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lunes, 31 de agosto de 2015

Por qué devaluar el yuan no ayudará a la economía de China




Este mismo mes, el gobierno chino decidió depreciar su divisa en tres ocasiones consecutivas. En 13 de agosto, el precio del dólar de EEUU estaba cotizando a 6,413, un aumento del 3,3% frente a julio. El factor clave detrás de la rebaja del yuan del banco central es una brusca disminución en la tendencia de crecimiento de las exportaciones con la tasa anualizada de crecimiento cayendo al -8,3% en julio, desde el 2,8% en junio.


Percent change in Chinese exports

Se sostiene que por medio de la depreciación de la divisa es posible fortalecer la exportación de bienes y servicios, fortaleciendo así el producto interior bruto (PIB), que actualmente muestra un visible debilitamiento. La tasa anualizada de crecimiento del PIB real fue del 7% en el T2 frente al 7,5% del T2 del año pasado y el 8,6% del T1 de 2012.


Percent change in China Real GDPSegún el pensamiento popular, la clave para el crecimiento económico es la demanda de bienes y servicios. Se sostiene que los aumentos o disminuciones en la demanda de bienes y servicios están detrás de los aumentos y disminuciones en la producción de bienes de la economía. Por tanto, para mantener en marcha la economía, las políticas económicas deben prestar mucha atención a la demanda general.

Por qué el gobierno devalúa las divisas para estimular las exportaciones


Ahora bien, parte de la demanda de productos nacionales emana del extranjero. La acomodación de esta demanda se califica como “exportaciones”. Igualmente, los residentes locales ejercitan demanda de bienes y servicios producidos en el extranjero, a los que se califica como “importaciones”. Observemos que mientras que un aumento en las exportaciones implica un aumento en la demanda de producción nacional, un aumento en las importaciones debilita la demanda. Por tanto, las exportaciones, de acuerdo con este modo de pensar, son un factor que contribuye al crecimiento económico, mientras que las importaciones son un factor que resta al crecimiento de la economía.
De este modo de pensar se deduce que como las demanda exterior de bienes y servicios de un país es un ingrediente importante a la hora de establecer el ritmo del crecimiento económico, tiene mucho sentido hacer atractivos para los extranjeros los bienes y servicios producidos localmente. Una de las formas de estimular la demanda de los extranjeros de bienes producidos nacionalmente es hacer más atractivos los precios de estos bienes.
Una de las formas de estimular su competitividad es para los chinos depreciar el yuan frente al dólar de EEUU. Basándose en esto, se puede llegar a la conclusión de que como consecuencia de una depreciación de la divisa, en igualdad de condiciones. La demanda general de bienes nacionales producidos es probable que aumente al tiempo que también se rebaja la demanda china de bienes estadounidenses. Esto a su vez dará lugar a una mejor balanza de pagos y a su vez a un crecimiento económico más fuerte en términos de PIB. Lo que tenemos aquí, en lo que se refiere a los chinos, son más exportaciones y menos importaciones, lo que, de acuerdo con el pensamiento ortodoxo, son buenas noticias para el crecimiento económico.

Por qué un estímulo de las exportaciones mediante deprecación no puede hacer crecer la economía


Cuando un banco central anuncia una relajación en su postura monetaria, esto lleva a una rápida respuesta por los participantes en el mercado de cambio de moneda mediante la venta de la divisa nacional en favor de otras, llevando así a una depreciación de la moneda nacional. En respuesta a esto, los diversos productores encuentran ahora más atractivo aumentar sus exportaciones. Para financiar el aumento en la producción, los productores se dirigen a los bancos comerciales, que (debido a un aumento en la inyección monetaria del banco central) están encantados de expandir su crédito a tipos de interés más bajos.
Por medio del nuevo crédito, los productores pueden ahora conseguir los recursos necesarios para expandir su producción de bienes para ajustarse a la demanda exterior. En otras palabras, por medio de crédito recién creado, los productores desvían recursos reales de otras actividades. Mientras los precios nacionales permanecen intactos, los exportadores registran un aumento en las ganancias. (Para una cantidad concreta de dinero extranjero ganado ahora obtienen más en términos de moneda nacional). La supuesta competitividad mejorada debida a la depreciación de la divisa en la práctica equivale a un empobrecimiento económico. La competitividad mejorada significa que los ciudadanos de un país ahora están obteniendo menos importaciones reales para una cantidad concreta de exportaciones reales. Aunque el país se esté haciendo rico en términos de moneda extranjera, se está haciendo pobre en términos de riqueza real (es decir, en términos de los bienes y servicios requeridos para mantener la vida y el bienestar de la gente).
A medida que pasa el tiempo, los efectos de la política monetaria laxa se filtran a través de un amplio espectro de precios de bienes y servicios y acaba socavando los beneficios de los exportadores. Un aumento en los precios pone fin al intento ilusorio de crear prosperidad a partir de la nada. Según Ludwig von Mises:
Las muy proclamadas ventajas que produce la devaluación en el comercio exterior y el turismo, se deben enteramente al hecho de que el ajuste de los precios y salarios nacionales al estado de cosas creado por la devaluación requiere cierto tiempo. Mientras este proceso de ajuste no se haya completado aún, se estimula la exportación y se desanima la importación. Sin embargo, esto solo significa que en este intervalo los ciudadanos del país devaluador están consiguiendo menos por lo que están vendiendo en el exterior y pagando más por lo que están comprando en el exterior; al mismo tiempo deben restringir su consumo. Este efecto puede parecer bueno en la opinión de quienes la balanza comercial es la vara de medir el bienestar de una nación. El lenguaje sencillo ha de describirse así: El ciudadano británico debe exportar más bienes británicos para comprar esa cantidad de té que recibía antes de la devaluación por una cantidad menor de bienes británicos exportados.
Comparemos la política de depreciación monetaria con una política conservadora en la que no se expande el dinero. Bajo estas condiciones, cuando se están expandiendo las existencias de riqueza real, el poder adquisitivo del dinero hace lo mismo. Esto, en igualdad de condiciones, lleva a una apreciación de la moneda. Con la expansión en la producción de bienes y servicios y precios consecuentemente a la baja y costes de producción en disminución, los productores locales pueden mejorar su rentabilidad y su competitividad en los mercados exteriores mientras que la divisa está realmente apreciándose.

Percent change in China AMSEl ralentizamiento económico en China se puso en marcha hace mucho tiempo cuando la tasa anualizada de crecimiento de la oferta monetaria cayó del 39,3% en enero de 2010 al 1,8% en abril de 2012. El efecto de este enorme declive en la tendencia de crecimiento del dinero supone una fuerte presión sobre actividades de burbuja y a su sobre diversos datos de la actividad económica. Cualquier intromisión con el tipo de cambio solo puede empeorar mucho las cosas en lo que respecta a la asignación de recursos escasos.

Publicado originalmente el 27 de agosto de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Las vacas subvencionadas

David Muñoz: "Muchos piensan solo en quien recibe la subvención pero no en quienes la pagan."

 
 
El Ministerio de Agricultura anunció el pasado sábado un nuevo plan de ayudas para tratar de aliviar la “difícil situación” que atraviesan muchos productores del sector lácteo. Tras rechazar la petición de los sindicatos de fijar un precio mínimo de venta para la leche en origen, lanzará una nueva subvención directa: 300 euros por vaca a las explotaciones que no logren rentabilidad. Para que algunos sigan diciendo eso de “el Gobierno liberal” y demás sinsentidos que se escuchan a diario por los diferentes medios de comunicación.
 
Una vez más, el Gobierno pretende “salvar” a una industria que por sí sola no parece funcionar. Y lo hace con subvenciones, como no, como muchos deben pensar, la cura para cualquier mal.
El dinero que el Gobierno da en subvenciones surge de los contribuyentes y sus impuestos, es decir, las subvenciones son un mecanismo por el cual el Gobierno quita dinero a unos ciudadanos y se lo da a otros.
 
Es algo que muy bien explica Henry Hazlitt en su libro La Economía en una lección:
  • Cualquier intento de salvar cualquier sector o industria mediante una directa subvención procedente del erario público equivaldría sencillamente a desplazar riqueza o renta a dicho sector. Los contribuyentes perderían exactamente lo que ganasen los interesados de tal sector.
  • En el caso de la subvención, es obvio que los contribuyentes han de perder precisamente la misma cantidad que gane el sector subvencionado. Es igualmente evidente, en su consecuencia, que otros sectores económicos perderán lo que el sector al que se subvenciona gane. Habrán de satisfacer parte de los impuestos necesarios para ayudar a dicho sector. Y los consumidores, a causa de los impuestos que tienen que soportar, dispondrán de una suma menor para adquirir otros artículos. E1 resultado será que otras industrias habrán de restringir su producción a fin de facilitar la expansión del sector subvencionado. Ahora bien, el subsidio no sólo provoca un desplazamiento de riqueza o de ingresos y disminuye el volumen de las demás industrias en proporción al desarrollo del sector. E1 resultado es también -y aquí es donde la Nación, considerada como una unidad, sufre una pérdida neta- que el capital y el trabajo son desviados hacia sectores e industrias en las que su empleo es menos eficaz. Se crea, por consiguiente, menos riqueza. E1 término medio de nivel de vida es más bajo, comparado con lo que podría haber sido.
Algo que ocurre con las subvenciones es lo que se conoce como el sistema de la “patada para adelante”. Si las subvenciones otorgadas no solucionan el problema del sector o la industria subvencionada, se suele argüir que el problema es que no se le ha otorgado suficiente dinero, por lo que se incrementa la cantidad de la subvención, y así sucesivamente. Es lo que explica Jorge Valín en su libro El Gobierno es el problema: si cualquier programa del Gobierno no funciona, se le asigna más dinero sin estudiar realmente los problemas o deficiencias que pueda tener. Si el Gobierno crea más paro, distribuye más subvenciones; si los programas contra la pobreza no funcionan, simplemente se les da más dinero; si nadie va a ver películas españolas, les aumentan la subvención. Y así hasta la quiebra total.
 
Por tanto, debemos cambiar la mentalidad general de que cualquier problema se soluciona con subvenciones. Ese pensamiento es parte de lo que Bastiat y Hazlitt ya explicaron en su momento: el economista francés lo explicó como “lo que se ve y lo que no se ve”, y el economista de la Escuela Austríaca lo trató en el libro citado anteriormente con su principio fundamental de la Economía: examinar los problemas en su integridad y no fragmentariamente, es decir, teniendo en cuenta el interés de toda los agentes económicos y observando el largo plazo.
 
