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miércoles, 27 de abril de 2016

Tres razones para preocuparse por la economía



El 12 de enero, el planificador central jefe de Estados Unidos dio su discurso sobre el estado de la Unión. El presidente prometió nada menos que alimentar a los hambrientos, crear empleos, configurar el clima de la tierra y hacer de todos licenciados universitarios. Aunque no hay nada nuevo en esto. He oído variaciones de esta canción y baile tontos todos los años tanto con demócratas como con republicanos. El presidente arremetió contra los opositores como alarmistas que han sido tan sectarios como para no admitir que tenemos una economía en auge. El hecho de que el Dow Jones cayera aproximadamente un 9% en el mismo periodo de treinta días en que el presidente Obama dio su discurso no consiguió sofocar el optimismo de este sobre el futuro de Estados Unidos. De hecho, calificó a la economía de EEUU como “la más fuerte y más duradera del mundo”.

A pesar de la inquebrantable confianza de nuestro líder en el destino de Estados Unidos, un rápido vistazo debajo de la capucha revela un estado bastante preocupante del comercio estadounidense.

1.     La Reserva Federal y el gobierno de EEUU han retorcido la economía estadounidense

Solo en la pasada década, el balance de la reserva Federal ha crecido de aproximadamente 800.000 millones de dólares a más de 4 billones. Nuestros banqueros centrales dedicándose a compras masivas de activos para aplastar a la baja los tipos de interés no es ninguna noticia para nadie. Aun así, pocos economistas dominantes han echado un buen vistazo a los efectos destructivos de esta expansión monetaria sin precedentes. Las calamitosas distorsiones que ha credo la política  dela Fed para actores tanto en Wall Street como en la Calle Mayor desde 2008 han creado los cimientos para otro nuevo crash.

Los bajos tipos de interés que derivan de una creciente oferta monetaria son la única razón por la que el gobierno de EEUU ha conseguido pagar su gigantesca deuda en años recientes. La propia Oficina de Presupuesto del Congreso ha señalado que incluso un ligero aumento en los tipos de interés podría potencialmente ocasionar entre 700.000 y 900.000 millones en pagos fiscales anuales, solo para pagar los intereses de nuestra deuda. A este ritmo, pagar a los acreedores de la república se convertirá en nuestro programa público más grande en poco tiempo. Los futuros estadounidenses podrían ir a trabajar y ver cómo les quitan el 50% de sus nóminas, no para pagar servicios públicos, sino sencillamente para pagar deuda que les impusieron los planificadores centrales.

Pero la deuda pública está lejos de ser la única distorsión que han traído los tipos artificialmente bajos. Hipotecas, préstamos automóvil, tarjetas de crédito y préstamos de estudios han hinchado la deuda total de consumo hasta los 12 billones de dólares y esta cifra no hace más que crecer. La economía de dinero barato creada por los banqueros centrales ha arrasado el ahorro estadounidense y lo ha reemplazado con deuda. El consumidor estadounidense medio tiene menos de 1.000$ en su cuenta bancaria. Vive rezando por no tener ningún problema con el coche o romperse un brazo. Hubo un tiempo en el que a los estadounidenses se les recompensaba por ahorrar sus ganancias con tipos de interés en dobles dígitos, pero es un recuerdo lejano. Si los estadounidenses quieren hoy conseguir un rédito, deben jugar en el casino de la bolsa patrocinada por el canco central. De hecho, llamar a la bolsa un casino es algo insultante para los casinos: el blackjack al menos tiene reglas coherentes.

