[Extraído del número de marzo-abril de The Austrian]
Durante el periodo de las décadas de 1980 y 1990, la conveniencia de la “independencia de la política” de los bancos centrales se convirtió en casi un artículo de fe entre los macroeconomistas dominantes y los que operaban en mercados financieros. Esta evolución estuvo dirigida por dos factores: la investigación académica sobre la banca central y los cultos a la personalidad que crecieron en torno a los dos presidentes de la Fed durante este periodo, Paul Volcker y Alan Greenspan.
En la década que llevó a la crisis económica, el clima intelectual era tal que cualquiera que sugiriera que la Fed viera recortada o incluso eliminada su independencia por parte del Congreso habría sido considerado más allá del límite de una discusión racional, no digamos intelectual. Sin embargo, al medida que se ha venido arrastrando la dolorosa y larga recuperación de la Gran Recesión, la independencia de la Fed de la “política”, es decir, de la supervisión y limitación legislativa, ha empezado a cuestionarse incluso por economistas y expertos financieros.
Pocas de las propuestas recientes de reducir la mencionada independencia de la Fed prevén una reforma institucional esencial de la forma en que se proporciona la base monetaria bajo nuestro régimen actual de dólar fiduciario.
Una propuesta así implicaría arrebatar el control de la oferta monetaria a los tecnócratas no elegidos de la Fed y devolverlo al Congreso y el Tesoro. De hecho, esta reforma se presentó durante la polémica sobre el aumento del tope de deuda en 2013.
Es importante señalar que este proyecto de reforma monetaria se aproxima bastante (en lo fundamental, si no en su objetivo o complejidad) al marco monetario y fiscal propuesto que Milton Friedman propuso en 1948. El componente monetario de la propuesta se centraba en eliminar “tanto la creación o destrucción privada de dinero como el control discrecional de la cantidad de dinero por la autoridad del banco central”. El primer objetivo se alcanzaría implantando el “Plan Chicago” de Henry Simon de una banca de reserva al 100%. Friedman sostenía que el segundo objetivo podía alcanzarse eliminando la emisión al público de valores públicos que generaran interés, restringiendo así la financiación del gasto público a los impuestos y la creación de dinero. Así, como señalaba Friedman: “Déficits o superávits en el presupuesto público se reflejarían dólar por dólar en cambios en la cantidad de dinero e inversamente, la cantidad de dinero solo cambiaría como resultado de déficits o superávits”.
Una objeción común a una propuesta así es que si el dinero estuviera bajo el control del Tesoro, la política monetaria se convertiría en fútbol político y la inflación se dispararía. ¿Pero cuánto más inflacionista se haría la política monetaria de lo que es ahora mismo? Los burócratas irresponsables en la Fed han amarrado la economía de EEUU a un régimen de tipos cero de interés, flexibilización cuantitativa y un objetivo de una variable real (la tasa de desempleo) utilizando variables nominales. Esto último es una vuelta al keynesianismo de la edad de piedra. De hecho, la actual política de la Fed ha permitido una política fiscal de altos déficits y está acumulando rápidamente deuda nacional en cualquier caso.
Una visión austriaca del dinero, los impuestos y el gasto
Concedamos solo como hipótesis que el control del Congreso de la política monetaria altera la mezcla de financiar gasto público para tener menos impuestos y más déficits financiados mediante creación de dinero. Desde el punto de vista de la teoría austriaca de las finanzas públicas, el método de “extracción de ingresos” del gobierno no importa ni de lejos tanto como la cantidad total extraída. Pues todo gasto público drena recursos de usos productivos en la economía privada y los desperdicia en gasto inútil de políticos y burócratas sobre sus proyectos y electores favoritos. El gasto público, o es gasto de consumo que satisface directamente las preferencias de miembros del establishment político, o es inversión en activos desperdiciados porque no se basa en los cálculos de beneficio y valor de capital que guían las decisiones de los empresarios y capitalistas privados. Es en la práctica una redistribución de rentas y recursos de los productivos a los improductivos, de los “contribuyentes” a los “consumidores de impuestos”.
La cantidad total de gasto público es por tanto lo que Murray Rothbard llamaba “depredación pública sobre el producto privado”. Así que, para los economistas austriacos, el método de financiar la depredación pública (ya sea impuestos, tomar prestado de la gente o creación de dinero) es de importancia secundaria. Así, a un nivel concreto de gasto público, absorber recursos de la economía privada a través de déficits financiados por creación de dinero no es peor que extraerlos mediante impuestos. De hecho, la financiación inflacionista puede ser incluso preferible a los impuestos porque la amenaza de coacción física implícita en los impuestos tiene un efecto perjudicial en la utilidad directa de los individuos privados que va más allá de la expropiación de su renta.
