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lunes, 25 de abril de 2016

¿El laissez faire es demasiado radical para los brasileños?











Tras algunos meses de indecisión política, parece imposible invertir el movimiento hacia la imputación de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff. A pesar de la esperada crítica de su grupo de apoyo político, el proceso de imputación sigue la ley brasileña y la posición de Dilma se hace cada vez más indefendible al ir apareciendo nuevas evidencias de corrupción a su alrededor y el de su gobierno. Pero, como escribí hace unos meses, no está claro que eliminar a la presidenta pueda llevar al país a políticas realmente pro-mercado. Muchos de los políticos que votaron por echar a Rousseff de la Cámara de Representantes están ellos mismos acusados e corrupción. Esto no plantea de ninguna manera dudas sobre la legalidad del proceso de imputación (como afirman los defensores de Dilma), pero muestra las dificultades que todavía tiene Brasil, incluso sin Rousseff en el cargo.

Rousseff y su mentor, Lula da Silva, son los primeros presidentes de izquierdas en la historia brasileña. Como advertía hace muchos años Ludwig von Mises (y ha confirmado la evidencia empírica), el gobierno no puede sino hacer crecer continuamente al estado. Y con un estado más grandes, mayores son las oportunidades de corrupción.

Un posible error al analizar el escenario actual sería suponer que eliminar a Dilma del cargo pueda resolver todos los problemas políticos de Brasil o incluso creer que Dilma y Lula en su ideología política son muy distintos de mucha de la historia política brasileña.

La larga historia de intervencionismo de Brasil

Desde su independencia de Portugal, la tendencia de Brasil ha sido hacia el gran gobierno. El primer jefe de estado (y de gobierno) del país, Don Pedro I, era portugués y heredero de las políticas estatistas implantadas en Portugal desde finales del siglo XVIII. Aunque liberal de actitud, Don Pedro I estuvo en contra del ala libertaria de la política brasileña del momento y se alió con los estatistas. La política de Brasil en el siglo XIX estuvo dominada principalmente por el Partido Conservador, que, a pesar de su nombre, no era conservador en sentido burkeano, sino sobre todo estatista.

La política brasileña en la república (que se corresponde aproximadamente con la mayoría del siglo XX) también fue sobre todo estatista. Hasta 930, la política estuvo dominada por una coalición de productores de café en São Paulo y Minas Gerais que usaba el estado para obtener ganancias económicas. Después, y hasta 1945, el país sufrió la dictadura de Getúlio Vargas. Vargas y su legado seguirían desempeñando un papel protagonista hasta 1964, cuando el país entró en un periodo de gobierno militar que duró hasta 1985. La nueva república que salió de este periodo mostraba una indecisión entre continuar la tradición de intervencionismo público o seguir el Consenso de Washington.

Los libertarios son los revolucionarios

La política convencional en Brasil hace tiempo que se opone a grupos que se consideren, o bien revolucionarios, o bien conservadores. Se podría incluso afirmar que Lula y Dilma podrían resultar una gran novedad en la política brasileña, con proclamado socialismo democrático (revolucionario). Pero Lula y Dilma no son realmente tan distintos de lo que se ha intentado antes. Aunque su aproximación socialista  sí tiene peculiaridades que merece la pena considerar, mcuho de su estatismo ya estaba presente en el Partido Conservador del imperio, las oligarquías de principios del siglo XX, los varguistas de la década de 1930 a la de 1960 y muchos de los gobiernos militares de las décadas de 1960, 1970 y 1980. Y, lo que es hoy más importante, este estatismo también está presente en la oposición a Rousseff que está tratando de imputarla.

Los verdaderos radicales y revolucionarios hoy en Brasil son los libertarios que están tratando de alejar a Brasil de su economía gestionada de forma tradicional que siempre ha beneficiado a ciertas élites. De hecho, los libertarios en Brasil han sufrido políticamente por ser considerados demasiado radicales.

Miedo a dejar al pueblo en paz

Desde la década de 1820 hasta nuestros días, hay algo constante: el miedo a la “anarquía”. A finales del siglo XVIII, Adam Smith popularizó el concepto de “la mano invisible”, que fue considerado demasiado radical para las élites gobernantes brasileñas. Temían que si el país tuviera el nivel de libertad individual observada en EEUU, el resultado sería la anarquía. Por tanto, se reclamaba más control estatal. F.A. Hayek actualizaría después el concepto como “orden espontáneo” y “fatal arrogancia”. Más aún, Rothbard defendía el anarquismo de mercado bajo un marco misesiano. Brasil, por el contrario, siguió una “tercera vía” de desarrollismo populista.

Muchos de los opositores que votaron la expulsión de Rousseff del cargo justifican su voto diciendo que no implantó políticas para controlar la economía y dar ayudas sociales a los pobres Aunque el vicepresidente (y aparente heredero) Michel Temer esté hablando de (una especie de) programa político liberal (es decir, libertario), no está claro que haya espacio para políticas verdaderamente libertarias en este momento.

Publicado originalmente el 20 de abril de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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