La tribuna de Adrià Pérez Martí - 27.08.2015
Hace unos días, el Ministro de Economía Luis de Guindos sentenciaba que el Gobierno no va a rebajar el IVA cultural, a pesar de las continuas presiones a lo largo de esta legislatura por parte de las asociaciones e interlocutores del sector del cine o del teatro, o incluso por parte del Partido Popular en estas últimas semanas, que anda elaborando su programa electoral.
Cualquier mecanismo de presión para que el Gobierno baje los impuestos es bienvenido por quien cree que el dinero debería estar en manos de la sociedad civil, que es muy capaz de organizarse para crear los bienes y servicios que necesita, también para nutrirse de películas u obras teatrales. Sin embargo, no todas las presiones se ejercen desde esta bienintencionada óptica liberal, y más que pretender que se bajen los impuestos para todos, lo que buscan son prebendas y privilegios. A nadie se le escapa que los procesos políticos de las democracias occidentales para elaborar las ingentes y crecientes legislaciones que aprueban sus parlamentos se basan y se someten a todo tipo de presiones de los lobbies de los sectores afectados, que buscan tratos de favor. Batallas de intereses creados para hacer uso del Poder y el Presupuesto a beneficio propio con un claro resultado parasitario.
Pedir que se rebaje el IVA de un sector determinado muchas veces representa, esta vez sí, la lucha de clases trasladada a la confección de los presupuestos estatales
Pedir que se rebaje el IVA de un sector determinado muchas veces representa, esta vez sí, la lucha de clases trasladada a la confección de los presupuestos estatales. Una clase determinada y organizada pretende alzarse sobre el resto para tratar de salir beneficiada con impuestos menores puesto que por diversos motivos, normalmente incuestionables, son ellos los que deberían ser mejor tratados por el Estado, pero no aplican el mismo rasero para el resto, que sí deberían sufragar sus privilegios o soportar un mal trato regulatorio mayor, dado que ellos no son... 'equis'.
Una de las recurrentes excusas del Ejecutivo durante su mandato ha sido el de respaldar sus innumerables subidas fiscales porque eran necesarias para salvar España de la crisis y que, tras su efectiva salvación, se eliminarían. Contra esto los interesados claman, con razón, que el IVA del cine o del teatro no nos ha sacado de la crisis, pero es que tampoco lo han hecho las inmensas cantidades extraídas con los sablazos fiscales generales de este Gobierno (117.714 millones de euros según los datos del propio Gobierno durante su mandato). Ya comentamos en otra columna que, al contrario, hizo más difícil el duro y obligado proceso de desendeudamiento que ha seguido la economía española durante esta Gran Recesión. Y tampoco lo harán las enormes volúmenes de recursos que nos extraerán en los próximos años por las subidas fiscales que aprobaron (69.366 millones de euros en 2016-2017), incluso teniendo en cuenta la tan mencionada reforma fiscal que se supone ha devuelto a los españoles el coactivo esfuerzo añadido que nos ha impuesto Rajoy.
Ante las insistentes preguntas sobre la esperada bajada del IVA cultural, el nuevo Ministro de Cultura se defendió afirmando que este no era el problema de España y que hay asuntos más acuciantes. Obviamente, no es el problema más urgente pero es una parte del problema: el poder destructivo de los impuestos se ejemplifica en este tipo de sectores, al igual que en otros, en donde el coste fiscal ha acabado de dar la puntilla a muchas Pymes y llevar al traste muchos proyectos económicos, vitales e ilusiones.
Desde 2008 hasta 2014, la parte del valor añadido bruto creado por las empresas destinado a pagar el IVA y otros impuestos indirectos se ha incrementado en un impactante 424,1%
Porque el IVA no es sólo un impuesto sobre el consumo, lo es, y mucho, sobre la producción. Su traslado al consumidor por parte de los productores es mucho más difícil en una recesión de balances en la que predomina una inflación muy baja o incluso deflación. Una subida tan brutal como la aplicada por Montoro es casi imposible de trasladar al consumidor, con lo que los márgenes se estrechan o se amplían las pérdidas, que se trasladan a lo largo de la cadena de valor destruyendo empresas, puestos de trabajo, industria y eficiencia en general. El teatro y el cine, especialmente, han sufrido esta circunstancia fiscal y, además, han evidenciado las rigideces propias no sólo de estos sectores sino, en general, de nuestra economía: rigideces a nivel cultural, institucional y regulatorio que impiden el ajuste nominal de los costes y precios para apoyarse sobremanera en destrucción económica a base de quiebras y despidos, al mismo tiempo que deben enfrentarse a la irrupción de las nuevas tecnologías, nuevos modelos de negocio y, también, al tema de la piratería.
Que el IVA sea un gran impuesto sobre el consumo y la producción, y que haya hecho un enorme daño a una variedad de sectores también se manifiesta atendiendo a los datos de la Contabilidad Nacional de España ofrecida por el Instituto Nacional de Estadística. Así, desde 2008 hasta 2014, la parte del valor añadido bruto creado por las empresas destinado a pagar el IVA y otros impuestos indirectos (el rubro "Impuesto sobre producción menos subvenciones") se ha incrementado en un impactante 424,1% (!). Un incremento más grave si cabe si tenemos en cuenta que el propio valor añadido en dicho periodo ha decrecido casi un 4%, y que la parte de la renta destinada a remunerar a los asalariados también lo ha hecho en un 16,1%.
Por tanto, lo que unos piden para sí y su sector, debería aplicarse para todos, puesto que a todos se daña. Protestar por merecer un IVA inferior al resto por ser..."cultura" (un concepto algo más amplio y rico en matices) es no ver que el error no se basa en maltratar la cultura, sino basarse en un sistema que necesita maltratarnos a todos con impuestos, que deberían rebajarse porque cada uno tiene su propio proyecto vital a desarrollar en cualquier sector.
Y aunque un trato igualitario de las disposiciones fiscales evita distorsiones por no incentivar la producción de uno u otro sector, no debe olvidarse que los impuestos no son soportados efectivamente de la misma manera por los agentes económicos, por lo que los patrones de producción ya se ven distorsionados de múltiples maneras aunque el tipo impositivo del IVA sea igual para todos. Además, contando con que los niveles de este impuesto son desorbitados, una bajada en unos sectores daría posibilidad de reacción a los agentes económicos para poder emprender proyectos empresariales y creación de riqueza en esas industrias menos maltratados fiscalmente.
No debería rechazarse de plano la bajada de tipos a un sector económico, siempre que luego se bajen al resto
Esta idea de que los agentes económicos pudieran realizar maniobras evasivas –como las de un submarino– hacia estos sectores, una idea mencionada reiteradamente por el gran economista francés Jean Baptiste Say en su Tratado de Economía Política, no es más que ganar eficiencia por parte del sector privado exiliándose hacia los lugares menos coaccionados fiscalmente. Lo que ocurre es que esta eficiencia ganada no resuelve la distorsión en la producción creada por la propia existencia de los impuestos, y además, por ser estos muy elevados. Por tanto, no debería rechazarse de plano la bajada de tipos a un sector económico, siempre que luego se bajen al resto, por preferir un tipo único y muy elevado para todos, y más por motivos de estricta eficiencia. El problema ético que surgiría entonces sería por qué empezar por un sector y no otro. Problema que se resuelve bajándolos a todos. Desgraciadamente, Gobierno y algunos lobbies discuten la bajada del IVA cultural, en lugar de compartir la cultura de los impuestos bajos.
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