Regulación pública: otro impuesto oculto
Quizá debido a que no es tan fácil de cuantificar como los impuestos, la deuda, el bienestar y la creación de dinero públicos, la regulación demasiado a menudo se ha tratado de forma superficial. En muchos sentidos, el “impuesto” en buena parte oculto de la regulación es una amenaza mayor para la libertad, la economía y la moralidad que otras armas de intervención forzosa del gobierno.
¿Cuál es el problema?
El número total de restricciones en regulaciones federales ha crecido de unas 835.000 en 1997 a más de un millón en 2010 y el número de páginas publicadas anualmente en el Código de Regulaciones Federales, nunca ha disminuido sustancialmente y de hecho ha crecido constantemente. Se ha estimado que el cumplimiento regulatorio y los impactos económicos cuestan 1,863 billones de dólares anuales. Esto equivale a que las familias de EE. UU. paguen 14.974$ anuales en impuestos regulatorios escondidos, con las familias gastando así más en la regulación incluida que el atención sanitaria, alimentos, transporte, ocio, ropa y servicios y ahorro.
Sin embargo esto es solo la clásica punta del iceberg de la carga regulatoria. Las cargas tangibles anteriores son una lista bastante manejable de los impactos más inmediatos, como el dinero extra gastado por las empresas para cumplir y por el gobierno para hacer cumplir la regulación. Sin embargo, las cargas intangibles son una lista casi infinita de los impactos menos inmediatos, como un menor rendimiento en toda la economía en términos de emprendimiento, innovación, crecimiento, servicio al cliente y empleo. Las cargas intangibles no se prestan a cuantificación como las cargas tangibles y por tanto es más difícil entender la magnitud e incluso la naturaleza exacta de los problemas potenciales casi infinitos causados y efectuados. Esto empeora debido al hecho de que el valor es siempre subjetivo (y ordinal) para cada persona en cualquier momento y, por tanto, no hay costes ni beneficios de oportunidad objetivos (o cardinales) de las regulaciones en su conjunto que puedan simplemente observarse, calcularse y compararse utilizando el análisis de costes y beneficios (ACB).
¿Por qué hay un problema?
Lo más importante de estas cargas intangibles de regulación son las consecuencias negativas no pretendidas sobre conocimiento e incentivos descentralizados y dispersos. Como señalaba Frédéric Bastiat: “En la economía (…) una ley da a luz no solo un efecto, sino una serie de efectos. De estos efectos, solo el primero es inmediato; se manifiesta simultáneamente con su causa (se ve). Los otros se desarrollan en sucesión (no se ven).
Así, en términos de regulación y otras políticas: “casi siempre resulta que cuando la consecuencia inmediata es favorable, las consecuencias definitivas son fatales y al contrario”. Las consecuencias no pretendidas de la regulación son normalmente incluso peores que esto, ya que normalmente (al contrario que en los mercados libres) promueven un grupo relativamente pequeño de intereses privados a costa de un grupo relativamente grande de personas.
Desde la perspectiva de la Escuela de la Elección Pública, el problema de la regulación es esencial un problema de fracaso del gobierno y búsqueda de rentas, señalando que: “(1) las personas en el gobierno (políticos, reguladores, votantes, etc.) se mueven por el propio interés, igual que las personas en otras circunstancias, y (2) no son omniscientes”.
Peor aún: “los intereses especiales no se inclinan por buscar trasferencias directas de riqueza porque sus maquinaciones serían demasiado evidentes. Por el contrario, las aproximaciones regulatorias que pretenden proporciona beneficios públicos confunden a la gente y reducen la oposición del votante a transferencias de riqueza a intereses especiales”.
