no son en absoluto percibidas como restricciones en el poder corporativo- es vigorosamente apoyado, respaldado, y en muchos casos incluso redactado por la élite corporativa.
El poder corporativo depende vitalmente de la intervención gubernamental en el mercado. Esto es suficientemente obvio en el caso de muchas formas de favoritismo gubernamental como los subsidios, los rescates y otras formas de corporativismo estatal; aranceles proteccionistas; concesiones de privilegio de monopolio; y el aprovechamiento de la propiedad privada por la corporación vía expropiaciones (como en Kelo v. New London). Pero estas formas directas de intervención pro-empresarial se complementan con un enjambre de formas indirectas cuyo impacto, podría decirse, es todavía mayor.
Como escribí en otro sitio:
“Un servicio especialmente útil que el Estado brinda a la élite corporativa es el mantenimiento forzoso del cartel. Los acuerdos de precios son inestables en un libre mercado, desde el momento en que todas las partes del acuerdo tienen un interés colectivo en vistas a que el acuerdo se mantenga en general, pero cada uno tiene un interés individual en romper el acuerdo para vender por debajo del precio de las otras partes para ganar constantemente sus consumidores; y si el cartel se administra para mantener la disciplina entre sus propios miembros, los precios oligopolísticos tenderán a atraer nuevos competidores al mercado. Por lo tanto, el Estado da la ventaja a las empresas forzando la cartelización. Muchas veces esto se hace directamente, pero también hay muchas formas indirectas, tales como imponer estándares de calidad uniforme que alivian a las empresas de competir en calidad. (Y cuando los estándares de calidad son altos, los competidores de baja calidad pero baratos son expulsados del mercado).
La capacidad de las empresas colosales de aprovechar las economías de escala está también limitada en un libre mercado, desde que más allá de cierto punto los beneficios del tamaño (p.j. la reducción en los costos de transacción) pesan menos que las deseconomías de escala (p.j el caos de cálculo derivado de la ausencia de precios orientativos) – a menos que el Estado les posibilite socializar sus costos haciéndoles inmunes a la competición –p.j imponiendo papeleos, requisitos de licenciación, requisitos de capitalización, y otras formas de trabas reguladoras más recientes, los competidores más pobres son opuestos a los más ricos, con empresas más consolidadas.”
La lista tampoco termina ahí. Las desgravaciones fiscales a favor de las empresas representan otra forma no evidente de intervención estatal. El mercado, por supuesto, no tiene nada en contra de las desgravaciones fiscales per se, sino todo lo contrario. Pero cuando una empresa está exenta del pago de impuestos a los que sus competidores sí están sujetos, se convierte en la beneficiaria de la coacción estatal en contra de otros, y debe su éxito en esa medida a la intervención del gobierno en lugar de a las fuerzas del mercado.
Las leyes de propiedad intelectual también cumplen la función de reforzar el poder de las grandes empresas. Incluso aquellos que aceptan la propiedad intelectual como una forma legítima de propiedad privada están de acuerdo en que el horizonte temporal cada vez mayor de la protección de derechos de autor, así como las desproporcionadas multas por violaciones (medidas por las que los editores, el registro de empresas, empresas de software, y estudios de cine han presionado de manera eficaz), son incentivos excesivos desde un punto de vista, están en tensión con la intención expresa de la cláusula de la Constitución de patentes y derechos de autor, y tienen más que ver con la maximización de las ganancias de las empresas que con la obtención de un justo reintegro a los creadores originales.
El favoritismo del Gobierno también asume la irresponsabilidad de las grandes empresas con el medio ambiente. Por ejemplo, los contaminadores a menudo gozan de la protección contra demandas, a pesar de que la contaminación es una violación de los derechos de propiedad privada. Cuando las empresas madereras participan en la tala de tierras públicas, las vías de acceso son generalmente financiadas mediante impuestos, reduciendo así el coste de la tala por debajo del precio de mercado y, además, como los madereros no son propietarios de los bosques tienen pocos incentivos para hacer explotaciones sostenibles.
Además, las políticas monetarias inflacionarias por parte de los bancos centrales también tienden a beneficiar a las empresas que reciben el dinero inflado en primer lugar en forma de préstamos e inversiones, cuando se enfrentan todavía a la viejos y bajos precios, mientras que aquellos a quienes el nuevo dinero les llega más tarde se enfrentan a precios más elevados, perdiendo sistemáticamente.
Y, por supuesto, las corporaciones han sido frecuentemente los beneficiarios de las intervenciones militares de EE.UU. en el extranjero, desde la United Fruit Company en 1950 Guatemala a la Halliburton en Iraq a día de hoy.