Muchos piensan solo en quien recibe la subvención pero no en quienes la pagan. Piensan también en el corto plazo y lo que puede “ayudar” dicha subvención pero no piensan en la riqueza destruida o en el futuro del sector que recibe la subvención, abocado al fracaso.
 
Por tanto, cambiemos la mentalidad general -algo harto complicado, visto lo visto-, sepamos que no es malo que una parte de un sector económico caiga -como ocurre en este caso no es todo el sector lácteo. Hay ganaderos que producen con rentabilidad-, mientras sea decisión de los consumidores o de la ineptitud del propio empresario o trabajador, ya que otro sector crecerá al mismo tiempo. Pensemos más en liberalizar todos los sectores económicos y menos en subvencionar, que como hemos visto, es más un problema que una solución.

¿IVA cultural o cultura de impuestos bajos?

 
La tribuna de Adrià Pérez Martí - 27.08.2015       
 
 
Hace unos días, el Ministro de Economía Luis de Guindos sentenciaba que el Gobierno no va a rebajar el IVA cultural, a pesar de las continuas presiones a lo largo de esta legislatura por parte de las asociaciones e interlocutores del sector del cine o del teatro, o incluso por parte del Partido Popular en estas últimas semanas, que anda elaborando su programa electoral.
Cualquier mecanismo de presión para que el Gobierno baje los impuestos es bienvenido por quien cree que el dinero debería estar en manos de la sociedad civil, que es muy capaz de organizarse para crear los bienes y servicios que necesita, también para nutrirse de películas u obras teatrales. Sin embargo, no todas las presiones se ejercen desde esta bienintencionada óptica liberal, y más que pretender que se bajen los impuestos para todos, lo que buscan son prebendas y privilegios. A nadie se le escapa que los procesos políticos de las democracias occidentales para elaborar las ingentes y crecientes legislaciones que aprueban sus parlamentos se basan y se someten a todo tipo de presiones de los lobbies de los sectores afectados, que buscan tratos de favor. Batallas de intereses creados para hacer uso del Poder y el Presupuesto a beneficio propio con un claro resultado parasitario.
Pedir que se rebaje el IVA de un sector determinado muchas veces representa, esta vez sí, la lucha de clases trasladada a la confección de los presupuestos estatales
Pedir que se rebaje el IVA de un sector determinado muchas veces representa, esta vez sí, la lucha de clases trasladada a la confección de los presupuestos estatales. Una clase determinada y organizada pretende alzarse sobre el resto para tratar de salir beneficiada con impuestos menores puesto que por diversos motivos, normalmente incuestionables, son ellos los que deberían ser mejor tratados por el Estado, pero no aplican el mismo rasero para el resto, que sí deberían sufragar sus privilegios o soportar un mal trato regulatorio mayor, dado que ellos no son... 'equis'.
 
Una de las recurrentes excusas del Ejecutivo durante su mandato ha sido el de respaldar sus innumerables subidas fiscales porque eran necesarias para salvar España de la crisis y que, tras su efectiva salvación, se eliminarían. Contra esto los interesados claman, con razón, que el IVA del cine o del teatro no nos ha sacado de la crisis, pero es que tampoco lo han hecho las inmensas cantidades extraídas con los sablazos fiscales generales de este Gobierno (117.714 millones de euros según los datos del propio Gobierno durante su mandato). Ya comentamos en otra columna que, al contrario, hizo más difícil el duro y obligado proceso de desendeudamiento que ha seguido la economía española durante esta Gran Recesión. Y tampoco lo harán las enormes volúmenes de recursos que nos extraerán en los próximos años por las subidas fiscales que aprobaron (69.366 millones de euros en 2016-2017), incluso teniendo en cuenta la tan mencionada reforma fiscal que se supone ha devuelto a los españoles el coactivo esfuerzo añadido que nos ha impuesto Rajoy.
 
Ante las insistentes preguntas sobre la esperada bajada del IVA cultural, el nuevo Ministro de Cultura se defendió afirmando que este no era el problema de España y que hay asuntos más acuciantes. Obviamente, no es el problema más urgente pero es una parte del problema: el poder destructivo de los impuestos se ejemplifica en este tipo de sectores, al igual que en otros, en donde el coste fiscal ha acabado de dar la puntilla a muchas Pymes y llevar al traste muchos proyectos económicos, vitales e ilusiones.
Desde 2008 hasta 2014, la parte del valor añadido bruto creado por las empresas destinado a pagar el IVA y otros impuestos indirectos se ha incrementado en un impactante 424,1%
Porque el IVA no es sólo un impuesto sobre el consumo, lo es, y mucho, sobre la producción. Su traslado al consumidor por parte de los productores es mucho más difícil en una recesión de balances en la que predomina una inflación muy baja o incluso deflación. Una subida tan brutal como la aplicada por Montoro es casi imposible de trasladar al consumidor, con lo que los márgenes se estrechan o se amplían las pérdidas, que se trasladan a lo largo de la cadena de valor destruyendo empresas, puestos de trabajo, industria y eficiencia en general. El teatro y el cine, especialmente, han sufrido esta circunstancia fiscal y, además, han evidenciado las rigideces propias no sólo de estos sectores sino, en general, de nuestra economía: rigideces a nivel cultural, institucional y regulatorio que impiden el ajuste nominal de los costes y precios para apoyarse sobremanera en destrucción económica a base de quiebras y despidos, al mismo tiempo que deben enfrentarse a la irrupción de las nuevas tecnologías, nuevos modelos de negocio y, también, al tema de la piratería.
 
Que el IVA sea un gran impuesto sobre el consumo y la producción, y que haya hecho un enorme daño a una variedad de sectores también se manifiesta atendiendo a los datos de la Contabilidad Nacional de España ofrecida por el Instituto Nacional de Estadística. Así, desde 2008 hasta 2014, la parte del valor añadido bruto creado por las empresas destinado a pagar el IVA y otros impuestos indirectos (el rubro "Impuesto sobre producción menos subvenciones") se ha incrementado en un impactante 424,1% (!). Un incremento más grave si cabe si tenemos en cuenta que el propio valor añadido en dicho periodo ha decrecido casi un 4%, y que la parte de la renta destinada a remunerar a los asalariados también lo ha hecho en un 16,1%.
 
Por tanto, lo que unos piden para sí y su sector, debería aplicarse para todos, puesto que a todos se daña. Protestar por merecer un IVA inferior al resto por ser..."cultura" (un concepto algo más amplio y rico en matices) es no ver que el error no se basa en maltratar la cultura, sino basarse en un sistema que necesita maltratarnos a todos con impuestos, que deberían rebajarse porque cada uno tiene su propio proyecto vital a desarrollar en cualquier sector.
 
Y aunque un trato igualitario de las disposiciones fiscales evita distorsiones por no incentivar la producción de uno u otro sector, no debe olvidarse que los impuestos no son soportados efectivamente de la misma manera por los agentes económicos, por lo que los patrones de producción ya se ven distorsionados de múltiples maneras aunque el tipo impositivo del IVA sea igual para todos. Además, contando con que los niveles de este impuesto son desorbitados, una bajada en unos sectores daría posibilidad de reacción a los agentes económicos para poder emprender proyectos empresariales y creación de riqueza en esas industrias menos maltratados fiscalmente.
No debería rechazarse de plano la bajada de tipos a un sector económico, siempre que luego se bajen al resto
Esta idea de que los agentes económicos pudieran realizar maniobras evasivas –como las de un submarino– hacia estos sectores, una idea mencionada reiteradamente por el gran economista francés Jean Baptiste Say en su Tratado de Economía Política, no es más que ganar eficiencia por parte del sector privado exiliándose hacia los lugares menos coaccionados fiscalmente. Lo que ocurre es que esta eficiencia ganada no resuelve la distorsión en la producción creada por la propia existencia de los impuestos, y además, por ser estos muy elevados. Por tanto, no debería rechazarse de plano la bajada de tipos a un sector económico, siempre que luego se bajen al resto, por preferir un tipo único y muy elevado para todos, y más por motivos de estricta eficiencia. El problema ético que surgiría entonces sería por qué empezar por un sector y no otro. Problema que se resuelve bajándolos a todos. Desgraciadamente, Gobierno y algunos lobbies discuten la bajada del IVA cultural, en lugar de compartir la cultura de los impuestos bajos.

La soberbia de un Estado invasivo

Intromisión peligrosa

La soberbia de un Estado invasivo

Opinión
 
La intervención de los aparatos estatales en la economía perjudica a la gente, especialmente a los más necesitados, porque el derroche de capital afecta salarios e ingresos
Por | Para LA NACION
 
 
Giovanni Papini, mi cuentista favorito, destaca que los siete pecados capitales derivan de la soberbia y escribe en una de sus múltiples ficciones (no siempre tan ficciones) que "el soberbio no tolera ser contrariado, el soberbio se siente ofendido por cualquier obstáculo y hasta por la reprensión más justificada, el soberbio siempre quiere vencer y superar a quien considera inferior a él [?] El soberbio no concibe que cualquier otro hombre pueda tener cualidades o dotes de las que él carece; el soberbio no puede soportar, creyendo estar por encima de todos, que otros estén en lugares más altos que él".
 
Por mi parte, aplico esta premisa general de Papini al terreno de la relación entre gobernantes y gobernados. Gobernar significa mandar y dirigir. Leonard E. Read nos enseña que, para mayor precisión, se debería haber recurrido a otra expresión, porque hablar de gobernante sería tan inapropiado como denominar al agente de seguridad de una empresa "gerente general", ya que la función del monopolio de la fuerza es velar por los derechos de las personas y no regentearlas.
 
Pero resulta que los primeros mandatarios han mutado en primeros mandantes y, en lugar de proceder como efectivos agentes de seguridad de los derechos, los conculcan, con lo que se cumple la profecía de Aldous Huxley en su terrorífica antiutopía, en la que muchos piden ser sometidos, para desgracia de quienes mantienen su integridad y autoestima (lo cual es infinitamente peor que el Gran Hermano orwelliano).
 
En realidad, el espectáculo que ofrecen los burócratas que se consideran omniscientes es digno de una producción de Woody Allen: se dirigen a la audiencia como si estuviera compuesta por infradotados e imparten órdenes ridículas a diestra y siniestra, por ejemplo, sobre cómo deben ser los precios de bienes y servicios, sin percatarse de que las leyes de mercado operan por cuerda separada y de que cada intromisión inexorablemente provoca daños y desajustes de consideración.
 