2.     Las grandes empresas de Estados Unidos están atestadas de deudas y son improductivas

El mercado al alza tras la recesión inspiró mucha confianza en la economía estadounidense y la recuperación de Obama, pero eso equivale a alabar las estupendas happy hours especiales del Titanic. Los precios al alza de la bolsa no son el resultado de una mayor productividad o innovación: son un síntoma de inflación y deuda corporativa alimentadas por el banco central. De hecho, desde 2008, la deuda corporativa se ha duplicado. Casi el 100% de toda la deuda emitida por las grandes empresas se ha usado para recomprar acciones y empujar al alza los precios de los valores. Esto merece repetirse. Casi nada de la deuda corporativa emitida recientemente en Estados Unidos ha ido a invertir en fábricas y equipamiento, a aumentar la fuerza laboral, la investigación y desarrollo o a expandir las operaciones de ninguna forma visible.

Nuestros banqueros centrales, agencias regulatorias y políticas fiscales han creado un sistema financiero tan distorsionado y alejado de los activos reales y de la generación real de flujos de caja que los ejecutivos corporativos pueden amasar miles de millones en bonus mientras no producen prácticamente nada de valor real. Invertir en la economía estadounidense real sencillamente no compensa el riesgo. Las enormes obligaciones a largo plazo asumidas por las empresas estadounidenses con tipos bajos de interés aplastarán lentamente la vida de nuestra economía. La única respuesta sería empezar a producir bienes reales y empezar a generar flujos reales de caja. Pero esto no ocurrirá en el ciclo de pesadilla de burbuja financiera en el que estamos ahora.

Nuestra actual comisaria monetaria, Janet Yellen, recientemente “aumentó los tipos” del 0,25% a un irrisorio 0,5%. Si este error de redondeo de un aumento de tipos puede enviar al mercado a despeñarse por un barranco, ¿qué ocurriría si la Fed aumentara el tipo objetivo de nuevo al 6% como en 2000?

3.     El emprendimiento estadounidense está muriendo y los trabajadores estadounidenses son improductivos

Artimañas financieras aparte, tenemos que aceptar el hecho de que los propios estadounidenses ya no son como eran. La administración del presidente Obama constantemente cita el bajo desempleo como una señal de que nuestra económica está de nuevo encarrilada. Decir que las cifras de desempleo están manipuladas es poco. ¡Por supuesto que el desempleo se recuperó desde 2008, ha jurado el presidente Obama al final de un crash del mercado! Pero lo más importante es que la economía estadounidense no está creando arquitectos, ingenieros, maquinistas u otros trabajadores productores de bienes de alto valor. Estamos impulsando un ejército de camareros, trabajadores sociales y profesores asociados con títulos inútiles que cuestan seis cifras que no pueden esperar pagar en esta vida o la siguiente. Los trabajadores estadounidenses no están interesados o animados a empezar negocios, aprender nuevas habilidades o innovar de alguna manera. El típico graduado estadounidense cree firmemente que puede convertir un grado de seis años en sociología en un trabajo que no implique llevar mimosas a la gente para el almuerzo.

La improductividad de nuestra fuerza laboral no es del todo culpa de sus miembros. Los desincentivos para el emprendimiento y la creación de riqueza son colosales en este país. Tratar con consejos de licencias, comisiones de urbanismo, inspectores de sanidad, sindicatos y otros órganos regulatorios a nivel federal, estatal y municipal es una carga extraordinaria, especialmente para los inmigrantes pobres y nacientes. Los empresarios de éxito tienen luego los impuestos fijados a nivel federal, estatal y local con un desfile de formularios y adjuntos confusos. El estado y sus muchas instituciones hacen casi imposible para el ciudadano estadounidense medio simplemente intentar algo. Esta es la sangre de una “economía duradera”. Por desgracia, lo fracasos empresariales ahora superan a las nuevas empresas.

La clase política ha afectado completamente a la estructura estadounidense de producción, ha hecho que los trabajadores estadounidenses no sean competitivos, ha apagado la vida de los emprendedores y ha cargado a toda la nación con una obligación deudora del tamaño de Júpiter. La economía de EEUU no es la más fuerte y más duradera del mundo: es un camarero de treinta y dos años sin cualificación viviendo con sus padres y tratando de pagar un grado en relaciones internacionales por valor de 80.000$.

Publicado originalmente el 8 de febrero de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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