Desde una perspectiva de Escuela Austriaca, el problema de la regulación es esencialmente un problema de cálculo económico y burocracia. Ludwig von Mises explica: “Sin precios de mercado para los medios de producción, los planificadores públicos no pueden llevar a cabo un cálculo económico y por tanto literalmente no tienen ni idea de si están usando eficientemente los recursos de la sociedad. Consecuentemente, el socialismo [y el intervencionismo regulatorio] sufre no solo por un problema de incentivos, sino también por un problema de conocimiento”. Mises decía, con respecto a esto último que: “Un negociado no es una empresa con ánimo de lucro: no puede hacer uso de ningún cálculo económico”. Y esto lleva inevitablemente a fallos regulatorios como “La falta de estándares [de pérdidas y ganancias, precios y orientados al consumidor, que] mata la ambición, destruye la iniciativa y el incentivo para hacer más que el mínimo requerido”. Por supuesto, todo esto es la antítesis del emprendimiento dirigido por el consumidor.
A un nivel quizá aún más profundo, Murray Rothbard razonaba:
Cuando la gente es libre para actuar, siempre actuará de una forma en la que crea que maximiza su utilidad. (…) Cualquier intercambio que tenga lugar en el mercado libre se produce debido al beneficio esperado por cada una de las partes afectadas. Si nos permitimos usar el término “sociedad” para describir el patrón de todos los intercambios individuales, podemos decir que el mercado libre “maximiza” la utilidad social, ya que todos ganan en utilidad.
Por otro lado:
La intervención coactiva (…) significa por sí misma que la persona o personas coaccionadas no habrían hecho lo que ahora están haciendo si no hubiera sido por l intervención. (…) La persona coaccionada pierde en utilidad como consecuencia de la intervención, pues su acción ha cambiado por su impacto. (…) en la intervención, al menos uno, y a veces ambos de la pareja de los posibles intercambiadores pierden en utilidad.
¿Cuál es la solución?
La solución es, por supuesto, la desregulación, tanta como sea posible, tan pronto como sea posible. Sin embargo, tienen que superarse tanto los intereses especiales (como destacaba la Escuela de la Elección Pública) como la mala economía (como destacaba la Escuela Austriaca).
La combinación fue ingeniosamente calificada como el fenómeno de “contrabandistas y baptistas”. Se ha señalado que:
Los grupos de intereses especiales a calzón quitado no podían esperar que los políticos impulsaran [regulación] que simplemente aumenta precios en unos pocos productos de forma que el grupo protegido pueda hacerse rico a costa de los consumidores. Como los contrabandistas de alcohol en el sur de principios del siglo XX, que se beneficiaban de las leyes que prohibían la venta de licores los domingos, los intereses especiales tenían que justificar sus intentos de obtener favores especiales con historias de interés público. En el caso de las ventas dominicales de alcohol, los baptistas, que apoyaban la prohibición dominical por razones morales, proporcionaron ese apoyo de interés público. Mientras que los baptistas apoyaban ruidosamente la prohibición de venta los domingos, los contrabandistas actuaban entre bambalinas y silenciosamente recompensaban a los políticos con una parte de sus beneficios por la venta dominical de alcohol.
Más desoladoramente, Murray Rothbard nos recuerda que, en muchos sentidos, la historia de la humanidad puede verse como una disputa entre el gran gobierno frente a los mercados más libres:
El hombre (liderado por los productores) siempre ha tratado de avanzar en la conquista de su entorno natural. Y los hombres (otros hombres) siempre han tratado de extender el poder político para apropiarse de los frutos de esta conquista sobre la naturaleza. (…) En los periodos más abundantes, por ejemplo, tras la Revolución Industrial, [los mercados más libres] se han impuesto al poder político [incluyendo la sobrerregulación, que no ha[bía] tenido ninguna posibilidad de seguirlos. Los periodos de estancamiento son aquellos en los que [dicho] poder ha conseguido por fin extender su control sobre las nuevas áreas de los [mercados más libres].
No será fácil ralentizar, detener e invertir el crecimiento de más de un siglo del estado regulatorio en EE. UU. y en todo el mundo. El trabajo esencial de buscar la desregulación simplemente no puede dejarse a los políticos de arriba abajo. Tendrá que venir de tantos votantes y secesionistas como sea posible de abajo arriba y en cualquier dirección intermedia.
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