[Aunque escrito en el período de 1900-06, este ensayo no se publicó hasta después de su muerte, en una colección de ensayos titulada Earth-Hunger and Other Essays (1913)]
La sed de igualdad es una característica de las costumbres modernas. En la Edad Media se defendía la desigualdad en todas las doctrinas e instituciones sociales. Hubo alguno “profetas” que se atrevieron a hablar de igualdad en una forma poética y algunos líderes populares usaron esta noción en revueltas, pero eran rebeldes y herejes y predicaban entre sordos. También la iglesia, que nunca dejó de dar instrucciones sobre cualquier gusto apetito humano tenía su idea de igualdad. Los eclesiásticos e inquisidores trataban a todos los hombres por igual ante la Iglesia, a veces con gran afectación cuando un rey o príncipe impopular era asimismo un hereje.
Las nociones modernas de igualdad deben explicarse sin duda históricamente como revueltas contra el estado de desigualdad medieval. Los derechos naturales, los derechos humanos, los derechos de igualdad, la igualdad de todos los hombres son fases de una noción que empezó muy atrás en la Edad Media, en escritos oscuros y olvidados o en las discusiones polémicas de sectas y partidos. Eran contraafirmaciones contra el sistema existente que asumía que los derechos procedían de los soberanos, por lo que cada hombre disfrutaba de esos derechos porque sus ancestros y él mismo los habían conseguido obtener, con la consecuencia de que tal vez no hubiera dos personas con los mismos o iguales derechos. Las cosas cambiaron, cuando en el siglo XVIII desapareció el sistema medieval, se acabó con la disputa sobre el valor de la doctrina de la igualdad y se convirtió en un dogma de validez absoluta y alcance universal.
La afirmación de que todos los hombres son iguales es quizá la mentira más pura que se haya puesto en un dogma en lenguaje humano: cinco minutos observando los hechos demuestran que los hombres son desiguales con grandes variaciones. Los hombre no son simples unidades, son muy complejos, no existe una unidad hombre. Por tanto no podemos medir a los hombres. Si tomamos un elemento del hombre y medimos a los hombres empleando éste, siempre caemos en una curva de probables errores. Cuando decimos “hombre” en el sentido de ser humano dejamos de distinguir en edades y sexos. Los hombres de diferentes edades no son iguales; los hombres y las mujeres no son iguales en su lucha por la existencia. Las mujeres tienen desventajas por una función que les impide ciertas actividades en la lucha por la existencia y esta diferencia produce una inmensa disparidad en los sexos y en todos los intereses a través de la vida humana.
Así que se cambia el ámbito para decir que todos los hombres deberían ser iguales ante la ley, como un ideal de las instituciones políticas. Esto no ha pasado todavía en ningún estado; prácticamente resulta imposible imaginar un estado así de cosas. Es un ideal. Si esta doctrina es una doctrina de lucha, si significa que la ley no debería crear privilegios que otros no pudieran obtener bajo las mismas condiciones legales, deberíamos tomar partido a efectos de esta lucha. Aún así, sin embargo, seguiría siendo un ideal, un objeto de esperanza y de esfuerzo, no una verdad.
A medida que nos acercamos a lo que realmente tiene la gente en mente, descubrimos que realmente se quejan de la desigualdad de fortunas, de realización, de parcelas de terreno, de lujo y confort, de poder y satisfacción. Eso es lo que quieren y lo que ansías sus actos Casi todos, cuando dicen que quieren igualdad, sólo usan otra forma de expresión para decir que quieren más riqueza que la quieten, pues toman como modelo lo que todos tienen y descubren que muchos tienen más que ellos. En el siglo XIX la retórica acerca de derechos naturales, derechos iguales, etc. fue tomando gradualmente la forma de una demanda de la igualdad material de disfrutar. Cada cambio por el que se dejaban de lado las frases retóricas y se revelaba el significado real suponía un avance.
El hecho de las actitudes de la sociedad de hoy en día es que hay en ellas un ansia intensa de algo que es un fantasma político. No hay razón alguna por la que debiera esperarse que los hombres disfruten igualmente, pues eso significaría que todos tienen medios iguales que quien más tenga; no hay nada en la historia, la ciencia, le religión o la política que pueda garantizar esa expectativa bajo ninguna circunstancia. No sabemos de ninguna fuerza que pueda actuar para la satisfacción de los deseos humanos de tal forma que consiga una satisfacción igual para ellos, ni sabemos de ninguna interferencia del “Estado”, es decir, de un comité de personas, que pueda modificar la forma de operar de las fuerzas naturales para producir este resultado.
Hay una vieja distinción entre justicia conmutativa y distributiva que se remonta a los griegos y que algunos escritores del siglo XIX han resucitado. La justicia distributiva es una justicia en la que se tienen en cuenta todas las circunstancias personales para hacer de la “igualdad” un estándar absoluto. Por supuesto, la igualdad debe necesariamente llevar en último término a algún concepto como éste. Es evidente que Dios podría dar justicia distributiva y vemos que en el mundo en el que estamos Dios no ha estimado pertinente ofrecerla.
Publicado originalmente el 16 de septiembre de 2009. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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