El proceso es coordinado a través de los precios, que actúan como si fueran un tablero de señales que indican a los operadores las siempre cambiantes circunstancias para saber cuándo y dónde invertir o desinvertir. La información está fraccionada entre millones de actores, pero cuando desde el poder se pretende dirigir vidas y haciendas ajenas, se concentra ignorancia. Al irrumpir los megalómanos gubernamentales sobre la base de que "no puede dejarse que las cosas se desarrollen vía la anarquía del mercado y, por tanto, el gobierno debe dirigir", se afecta gravemente el proceso. Esto perjudica a la gente, muy especialmente a los más necesitados, puesto que el derroche de capital afecta salarios e ingresos en términos reales. Idéntico fenómeno ocurre en el mercado financiero, agrícola, industrial o cambiario. En este último caso, resulta tragicómico observar debates sobre la devaluación, es decir, el establecimiento de un nuevo precio artificial que se le ocurre a cierto tecnócrata.
 
Mucha razón tenía el premio Nobel en Economía Friedrich Hayek al titular su célebre libro La arrogancia fatal, que precisamente se refiere a los efectos sumamente perjudiciales de los supuestos controles que imponen los aparatos estatales. "Nuestros políticos -escribió Woody Allen- son ineptos y corruptos y, a veces, las dos cosas en el mismo día." Esta decadencia sólo puede revertirse instalando nuevos y efectivos límites al poder para mantenerlo en brete. De ningún modo debemos esperar que los problemas se resuelvan con "gente buena" en el gobierno, puesto que el tema no es de personas, sino de los incentivos que marcan las instituciones.
 
Como bien ha explicado Thomas Sowell, no se trata tampoco de contar con computadoras de gran capacidad de memoria para que los políticos en funciones coordinen las operaciones mercantiles, puesto que no sólo "descoordinan", sino que, sencillamente, la información no se encuentra disponible antes de la realización de las operaciones correspondientes.
 
No es procedente aplicar a un gobierno la terminología que se aplica a una empresa. La administración empresaria apunta a alinear incentivos para lograr objetivos comunes, atentos al cuadro de resultados, para conocer si se da en la tecla con las preferencias de la gente, lo cual se traduce en ganancias, o si se yerra, lo que se refleja en los consecuentes quebrantos. Esto no ocurre en un país, en el que sus habitantes tienen muy diversos proyectos y metas, que los gobernantes deben proteger, siempre y cuando no se lesionen derechos de otros.
 
Si un gobernante afirma que merced a su gestión se incrementó la producción de, por ejemplo, pollo, habrá que indagar acerca de las políticas dirigidas a ese objetivo que favoreció esa producción, lo cual va en detrimento de la producción de otro bien o servicio que, a su vez, genera un efecto negativo, ya que el proceso contradice lo que hubiera preferido la gente de no haber mediado la mencionada intervención. Éste es el despropósito central de las llamadas empresas estatales: en el momento de su constitución significan derroche de capital, puesto que se desvían los siempre escasos recursos hacia áreas distintas de las prioridades que hubiera establecido el consumidor.
 
En realidad, empresa estatal es una contradicción en los términos, ya que la actividad empresaria no es un simulacro ni un pasatiempo: en la empresa se arriesgan recursos propios y se asume la responsabilidad por los resultados (a diferencia de los empresarios prebendarios que deben su posición a los favores que le otorga el gobierno de turno). Si se afirmara que la empresa estatal no cuenta con privilegios, no tendría sentido su constitución, directamente operaría con todos los rigores del mercado.
 
De todo este enjambre que provoca la soberbia se desprenden las declaraciones sorprendentes de gobernantes que, como en Venezuela, hablan de "el derecho a la felicidad suprema" o en Ecuador, de establecer "el derecho al orgasmo de la mujer", propuesta de la Asamblea Constituyente afortunadamente frustrada. Es que se ha perdido por completo la noción del derecho que significa que, como contrapartida, hay la obligación de respetarlo. Entonces, si alguien reclama el derecho a percibir algo que no obtiene lícitamente (porque los congéneres no se lo reconocen) y esto es otorgado por el gobierno, es decir que el prójimo coactivamente lo debe entregar, significa que se ha lesionado el derecho del prójimo, que queda reducido a un pseudoderecho.
 
Lo dicho no es obstáculo para que se dé ayuda al prójimo con recursos propios, pero es inaceptable la hipocresía de prenderse de un micrófono y usar la tercera persona del plural para apoderarse del fruto del trabajo ajeno. La filantropía remite a la primera persona del singular.
 
En contraposición al Estado de Derecho, hoy vivimos en la era de los pseudoderechos, es decir, la aniquilación del derecho propiamente dicho, que, necesariamente, se refleja en un enorme perjuicio para todos, muy especialmente para los más débiles económicamente, a quienes -al demolerse la estructura jurídica- se les corta la posibilidad de mejorar su bienestar.
 
Hay un correlato inverso entre los nombres de los ministerios y lo que ocurre (recordemos el Ministerio de la Verdad, de Orwell, en plena mentira oficial) y el absurdo Ministerio de Bienestar Social, donde es seguro el malestar, y así sucesivamente. El propio Ministerio de Economía constituye un despropósito, porque manejar la economía genera los desajustes señalados. Es mejor recurrir al Ministerio de Finanzas Públicas, de Hacienda o, más modestamente aún, Secretaría del Tesoro.
 
Nadie sabe a ciencia cierta qué hará la semana que viene, porque las circunstancias se modifican. Pero la petulancia mayúscula de ciertos funcionarios pretende manipular las vidas de millones de personas. Además, la gente debe tener siempre presente que cada vez que se recurre a los ingresos del aparato estatal, son los vecinos los que pagan, ya que ningún gobernante financia de su propio peculio.
 
Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso.

La unión hace la fuerza: la OPEP tiende la mano a Rusia y el crudo alarga su 'rebotazo'

El cártel lo tiene claro. Aunque seguirá defendiendo sus intereses, se muestra dispuesto a hablar con otros productores de petróleo para intentar alcanzar "precios justos y razonables"

Foto: Detalle del logo de la OPEP en la sede del cártel en Viena. (EFE)
Detalle del logo de la OPEP en la sede del cártel en Viena. (EFE)
 
El petróleo está dejando atrás sus precios más bajos desde 2009 a toda prisa. En apenas tres sesiones, la cotización del crudo se ha disparado cerca de un 25%. En el caso del barril europeo Brent, ha saltado de los 43 a los 53,4 dólares desde el cierre del miércoles, con lo que cierra con subidas un mes en el que parecía condenado a sufrir descensos de doble dígito. En cuanto al barril estadounidense WTI, ha escalado de los 38,6 a los 48,7 dólares en el mismo intervalo.
 
El último acelerón lo ha protagonizado este lunes, jornada en la que ambos barriles se han anotado avances del 7%. Este último impulso ha venido auspiciado por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Consciente de que los bajos precios del crudo -hace un año aún se movían sobre los 100 dólares- perjudican sus intereses, el cártel asegura que "está preparado para hablar con el resto de los productores de petróleo". Aunque deja claro que su prioridad es "proteger [sus] propios intereses", tiende la mano a países como Rusia, especialmente, porque entiende que la unión hace la fuerza y que todos los productores sufren con la caída de la cotización.
 
Por el momento, Moscú ya ha reconocido que ese guiño tendrá una manifestación real esta semana. El presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente venezolano, Nicolás Maduro, discutirán en los próximos días "posibles pasos mutuos" para estabilizar el precio del petróleo. Esa conversación tendrá lugar, además, en China, cuyo enfriamiento económico está influyendo en el descenso de la cotización del crudo y donde ambos líderes coincidirán esta semana.
 
Vladimir Putin y Nicolás Maduro. (Reuters)
 
Vladimir Putin y Nicolás Maduro. (Reuters)
 
Que Moscú y la OPEP unieran sus fuerzas no sería un asunto menor. Rusia bombea más de 10 millones de barriles al día (mb/d), que, sumados a los más de 32 millones barriles al día que produce la OPEP, conducirían a casi 43 mb/d. O lo que es lo mismo, casi el 50% de la producción mundial.

"Causa de preocupación"

"La OPEP, como siempre, continuará haciendo todo lo que esté en su mano para crear el entorno adecuado para que el mercado de petróleo consiga un equilibrio con precios justos y razonables", remarca en un comentario realizado este lunes. "La cooperación tiene la llave del futuro del petróleo", titula este documento para que no queden dudas sobre sus intenciones.
Semejante invitación responde a una causa evidente que la Organización no oculta. "La prolongación de las presiones bajistas sobre los precios, provocada por una mayor producción en combinación con la especulación del mercado, sigue siendo una causa de preocupación para la OPEP y sus miembros, y de hecho lo es para todos los participantes en la industria", asegura.
Ni siquiera le consuela el previsible aumento de la demanda. Los pronósticos de la OPEP contemplan que este año la demanda crecerá hasta los 92,7 mb/d, y que de ahí pasará a 94,04 mb/d en 2016. Aunque concede que estas cifras pueden desempeñar un papel relevante a la hora de estabilizar los precios del crudo, no se siente satisfecha porque sostiene que el repunte de la demanda responde precisamente a los bajos precios actuales.
 
 
 El secretario general de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Abdala Salem El Badri. (EFE)
El secretario general de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Abdala Salem El Badri. (EFE)
En su opinión, este panorama no es el adecuado y constituye una amenaza para el futuro. "La incapacidad para invertir ahora podría significar que los precios en los próximos años se dispararán hasta niveles inconsistentes con los que son considerados razonables tanto para los productos como para los consumidores", avisa. O lo que es lo mismo, como los bajos precios actuales desincentivan -o directamente impiden- que las empresas acometan las inversiones precisas para mantener o desarrollar sus infraestructuras, en el futuro la oferta reaccionará con retraso a los posibles aumentos de la demanda y la presión alcista sobre los precios será mayor.

Más producción

Con todo, además de entablar conversaciones con otros países, la OPEP también debería mirar qué hacen sus miembros. Aunque se compromete a generar un entorno favorable para estabilizar las cotizaciones, lo cierto es que sus socios contribuyen a los bajos precios porque se saltan sus cuotas de producción. Actualmente, el objetivo de producción total del cártel se limita a 30 mb/d. Sin embargo, sus miembros se lo saltan mes tras mes.
Según los datos recopilados por Bloomberg, en agosto la producción total del cártel ha crecido en 108.000 barriles al día, hasta los 32,3 mb/d. El mayor incremento ha correspondido a Emiratos Árabes Unidos, que ha subido su bombeo de 2,8 a 2,95 mb/d. Por el contrario, el mayor productor, Arabia Saudita, ha rebajado su producción de 10,57 a 10,50 mb/d.
La próxima reunión de la OPEP tendrá lugar el 4 de diciembre en su cuartel general de Viena

México… ¿Otro riesgo como Brasil?

