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lunes, 21 de diciembre de 2015

Políticas monetarias divergentes



La Reserva Federal y el BCE despliegan políticas notablemente diferentes. La Fed aumentó los tipos de interés por primera vez en casi diez años. Mientras tanto, el BCE ahondará las medidas no convencionales para impulsar las tasas en la dirección contraria, inclusive si eso implica ejercer más presión bajista sobre algunos bonos de gobierno que ya están operando con rendimientos nominales negativos.


Al implementar estas políticas, ambos bancos centrales intentan cumplir con objetivos domésticos exigidos por la legislación que los gobierna. El problema es que puede haber pocos mecanismos ordenados, si es que los hay, para manejar las repercusiones internacionales de esta creciente divergencia.

La Fed está respondiendo a continuos indicios de una generación de empleo robusta en Estados Unidos y otras señales de que la economía del país se está recuperando, aunque de manera moderada. También, consciente del riesgo para la estabilidad financiera si las tasas de interés se mantienen en niveles artificialmente bajos, la Fed empieza a aumentarlas. La medida marca un punto de inflexión en la estrategia de la Fed. Al decidir subir los tipos, estará haciendo algo más que simplemente levantar el pie del acelerador del estímulo fiscal; también estará dando un paso considerable hacia la normalización plurianual de su postura general en materia de política monetaria. Mientras tanto, el BCE enfrenta un conjunto muy diferente de condiciones económicas, que incluye un crecimiento generalmente rezagado, el riesgo de deflación y temores sobre el impacto de los atentados terroristas de París en la confianza de las empresas y los consumidores. En consecuencia, los responsables de la toma de decisiones del banco consideraron seriamente empujar la tasa de descuento aún más en territorio negativo y extender su programa de compra de activos de gran escala (conocido como flexibilización cuantitativa).

En un mundo perfecto, los responsables de las políticas monetarias habrían evaluado los potenciales efectos internacionales generados por estas políticas divergentes (incluidas posibles repercusiones en ambos lados del Atlántico) y puesto en marcha un rango de instrumentos para asegurar una mejor alineación de los objetivos domésticos y globales. Desafortunadamente, la polarización política y la disfunción general en materia de políticas tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea siguen inhibiendo ese tipo de esfuerzo.

En consecuencia, a falta de una respuesta más integral en cuanto a las políticas, la armonización de las políticas divergentes de sus bancos centrales quedará en manos de los mercados -en particular, los de activos de renta fija y de cambio.

El diferencial de tasas de interés entre bonos ?libres de riesgo? a ambos lados del Atlántico -digamos, bonos del Tesoro de Estados Unidos y bunds alemanes- ya se ha ampliado notablemente. Y, al mismo tiempo, el dólar se ha fortalecido no sólo contra el euro, sino también contra la mayoría de las monedas. Si no se las controla, estas tendencias probablemente persistan.

Si la historia sirve de guía, existen tres cuestiones importantes que garantizan una vigilancia cuidadosa en los próximos meses. Primero, es improbable que Estados Unidos perpetúe el compás de espera durante mucho tiempo si su moneda se aprecia significativamente y su competitividad internacional se deteriora sustancialmente. Las empresas ya están hablando de presiones sobre los beneficios debido a la suba del dólar, y algunas inclusive les están pidiendo a sus gobiernos que jueguen un papel más enérgico a la hora de contrarrestar una ?guerra monetaria? furtiva.

Segundo, como el dólar se utiliza como moneda de reserva, un rápido incremento en su valor podría ejercer presión sobre quienes lo han utilizado de manera imprudente. Quienes corren un riesgo particular son las empresas de países emergentes que, al haberse endeudado fuertemente en dólares, generando a la vez sólo ganancias limitadas en dólares, podrían tener grandes desajustes monetarios en sus activos y pasivos o sus ingresos y egresos.

Y, finalmente, los movimientos pronunciados en los tipos de interés y los tipos de cambio pueden causar volatilidad en otros mercados, principalmente en el caso de las acciones. Como los controles regulatorios y las restricciones de mercado han hecho que los operadores pierdan cierta capacidad de desempeñar un papel contracíclico al acumular inventario en sus balances, la resultante inestabilidad de precios probablemente será grande. Existe el riesgo de que algunas carteras terminen siendo víctimas de una cancelación desordenada. Es más, la política de los bancos centrales de recortar la llamada "volatilidad volátil" probablemente sea cuestionada.

Por supuesto, ninguno de estos desenlaces está predestinado. Los políticos en ambos lados del Atlántico tienen la capacidad de reducir el riesgo de inestabilidad implementado reformas estructurales, asegurando una demanda agregada más equilibrada, eliminando bolsones de endeudamiento excesivo y relajando los mecanismos de gobernancia multilateral y regional.

Los tres posibles desenlaces de todo esto incluyen un mundo relativamente estable de múltiples velocidades, disrupciones notables que minan la recuperación económica de Estados Unidos y una recuperación europea que se beneficia del crecimiento de Estados Unidos. La buena noticia es que el impacto de la divergencia dependerá de cómo manejen las presiones los responsables de las políticas monetarias. La mala noticia es que todavía tienen que encontrar la voluntad política para actuar de manera decisiva para minimizar los riesgos.

En tanto la Fed normaliza su política monetaria y el BCE fortalece su compromiso con medidas extraordinarias, sin duda deberíamos esperar que suceda lo mejor. Pero también deberíamos estar preparados para un incremento sustancial de la incertidumbre financiera y económica.

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