Las actuaciones de la semana pasada contra Ausbanc y Manos Limpias se inscriben en este preocupante periodo de retroceso de las libertades y de la sociedad civil, iniciado hace bastante tiempo pero recrudecido durante el gobierno de Mariano Rajoy, nefasto para nuestros derechos civiles y libertades públicas. Un periodo en el que Hacienda es un arma de destrucción política, en el que se nos ha hecho a todos una terrible ley-mordaza, en el que el fisco puede ver tus cuentas sin orden judicial y los agentes de empresas privilegiadas del cártel eléctrico allanar propiedades privadas, en el que —como en los demás Estados desarrollados— se nos espía constante e impunemente, en el que se persigue y obstaculiza la producción independiente de energía o la economía colaborativa para beneficio de los lobbies encamados con la élite estatal, y en el que la propiedad privada se ha convertido en un mera posesión que el poder tolera discrecionalmente hasta que cambia de opinión.
Quiero dejar claro que no me cae bien ninguna de estas dos organizaciones en concreto, y que esa antipatía se debe a su praxis, no al rol que formalmente desempeñan o deberían desempeñar. Me explico. En una sociedad libre, el papel de las organizaciones privadas que trabajan por las causas más diversas, no es que sea legítimo, es que resulta absolutamente imprescindible. El movimiento asociativo constituye una malla de instituciones intermedias que nacen directamente del orden espontáneo que se da en la sociedad. Deben surgir, evolucionar y desaparecer libremente, por simple voluntad de las muchas o pocas personas que se agrupen y organicen en la sociedad, y servir como contrapesos necesarios al poder estatal. Para ello es urgente prohibir toda forma de subvención pública a las asociaciones (igual que a los partidos, centrales sindicales, organizaciones patronales o confesiones religiosas), pues esa fácil financiación con cargo a todos implica inevitablemente la colonización estatal del tejido asociativo. En una sociedad libre, sencillamente, es ilegítimo que el Estado nos quite parte de nuestro sueldo y done en nuestro nombre a quien él quiera. La cultura de la subvención lastra el despegue de nuestro asociacionismo, convirtiéndolo justo en lo contrario de lo que debería ser.
Tenemos una sociedad civil infravertebrada y, en consecuencia, un Estado sobrevertebrado que ocupa a sus anchas el ámbito de la primera
Lamentablemente es inevitable que se den situaciones en las que algunos dirigentes de asociaciones exitosas descubran un filón espurio y se sientan tentados de explotarlo, por ejemplo cobrando por “publicidad” a cambio de dar un trato más dulce a quienes teóricamente se vigila; o directamente poniendo precio a la interposición o no de acciones judiciales, especialmente tras haber conseguido el reconocimiento como acusación particular en casos notorios. Con independencia de si esas situaciones se han dado o no en los casos que ahora han saltado a los medios —cosa que sólo corresponde a la Justicia dirimir—, es verdad que en algunos casos huele bastante mal la acción de ciertas asociaciones.
Creo que el problema es de falta de competencia. Si tuviéramos una sociedad civil mucho más rica en organizaciones ciudadanas privadas, no se darían las situaciones prácticamente monopólicas que, presuntamente, pueden haber permitido a los dirigentes de Ausbanc o Manos Limpias incurrir en prácticas incorrectas. En otros países el tejido asociativo es mucho más tupido, profesional y eficiente, y hay muchos menos casos como estos. Por más que en todas partes cuezan habas, lo nuestro es particularmente lamentable. Nuestro problema no es que en España haya asociaciones que, al parecer, se hayan convertido en plataformas de extorsión, sino que no haya muchas más asociaciones para cada causa. Entonces el mercado colocaría a cada organización en su sitio, y los comportamientos incorrectos se verían penalizados. Pero tenemos una sociedad civil infravertebrada y, en consecuencia, un Estado sobrevertebrado que ocupa a sus anchas el ámbito de la primera.
Es muy triste que prácticamente la única voz privada que se ha alzado por vía judicial contra el entramado de corrupción de la casta estatal española haya sido la de un oscuro y extraño sindicato vinculado, al parecer, con la extrema derecha. Debilitando la legitimidad social de la acusación de Manos Limpias, lo que se intenta es afianzar la idea de que hay una persecución política contra Cristina de Borbón, y dejarla impune mientras miles de otros cónyuges han sido, son y serán condenados por firmar a ciegas lo que sea. Se ha hablado y escrito mucho sobre la figura de la acusación popular. No me gusta demasiado porque se presta al espectáculo y a la manipulación, pero no creo que debamos prescindir de ella mientras no tengamos un ministerio fiscal realmente libre de instrucciones políticas.
Un asociacionismo auténtico, honrado y libre es uno de los diques más eficaces contra la trágica inundación de estatismo que amenaza con convertirnos en meros súbditos
También es lamentable que la portavocía de los clientes de nuestra banca oligopólica —mera extensión de la infame banca central de los Estados—, haya sido durante décadas la ejercida por una asociación como Ausbanc. Con razón casi todas las entidades pasaban por caja. Qué más les daba pagarle un “impuesto revolucionario” más a esta asociación, si a fin de cuentas ellos crean dinero de la nada todos los días. En eso consiste el privilegio bancario, en hacer a diario algo que sería delito si lo hiciéramos usted o yo. Es una pena que Ausbanc ocupara un espacio que, tal vez, hubieran podido gestionar mejor asociaciones de clientes de banca no financiadas precisamente por la banca. Pero la culpa no es ni de Ausbanc, que vio una oportunidad y la aprovechó, ni de los bancos (ídem) sino de nuestra sociedad anestesiada, que no alumbra en general organizaciones privadas serias e independientes. Mucho tiene que ver el fortísimo síndrome de Estocolmo que sufre la ciudadanía, rehén inerme pero complacida del Estado socialdemócrata, ese lobo con piel de cordero que le tiene sorbido el seso. El asociacionismo, pero un asociacionismo auténtico y honrado, es uno de los diques más eficaces que podemos alzar contra la trágica inundación de estatismo que padecemos.
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