Grandes imperios corporativos como Wal-Mart son con frecuencia, ya sea aclamados o condenados (dependiendo de la perspectiva del orador) como productos del mercado libre. Pero Wal-Mart no solo es un beneficiario directo de la intervención del gobierno (normalmente local) en forma de medidas tales como expropiaciones y desgravaciones fiscales, sino que también obtiene beneficios menos evidentes de las políticas de aplicación más amplia. La financiación pública de carreteras a través de los ingresos fiscales, por ejemplo, constituye de facto un subsidio de transporte, permitiendo que Wal-Mart y otras cadenas socialicen los costes de envío, de modo que les permitan competir con más éxito contra las empresas locales; los bajos precios que tenemos en Wal-Mart como consumidores son, por lo tanto, posibles en parte por nuestros ingresos que, en calidad de contribuyentes, ya indirectamente subsidian los gastos de funcionamiento de Wal-Mart.
Wal-Mart también mantiene sus bajos costes pagando bajos salarios, pero lo que hace posible los bajos salarios es la ausencia de alternativas más lucrativas para sus empleados -hecho que a su vez se debe en gran parte a la intervención del Estado. La existencia de reglamentos, tasas, requisitos de licencias, y otros no afectan por igual a todos los participantes en el mercado, pues es más fácil para los ricos, con empresas bien establecidas, sortear estos obstáculos que para las nuevas empresas recién puestas en marcha. Por lo tanto, tales normas, disminuyen el número de ofertas de empleo para los trabajadores de los servicios (y por lo tanto, mantienen los salarios bajos) y hacen más difícil para los menos ricos iniciar empresas propias. Las restricciones legales a la organización de los obreros también hacen más difícil para estos trabajadores el organizarse colectivamente en su propio nombre.
No estoy sugiriendo que Wal-Mart y otras empresas deban su éxito únicamente a los privilegios gubernamentales; sin duda hay involucrado un auténtico talento empresarial. Sin embargo, dada la enorme contribución gubernamental para su éxito, es dudoso que en ausencia de la intervención de los gobiernos estas empresas estuvieran en la posición que están en la actualidad.
En un mercado libre, las empresas serían más pequeñas y menos jerárquicas, más locales y más numerosas (y muchas probablemente serían propiedad de los trabajadores), los precios serían más bajos y más altos los salarios, y el poder de las corporaciones sucumbiría. No es de extrañar que las grandes empresas, a menudo, a pesar de tener en los labios los ideales de libre mercado, tiendan, en la práctica, a oponerse sistemáticamente.
Así pues, ¿de dónde viene esa idea de que los defensores del libertarismo-libre mercado son el canal de los grandes intereses comerciales? ¿De dónde la relación generalizada de la plutocracia corporativa con el laissez-faire libertario? ¿Quién es el responsable de promover esta confusión?
Hay tres grupos diferentes que deben asumir su parte de culpa. (Nota: al hablar de “culpa” no estoy diciendo necesariamente que los “culpables” hayan promovido deliberadamente lo que se conocía como una confusión, en la mayoría de los casos el defecto es más bien de negligencia, de la falta de atención a las incoherencias en su cosmovisión. Y como veremos, estos tres grupos han reforzado sistemáticamente las confusiones del otro.)
Culpable # 1: la izquierda. En todo el espectro que abarca desde la blanda corriente liberal-socialdemócrata hasta la izquierda radical tira-bombas, está generalizado (aunque no universal, cabe señalar) que el laissez-faire y la plutocracia corporativa son prácticamente sinónimos. David Korten, por ejemplo, describe a los defensores de los mercados sin restricciones, de la propiedad privada, y los derechos individuales como “libertarios corporativistas” que defienden un “libre mercado globalizado que deja las decisiones de asignación de recursos en manos de las grandes corporaciones”-como si estas gigantes empresas fueran las criaturas del libre mercado, y no del Estado -mientras que Noam Chomsky, aunque tiene la experiencia suficiente para reconocer que la élite empresarial está aterrorizada de una auténtica liberación de los mercados, al mismo tiempo rectifica y dice que tenemos que evitar a toda costa los mercados libres a fin de que indebidamente demos autonomía a la elite empresarial.