España importa de México más de lo que exporta. Por ello la ralentización no tiene por qué suponer un impacto negativo en la contribución del sector exterior a nuestro PIB

Foto: Bandera de México. (Reuters)
Bandera de México. (Reuters)

 
“Ahorita mismo is like mañana but without the urgency”
 
México es muy importante a la hora de analizar el riesgo exterior para la economía española. Nuestro país tiene más de 4.000 empresas establecidas, con una inversión que supera los 42.000 millones de dólares en infraestructura, energía, finanzas, etc. España sigue siendo el segundo mayor inversor en el país después de EEUU.
 
Igual que Brasil y China, España importa de México más de lo que exporta. Unos 1.500 millones de euros más, en cifras de 2014. Por ello la ralentización no tiene por qué suponer un impacto negativo en la contribución del sector exterior a nuestro PIB. Como con China y Brasil, el sector exterior agregado ha estado mejorando en su aportación a nuestro PIB desde hace tres años mientras los tres países mostraban una clarísima desaceleración.
 
A la hora de entender los riesgos, merece la pena recordar que México se diferencia de otros países de Latinoamérica por su pasión por el comercio internacional. Tiene más acuerdos bilaterales que ninguna de las naciones de su entorno.
 
México, además, muestra tasas de crecimiento más parecidas a las de una economía madura que a un país emergente. Entre 2013 y 2014 ha crecido un 1,8% de media, y tradicionalmente, el consensos de analistas se ve obligado a revisar estimaciones a la baja de un 40-45% sobre las previsiones de enero de cada ejercicio. Ese es el caso de 2015. La media de analistas ha pasado de un crecimiento de 3,3% a un 2,3%, y probablemente se quede unas décimas por debajo.
 
Los riesgos para el crecimiento del país se podrían resumir en:
  • Caída de la producción de petróleo y retrasos en la reforma energética que frenan la entrada de capitales extranjeros. Cualquier geólogo identifica México como una enorme oportunidad. Con la adecuada combinación de capital y experiencia aportada por operadores externos a la petrolera nacional, podría frenar el declive de su producción y atraer decenas de miles de millones de inversión financiera directa. Es una pena que existan sectores que perciban de manera equivocada la entrada de empresas e inversores extranjeros. Por aferrarse a una visión anticuada de la propiedad, pierden enormes oportunidades de mejorar su producción sin perder los activos. A pesar de ello, México ha aumentado sus exportaciones de petróleo desde 1,14 millones de barriles al día en 2014 a 1,26 en el primer trimestre de 2015, mitigando parcialmente la caída del precio del crudo. Aunque la producción mexicana es de las más baratas del mundo, con un coste total inferior a los $20 por barril, el colapso en el precio ha hecho que los ingresos fiscales se desplomen un 50% y con ellos las inversiones proyectadas para Pemex, la petrolera nacional. España es uno de los grandes importadores de crudo maya, y seguiremos siéndolo.
  • Ralentización de la economía norteamericana. La tasa de variación anual de las ventas de mercancías acumuladas de enero a abril de 2015 fue negativa en un 1,2% en las exportaciones y estancada, 0%, en las importaciones. Atrás quedan los crecimientos de doble dígito de 2011 y 2012. Las exportaciones crecen cada vez menos y las importaciones muestran que la demanda interna no termina de arrancar. Debemos recordar que la correlación del crecimiento de la economía mexicana y la norteamericana es muy alta, casi del 90%. Incluso si quitamos el efecto del sector petrolero, las exportaciones e importaciones distan mucho de acercarse a los niveles de 2011.
  • Retraso de las reformas. No solo se trata del sector energético, sino de liberar un gran número de cuellos de botella e impedimentos legislativos y políticos que entorpecen la inversión financiera directa. Según estudios de varios bancos de inversión, las reformas pendientes tendrían un efecto positivo en el crecimiento de la economía que se estima entre un 1% y un 1,3% del PIB. Según BBVA las reformas podrían contribuir a conseguir un crecimiento del 4%, es decir, duplicar el actual.
Por lo tanto, nos encontramos ante un riesgo mucho menor que los que hemos observado en esta columna para las economías de Brasil, Argentina, Venezuela o Chile.
 
El riesgo de México es el coste de oportunidad de no cumplir con el potencial evidente, no de caer en una estanflación bolivariana.

A México le va a salvar de un sobresalto “brasileño” haber retrasado los planes de estímulo y políticas de demanda anunciadas, que suponían hasta $400.000 millones de inversión. No solo va a poder evaluar los proyectos a realizar de una manera menos apasionada, sino que le va a permitir acometerlos con un escenario menos optimista de crecimiento global, tipos de interés y coste de materias primas. Hay retrasos que se convierten en bendiciones.
 
Un amigo mío en México siempre dice “ustedes siempre se están preparando para la recuperación, nosotros estamos acostumbrados al precipicio”. Esa prudencia, sea deseada o no, le va a venir muy bien al país en el entorno de “parada en seco” que estamos viviendo.
 
Para España, México supondrá menores resultados en las inversiones, pero no una debacle
 
Con una inflación del 3% y unas reservas de más de $193.000 millones, la devaluación del peso mexicano observada estos meses no se puede considerar como un elemento de riesgo “a la venezolana”, sino como el reflejo de la caída del crudo, ralentización de EEUU y anticipación de subida de tipos americana.
 
El motor principal del crecimiento seguirá siendo la demanda externa, y por ello, debemos entender que va a ser difícil que México crezca a las tasas que los optimistas esperan. Sin embargo, una vez que la moneda se ha estabilizado y las reformas se empiecen a poner en marcha, la demanda interna empezará a sustituir a la volatilidad del comercio exterior. Una demanda interna que no está alentada por una burbuja de crédito, sino por reformas estructurales.
 
Para España, México supondrá menores resultados en las inversiones, pero no una debacle. Pero hay que monitorizar el riesgo político, que puede frenar aún más las oportunidades.
 
De nuevo, nos encontramos con un país donde España ha invertido mucho y que, aunque está lejos de una crisis, muestra señales evidentes de desaceleración. A los que llevamos alertando de la parada en seco de los países emergentes desde 2013 no nos sorprende. Por eso no hay que verlo como un cisne negro. Porque no lo es.

Guerra de divisas y burbuja emergente

 

Juan Ramón Ralloes Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
La triple devaluación del yuan por parte de China ha generalizado los temores de que pueda desatarse una guerra de divisas internacional. Incluso muchos de los que han defendido durante años las devaluaciones competitivas como vía para superar la crisis económica occidental observan con cautela el ciclo de acontecimientos que podría desencadenar la nueva política cambiaria china. No es para menos: toda guerra de divisas es un proceso de destrucción mutua asegurada.
 
Los efectos de una guerra de divisas

Adam Smith explicó por qué la división del trabajo era preferible a la producción aislada: la posibilidad de que cada individuo se especialice en producir unos pocos bienes que luego intercambiará por el resto de bienes en los que se hayan especializado otros individuos permite multiplicar la productividad conjunta del sistema económico. David Ricardo demostró cuál era el criterio por el que cada individuo se especializaría dentro de la división global del trabajo: cada cual nos dedicaremos a aquello en lo que somos relativamente mejores que el resto (principio de ventaja comparativa).

La división del trabajo basada en las ventajas comparativas también aplica al comercio internacional entre áreas económicas: en ausencia de artificiales barreras políticas-arancelarias, cada conjunto de individuos asociados cooperativamente (empresas o clusters de empresas) se insertan en una división mundial del trabajo especializándose en aquellas actividades donde competitivamente son capaces de maximizar el valor añadido generado; es decir, donde fabrican la mayor valor posible por unidad de input (esto es, generan la mayor utilidad al menor coste de oportunidad posible).
La competencia en términos de ventajas comparativas nos beneficia a todos: que aparezca alguien que sea relativamente mejor en producir el bien X que quien venía siéndolo relativamente hasta ahora incrementa la disponibilidad global de bienes y servicios. Esto es, mejorar la eficiencia de una unidad productiva dentro de la división global del trabajo (aunque esa mejora de eficiencia implique desplazar a otros productos que devienen relativamente ineficiente) es ventajoso para la coordinación del sistema.
No sucede lo mismo con la competencia dentro de la división del trabajo basada en una guerra de devaluaciones: una devaluación monetaria no incrementa el valor por unidad de input generada por las empresas de un país. La productividad del país que devalúa sigue siendo la misma pero, en cambio, ven mejorada su competitividad internacional gracias a que han hundido el valor de su divisa frente a otras monedas. La producción total no se incrementa: tan sólo se redistribuyen el acceso a los mercados. Dicho de otro modo, las pautas de especialización de la división global del trabajo dejan de estar basadas en las ventajas comparativas de los agentes o de las áreas económicas y pasa a fundamentarse en movimientos políticos del valor de unas divisas asociadas a arbitrarios bloques nacionales. No estamos ante un juego de suma positiva, sino en la mayoría de los casos de suma cero o incluso negativa: un país que padece un problema de competitividad por haber perdido su ventaja comparativa (y no haber encontrado todavía otra que la reemplace) le exporta a otro su crisis por la vía de la devaluación.

Por tanto, el primer efecto adverso de una guerra de divisas es que el patrón de especialización de cada unidad productiva dentro de la división global del trabajo no sólo está manipulado políticamente, sino que fluctúa al ritmo de los caprichos devaluadores o revaluadores del banco central de turno (las empresas que son rentables hoy pueden dejar de serlo mañana aunque no haya aparecido ningún competidor superior). Pero, a su vez, existe otro serio problema asociado a las devaluaciones competitivas que repercute muy negativamente sobre la capacidad para incrementar a largo plazo el valor generado por unidad de input: el fenómeno del “dinero caliente”.

En la medida en que un inversor prevea que la divisa en la que tiene denominadas sus inversiones va a sufrir una devaluación, intentará sacar sus ahorros del bloque nacional que vaya a sufrir una devaluación para ponerlos a buen resguardo en aquellas divisas que no espere que se vayan a devaluar (o que espere que se vayan a devaluar en una menor medida). Esto provoca dos efectos negativos: el primero es que el país receptor de los capitales puede emborracharse por la financiación barata: si, por ejemplo, el capital llega en forma de crédito a corto plazo, puede caer en la torpe tentación de confiar que ese ahorro estará disponible a largo plazo, emprendiendo inversiones que tendrán que liquidarse precipitadamente en el futuro. El segundo es que el país que expulsa tales capitales ante la perspectiva de devaluación será incapaz de aprovecharlos internamente en capitalizarse y en construir nuevas ventajas comparativas mientras esa perspectiva de nuevas devaluaciones no se despeje.

