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lunes, 25 de abril de 2016

Deuda soberana, ¿100% segura?

Los reguladores parecen decididos a terminar con el paradigma de que la deuda soberana es un activo libre de riesgo, lo que sin duda tendrá importantes consecuencias

Foto: Fotografía que muestra el símbolo del Euro. (EFE)
Fotografía que muestra el símbolo del Euro. (EFE)


¿Puede alguien decir, tras el rescate griego, que la deuda soberana es un activo libre de riesgo? Probablemente no, salvo que representemos a ‘Basilea’. En dicho caso es posible afirmar que la compra de deuda pública es 100% segura y conseguir que todo el mundo asienta sin plantearse demasiadas alternativas. O así era hasta ahora. Una nueva iniciativa amenaza con hacer saltar por los aires este paradigma… y la banca patria será de las más perjudicadas por la medida.

El viernes día 22 una reunión del Ecofin tuvo este tema como punto principal del día. El objetivo: tratar la deuda soberana como un activo de riesgo y limitar su adquisición por parte de las entidades financieras. No solo buscan una regulación más ‘objetiva’ (¿alguien se cree aún que la deuda de un país de la Eurozona está realmente libre de riesgo?), sino minimizar el nexo existente entre estados y entidades financieras para así profundizar en la unión bancaria. Tras promover los bail-ins en lugar de los bail-outs, toca ir un paso más allá.

Según un documento filtrado por el Financial Times se están barajando 5 escenarios posibles.
  1. Escenario base: se deja todo como está incrementando ligeramente los requisitos de información y control.
  2. Escenario base con mayores requisitos de supervisión y trasparencia.
  3. Fin de los activos libres de riesgo. En este escenario la deuda pública dejaría de estar considerada como segura y, por tanto, se establecería una determinada ponderación de capital.  Podrían ser los mismos requisitos para la deuda de todos los países, o bien penalizar más a aquellos emisores con ratings más bajos.
  4. Limitar las compras de deuda pública. Esto es, no penalizar la adquisición con mayores requisitos de capital, sino establer un límite máximo a las compras.
  5. Opción mixta entre 3 y 4. Se penalizaría con mayores requisitos los mayores volúmenes de compras.
Que nadie se engañe con el nombre ‘escenario base’, ya que Alemania y sus vecinos están deseando poner fin al escenario actual, con el Sr. Schaeuble a la cabeza. Básicamente dicen que o limitamos la exposición a la deuda pública de la banca o no hay fondo europeo de garantía de depósitos, por lo que parece claro que estamos ante algo más que un mero debate intelectual. El problema es que la nueva normativa será muy perjudicial para algunos. ¿Adivinan para quién?
En la siguiente tabla pueden observarse los principales datos de numerosos países. Muestra los activos totales bancarios, el montante de deuda soberana total y nacional, así como el efecto que se produciría en determinados escenarios (limitación proporcional a activos totales, a deuda soberana total, o limitada al 25% de los fondos propios como exige la normativa para otros grandes riesgos).

Citi Research - BCECiti Research - BCE

La gran damnificada es Italia, seguida de España, mientras que los principales beneficiados serían Finlandia, Holanda o Francia. En el caso de nuestro país en los tres escenarios planteados se obligaría a las entidades financieras a vender parte de su deuda pública con unas ventas netas de 124, 68 o 177 mil millones de euros (en parte compensado por los 68 mil millones que compraría el BCE con su QE). No es extraño este resultado teniendo en cuenta que Polonia, Italia y España son los países en los que sus bancos tienen más deuda pública en relación a sus activos (13%, 10% y 9% respectivamente).

Por supuesto nadie sabe qué pasará, cuál será la situación final. Lo que sí nos deja entrever este análisis es que nuestro país y nuestros vecinos italianos perdemos sí o sí con la nueva normativa. Esto podría provocar una venta masiva de deuda pública española, ya que obligaría a los principales compradores, los bancos patrios, a vender. De hecho el Ministro de Finanzas de Malta afirmó que, si el reajuste no se hace correctamente, corremos el riesgo de ver una auténtica ‘estampida’ en el mercado.

Y es que, si se obliga a los bancos a aumentar su capital para adquirir deuda (o se limitan las compras en función del mismo), pueden ocurrir dos cosas: o los bancos deciden recapitalizarse en un momento en el que los accionistas dudan enormemente de la rentabilidad e incluso de futuro del sector, o bien reducen sus montantes de deuda soberana. No hace falta ser muy perspicaz para saber cuál es el escenario más probable: ¡Vende, vende, vende!

La gran damnificada es Italia, seguida de España, mientras que los principales beneficiados serían Finlandia, Holanda o Francia

Que la deuda soberana tiene riesgo es un hecho, como mínimo en aquellos países que no cuentan con un banco central propio. Pero no podemos olvidar también que dicho riesgo es bajo (recordemos que Grecia fue la única restructuración de un país de la OCDE desde la II Guerra Mundial), por lo que actuando precipitadamente corremos el riesgo de provocar un daño mayor al que queremos evitar. Algo que no sería deseable.

De hecho, se vende el cambio como una solución, culpando al nexo ‘estado – banca nacional’, cuando fue la financiación externa, especialmente germana, una de las principales causas del dislate ocurrido. Cierto es que en el caso italiano, por ejemplo, tiene mucho sentido lo que se propone, y bienvenida sea una regulación que limite riesgos e irracionalidades. Pero esto no es la solución a nuestros males, solo un paso más en la dirección correcta si se ejecuta correctamente. O ante un problema añadido si se hace mal.

Teniendo en cuenta los elevados niveles de endeudamiento público actuales, un incremento de las rentabilidades sería peligroso. Si los cambios que se debaten no se hacen de forma muy paulatina podría resultar peor el remedio que la enfermedad. Y es que la deuda soberana no está exenta de riesgos, cierto, la ponderación no debe ser cero. Pero precisamente por ello, porque los riesgos existen, debemos tener mucho cuidado con lo que cambiamos. No vayamos a conseguir que, justamente lo que queremos evitar, se convierta en realidad, y provoquemos un problema con la deuda pública donde actualmente no lo hay.

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