El horizonte a medio y largo plazo para los inversores es muy oscuro. Un informe de McKinsey Global Institute (descargar aquí) da en el clavo al concluir que los rendimientos de las inversiones en general en las próximas dos décadas (al menos) serán muy escasos.
Históricamente muy por debajo de los que han ofrecido los Mercados en los últimos 30 años, y me atrevería a añadir que también muy inferiores a los que se han conseguido de promedio durante todo el siglo XX, Gran Depresión incluída. Motivos para ello sobran si se abren los ojos y se echan cuatro números. Veamos.
Las políticas keynesianas ejercidas por los bancos centrales de todo el mundo han evitado -y están evitando- el colapso de los mercados y del sistema financiero que debía haber tenido lugar en 2008. A priori eso parece una buena noticia, pero los efectos colaterales (no deseables diría un farmacéutico) serán devastadores para la población, especialmente para aquellos que osen pretender vivir de manera digna. Como decía Keynes, las decisiones empresariales del sector privado a veces pueden producir ineficiencias que el Estado (vía banco central) debe corregir. Pero una intervención tan masiva como la actual no es una corrección sino una distorsión brutal que produce ineficiencias enormes por la incapacidad intrínseca de lo público para aplicar los recursos de manera eficiente.
Por ejemplo, con los tipos en negativo, los bancos están siendo forzados materialmente a prestar dinero a cambio de primas de riesgo insuficientes, de hecho ridículas. Las empresas ineficientes tienen acceso a crédito barato a pesar de no estar haciendo las cosas bien y de no tener futuro. Y eso se acaba pagando en forma de estallido de burbujas aquí y allá.
El motor de la Economía no puede ser el dinero de fácil fabricación pública sino el proveniente de los ahorros. Un dinero que debe tener un precio ajustado por oferta y demanda y que valga el riesgo que asume. Sin grandes distorsiones públicas más allá de ajustes de política monetaria que acompañen -no que fuercen- los ciclos. Sólo así se consigue una correcta asignación de recursos, es decir, sólo así el dinero fluye hacia la eficiencia y huye de la ineficiencia.
Un darwinismo empresarial y económico que hace del Mercado un sistema sólido a largo plazo, con sus ciclos depurativos que hay que asumir cuando toca. Suavizar esas contracciones cíclicas y potenciar las expansiones es tarea pública, de los bancos centrales. Pero pretender eliminar esas contracciones con más y más deuda, que inunda a eficientes y a ineficientes, es pan para hoy pero hambre, mucha hambre para mañana y también para pasado mañana.
No debemos olvidar que la represión financiera que ejercen los bancos centrales penaliza el ahorro (al inversor), que como bien dice la escuela Austríaca, es el motor de la economía. Y a la vez la deuda generada masivamente impide el crecimiento de mañana, puesto que la deuda hay que devolverla en el futuro en forma de impuestos y a costa del ahorro, y del consiguiente uso de esos recursos en la iniciativa privada. O sea que la perversa deuda masiva, no sólo supone impuestos asfixiantes para nuestros hijos que les impedirán consumir y vivir mejor, sino que a la vez lastra el crecimiento económico y trasvasa recursos de manos privadas a públicas, con su consiguiente ineficiencia demostrada durante siglos.
Como vemos en el gráfico de abajo, el estudio de McKinsey cifra las caídas de los retornos en los próximos 20 años entre un 2% y 4% respecto a los históricos de los últimos 30 años para la renta variable. Y de entre el 3% y el 6% para la renta fija (nótese que la renta fija va a sufrir más). Si leéis el informe veréis que los autores manejan dos escenarios:
Optimista y pesimista. Pues bien, la caída de los retornos en el escenario optimista, es decir considerando que el crecimiento económico se va a recuperar en los próximos -cinco?- años, es ya letal. Para que os hagáis una idea de la magnitud de la tragedia, una reducción de los rendimientos de sólo un 2% (escenario optimista) en la cartera de inversión o plan de pensiones mixto de un ahorrador treintañero, le va a suponer tener que retirarse 7 años más tarde, o bien ahorrar el casi doble durante toda su vida para retirarse a la misma edad.
Pero si consideramos el escenario menos optimista, la reducción de rendimientos en las próximas décadas sería de un 3,5% de promedio (en carteras mixtas), lo cual obligará a ese joven de 30 años a trabajar 16 años más allá de la edad de jubilación o bien a tener que ahorrar más del doble si pretende jubilarse a los 65 años. Y todo ello considerando que su expectativa de vida se mantiene igual con los años, pero lo más probable es que la esperanza de vida se prolongue por los avances médicos y científicos.
Como véis, los efectos colaterales de esta expansión nunca vista de deuda y la represión financiera que ejercen los bancos con sus tipos negativos, son mortíferos en el tiempo.
Porque las consecuencias de envejecer con menos ahorros también van a lastrar de forma persistente el crecimiento futuro del futuro: Menos consumo de la población jubilada (cada vez más numerosa), más necesidades sociales y sanitarias de dicha población que requerirán más impuestos, que a su vez lastrarán el ahorro de los que para entonces tengan edad productiva, que a su vez probablemente se endeudarán en exceso, etc, etc.
En resumen, un cambio radical de círculo económico virtuoso creador de riqueza, a un círculo vicioso de escasísimo crecimiento, endeudamiento excesivo y constante, e ineficiencia de la aplicación de recursos que perdurará muchos años. Mirando más al futuro de nuestros hijos que a nuestro pasado reciente, ¿no habría sido mejor haber purgado el Sistema financiero al estallar la burbuja en 2008? El pan para ayer no nos compensará la hambruna que nos espera.
Aquí tenéis un resumen del estudio de McKinsey Global Institute en su propia web. Y aquí podéis descargar el estudio completo.
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