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martes, 26 de abril de 2016

Defendiendo la democracia hasta la última gota de petróleo



El pobre presidente Barack Obama viajó a Arabia Saudí la semana pasada, pero su monarca, el rey Salman, estaba demasiado ocupado como para darle la bienvenida en el aeropuerto de Riad.

Este desaire fue considerado en todo el mundo árabe como un gran insulto y una violación de la hospitalidad tradicional del desierto. Obama debería haberse negado a bajar del avión y debería haber regresado a casa.

Por desgracia, no lo hizo. Obama fue a inclinarse ante el nuevo monarca saudí y ante su impetuoso hijo, el Príncipe Nayef bin Muhammed. Ambos están furiosos porque Obama se ha negado a atacar a Irán, a Hezbolá en el Líbano, y al régimen de Assad de Siria.

También están enfadados porque puede que EE.UU permita que los familiares de las víctimas del 9/11 demanden a la familia real saudí, de quien muchos sospechan que estuvo implicada en el ataque.
Curiosamente, los supervivientes de los 34 marineros estadounidenses muertos a bordo del USS Liberty cuando fue atacado por aviones de guerra israelíes en 1967, se han negado a iniciar cualquier recurso legal.

Los saudíes, que también están petrificados por Irán, contraatacaron, amenazando con retirar 750 mil millones de dólares en inversiones de EE.UU. Otros líderes de los emiratos del Golfo se pusieron de parte de los saudíes, pero de una forma más discreta.

Haciendo caso omiso del desaire que acababa de sufrir, Obama aseguró a los saudíes y a los monarcas del Golfo que los EE.UU. los defenderían de todas las amenazas militares – reafirmando así su papel como protectorados occidentales. Lo que sea por promover la democracia.

De hecho, Arabia Saudí y los estados del Golfo han sido protectorados estadounidense-británico-franceses desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Ellos venden petróleo a las potencias occidentales a precios bajísimos y compran cantidades fabulosas armamento a estas potencias a cambio de que sus familias gobernantes reciban la protección de los países occidentales.

Como el anterior presidente de Libia Muammar Gadaffi me dijo una vez, “los saudíes y los emiratos del Golfo son familias muy ricas que compran protección de Occidente y que viven detrás de altos muros.”

El derrocamiento y asesinato de Gadaffi se vio favorecido por las potencias occidentales, especialmente por Francia, y por los jeques del petróleo. Gadaffi había denunciado constantemente a los saudíes y a sus vecinos del Golfo como ladrones, traidores a la causa árabe, y marionetas del Occidente.

Muchos árabes e iraníes estaban de acuerdo con Gadaffi. Mientras que el Islam ordena a todos los musulmanes compartir su riqueza con los necesitados y ayudar a otros musulmanes en peligro, los saudíes gastaron incontables miles de millones en casinos, palacios y prostitutas europeas, mientras que millones de musulmanes mueren de inanición. Los saudíes gastaron aún más miles de millones en armas de alta tecnología occidentales que no pueden utilizar.

Durante la terrible guerra de Bosnia (1992-1995), los saudíes, que se arrogan el título de “Defensores del Islam” y sus lugares sagrados, apartaron los ojos cuando cientos de miles de bosnios fueron masacrados, violados, y expulsados de sus hogares por los serbios y cuando las mezquitas fueron dinamitadas.

La dinastía saudí se ha aferrado al poder a base de un gasto social abundante y de cortar las cabezas de los disidentes, a los que  acusa de forma rutinaria con cargos de tráfico de drogas. Los saudíes tienen uno de los peores historiales de derechos humanos del mundo.

La familia real de Arabia Saudí tiene miedo de sus propios militares, e intentan mantenerlos débiles e ineptos, excepto la fuerza aérea. Pero confían en la Guardia Nacional, una fuerza tribal beduina también conocida como el Ejército Blanco. En el pasado, pagaron a Pakistán para que mantuviese 40.000 soldados en Arabia para proteger a la familia real. Estos soldados hace mucho que no están, pero los saudíes están presionando al empobrecido Pakistán para haga regresar a su contingente militar.

La guerra de Arabia Saudí respaldada por Estados Unidos contra el extremadamente empobrecido Yemen ha demostrado que su ejército es incompetente y no le preocupan las bajas de civiles. Los saudíes corren el riesgo de quedar atrapados en una larga guerra de guerrillas en las salvajes montañas de Yemen.

EE.UU., Gran Bretaña y Francia mantienen discretamente bases militares en el reino y en la costa del Golfo. La Quinta Flota de Estados Unidos tiene su base en Bahrein, donde un levantamiento a favor de la democracia ha sido recientemente aplastado por la policía y las tropas paquistaníes alquiladas. Hay informes señala que 30.000 soldados paquistaníes pueden estar estacionados en Kuwait, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar.

A principios de este mes, los saudíes y la junta militar de Egipto anunciaron que iban a construir un puente que atravesase el Estrecho de Tirán (que conduce al Mar Rojo) para alcanzar la península del Sinaí en Egipto. El objetivo claro de un gran puente en esta región remota y desolada es facilitar el paso de las tropas egipcias y sus fuerzas blindadas hacia Arabia Saudí para proteger a los saudíes. Egipto ahora depende del dinero de Arabia para mantenerse a flote.

Pero el aparentemente interminable suministro de Arabia Saudita de dinero se ve ahora amenazada por la caída en picado de los precios del petróleo. Riad acaba de anunciar que pedirá 10 mil millones de dólares en préstamos al exterior para compensar su déficit presupuestario. Esto es un acontecimiento sin precedentes y lleva a muchos a preguntarse si los días de la barra libre de gasto saudí están llegando a su fin. Sumemos los rumores de una amarga lucha de poder en esta familia real de 6.000 miembros y de una creciente disidencia interna, y la ultrarreaccionaria Arabia Saudí podría convertirse en el nuevo punto caliente de Oriente Medio.


Publicado originalmente el 03/03/2016.
Traducido del inglés por Verónica Santamaría, editoria de revista Libertario.es. El artículo original se encuentra aquí.

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