En un mundo de devaluaciones competitivas, pues, los capitales se mueven alocadamente buscando refugio de un lado a otro en lugar de buscando oportunidades de inversión productivas a largo plazo: no sólo se quiebran los flujos comerciales, sino también los flujos financieros. Nada de esto sucedía bajo el patrón oro donde, en tanto en cuanto existía una única divisa global (el oro) los flujos de capitales internacionales se dirigían a invertir a largo plazo en aquellas zonas económicas con ventajas comparativas por desarrollar.

Las implicaciones de la devaluación del yuan

La devaluación del yuan en un 4,5% constituye un episodio más de la guerra de divisas que viene reproduciéndose entre las principales economías mundiales desde el comienzo de la crisis. No en vano, desde que la Fed puso en marcha los QE, el dólar se ha depreciado un 11% con respecto a la divisa china; desde que Japón ejecutó el Abenomics, el yen lo ha hecho en un 37%; y desde que Draghi implementó su programa de deuda pública europea, el euro ha caído un 21%. Todas las economías han intentado dopar su proceso de recuperación sin proceder a una reestructuración profunda de sus aparatos productivos y de su apalancamiento financiero.

Y el experimento no ha salido gratis, al menos para los países emergentes: la flexibilización cuantitativa de la Fed inundó el mundo de dólares (salidas de capitales estadounidenses buscando una mayor rentabilidad) contribuyendo a expandir el crédito bancario local y a generar una burbuja de activos en los mercados emergentes (incluido el valor de sus divisas); y posteriormente el Abenomics y el Draghinomics ayudaron a diferir el pinchazo de la burbuja de activos en los emergentes después de que la Fed anunciara el tapering y, con él, comenzaran a regresar los capitales desde los emergentes hacia EEUU. La sangre no terminó de llegar al río porque los fundamentales de las economías emergentes parecían resistir, al menos en los casos de China, India y en menor medida Turquía.

Pero las recientes noticias sobre la desaceleración china han cambiado el escenario macroeconómico: de entrada sabemos que China está creciendo menos de lo deseado por sus autoridades, aunque es difícil estimar cuánto dada la opacidad de muchos de sus datos oficiales; de intermezzo, hemos constatado que la magnitud del parón, anticipada por el pinchazo de su burbuja bursátil, ha sido de suficiente magnitud como para que el Banco Central Chino devalúe el yuan durante tres jornadas consecutivas; y de salida, tememos que las reverberaciones del movimiento pueden ser difíciles de controlar.
Comencemos por las implicaciones para China: ¿es ésta devaluación suficiente como para que China recupere el impulso que parece estar perdiendo? Si los inversores terminan creyendo que sí, el país no tendría que preocuparse por experimentar fugas adicionales de capitales, pero, si los inversores se barruntan que no, no creerán al Banco Central Chino cuando afirma que el ajuste del yuan ya ha terminado. Y si no se lo creen, la fuga de capitales proseguirá, ante lo cual el Banco Central de China tendrá dos opciones: o dejar que el yuan flote libremente y se siga depreciando frente al dólar (es decir, no defender el tipo de cambio y permitir que se vendan activos en yuanes para comprar dólares) o utilizar su gigantesca reserva de activos en dólares para evitar la depreciación del yuan (es decir, el Banco Central vende activos en dólares contra dólares y los utiliza para recomprar los yuanes que se están vendiendo).
Sigamos con las implicaciones para EE.UU.: en caso de que el Banco Central de China permita que el yuan fluctúe, el dólar se apreciaría no sólo frente al yuan, sino frente al resto de divisas, lo que dañaría la competitividad de EE.UU. (lograda en parte merced a la depreciación del dólar inducida por los QE) y destrozaría a todas las familias y empresas de países emergentes que aprovecharon los bajos tipos de interés estadounidenses para endeudarse en dólares. En caso de que el Banco Central de China use sus reservas en dólares para defender el tipo de cambio, el dólar no se apreciaría frente el yuan, pero la venta de activos en dólares sí aceleraría la subida de tipos de interés de activos en dólares (si se liquidan activos en dólares, el tipo de interés de mercado de esos activos aumenta), lo que repercutiría negativamente no sólo sobre la propia economía estadounidense, sino que también además aceleraría la fuga de capitales desde el resto de países emergentes hacia EE.UU. (tratando de aprovecharse de los altos tipos de interés), depreciando sus divisas frente al dólar.
Y terminemos con las implicaciones para los emergentes, los cuales se encuentran literalmente entre Escila y Caribdis. Como hemos visto en los párrafos anteriores, en caso de que los capitales sigan saliendo de China por falta de confianza inversora en que no habrá más devaluaciones del yuan, es altamente probable que las divisas de estos países se deprecien: no frente el yuan, sino frente al dólar. Esto provocará que parte de su problema de competitividad permanezca intacto (habrán perdido competitividad frente a China) y que, en cambio, su problema financiero se haya agravado (su deuda en dólares será más difícil de devolver). Por tanto, tanto aquellos emergentes que, como Brasil, exporten a China como aquellos otros que, como India, compitan con ella en otros mercados globales, verán resentirse sus exportaciones tras la devaluación del yuan: en esta tesitura, la decisión común debería ser la de, a su vez, promover una depreciación de sus divisas frente al yuan (para recuperar competitividad), pero con ello lograrían de rebote una sobredepreciación de su tipo de cambio frente al dólar, abocando a la quiebra a sus empresas locales endeudadas en dólares.
En suma, la devaluación del yuan abre un período de incertidumbre por cuanto podría contribuir a derrumbar al castillo de naipes financiero que los bancos centrales han construido como atajo para superar en falso la actual crisis económica. Si la economía China reacciona positivamente a la devaluación, los inversores se convencen de que no habrá nuevas sorpresas, y además el resto de países emergentes no salen especialmente damnificados de la pérdida de competitividad, todo habrá quedado en una anécdota; si, en cambio, la economía china sigue deteriorándose (y, en consecuencia, se anticipan nuevas devaluaciones del yuan) o si el resto de economías emergentes sufren desproporcionadamente la triple devaluación del yuan y se ven empujadas a hacer lo propio con sus divisas, podríamos estar al inicio de una nueva contracción crediticia global, a menos que el BCE, el Banco de Japón y la Reserva Federal se decidan a prolongar adicionalmente sus respectivas flexibilizaciones cuantitativas y los inversores continúen aceptando el riesgo de endeudarse en euros, yenes o dólares para invertir en emergentes. Pero tarde o temprano, el pinchazo y reajuste tendrá que llegar: cuanto más tarde, más duro será.
Este artículo fue publicado originalmente en Vozpópuli (España) el 14 de agosto de 2015.

Argentina: Misterio de un país rico que se volvió pobre

 

Guillermo M. Yeatts es presidente de la Fundación Atlas 1853 y de la Fundación de Estudios Energéticos Latinoamericanos.
Siguiendo el razonamiento del profesor Alpert, comprobé que esa Argentina de la década del sesenta no solo vivía la supuesta paradoja de ser un país rico en recursos naturales pero pobre en su nivel de desarrollo, sino que también era ejemplo de otra contradicción: la de ser un país que en la primera década del siglo XX había contado con indicadores de país desarrollado y que posteriormente inició una decadencia que lo convirtió en un país subdesarrollado.

Profundizando en el tema, hallé datos que confirmaban el nivel que había alcanzado la economía argentina. Hacia 1913, era el país con el décimo mayor PBI por habitante del planeta, que representaba dos tercios del de los Estados Unidos en aquel momento. Asimismo, Argentina producía la mitad de todo lo que elaboraba toda América Latina sumada.

Poco tiempo después de ser el desierto de mediados del siglo XIX, aquella Argentina era señalada —junto con Australia y Canadá— como uno de los países más promisorios del globo. Según el mencionado PBI per cápita, en 1913 nuestro país se ubicaba por encima de naciones europeas como Alemania, Francia, Austria, Suecia, Irlanda, Italia, Noruega, Finlandia y España. En consecuencia, Argentina había alcanzado indicadores sobresalientes que lo hacían atractivo de los inmigrantes del mundo y lo constituían en otro "melting pot" (lo que aquí llamamos "crisol de razas").

Si tuviéramos que utilizar una palabra para definir las políticas aplicadas entre 1853 y 1916, que dieron como resultado ese crecimiento, podríamos utilizar el término "apertura". Argentina era un país abierto. Pero además de abierto era atractivo a las inversiones, al comercio y a las personas del mundo. Esa prosperidad se refleja en las palabras de la historiadora María Oliveira-Cézar en su artículo "Cuando en Francia querían ser ricos como un argentino". Allí se refiere a la época en que los diplomáticos franceses señalaban que la Argentina había sido hecha "por el brazo italiano, el capital inglés y el pensamiento francés". También el escritor Paul Morand señalaba —en consonancia con lo anterior— que los argentinos "se creían europeos colonizando América del Sur". Del mismo modo, Alain Rouquié indicaba: "Los argentinos son italianos que se creen británicos y hablan español con acento genovés o napolitano".

Del auge a la decadencia

A primera vista parece imposible comprender la lógica de la posterior decadencia argentina, lo cual se ha transformado en un gran misterio. Tan así es que incluso recientemente The Economist, en su artículo "La parábola de Argentina. ¿Qué pueden aprender otros países tras un siglo de declinación?", intenta analizar este proceso:

"En 1914, la Argentina se destacó como el país del futuro. Su economía había crecido más rápido que la de Estados Unidos durante las cuatro décadas previas. Su PBI per cápita era más alto que el de Alemania, Francia o Italia. Se jactaba maravillosamente de sus fértiles tierras para agricultura, su clima soleado, una nueva democracia (el sufragio universal masculino fue introducido en 1912), una población educada y el baile más erótico del mundo. Los inmigrantes bailaban tango, fueran de donde fueran. Para los jóvenes y ambiciosos, la elección entre la Argentina y California era difícil".