No hace falta decir que desde el punto de vista del bienestar del consumidor y la eficiencia económica, un presupuesto público más pequeño financiado con creación de dinero es preferible a un presupuesto mayor que esté en equilibrio. Evidentemente, el control legislativo de la oferta de moneda fiduciaria está lejos de ser el sistema monetario ideal y mi única propuesta aquí es sugerir un solución viable políticamente para el problema urgente de un poder arbitrario ejercitado por una camarilla de burócratas federales.
La aspiración del economista político austriaco con inclinaciones liberales clásicas o libertarias incluye la completa separación del gobierno y el dinero a través del establecimiento de una moneda material como el oro (o la plata), cuya oferta esté determinada exclusivamente por las fuerzas del mercado. Sin embargo, hay un gran valor en remplazar el control opaco y pseudocientífico del proceso del “suministro monetario” por funcionarios y cargos parapetados de la Fed con un control abiertamente político de cargos electos y personas nombradas por una administración partidista. Hay una serie de beneficios en quitar a la Fed su estatus cuasiindependiente y transformarla en sirvienta de Tesoro, como reclaman el American Monetary Institute (AMI) y los primeros programas friedmanitas de reforma.
Cómo funcionaría
Primero, el dinero se crearía de una forma transparente que es comprensible para la gente en general. El Tesoro sencillamente enviaría una orden administrativa a la Fed para acreditar su cuenta corriente con la suma de dinero necesaria para pagar las facturas del gobierno que no estén cubiertas por ingresos fiscales. Formalmente, esta orden podría llamarse un “bono del Tesoro”, pero no sería un bono es sentido económico porque no se intercambiaría en mercados financieros. Tampoco el “interés” que el Tesoro pueda pagar sobre estos pseudobonos sería realmente interés porque no estaría determinado por la oferta y la demanda en los mercados financieros. Más bien sería un pago para reembolsar los costes administrativos de la Fed y su cantidad estaría completamente controlada por el Tesoro. Así que se hace evidente para el público que todo aumento en la oferta monetaria ideada por el Tesoro beneficia a las personas y empresas concretas que reciben los cheques del gobierno. El nuevo dinero se crea de la nada para comprar aviones de combate a Boeing, subvencionar al gigante agrícola Monsanto, rescatar a General Motors, etc.
Esto contrasta con el arcano proceso por el que se crea ahora el dinero, que incluye al Tesoro emitiendo deuda que compran entidades privadas, principalmente bancos y otras instituciones financieras y que acaba siendo recomprada por la Fed a través de operaciones del mercado abierto. De esta forma la Fed “monetiza la deuda” siguiendo un circuito mientras distorsiona los tipos de interés en la negociación. Invisible para el ciudadano medio es el hecho de que unas veinte instituciones financieras y bancos privilegiados de Wall Street (y extranjeros) (los llamados “dealers primarios”) que venden bonos a la Fed se benefician inmensamente del proceso de creación de dinero. También se benefician de las reservas recién creadas los clientes empresariales de los bancos comerciales que toman prestado el dinero a tipos reducidos de interés y lo gastan para conseguir recursos extraordinarios antes de que los precios empiecen a aumentar.
Además, bajo este plan, la Fed ya no funcionaría como un prestamista discrecional (rescatador) de último recurso, un papel que infecta a todo el sistema financiero son un riesgo moral pandémico. La Fed ya no sería capaz de rescatar subrepticia, árbitramente y sin supervisión democrática o responsabilidad a todo tipo de instituciones financieras en Estados Unidos, así como en otros países. Para empezar, no habría necesidad de rescatar a instituciones de depósito puro, porque todas esas instituciones tendrían reservas al 100%. Pero, segundo, aunque instituciones puramente financieras (que no emiten dinero) estuvieran en riesgo de quiebra la decisión de rescatarlas la tomaría un Tesoro abiertamente partidista bajo el ojo avizor de la oposición del Congreso y a la vista del público. Con la Fed neutralizada e incapaz de saltar en su rescate a la primera señal de problemas y con sus reclamaciones de rescates sometidas a un completo escrutinio por un Congreso y público escépticos, las instituciones financieras gestionarían sus asuntos mucho más prudentemente.
Publicado originalmente el 19 de abril de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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