Macario Schettino explica que si en lugar de fijarnos exclusivamente en lo que pasa en EE.UU. y observamos el resto del mundo, los datos acerca del crecimiento económico son más optimistas.
Macario Schettino es profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).
Con alguna frecuencia, los medios en EE.UU. regresan al tema de la recesión secular. Esto significa una reducción en la tasa de crecimiento de la economía, pero no por un año, o poco más, sino de forma permanente. De acuerdo con varios expertos, las economías en el mundo, y especialmente la estadounidense, han dejado de crecer, y no perciben razón alguna para que esto cambie en las siguientes décadas.
Esta percepción no es del todo infundada, porque si revisa uno el crecimiento de las principales economías del mundo, especialmente después de la Gran Recesión, los datos son deplorables. Si además incluimos en el análisis el que las tasas de interés de los bancos centrales están en terreno negativo, en términos reales, y eso no produce un alza en la inversión, pues peor: no sólo no crecemos hoy, sino que esperaríamos no crecer en el futuro.
Pero creo que estas preocupaciones provienen más de una excesiva atención a los datos de siempre, y de la dificultad de renovar el marco de referencia. Me explico. Si en lugar de revisar los datos de productividad total, uno excluye ciertas actividades económicas, resulta que no hay una diferencia en crecimiento con el pasado. Es más, desde los años cincuenta, la productividad anual crece a un ritmo muy parejo, 2%, o poco más. En los años posteriores a la Gran Recesión sí hay una caída, pero ésta se explica por la rapidez con que se recuperó el empleo, antes aún que la producción. Pero la idea de que desde los años ochenta el mundo se atora no parece correcta.
Si en lugar de fijarnos en la economía de EE.UU. tratamos de ver lo que pasa en el mundo, los datos son todavía más optimistas: en 1970 había 1.200 millones de personas trabajando en el mundo, ahora son 3 mil millones. Cada uno de ellos produce el doble de lo que se producía en aquel año, en dólares comparables. El mundo aguantó la incorporación de China, India, Rusia, Europa del Este, sin mayores complicaciones.
La clave está en las actividades que le comentaba que hay que quitar de la cuenta. Son actividades que están hundiendo la productividad, aunque tengan otras virtudes. Hace más de 50 años, William Baumol afirmó que esas actividades tenían una enfermedad, la enfermedad de los costos. Mientras el resto de las actividades económicas ocupan cada vez menos mano de obra, y por lo mismo su producción baja de precio, las que tienen la enfermedad no pueden hacerlo. Por eso se hacen más caras con el tiempo, e impiden que el aumento en productividad del resto de la economía se note más. De hecho, en los últimos años prácticamente borran esos incrementos de productividad.
Esas actividades son la educación, la salud y el gobierno. Aunque se ha intentado, no se ha encontrado una forma adecuada de reducir la cantidad de mano de obra requerida en estas actividades. Los grupos de alumnos no pueden ser muy grandes, ni puede uno reducir el tiempo requerido en una cirugía, por ejemplo. Peor aún, los costos se han incrementado conforme la educación es más compleja y la salud debe tratar enfermedades más costosas: crónico-degenerativas en lugar de infecciosas.
Si le agrega usted a esto que la población ha dejado de crecer en prácticamente todo el mundo, será más fácil ver por qué las economías crecen menos ahora, sin que eso signifique, necesariamente, que estamos al borde de una recesión secular. Estamos en una transformación muy profunda, que para entenderse exige pensar en todo el mundo, y no quedarse sólo en las economías avanzadas, como antes se hacía.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 21 de abril de 2016.
Esta percepción no es del todo infundada, porque si revisa uno el crecimiento de las principales economías del mundo, especialmente después de la Gran Recesión, los datos son deplorables. Si además incluimos en el análisis el que las tasas de interés de los bancos centrales están en terreno negativo, en términos reales, y eso no produce un alza en la inversión, pues peor: no sólo no crecemos hoy, sino que esperaríamos no crecer en el futuro.
Pero creo que estas preocupaciones provienen más de una excesiva atención a los datos de siempre, y de la dificultad de renovar el marco de referencia. Me explico. Si en lugar de revisar los datos de productividad total, uno excluye ciertas actividades económicas, resulta que no hay una diferencia en crecimiento con el pasado. Es más, desde los años cincuenta, la productividad anual crece a un ritmo muy parejo, 2%, o poco más. En los años posteriores a la Gran Recesión sí hay una caída, pero ésta se explica por la rapidez con que se recuperó el empleo, antes aún que la producción. Pero la idea de que desde los años ochenta el mundo se atora no parece correcta.
Si en lugar de fijarnos en la economía de EE.UU. tratamos de ver lo que pasa en el mundo, los datos son todavía más optimistas: en 1970 había 1.200 millones de personas trabajando en el mundo, ahora son 3 mil millones. Cada uno de ellos produce el doble de lo que se producía en aquel año, en dólares comparables. El mundo aguantó la incorporación de China, India, Rusia, Europa del Este, sin mayores complicaciones.
La clave está en las actividades que le comentaba que hay que quitar de la cuenta. Son actividades que están hundiendo la productividad, aunque tengan otras virtudes. Hace más de 50 años, William Baumol afirmó que esas actividades tenían una enfermedad, la enfermedad de los costos. Mientras el resto de las actividades económicas ocupan cada vez menos mano de obra, y por lo mismo su producción baja de precio, las que tienen la enfermedad no pueden hacerlo. Por eso se hacen más caras con el tiempo, e impiden que el aumento en productividad del resto de la economía se note más. De hecho, en los últimos años prácticamente borran esos incrementos de productividad.
Esas actividades son la educación, la salud y el gobierno. Aunque se ha intentado, no se ha encontrado una forma adecuada de reducir la cantidad de mano de obra requerida en estas actividades. Los grupos de alumnos no pueden ser muy grandes, ni puede uno reducir el tiempo requerido en una cirugía, por ejemplo. Peor aún, los costos se han incrementado conforme la educación es más compleja y la salud debe tratar enfermedades más costosas: crónico-degenerativas en lugar de infecciosas.
Si le agrega usted a esto que la población ha dejado de crecer en prácticamente todo el mundo, será más fácil ver por qué las economías crecen menos ahora, sin que eso signifique, necesariamente, que estamos al borde de una recesión secular. Estamos en una transformación muy profunda, que para entenderse exige pensar en todo el mundo, y no quedarse sólo en las economías avanzadas, como antes se hacía.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 21 de abril de 2016.
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