Culpable # 2: la derecha. Si los oponentes de los libertarios del ala izquierda han confundido el libre mercado con la intervención pro-empresarial, los opositores de derechas de los libertarios han hecho todo lo posible para promover precisamente esta confusión, debido a que existe una generalizada (aunque no universal, una vez más) tendencia de los conservadores a cubrir con retórica de libre mercado las políticas corporativistas. Así es como los políticos conservadores con sus presuntuosas corbatas de Adam Smith han logrado que se les perciba –tal vez incluso han logrado- y se perciban a sí mismos como defensores de los recortes fiscales, los recortes de los gastos, la competencia libre y sin par, a pesar de aumentar los impuestos, aumentar el gasto, y la promoción de la simbiosis gubernamental-empresarial.
Considere el clásico término conservador de “privatización”, que tiene dos significados distintos, de hecho opuestos. Por un lado, puede significar que algunos servicios o que la industria de los sectores monopolistas de las administraciones públicas regresen a la competencia del sector privado –obtenido del gobierno, el cual sería el sentido libertario. Por otra parte, también puede significar “subcontratación” (contracting out), es decir, la concesión a la empresa privada de un privilegio de monopolio en el suministro de servicios previamente suministrados directamente por el gobierno. No hay nada de libre mercado en la privatización en este último sentido, ya que el poder de monopolio es simplemente trasladados de un grupo de manos a otro, lo que se llama corporativismo, o intervención pro-empresarial, no laissez-faire. (Puede haber competencia en la puja para adquirir tales contratos de monopolio, pero la competencia para establecer un monopolio legal no es una competencia más genuina que democracia genuina la votación para establecer a un dictador –en tiempos pasados.
De estos dos significados, es dominante el sentido corporativista, que se remonta a las políticas económicas fascistas en la Alemania nazi, pero se utiliza principalmente el significado libertario, cuando el término (acuñado independiente, como el reverso de “nacionalización”) alcanzó por primera vez un uso generalizado en las últimas décadas. Sin embargo, los conservadores han cooptado el término, lo que lo conduce una vez más hacia el sentido corporativista.
Preocupaciones similares se aplican a otro término clásico conservador, “desregulación”. Desde un punto de vista libertario, la desregulación debe significar la supresión de las directivas gubernamentales y las intervenciones en la esfera del intercambio voluntario. Pero cuando a una entidad privada se le conceden privilegios especiales gubernamentales, “desregulación” significa que los importes en lugar disminuir, aumentan la intrusión gubernamental en la economía. Por poner un ejemplo, no exactamente al azar, si las garantías de un impuesto de rescate financiado por los bancos llevan a hacer los préstamos más arriesgados de lo que serían de otro modo y, a continuación, los bancos se han hecho más libres para asumir riesgos con el dinero de los contribuyentes sin su consentimiento. Cuando los conservadores abogan por este tipo de desregulación están envolviendo la redistribución y el privilegio bajo el lenguaje de la libertad económica. Cuando los conservadores venden sus proyectos plutocráticos como políticas de libre mercado, ¿podemos realmente culpar a los liberales-socialdemócratas y a la izquierdas por confundir ambos? (Bueno, vale, sí podemos. Pero es un factor atenuante.)
Culpable # 3: libertarios mismos. Por desgracia, los libertarios no son inocentes –esta es la razón por la que la respuesta a mi pregunta inicial (en cuanto a si es justo acusar a los libertarios de ser apologistas de las grandes empresas) no fue no y sí, sino simplemente no. Si los libertarios son acusados de canalizar los intereses de las empresas, esto puede ser en parte porque, ellos normalmente se pronuncian solamente por aquello que hacen (aunque aquí, como se indica más arriba, hay muchas excepciones honorables a esta tendencia). Considere la posibilidad del icono libertario de la descripción de Ayn Rand de las grandes empresas como una “minoría perseguida”, o la forma que tienen los libertarios de defender “nuestro sistema de salud de libre mercado” en contra de la alternativa de la medicina socializada, como si el sistema de atención de salud que prevalece en los Estados Unidos fueron el producto de la libre competencia en lugar de la sistemática intervención del gobierno en nombre de las compañías de seguros y el establecimiento médico a costa de la gente común. O de nuevo, tenga en cuenta la rapidez con la que los libertarios están dispuestos a defender Wal-Mart y similares como ejemplos heroicos de la libertad de mercado. Entre tales libertarios, las críticas al poder corporativo son sistemáticamente desechadas como ideología anti-mercado. (Por supuesto, tal desdén se refuerza por el hecho de que muchos críticos del poder corporativo están en las garras de la ideología anti-mercado.) Así, cuando los analistas de izquierda se quejan de los “libertarios corporativistas” no están simplemente confundidos, sino que está respondiendo a una verdadera tendencia, aun cuando haya en cierta medida una mal interpretación.
