La teoría económica es la ciencia que explica los fenómenos económicos. De la misma forma que Newton observó que una manzana caía de un árbol y buscó una explicación a dicho fenómeno que le terminó llevando a la ley de la Gravedad, otros pensadores observaron la existencia del precios para dicha manzana (o de la usura para los préstamos), y buscaron las explicaciones a dichos fenómenos. Así se fue conformando y se conforma hoy en día la teoría económica.
A diferencia de la caída de la manzana y de los demás fenómenos naturales, los fenómenos económicos tienen su origen en el ser humano y en su acción. En ausencia del ser humano, la manzana sigue cayendo al suelo. Sin embargo, en ausencia del ser humano, no hay precio para la manzana. No tiene sentido la teoría económica si no hay ser humano.
Por ello, la metodología de la teoría económica toma (o ha de tomar) como punto de partida al ser humano y su acción. Dicha metodología se llama praxeología, y modela al ser humano como un sujeto que actúa. Quizá el principal pivote sobre el que se sustenta la praxeología es el siguiente axioma: el hombre actúa cuando cree que la situación a la que va a llegar es mejor para él que la situación inicial. O, dicho de otra forma, cuando los "ingresos" que espera obtener de la acción superan a los "costes" en que espera incurrir.
A partir de esta axioma, indemostrable pero irrebatible, se podrían construir las teorías que explican los distintos fenómenos sociales (no solo económicos) que observamos a nuestro alrededor.
Aunque el axioma de partida pueda parecer sencillo e intuitivo, lo cierto es que su aplicación en la práctica es extremadamente problemática.
En primer lugar, los costes e ingresos a que se refiere, son costes e ingresos subjetivos. Solo el individuo que está actuando conoce (o cree conocer) los costes que lo supondrá la acción que está estudiando realizar, y los ingresos que de ella puede obtener. Pero es que estos costes e ingresos no son necesariamente económicos. Las motivaciones de la mayor parte de los individuos, e incluso de todos en la mayoría de las ocasiones, no tienen que ver con conseguir más dinero o gastar menos.
Son motivaciones que obedecen a nuestra religión, nuestra educación, el entorno, las costumbres...., todo lo que conforma nuestra escala de valores. Así pues, el científico social se enfrenta a que las magnitudes esenciales para comprender la acción del individuo le son completamente inaprehensibles. Ante una misma situación, dos individuos actúan de forma muy distinta, sin poderse prever de qué forma lo harán en ningún caso, y ello es porque perciben ingresos y costes completamente diferentes.
En segundo lugar, cuando el hombre actúa, lo hace creyendo que (subjetivamente) va a acabar en mejor situación que su punto de partida. Pero todos sabemos que los individuos nos equivocamos constantemente, por lo que puede perfectamente pasar que al final del acto el individuo esté peor, incluso desde su propio punto de vista subjetivo.
Finalmente, cualquier acción del individuo (esa estimación de ingresos y costes que la explica) depende de la información de que disponga y de su interpretación (una vez más subjetiva) de la misma. Con mayor información, cabe pensar que habrá más posibilidad de que su acción desemboque de la forma que él esperaba. A su vez, la decisión de obtener una mayor información es una acción sujeta también a la comparación entre ingresos y costes que se espere.
Como se observa, se trata de limitaciones muy grandes, incluso insalvables, a las que se enfrenta el científico social cuando trata de explicar los distintos fenómenos sociales que observamos: ¿Por qué triunfó el cristianismo? ¿Por qué la gente se casa? ¿Por qué hay guerras? ¿Por qué no hay sociedades anárquicas en la actualidad? ¿Por qué ha crecido tanto Podemos?
Son todas observaciones empíricas de la realidad social a las que el uso de la praxeología debería poder dar respuesta. Y, sin embargo, es muy difícil. Hay muchas opiniones al respecto de cada cuestión, pero resulta prácticamente imposible llegar a una explicación de base científica.
Afortunadamente para el científico económico, cuando se trata de explicar fenómenos de esta índole podemos hacer simplificaciones en el modelo de acción del ser humano que nos permiten llegar a teorías de una forma bastante fiable.
La primera simplificación que podemos razonablemente hacer está relacionada con los costes e ingresos. Si estamos analizando fenómenos económicos, se pueden descartar de la ecuación todos aquellos costes e ingresos que no sean en términos de bienes, sean tangibles o intangibles, monetarios o de otro tipo. Por supuesto, sigue habiendo la posibilidad de error, y sigue habiendo muchos individuos que tomarán sus decisiones considerando otro tipo de costes e ingresos (los llamados por Rothbard, "psicológicos").
Pero al ser estos costes e ingresos tan variados, el teórico económico puede asumir que no tendrán suficiente fuerza para cambiar las tendencias generales forzadas por una mayoría de individuos solo pendientes de costes e ingresos puramente económicos, subyacentes en todo caso también en las decisiones de los individuos que incluyen otro tipo de costes.
Por tanto, a efectos de teoría económica, el individuo actúa cuando cree que va a obtener un beneficio económico de su acción, que los ingresos van a superar a los costes de la misma. El individuo sigue pudiendo equivocarse, el individuo sigue siendo el único que puede percibir sus costes e ingresos, el individuo sigue interpretando la información de forma subjetiva. Pero esa simplificación es decisiva para poder avanzar en el ámbito científico de la economía.
Gracias a esa simplificación, podemos explicar las acciones económicas del individuo en términos de los precios que observa en el mercado, y tiene sentido el cálculo económico como mecanismo de decisión. Y a partir de la teoría del precio, a su vez montada sobre la teoría del valor, se van construyendo las teorías que explican los distintos fenómenos económicos.
Otras simplificaciones subsiguientes también facilitan enormemente el desarrollo de la teoría económica con la praxeología. Por ejemplo, la asunción de que existe un bien generalmente aceptado en los intercambios (el dinero) facilita enormemente la realización de cálculo económico (a su vez, otra acción con sus costes y beneficios) hasta el punto de que se puede asumir que su uso para la toma de decisiones es generalizado (aunque, una vez más, haya gente que no lo use).
Dado que la mayor parte de las transacciones en nuestra sociedad son con dinero, la simplificación anterior no debería separar los resultados del análisis de lo que ocurre en la realidad. Sí, puede haber transacciones no monetarias, pero no alterarán significativamente las teorías desarrolladas con la asunción de que no existen.
También es de gran importancia la consideración del empresario, pues éste sí es una figura en la que se puede simplificar la comparativa de costes e ingresos reduciéndolos exclusivamente a los monetarios. Gracias a ello podemos desarrollar, por ejemplo, la teoría del control de precios.
Se acusa muchas veces a los economistas de utilizar modelos demasiado irreales del individuo, que lógicamente dan lugar a teorías absurdas. En este artículo se pone de manifiesto que eso no ocurre con la praxeología. Aquí el punto de partida es el individuo con toda la riqueza de matices que supone su acción: ingresos y costes psicológicos, posibilidad de error, subjetividad de las apreciaciones. La simplificación para el economista no procede de olvidar dichos aspectos, sino de considerar como primera aproximación que, dado que cada una de esas componentes va a ser muy específica en cada individuo, no podrán cambiar el sentido general marcado por la interacción de los precios.
En suma, podríamos decir que las teorías económicas desarrolladas mediante praxeología tienen cierto "ruido", que se puede corregir añadiendo el consabido "ceteris paribus" al enunciado del teorema. Pero este parece un precio bajo a pagar a cambio de la simplificación (la "simpleza") que hace posible el desarrollo de la ciencia económica.
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