La escasez de dinero en Venezuela no es una prueba de que el
gobierno ha impreso muy poca moneda, sino de que ha impreso demasiada.
Los venezolanos empiezan a padecer restricciones
a la disponibilidad de efectivo. Sorprendente dato en un país al borde
de la hiperinflación. ¿Cómo es posible que, allá donde la oferta de moneda se ha
desbocado y el dinero ha llegado a valer prácticamente menos que el papel en que
se halla impreso, existan carestías de efectivo? ¿No es acaso una contradicción
que la oferta desbocada coexista con una demanda insatisfecha? Por desgracia no
lo es.
Las hiperinflaciones no sólo se caracterizan por una eclosión de la cantidad
de dinero, sino, sobre todo, por la expectativa de que el valor del dinero se
desmoronará aceleradamente. Las causas de este desmoronamiento suelen ser
variadas, pero la esencial es que la demanda del dinero como activo financiero
desaparece. Los agentes económicos no quieren ahorrar en
dinero, sino que optan por hacerlo en otros activos financieros sin
valor nominal constante (como las acciones) o en activos reales. El
atesoramiento, pues, deja de efectuarse en dinero y pasa a realizarse en otros
bienes o activos (de hecho, muchos productores optan por consumir su producción
en lugar de llevarla al mercado para intercambiarla por un dinero cuyo valor se
hunde).
Ahora bien, que la demanda de dinero como activo financiero desaparezca no
equivale a decir que nadie necesite para nada el dinero. Las compras y las
ventas que sigan realizándose dentro de una economía continuarán siendo
intermediadas por el dinero: es lo que suele denominarse demanda de
dinero con motivo de transacción; a saber, cuando necesito comprar
algo, vendo alguno de los bienes reales o activos financieros que poseo y
rápidamente compro aquello que necesito. Y, ahora mismo, uno de los muchísimos
problemas monetarios de Venezuela es que esta demanda de transacción ni siquiera
se puede llegar a satisfacer, pese a la gigantesca oferta de efectivo
disponible.
La razón es que, como decíamos más arriba, los vendedores de mercancías no
desean desprenderse de las mismas a cambio de cantidades de dinero que no
planeen gastar de inmediato (es decir, si un tendero posee mercancías por valor
de 10.000 dólares y durante el próximo mes sólo va a afrontar gastos de 500
dólares, no querrá vender el exceso de mercancía de 9.500 dólares para recibir
unos bolívares que se deprecian a marchas aceleradas). El tendero, pues, sólo
demandará bolívares para atender sus transacciones a corto plazo, pero no para
ahorrarlos. La única forma de inducirle a que venda la mayor parte de sus
mercancías será pagándole un precio lo suficientemente alto como para
compensarle por la depreciación futura que espera vaya a experimentar el dinero.
En términos más técnicos: el precio de sus mercancías a la venta aumentará hasta
el punto de incorporar una prima de inflación esperada
que, por hallarse en medio de una hiperinflación, será altísima.
Por consiguiente, en una hiperinflación los precios se multiplican no en
función del dinero que se ha impreso, sino del valor que se espera que va a
tener el dinero en el futuro. Y por eso los precios pueden aumentar muy
por encima de las disponibilidades de efectivo, por voluminosas que
éstas sean. Imaginemos que un gobierno multiplica por 100 la oferta de dinero y
que, como reacción, los comerciantes multiplican los precios por 10.000. En esas
condiciones, podría darse la circunstancia de que los ciudadanos no contaran con
efectivo suficiente para hacer las mismas compras que venían haciendo antes del
aumento de precios; es decir, podría darse la circunstancia de que hubiese
carestía de efectivo para pagar los mismos bienes que antes de la inflación sí
podían pagar.
Eso es lo que está ocurriendo en Venezuela: la multiplicación de la oferta de dinero da lugar
al hundimiento de su demanda como activo financiero y, por tanto, a una
multiplicación de los precios muy superior al aumento previo de la oferta.
¿Consecuencia? El dinero escasea para efectuar muchos de los
pagos que antes de multiplicar su oferta podían practicarse con normalidad.
La escasez de dinero en Venezuela no es una prueba de que el
gobierno ha impreso muy poca moneda, sino de que ha impreso demasiada y, sobre
todo, de que se espera que vaya a imprimir mucha más.
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