¿Qué sucedió luego? Los cambios en las normas que regulaban el mercado político fueron claves para comprender el antes y el después en materia de las políticas públicas e ideas que imperaban. Tal como sucedía en la mayor parte del planeta a fines siglo XIX y principios del XX, el sistema electoral argentino posibilitaba que —hasta 1916— los resultados de las votaciones no reflejasen la voluntad de la mayoría ciudadana, sino de una pequeña élite gobernante. Hasta la entrada en vigencia de la ley Sáenz Peña (1912) —que sancionó el voto universal, secreto y obligatorio— la existencia de un voto no secreto o público posibilitaba la influencia en la determinación del voto. Un síntoma claro de esta situación es que en la primera elección posterior a tal reforma el porcentaje de votantes sobre la población se incrementó de cerca del 2 % a más del 8 % del total de la población. Asimismo, en la primera elección posterior triunfó el partido político nuevo (en aquel momento) y que identificó las ideas de muchos de los inmigrantes y sus hijos: la Unión Cívica Radical.

Del mismo modo, el contexto internacional fue clave para comprender los momentos de auge, así como el cambio posterior. A fines del siglo XIX e inicios del XX, los coletazos de la revolución industrial tenían un impacto positivo en las circunstancias que afectaban a la economía del país. Barcos, trenes, frigoríficos simbolizaban una caída en los costos de transacción que permitirían comercializar lo otrora no comercializable. En la segunda mitad del siglo XIX, el mundo "se achicaba" en favor de la Argentina y se producía una rápida integración positiva de nuestra economía con el resto del planeta. Pero a partir de la crisis de 1930 ese contexto internacional cambió y ya no resultó tan favorable.

Son muchas las preguntas que emergen para desentrañar este misterio que nos quita el sueño a los argentinos: cómo y por qué dejamos de ser un país próspero. A lo largo de mi nueva obra, recientemente escrita, El país rico que se convirtió en pobre. Mitos y verdades de la Argentina (Universidad Francisco Marroquín, 2015), intento —desde la perspectiva de la economía institucional— ahondar en las causas del crecimiento de nuestro país entre 1853-1916 y su declive posterior, desmitificando algunos de los temas que explican el auge que se transformó en declive.
Este artículo fue publicado originalmente en Infobae (Argentina) el 21 de agosto de 2015

La devaluación del peso argentino en 2011-2015

 

Adrián Ravieres Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.
Devaluar es, según la Real Academia Española, "rebajar el valor de la moneda". Nadie contribuyó tanto a rebajar el valor del peso argentino como este último Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, en el que tuvo una destacada participación el actual ministro de Economía, Axel Kicillof. El economista Luis Secco guarda plena razón cuando explica: “La devaluación ya está hecha”, “Solo resta sincerarla”, algo que aparentemente le corresponderá hacer al próximo Gobierno, con el costo político y social que eso trae aparejado.
Para mostrar esta rebaja en el valor del peso entre 2011 y 2015, cabe una mirada a la evolución de las distintas partidas del balance del Banco Central de la República Argentina (BCRA), institución que cuenta con el monopolio de emisión de estos billetes depreciados. El cuadro presentado a continuación es un extracto del resumen estadístico que elabora trimestralmente Nicolás Cachanosky para nuestro blog Punto de Vista Económico.


Nótese, por ejemplo, la evolución del pasivo, que pasó de 0,4 a 1,2 billones de pesos entre 2011 y junio de 2015. El pasivo se triplicó desde que Kicillof incide en la política monetaria del BCRA, lo que se logró con dos políticas concretas:

- Emitiendo billetes que más que duplicaron la base monetaria (pasó de 223 a 483 mil millones de pesos).
- Colocando títulos del BCRA en pesos (pasó de 84 a 355 mil millones de pesos).
Una mirada al activo nos puede explicar el destino de estos fondos. Mientras el activo pasó de 0,4 a 1,2 billones de pesos entre 2011 y junio de 2015, las reservas apenas pasaron de 200 a 308 mil millones de pesos. De nuevo, hay dos destinos concretos para la emisión monetaria del BCRA:
- La compra de títulos públicos (pasó de 127 a 534 mil millones de pesos).
- Adelantos del BCRA al tesoro del Gobierno nacional (pasó de 67 a 272 mil millones de pesos).
Para ser claros, el Gobierno quebró al BCRA. En 2011 las reservas representaban el 46% del activo del BCRA; en 2015 esa misma relación cayó a menos del 25%. La sumatoria de títulos públicos y adelantos del BCRA al Tesoro del Gobierno Nacional representaban en 2011 el 44% del activo del BCRA, en 2015 estas mismas partidas representan el 63% del activo.
La situación se agrava, lógicamente, si en lugar de tomar las reservas brutas, se tomaran las reservas netas, es decir, si se descontara aquella porción de esas reservas que no son propiedad del BCRA.
Resulta claro que un desafío difícil de lograr para el próximo Gobierno es el saneamiento del BCRA. Los asesores de ambos candidatos, Mauricio Macri y Daniel Scioli, apuestan a crear un marco de confianza que conduzca a una gran atracción de capitales en el país, pero esta confianza difícilmente ocurra mientras el BCRA presente este estado de situación. Por eso, volvemos al comienzo. “La devaluación del peso está hecha, solo resta sincerarla”.

Y entonces sí, los costos de esta devaluación serán más bajos si se ofrece un plan integral de reformas al Estado, que significan —necesariamente— un cambio de modelo.

Este artículo fue publicado originalmente en Infobae (Argentina) el 26 de agosto de 2015.

EE.UU.: La Fed coquetea con la medida en correcta en el momento equivocado

 

Por Gerald P. O'Driscoll Jr. es ex-vicepresidente del Banco de la Reserva Federal en Dallas y académico asociado del Cato Institute

Los observadores de los mercados financieros y de la Reserva Federal están fijándose en cuándo el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés) votará para elevar las tasas de interés a corto plazo, probablemente en 25 puntos base. Los inversionistas y comentaristas mejor deberían preguntarse por qué la Fed elevaría las tasas ahora, cuando los argumentos en contra de un alza son sólidos. El temblor que se sintió a lo largo de los mercados financieros globales durante las últimas semanas, culminando el viernes con una caída del Dow de más de 500 puntos, debería provocarle a cualquiera una reflexión acerca del cambio de dirección de la Fed durante las próximas semanas o meses.
 
Permítame ser claro: pertenezco al bando que desde hace mucho ha hecho un llamado a que la Fed eleve las tasas de interés de corto plazo. Mientras más mantuvo la Fed las tasas bajas, más distorsiones económicas creó su política. Las tasas de interés bajísimas estimulan inversiones en activos de larga duración, que podrían ser insostenibles una vez que las tasas de interés aumenten. Por ejemplo, el mercado global alcista en bienes raíces comerciales o el mercado de bonos del gobierno. Las tasas de interés artificialmente bajas provocan que los inversionistas persigan rentabilidades y asuman más riesgo.
 
Los intereses artificialmente bajos provocan que los inversores persigan rentabilidad y asuman más riesgo. Ese fue el objetivo de la política monetaria extraordinaria de la Fed (aunque este fue expresado de manera más eufemística). Y las tasas cercanas a cero perjudican a los ahorradores y a aquellos que viven con un ingreso de jubilación, así que la política es inherentemente y perversamente redistributiva.
 
Todas estas consideraciones, y otras, constituían el argumento a favor de una terminación más temprano de la política de tasas de interés cercanas a cero. La pregunta es: ¿por qué ahora, después de 7 años? No puede ser por ninguno de los criterios estándar tradicionalmente empleados por el FOMC en su toma de decisiones. La Fed tiene un llamado mandato dual de mantener el empleo máximo o pleno y la inflación baja.
 
Uno puede decir muchas cosas acerca del empleo en la recuperación que empezó en junio de 2009. Pero este es máximo únicamente en un sentido irónico. Esta ha sido la recuperación más anémica desde la Segunda Guerra Mundial. La tasa de desempleo reportada para julio de 5,3% —dentro del rango de la tasa que se había fijado como objetivo la Fed antes de un aumento de la tasa de interés— es engañosamente positiva. Con los trabajadores desalentados simplemente dejando de buscar empleo, la tasa de participación de la fuerza laboral de 62,6% está en el punto más bajo de varias décadas. Muchos de los trabajos que la gente tiene son solo a medio tiempo —6,3 millones de personas en julio estimó el Departamento de Trabajo que están trabajando a medio tiempo pero buscando un empleo a tiempo completo. En otras palabras, los mercados laborales no proveen fundamento para restringir la política monetaria.
 
Según su sabiduría, la Fed ha definido inflación cero como inflación de 2%. Dejando a un lado los méritos de esta decisión, según la misma medida de la Fed la inflación está débil. La inflación del Índice de Precios al Consumidor apenas excedió 2% en 2012, y la Fed no alcanzó su objetivo de inflación en 2013 y 2014. Durante la primera mitad de 2015, la inflación fue menos de cero.
 
De manera que la tasa de inflación tampoco justifica un ajuste de la política monetaria. Así que la Fed no tiene la obligación de elevar las tasas de interés. ¿Por qué, entonces, han estado dando señales la gobernadora de la Fed Janet Yellen y varios miembros del FOMC de su intención de elevar las tasas, probablemente en septiembre? Los mercados financieros han creído en ellos, dado que los futuros de los fondos federales recientemente dieron señales de un 80% de probabilidad de que el FOMC elevaría las tasas de interés de corto plazo en su reunión del 16 al 17 de septiembre. Más recientemente, el fervor especulativo se ha enfriado, y el mercado de futuros está dando señales de un 25% de probabilidad de que se eleve la tasa de interés en septiembre.
 
¿Qué está motivando a algunos miembros del FOMC a volverse agresivos frente a tantos datos blandos? Aquí uno debe, hasta cierto grado, especular. Algunos miembros del FOMC, como el Presidente de la Fed de Richmond Jeff Lacker, por años han estado a favor de un retorno a la política monetaria normal —tasas de interés a corto plazo más altas. Él y otros normalizadores han hecho campaña en contra de los efectos distorsionadores de las tasas de interés de cero por periodos prolongados; los normalizadores puede que finalmente hayan convencido a la mayoría del FOMC.
 
La Sra. Yellen ha expresado su preocupación acerca de la posibilidad de una burbuja en el mercado de acciones. Eso puede ser interpretado como lenguaje críptico para referirse a una preocupación más generalizada acerca de burbujas de activos —y como una posible razón para que ella considere un aumento de intereses. Algunos podrían sugerir, sin embargo, que los eventos en los mercados de petróleo, la caída generalizada de los precios de las materias primas, y la caída de la bolsa de valores en China y ahora en EE.UU. indican que las fuerzas de mercado están reventando las burbujas por sí solas.
 
