Vaya por delante que el personaje no me es simpático precisamente, no tanto por su condición de especulador y su función de derribo de castillos en el aire, que me parece bien y necesaria, sino por su intervencionismo en nuestros asuntos, con sus particulares relaciones con "movimientos sociales" en Europa Central, con Varoufakis y su fallida posición contra el Euro, o su promoción de un Nuevo Pensamiento Económico (pero solo en Europa, claro) que en realidad es muy viejo. De hecho, empieza a ser molesto encontrar en España a nuevos y viejos socialdemócratas que repiten como cacatúas argumentos ruinosos y, cuando escarbas un poco, te llevan al mismo club de amigos de sus pródigas fundaciones sin fines de lucro.
En todo caso, lo cierto es que en una reciente conferencia-coloquio de la Asia Society - muy interesante, por cierto - el conocido especulador, aparte de hablar del G2, cargó contra China y ahondó en su idea de que el gigante asiático viviría un crack como el de Estados Unidos en 2007-2008. Y, aunque la economía china la tratamos hace dos meses, como quiera que el veterano tiburón huele sangre en los mares asiáticos, hoy exploraremos aquellas aguas, que le son muy familiares, a ver que nos dicen.
El dragón chino y los tigres asiáticos
Hará cosa de unos veinte años, allá por Junio de 1996, el primer ministro de Tailandia apareció ante los medios para decir que no pensaba devaluar el baht, algo que para el especulador en divisas es una confirmación en toda regla de que ocurrirá lo contrario. Un año más tarde el baht se había devaluado un 100% y Soros, que por cierto, tiene buenas conexiones en el grupo mediático privado más importante de España, hizo una fortuna y la animosidad contra el FMI, que fue al rescate con su paquete de ajuste, se estableció como mantra global.
Ya entonces la emersión china empezaba a hacer meya en las economías (y sus divisas) de la zona, como Tailandia, Taiwán o Corea del Sur y aquella crisis dañó, entre otros, a Indonesia y Filipinas e incluso contagió a Argentina y Brasil. La burbuja inmobiliaria tailandesa explotó y su bolsa de valores hizo crack. Hoy, el baht, tras una típica formación triangular, entra en una nueva senda devaluatoria contra el dólar en medio de un comercio internacional en deflación y bajo la sombra de una guerra de divisas.
Asia y el enfriamiento global
Si se fijan en la gráfica siguiente, el ciclo chino hizo tope en la segunda mitad de 2013 y, terremotos aparte, el del país de los inventores del harakiri y el abenomics (¿tanto monta?) en el primer semestre de 2014, donde no desperdician una oportunidad de fastidiarla: ese año les dio por subir el IVA. Destruir semejante potencia industrial y tecnológica es difícil y lleva tiempo, pero están en ello. ¿Les suena? Debería, porque las similitudes con nosotros son varias, muy matizables, claro, pero con coincidencias en el sistema electoral, la explotación del contribuyente y la mala reforma bancaria, por solo citar tres. Tomen notas.
Productores y consumidores se enfrían y las tensiones crecen y se amontonan. Afortunadamente Corea del Sur, que tarde o temprano tendrá que absorber el norte, y Taiwán consiguen mantener el tono, adaptarse y reducir sus riesgos, dos países que han hecho una buena transición de la Dictadura a la Democracia y que, a diferencia de nuestra incompleta evolución, cuentan con un sistema electoral representativo. ¿Casualidad? No.
La Pax Americana ha diseñado un bloque económico allí, formado principalmente por Japón, Corea del Sur y Taiwán, al que posteriormente ha integrado China, en que, utilizando la infraestructura financiera internacional y los mercados de bienes occidentales, principalmente, sus productos se comercializan mundialmente por aguas seguras gracias a la U.S. Navy y en condiciones asimétricas. No es que todo eso esté en cuestión, sino simplemente que la economía es cíclica y, cuando llega el enfriamiento, que repasamos la semana pasada, el que lo ha hecho peor lo pasará muy mal, asunto que, en la situación actual, nos deja una pista de interés muy del gusto de Soros, aunque la esquive.
La pista japonesa
Una clave de cómo podría empezar la debacle de la que habla Soros nos viene, no de China, sino de Japón, que, tras su enésimo intento fallido de remontar su crisis, empezó una devaluación en agosto de 2014 que terminó contagiando al resto de sus competidores en octubre del mismo año (ver siguiente gráfica). Aquella carrera devaluatoria llevó a monedas como el ringgit malasio (con su reminiscencia española) a devaluarse casi un 30% en un año; afortunadamente reinó la cordura y las paridades interregionales empezaron a converger, siendo el resultado final que los americanos compran hoy los productos asiáticos un 7% más barato en promedio.
Deja vu tailandés
Toda la situación recuerda bastante, salvando las distancias, al episodio de la Crisis Asiática de 1996-1998, pero con la burbuja inmobiliaria china y sus problemas de deuda, mala praxis bancaria, la agresiva competencia comercial, la erosión industrial (en este caso japonesa, principalmente) y el cuestionamiento de la estabilidad cambiaria, todo un caldo de cultivo para que los flujos de inversión se frenen y aparezca el dinero caliente y la especulación bajista que derriba situaciones absurdas. A esos problemas en los fundamentales se suma la formación triangular del yen, parecida a la del baht tailandés, como si ambas monedas avisaran del fin de algo insostenible.
La explicación que da Soros es la canónica sobre las burbujas de crédito, con su agotamiento y el deterioro de los balances bancarios, pero el principio de su predicción podría no empezar en China, sino como consecuencia de una crisis cambiaria producida por los fracasos japoneses en reestructurarse y por sus locuras, como que su banco central sea uno de los principales accionistas de las empresas cotizadas en el índice Nikkei o tenga casi la mitad de los ETFs, y todo con un horizonte próximo lleno de riesgos mientras llega el cambio de administración en Estados Unidos.
Una vez más estamos ante otro caso de mala gestión de pública, con su incompetencia e intereses de parte, que evita hacer lo correcto por muy evidente que sea, mientras a los particulares no les queda otra que especular y proteger su patrimonio lo mejor que pueden, esperando a que vuelva la sensatez a la política para reiniciar lo que desean: invertir a largo plazo. Así son los tiempos en los que no toca vivir, llenos de espejismos y calmas temporales entre crisis graves.
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