Kevin Carson ha acuñado el término “libertarismo vulgar” para referirse a la tendencia que intenta revestir de libre mercado diversas características nada atractivas de la actual sociedad corporativista para justificarlas. (me parece que es preferible hablar de liberalismo vulgar en lugar de libertarios vulgares, porque muy pocos libertarios son constantemente vulgares; el libertarismo vulgar es una tendencia que puede aparecer en diversos grados en los pensadores que tienen también fuertes tendencias anticorporativistas). Asimismo, “el libertarismo vulgar” de Carson es la expresión de la correspondiente tendencia a tratar las objeciones a la sociedad corporativa actual como si constituyeran una objeción al mercado libre. Ambas tendencias mezclan los mercados libres con el corporativismo, pero arrastran morales opuestas, como señala Murray Rothbard, “Tanto la izquierda como la derecha han sido engañados por la noción persistente de que la intervención del gobierno es ipso facto izquierdista y anti-empresarial.” Y si muchos izquierdistas tienden a ver dudosas actividades de promoción empresarial en los discursos libertarios, incluso cuando no existen, también muchos libertarios tienden a no ver las dudosas actividades de promoción empresarial en los discursos libertarios, incluso cuando sí existen.
Hay una evidente tendencia de los izquierdistas y los libertarios vulgares a reforzarse mutuamente, ya que cada uno confunde la plutocracia con el libre mercado asumido por el otro. Esta mezcla, a su vez, tiende a reforzar el poder de la clase política para hacer invisible el verdadero libertarismo: aquellos que se sienten atraídos por los mercados libres son atraídos hacia el apoyo a la plutocracia, lo que contribuirá a apuntalar el estatismo corporativista de derechas, y los que rechazan la plutocracia son impelidos a oponerse a los mercados libres, ayudando así a apuntalar el estatismo de izquierda o ala socialdemócrata. Sin embargo, como esas dos alas tienen más cosas en común que en oposición, la clase política gana en ambos sentidos. La percepción de que los libertarios son siervos de las grandes empresas por lo tanto, tiene dos efectos negativos: en primer lugar, tiende a hacer más difícil el atraer conversos al libertarismo, por lo que dificulta su éxito, en segundo lugar, los convertidos pueden terminar reforzando el poder corporativo al promover una confusa versión de la doctrina.
En el siglo XIX, era mucho más común de lo que es hoy en día para los libertarios el verse a sí mismos como opositores de las grandes empresas. La  alianza de los libertarios a lo largo del siglo XX con los conservadores contra el enemigo común del socialismo de estado probablemente tenía mucho que ver con la reorientación del pensamiento libertario hacia la derecha, y el breve acercamiento entre los libertarios y la izquierda durante la década de 1960 fracasó cuando la Nueva Izquierda explotó. Como resultado de ello, los libertarios no han sabido luchar contra la confusión de las izquierdas y las derechas de los mercados con el privilegio, porque no han estado totalmente libres de dicha confusión.
Afortunadamente, la coalición de la izquierda libertaria está empezando a resurgir; y con ella está surgiendo un nuevo énfasis en la distinción entre los mercados libres y el corporativismo imperante. Además, muchos libertarios están comenzando a repensar la manera en que presentan sus puntos de vista y, en particular, su utilización de la terminología. Tomemos, por ejemplo, la palabra “capitalismo”, que los libertarios durante el siglo pasado han tendido a aplicar a favor de su sistema. Como he argumentado en otros lugares, este término es un poco problemático, ya que algunos lo utilizan para señalar el libre mercado, otros en el sentido del privilegio corporativo, y otros (tal vez la mayoría) en el sentido de la fusión de ambos:
“Para la mayoría de las personas “capitalismo” no significa ni el libre mercado ni el imperante sistema neomercantilista. Más bien, lo que la mayoría de la gente entiende por “capitalismo” es este sistema de libre mercado que impera actualmente en el mundo occidental. En resumen, el término “capitalismo”, como se utiliza generalmente oculta el supuesto de que el sistema actual es un mercado libre. Y puesto que el sistema imperante es, de hecho, uno de favoritismo del gobierno hacia las empresas, el uso ordinario de la expresión conlleva la suposición de que el libre mercado es el favoritismo del gobierno hacia las empresas.”
De ahí que el aferrarse a la palabra “capitalismo” puede ser uno de los factores que refuercen la confusión del libertarismo con la defensa del corporativismo. En cualquier caso, si la defensa del libertarismo no es malinterpretada-o peor aún, ¡si se percibe correctamente! –como apologista de las corporaciones, la oposición entre el libre mercado y el poder corporativo tiene que remarcarse continuamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario