Hay un punto en todo lo que está pasando estos días alrededor de China, su economía y sus mercados, sobre el que no se está poniendo el foco
Hay un punto en todo lo que está pasando estos días alrededor de China, su economía y sus mercados, sobre el que no se está poniendo la atención que merece. Especialmente teniendo en cuenta que es, en opinión de quien estas líneas les escribe, EL punto. Con mayúsculas. Una cuestión de la que no interesa hablar.
Enseguida entenderán por qué (todos los gráficos son gentileza de Sober Look).
De poco ha importado que su efecto sobre el crecimiento de las respectivas economías haya sido cada vez menor, cuando no directamente negativo. La merma de ingresos fiscales y las servidumbres derivadas del estado del bienestar les han obligado a captar recursos ajenos imposibles de repagar en las próximas generaciones y que les colocan en una situación muy vulnerable en caso de repunte de la rentabilidad exigida a estos valores por el mercado.
Bien.
Como algunas naciones han descubierto dolorosamente en el transcurso de la presente crisis, una situación como la descrita de exceso de apalancamiento público solo puede resolverse por cuatro vías: crecimiento, austeridad, inflación o quita, siendo la represión financiera (mantenimiento artificialmente bajo del precio del dinero) un instrumento para tratar de generar la tercera y alentar el primero.
Ya sabemos lo que opina una ciudadanía educada en derechos y no en obligaciones sobre los ajustes, especialmente en cuestiones como jubilación, sanidad o desempleo. Conocemos también el estigma asociado a cualquier quita, antes morir que perder la vida, como diría Tsipras. Sabemos que la inflación no llega porque el dinero no circula, toda vez que el agente encargado de ponerlo en funcionamiento, la banca, se enfrenta a sus propias dificultades, y porque esta es una crisis de exceso de capacidad que no empezará a solucionarse hasta que se ajuste.
Siendo así, solo queda el crecimiento nominal de la economía sustancialmente por encima de su coste de financiación –de tal forma que permita el repago de intereses y la devolución de lo adeudado en todos aquellos casos, como el español, en el que la ratio deuda pública/PIB se acerca al 100%- como alternativa para que las finanzas de un país no terminen quebrando en el futuro.
Pues bien, eso es lo que el círculo vicioso entre ralentización y colapso bursátil chino puede dificultar aún más. No hay que olvidar que la segunda potencia mundial ha sido responsable del 30% anual del aumento de la riqueza económica global en los últimos ejercicios. Sin geografía que le pueda sustituir, su parón tendrá importantes consecuencias para el conjunto del planeta.
Y no, no piense que le queda demasiado lejos a la piel de toro por más que parezca lo contrario (en este caso vía Business Insider).
Como acertadamente señala en su artículo de hoy Ignacio de la Torre, las consecuencias afectarán a prácticamente todas las economías, especialmente si, como parece, se termina rompiendo la ligazón entre yuan y dólar como último cartucho del Partido Comunista para salvar lo insalvable, devaluación radical de su moneda.
De hecho, el comercio mundial ha vivido su peor semestre desde el arranque de la crisis. Y si la máquina de compra de aprovisionamientos, venta de producto terminado que es China se gripa de verdad, todos –algunos más que otros, cierto es- tenemos mucho que perder. De forma directa o indirecta, por la vía real o financiera. Algunos ahí fuera lo tienen clarinete, como prueba la última encuesta global entre inversores de BoA-ML.
Sin crecimiento, el futuro que dejamos a nuestros hijos es una mochila de deuda de imposible redención.
No se lleven a engaño.
Ese es EL punto.
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