Alojar los juegos olímpicos no es tan popular como solía ser. Esta semana, Boston canceló su candidatura para albergar los juegos olímpicos de verano de 2024. La ciudad se vio obligada a cancelar el intento en respuesta a la oposición de lo que The Nation llamaba la “deuda, desplazamiento y militarización del espacio público” que los juegos olímpicos traen a cada ciudad sede. Básicamente, lo contribuyentes y ciudadanos de Boston no estaban de humor para pagar la factura de una enorme fiesta para los intereses especiales de los más ricos y poderosos de Boston.
Aunque los juegos olímpicos trataban en su momento de deporte y camaradería internacional, pronto se transformaron en monumentos al capitalismo de compinches. Peter Hitchens remonta esta transformación a Hitler y Goebbels, que hicieron de ellos “un espectáculo grandioso iluminado por antorchas” y al Comité Olímpico Internacional le ha ido bien desde entonces.
Hoy los juegos olímpicos se han convertido en una manera de apuntarse tantos diplomáticos y servir de escaparate de la riqueza e influencia de los gobiernos nacionales. De hecho, no sorprende en absoluto que las ciudades sede de los juegos olímpicos hayan tomado un estilo decididamente autoritario con China y Rusia apresurándose a realizar diversas ofertas. El Comité Olímpico Internacional (COI) pronto tendrá que elegir en Kazajistán y China para albergar los juegos de invierno de 2022. (Oslo se retiró del proceso de nominación de 2022 después de que los contribuyentes se resistieron a las reclamaciones propias de una diva del COI de ventajas financiadas con impuestos).
Y tiene sentido que los regímenes más autoritarios y nacionalistas hagan la mejor oferta para los juegos olímpicos. Cuanto menos tenga un régimen que escuchar a la gente que paga las facturas, más probable es que den las preciosas “garantías” financiadas por los contribuyentes que demanda el COI a cada ciudad sede.
Las ruinas de los pasados juegos olímpicos
Entretanto los contribuyentes en mucho del mundo desarrollado han advertido los altos costes y los pocos beneficios de albergar los juegos olímpicos. Muchos han visto las fotos de The Guardian que muestran el estado de las instalaciones olímpicas de Atenas 2004. Los miles de millones de dólares de los contribuyentes gastados en instalaciones se han evaporado y todo lo que quedan son estadios herrumbrosos y piscinas de tamaño olímpico llenas de barro.A los griegos se les dijo entonces que albergar los juegos olímpicos sería su billete a una nueva era de prestigio a nivel mundial y éxito económico. No hace falta decir que ese futuro tan prometedor no se materializó. Ha pasado incluso menos tiempo desde los juegos olímpicos de Pekín, pero, como demuestran estas fotos, sus instalaciones abandonadas tendrán mucho en común con aquellas de Atenas en unos pocos años.
Y aunque Brasil tienen esperanzas en su propia propuesta de 2016, los brasileños ya están teniendo una previsión de en qué se convertirán todas esas instalaciones olímpicas. Los estados de la Copa del Mundo, construidos el año pasado, ya son enormes elefantes blancos, como mostraba recientemente Business Insider. Un enorme estadio funciona como estacionamiento para autobuses. Varios más simplemente decaen en el húmedo aire brasileño.
Los altos costes de los eventos deportivos
Entretanto, investigadores serios (es decir, no gente que produzca “declaraciones de impacto para la cámara de comercio local) han sabido desde hace años que los eventos deportivos no producen riqueza en las economías locales:“Si ha habido alguna vez un consenso en economía, sería este”, dijo Michael Leeds, economista deportivo en la Universidad de Temple. “No hay impacto”.Pero enormes eventos deportivos como los juegos olímpicos son mucho peores, porque pueden cerrar negocios locales y requerir la militarización de la policía local para fines de “seguridad”. Los que han tenido la desgracia de estar cerca de eventos como estos saben que el tráfico puede cerrarse durante días y los negocios dentro del perímetro de seguridad ver desaparecer los clientes. Una vez el evento empaca y se va, los negocios locales no ven beneficios que compensen la enorme carga fiscal y deuda que llegan después de dicho evento.
“Si desaparecieran de repente todos los equipos deportivos en Chicago, el impacto en su economía sería menor del 1%”, dijo Leeds.
Además, Journalist’s Resource ha recopilado una lista útil de estudios serios sobre los impactos de megaeventos como los juegos olímpicos. Todos juntos, los estudios revelan una falta de beneficio económico por albergar juegos olímpicos y eventos similares. Hay una enorme diferencia entre las grandiosas promesas de los cargos públicos ex ante y los beneficios reales que pueden observarse ex post. En estos estudios, vemos repetidamente frases como estas:
- “Los efectos del legado económico a largo plazo parecen ser bastante modestos”.
- “El impacto del éxito deportivo nacional sobre la felicidad (…) es estadísticamente insignificante”.
- “Los juegos olímpicos de Pekín solo podrían haber tenido un impacto limitado en la marca de la ciudad”.
- “Los resultados indican que no ha habido ningún impacto a largo plazo en el comercio o el empleo total”.
La política detrás de los eventos: A quién beneficia realmente
No debería sorprender que los brasileños (muchos de los cuales viven si infraestructuras urbanas como alcantarillado) protestaran en 2014 por el uso de miles de millones de reales financiados con impuestos en estadios que beneficiarían a un número diminuto de brasileños ricos. Como los noruegos, y ahora los bostonianos, los manifestantes saben qué son realmente estos enormes eventos deportivos mundiales (especialmente los juegos olímpicos). Son diversión y prestigio para la clase política. Son un patio de recreo para políticos y grandes intereses empresariales que conseguirán lo contratos lucrativos para construir estadios, piscinas y edificios a la moda para hacer fiestas con ricos y famosos.A pesar de todo, los políticos de Noruega respondieron a los contribuyentes noruegos y rechazaron su nominación a 2022. Los políticos de Boston se vieron obligados a hacer lo mismo, aunque no antes de burlarse de la oposición como “diez personas en Twitter” y pronunciar los tópicos habituales de los supuestos beneficios de obligar a los contribuyentes a pagar otro vanidoso proyecto político más.
Después de que Boston se viera obligada a renunciar finalmente, The Nation diagnosticó correctamente la renuncia a la candidatura como un “victoria para los activistas y una derrota para los intereses empresariales más arraigados de la ciudad.
Tratos entre compinches como los juegos olímpicos nos ayudan a recordar que hay una gran diferencia entre apoyar la libre empresa y apoyar las “grandes empresas”. Las asociaciones de empresas y negocios para el desarrollo económico, como las cámaras de comercio, normalmente están más que contentas exprimiendo algunos dólares más de los contribuyentes si el dinero va hacia lo que la “comunidad empresarial” piensa que debería ser subvencionado en algún momento concreto. Pero emprendedores, empresarios y contribuyentes que no tengan cabilderos y políticos a sueldo significan poco para los “líderes” empresariales que establecen la política.
Por desgracia para ellos, mucha gente con formación ha empezado a ver la estafa. Deslumbrantes centros comerciales, estadios y megaeventos globales sin duda hacen maravillas para los currículos de los ricos y poderosos. Pero a los que pagan esas cosas no les va tan bien.
Publicado originalmente el 1 de agosto de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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