Se pensaba que las tasas de interés eran estimuladoras. Pero hemos aprendido que los intermediarios financieros luchan con márgenes en un ambiente de tasa de interés baja. La más afectada debe ser la industria de fondos mutuos de mercado monetario. Sin una arremetida peligrosa en busca de retornos riesgosos, ¿qué tanto tiempo más puede sobrevivir una industria con la actual política de tasa de interés?
 
Uno sospecha que alguna combinación de estos motivos, reflejando una preocupación por la estabilidad financiera, está detrás del clamor por tasas de interés más altas. Hasta cierto grado u otro, la preocupación es adecuada—pero este ha sido el caso por muchos años. Ahora parece que el FOMC está al final dispuesto a hacer lo correcto, pero en un mal momento.
 
La economía global se está debilitando. El crecimiento en los mercados emergentes en gran medida ha sido determinado por las exportaciones de commodities, especialmente de energía. Hay debilidad en casi todos los mercados de materias primas, y los aumentos sostenidos en las tasas de interés probablemente exacerbarían esa debilidad. No solo son las exportaciones de materias primas, sin embargo, sino que está en riesgo el comercio global en general. El sentimiento económico en Alemania, un exportador notable de la Unión Europea, se ha vuelto negativo, según la Encuesta ZEW de Mercados Financieros.
 
Si uno realmente cree que el mundo está económicamente integrado, es peligroso ignorar las consecuencias globales de la política monetaria de EE.UU. Los partidarios de una moneda dura, habiendo ganado finalmente el argumento de política pública, están en peligro de ser culpados de las consecuencias de otra decisión errónea de la Fed.
 
Este artículo fue publicado originalmente en The Wall Street Journal (EE.UU.) el 24 de agosto de 2015.

Piketty ignora lo más importante

Deirdre McCloskey es Profesora Distinguida de Economía e Historia en la Universidad de Illinois en Chicago y es autora de Burgeois Equality: How Ideas, Not Capital, Enriched the World(University of Chicago Press), que se publicará en enero de 2016.

El tema central de Piketty es la fuerza del interés sobre la riqueza heredada, que causa, según él, una creciente desigualdad de ingreso derivada de la riqueza. En 2014 Piketty le dijo a Evan Davis de la BBC que “el dinero suele reproducirse así mismo”, una queja acerca del dinero y su tasa de interés que se ha hecho varias veces en Occidente desde Aristóteles. Como el filósofo expresó de algunos hombres, “toda la idea de sus vidas es que deberían o aumentar su dinero sin límite, o en cualquier medida no perderlo... . La forma más odiada [de incrementar su dinero]... es la usura, que obtiene una ganancia del dinero mismo”.

La teoría de Piketty es que el rendimiento del capital usualmente excede la tasa de crecimiento de la economía, y así la porción del retorno sobre el capital en el ingreso nacional crecerá de manera constante, simplemente porque el ingreso por intereses está creciendo más rápido que el ingreso que toda la sociedad está obteniendo. Permitámonos por lo tanto incluir al Estado para implementar “un impuesto global progresivo sobre el capital” —para cobrarle un impuesto a los ricos. Para él , esta es nuestra única esperanza. Leer el libro es una buena oportunidad para entender la más reciente preocupación de la izquierda acerca del capitalismo, y para poner a prueba su fortaleza económica y filosófica. La preocupación de Piketty acerca de los ricos es realmente simplemente la última de una larga serie de preocupaciones que se pueden rastrear hasta Thomas Malthus, David Ricardo, y Karl Marx. Desde esos genios fundadores de la economía clásica, el progreso puesto a la prueba del comercio ha enriquecido enormemente a grandes porciones de la humanidad —que hoy en día es siete veces mayor en población que en 1800— y parece estar bien ubicado para enriquecer a lo largo de los próximos más o menos 50 años a todos en el planeta. A pesar de ello, la izquierda con frecuencia se olvida de este evento, el evento secular más importante desde que se inventó la agricultura —el Gran Enriquecimiento de los últimos dos siglos, y continúa preocupándose y obsesionándose con una nueva versión de esta idea aproximadamente cada media generación.
Todas las preocupaciones, desde Malthus hasta Piketty, comparten un pesimismo subyacente, ya sea sobre la imperfección del mercado de capitales, de los comportamientos inadecuados del consumidor individual o acerca de las Leyes de Movimiento de un Sistema Capitalista. Durante una historia relativamente tan buena desde 1800 hasta el presente, los pesimistas económicos en la izquierda de igual forma han estado sujetos a las pesadillas de culpas terriblemente terribles. Sin duda, este tipo de pesimismo vende. Por razones que nunca he comprendido, a la gente le gusta escuchar que el mundo se está yendo al infierno, y se pone toda exaltada y desdeñosa cuando algún idiota optimista se mete con su placer. Aún así, el pesimismo ha sido consistentemente una mala guía en el mundo económico moderno.

La oferta, la demanda y la destrucción creativa

Los defectos técnicos en el argumento de Piketty son generalizados. Cuando usted busca, usted los encuentra. El problema fundamental es que Piketty no comprende cómo funcionan los mercados. En línea con sus posiciones como un hombre de izquierda, él tiene una vaga y confusa idea acerca de cómo la oferta responde a los precios más altos. Evidencia sorprendente acerca de la educación defectuosa de Piketty se da tan pronto como en la página 6.
Empieza aparentemente concediendo a sus opositores neoclásicos: “Ciertamente, existe en principios un mecanismo económico bastante sencillo que debería restaurar el equilibrio al proceso: el mecanismo de la oferta y la demanda. Si la oferta de cualquier bien es insuficiente, y su precio es demasiado alto, entonces la demanda de ese bien debería caer, lo cual conduciría a un declive en su precio”. Las palabras que coloco en letra itálica claramente se mezclan con el movimiento a lo largo de una curva de demanda con el movimiento de toda la curva, un error de estudiantes universitarios en primer semestre. El análisis correcto es que si el precio es “demasiado alto” no es toda la curva de demanda la que “restaura el equilibrio”, sino una curva de oferta que se mueve hacia afuera. La curva de oferta se mueve hacia afuera porque el ingreso es inducido mediante el olfato de ganancias extraordinarias.

Piketty no reconoce que cada ola de inventores, empresarios, e incluso capitalistas comunes y corrientes encuentran que sus recompensas se pierden cuando ingresan al mercado. Considere la historia de las fortunas de los grandes almacenes. El ingreso de los grandes almacenes a fines del siglo XIX —Le Bon Marché, Marshall Field, y Selfridge’s— era empresarial. El modelo luego fue copiado a lo largo del mundo rico. A fines del siglo XX el modelo fue desafiado por una ola de tiendas de descuento, y luego estas a su vez fueron desafiadas por Internet. Lo que sucede es que la ganancia que se llevan los especuladores es más o menos rápidamente socavada por movimientos hacia afuera en la curva de la oferta. La acumulación original se disipa. El economista William Nordhaus ha calculado que los inventores y empresarios hoy en día obtienen una ganancia de 2% del valor social de sus invenciones. Si usted es Sam Walton ese 2% le da personalmente una gran cantidad de dinero por haber introducido el uso de códigos de barra en el abastecimiento de las góndolas en los supermercados. Pero 98% al costo de 2% es todavía un buen negocio para el resto de nosotros. Las ganancias derivadas de las vías macadamizadas o del caucho vulcanizado, luego aquellas de las universidades modernas, o del concreto estructural y del avión, han enriquecido incluso a los más pobres de nosotros.

El capital humano y la desigualdad

Esto me lleva al siguiente problema técnico. La definición de Piketty de la riqueza no incluye al capital humano —propiedad de los trabajadores— que ha crecido en los países ricos hasta llegar a ser la mayor fuente de ingreso cuando se combina con la inmensa acumulación desde 1800 de capital en conocimiento y hábitos sociales, los cuales a su vez son propiedad de todos los que tienen acceso a estos. Algún tiempo atrás, el mundo de Piketty sin capital humano era aproximadamente nuestro mundo, el de Ricardo y el de Marx, con los trabajadores siendo propietarios solamente de sus manos y su espalda, y los jefes y propietarios siendo dueños de todos los demás medios de producción. Pero desde 1848 el mundo ha sido transformado por lo que se sienta entre las orejas de los trabajadores.
La única razón en el libro para excluir al capital humano del capital parece ser forzar la conclusión que Piketty quiere lograr. Uno de los títulos en el capítulo siete declara que “el capital siempre [está] distribuido de forma más desigual que el trabajo”. No, no lo está. Si el capital humano se incluye —la alfabetización del trabajador de fábrica, la habilidad de la enfermera educada, el dominio que un administrador profesional tiene de sistemas complejos, la comprensión que tiene un economista acerca de las respuestas de la oferta— los trabajadores en sí, según una contabilidad correcta, poseen gran parte del capital de la nación —y el drama de Piketty se cae al piso.

Finalmente, como Piketty admite cándidamente, su propia investigación sugiere que solo en EE.UU., el Reino Unido, y Canadá, la desigualdad de ingresos ha aumentado bastante, y solo recientemente. En otras palabras, sus miedos no fueron confirmados en ningún momento entre 1910 y 1980; ni en ninguna parte a largo plazo en cualquier momento antes de 1800; ni en cualquier parte de la Europa Continental y Japón desde la Segunda Guerra Mundial; y solo recientemente, y un poco, en EE.UU., el Reino Unido, y Canadá. Eso es algo realmente desconcertante si el dinero suele reproducirse a sí mismo como una ley general. La verdad es que la desigualdad aumenta y baja en grandes olas, para las cuales tenemos evidencia de muchos siglos atrás y hasta el presente, lo cual tampoco figura en este relato.

Algunas veces Piketty describe su maquinaria como un “proceso potencialmente explosivo”. En otras ocasiones, admite que los shocks aleatorios a la fortuna de una familia significan que “es poco probable que la desigualdad de riqueza crezca de manera indefinida...en cambio, la distribución de la riqueza convergirá hacia determinado equilibrio”. En torno a las listas de los muy ricos, Piketty nota, por ejemplo, “varios cientos de fortunas aparecen [las que van desde $1.000 millones hasta $10.000 millones] en alguna parte del mundo casi cada año”. ¿Pero qué está pasando, Profesor Piketty? ¿El apocalipsis o una porción persistente de personas ricas están constantemente saliendo de la riqueza o arribando a ella, de forma evolutiva?

El escritor de ciencias Matt Ridley ha ofrecido una razón convincente para explicar el ligero aumento que se ha dado recientemente en Inglaterra. En “Derríbame con una pluma”, escribe Ridley:
“Usted quiere decir que durante tres décadas en las que el gobierno alentó burbujas de activos en los precios de las viviendas; dio exenciones tributarias a las pensiones; tributó ligeramente a los ricos que no tenían domicilio [esto es, los ciudadanos de otros países como Rusia y Arabia Saudita que viven en el Reino Unido]; destinó dinero a los subsidios agrícolas; y restringió severamente la oferta de tierra para la vivienda, elevando la prima ganada por planificar los permisos para cualquier construcción, ¿los propietarios ricos del capital vieron su riqueza relativa aumentar ligeramente? Bueno, estaré condenado...[Ahora, hablando seriamente] una buena parte de cualquier incremento en la concentración de riqueza desde 1980 ha sido liderado por políticas estatales, que sistemáticamente han re-dirigido las oportunidades de obtener ganancias hacia los ricos en lugar de hacerlo hacia los pobres. En EE.UU., uno puede elaborar una explicación similar de que el Estado, que Piketty espera que resuelva el supuesto problema, es en realidad la causa”.
¿Es mala la desigualdad?

El problema central con el libro, sin embargo, es una cuestión ética. Piketty no explica por qué la desigualdad por sí sola sería algo negativo malo. Ciertamente, es irritante que una mujer súper rica se compre un reloj de $40.000. La compra es éticamente reprochable. Debería estar dándole su ingreso excesivo —de un nivel tan amplio como de dos carros en lugar de veinte; dos casas en lugar de siete; un yate en lugar de cinco— a caridades efectivas. Andrew Carnegie enunció en 1889 el siguiente principio: “un hombre que muere así de rico muere deshonrado”. Carnegie regaló toda su fortuna (bueno, la regaló en el momento de su muerte, luego de haber gozado de un castillo en su Escocia natal, entre otras fruslerías). Pero el hecho de que muchas personas ricas actúan de forma vergonzosa no implica de manera automática que el gobierno debería intervenir para detenerlos. La gente actúa de forma deshonrosa de todo tipo de formas. Si en un mundo envilecido nuestros gobernantes recibieran la tarea de mantenernos a todos enteramente éticos, el Estado sometería todas nuestras vidas a un tutelaje paternal, una pesadilla lograda aproximadamente antes de 1989 en la Alemania del Este y ahora en Corea del Norte.

Nótese que en el relato de Piketty el resto de nosotros acabamos tan solo un poco detrás de los capitalistas voraces. El enfoque en la riqueza relativa, o en el ingreso, o en el consumo es un problema serio en el libro. La visión apocalíptica de Piketty deja poco espacio para el resto de nosotros a los que realmente nos va muy bien —de manera no apocalíptica más bien— como de hecho nos ha ido desde 1800. Lo que le preocupa a Piketty es que los ricos puede que posiblemente se vuelvan más ricos, aún cuando los pobres también se enriquecen. Su preocupación es puramente acerca de la diferencia, sobre un confuso sentimiento de envidia elevado a una propuesta teórica y ética.

Pero nuestra verdadera preocupación debería ser cómo elevar a los pobres hacia una condición de dignidad, un nivel en el cual ellos puedan funcionar dentro de una sociedad democrática y llevar una vida plena. No importa éticamente si los pobres tienen la misma cantidad de brazaletes de diamantes y carros Porsche que los propietarios de los fondos de inversión. Pero sí importa si tienen las mismas oportunidades de votar, aprender a leer o de tener un techo sobre sus cabezas.

Adam Smith una vez describió la idea escocesa como “permitir que cada hombre persiga su propio interés a su manera, sobre el plan liberal de igualdad, libertad y justicia”. Sería algo bueno, por supuesto, si una sociedad libre y rica siguiendo al liberalismo Smithiano produjera una igualdad Pikettyana. De hecho, en gran medida lo ha hecho, según el único estándar éticamente relevante de los derechos humanos y comodidades básicas. Por ejemplo, introducir el liberalismo en Hong Kong y Noruega y Francia, regularmente ha conducido a una mejora impresionante y a una verdadera igualdad de resultados —con los pobres adquiriendo carros, agua caliente y fría en sus grifos, cosa que era negada en tiempos anteriores incluso para los ricos, y adquiriendo derechos políticos y dignidad social que eran negados en tiempos anteriores para todos menos los ricos.

Los economistas Xavier Sala-i-Martin y Maxim Pinkovsky reportan sobre la base de un estudio detallado de la distribución individual del ingreso —en vez de comparar la distribución nación-por-nación— que “la pobreza mundial está cayendo. Entre 1970 y 2006, la tasa de pobreza mundial ha sido reducida en aproximadamente tres cuartos. El porcentaje de la población mundial que vive con menos de $1 al día (en dólares de 2000 ajustados para el PPP) fue de 26,8% en 1970 a 5,4% en 2006”.

En 2013 los economistas Donald Boudreaux y Mark Perry notaron que “según el Buró de Análisis Económico, el gasto de los hogares en muchas de las cosas 'básicas' de la vida moderna —alimentos en la casa, carros, ropa y zapatos, muebles y electrodomésticos del hogar, vivienda y servicios públicos— cayó de 53% del ingreso disponible en 1950 a 44% en 1970 y a 32% hoy”.

El economista Steven Horwitz resume los datos sobre las horas de trabajo requeridas para comprar un televisor a colores o un carro, y señala que “estos datos no capturan...el cambio en la calidad...El televisor de 1973 era máximo de 25 pulgadas, con resolución pobre, probablemente sin control remoto, sonido débil, y generalmente nada parecido a su descendiente de 2013...Conseguir 100.000 millas en un carro era motivo de celebración. No obtener 100.000 millas de un automóvil actualmente es motivo de pensar que se compró una chatarra”. Él, además, observa que “viendo a los distintos datos de consumo, desde las encuestas del Buró del Censo acerca de lo que los pobres tienen en sus casas hasta el tiempo laboral requerido para comprar una variedad de bienes de consumo, es claro que los estadounidenses están viviendo mejor ahora que nunca antes. De hecho, los estadounidenses pobres de hoy viven mejor, según estas mediciones, que lo que vivía su contraparte de clase media en la década de 1970”.

El politólogo e intelectual público Robert Reich argumenta que, no obstante, debemos de estar alarmados por la desigualdad, en lugar de dedicar todas nuestras energías a elevar las condiciones absolutas de los pobres. “La creciente desigualdad todavía obstaculiza la movilidad hacia arriba”, declara. Reich está equivocado. Horwitz resume los resultados de un estudio realizado por Julia Isaacs acerca de la movilidad individual entre 1969 y 2005: “82% de los niños en el 20% más pobre de 1969 tenían ingresos [reales] en 2000 que eran más altos que lo que sus padres tenían en 1969. El ingreso medio [real] de esos niños de los pobres en 1969 era el doble que el de sus padres”. No hay duda de que los niños y nietos de los refugiados del “Dust Bowl” (cuenca de polvo) de California, por ejemplo, están mucho mejor que sus padres o abuelos. John Steinbeck realizó una crónica en Las uvas de la ira acerca de sus peores y terribles tiempos. Unos cuantos años después muchos de los “Okies” (inmigrantes pobres de Oklahoma) obtuvieron empleos en las industrias de la guerra, y muchos de sus niños luego asistieron a alguna universidad. Algunos de ellos luego se convirtieron en profesores universitarios que piensan que los pobres están cada vez más pobres.

El evento principal: el Gran Enriquecimiento

El problema más fundamental en el libro de Piketty es que él ignora el evento principal. Al enfocarse únicamente en la distribución del ingreso, ignora el evento secular más sorprendente en la historia: el Gran Enriquecimiento del individuo promedio en el planeta por un factor de 10 y en los países ricos por un factor de 30 o más. Muchos humanos ahora están sorprendentemente mejor que sus ancestros.
Esto incluye una mejora gigantesca de los más pobres —sus ancestros y los míos. Mediante incrementos dramáticos en el tamaño del pastel, los pobres han sido elevados a un 90 o 95% de igual sustento y dignidad, comparado con un 10 o 5% obtenible mediante la redistribución sin que crezca el pastel. ¿Qué causó el Gran Enriquecimiento? No puede ser explicado por la acumulación del capital, como el mismo nombre “capitalismo” lo implica. Nuestras riquezas no se hacen poniendo un ladrillo encima de otro, o colocando un título universitario encima de otro, o colocando una hoja de balance bancario sobre otra, sino más bien colocando una idea encima de otra. Los ladrillos, los títulos, y los balances bancarios por supuesto que fueron necesarios. Pero sería poco ilustrador explicar el Fuego de Chicago de 1871 con la presencia de oxígeno en la atmósfera de la tierra.

Las causas originales y que hacen sustentable al mundo moderno fueron de hecho éticas, no materiales. Estas fueron la difusión de la adopción de dos ideas nuevas: la idea económica liberal de libertad para las personas comunes y corrientes y la idea social demócrata de dignidad para ellas. Esto, a su vez, liberó la creatividad humana de sus ataduras antiguas. La destrucción creativa acumuló ideas radicalmente, así como las vías férreas destruyeron creativamente la actividad de caminar y de los carruajes tirados por caballos, o como la electricidad destruyó creativamente el alumbramiento con kerosene y el lavado a mano de la vestimenta, o como las universidades destruyeron creativamente la ignorancia literaria y la baja productividad en la agricultura. El Gran Enriquecimiento no requiere la acumulación de capital ni la explotación de trabajadores, sino lo que yo denomino el Acuerdo Burgués. En la lotería histórica la idea de una libertad y dignidad igualadoras fue el ticket ganador, y la burguesía lo tenía.

Que incluso a largo plazo todavía permanecen algunas personas pobres no significa que el sistema no está funcionando para ellos, siempre y cuando su condición continúe mejorando, como lo está haciendo, y siempre y cuando el porcentaje de personas desesperadamente pobres se dirija hacia cero, como lo está haciendo. Que la gente todavía muere algunas veces en los hospitales no significa que la medicina debe ser reemplazada con doctores brujos, siempre y cuando las tasas de mortalidad estén cayendo y siempre y cuando la tasa de mortalidad no caería bajo el cuidado de los doctores brujos. Thomas Piketty ha escrito un libro valiente. Pero el libro está equivocado.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato Policy Report (EE.UU.), edición julio/agosto de 2015. Una versión más larga de este artículo aparece en el Erasmus Journal of Philosophy and Economy.