En los últimos días una presentadora de televisión ha aparecido en diversos medios de comunicación para hablar del libro que ha escrito sobre su reciente experiencia como madre.
Según el revolucionario análisis de esta autora existe una especie de conspiración mundial para ocultar el hecho de que tener hijos resulta muy sacrificado. Según sus propias declaraciones la maternidad le ha supuesto un “sacrificio estratosférico” en el que se embarcó subyugada por las mentiras y los cantos de sirena que propaga la sociedad sobre el hecho de tener hijos. «Hay un relato único de la maternidad como un estado idílico, que no coincide con la realidad y estigmatiza a las mujeres”, afirma con frustración, “nadie te cuenta lo que es en realidad la maternidad, tomas una decisión engañada». La revelación de este secreto ha llevado a la autora a declarar que “tener hijos es una pérdida de calidad de vida”.
Más allá de la importancia intelectual que merezca el ‘descubrimiento’ de esta autora, su negativa valoración de la maternidad tiene el mérito de simbolizar una situación relevante en nuestros días. Las sociedades occidentales están sufriendo un progresivo envejecimiento de su población como consecuencia de la constante reducción de las tasas de natalidad. Cada vez se tienen menos hijos y cada vez más tarde. A su vez se incrementa el número de divorcios y se reduce la importancia del matrimonio. Parece que cada vez menos gente está dispuesta a afrontar las responsabilidades y el sacrificio que suponen la vida familiar y el cuidado de los hijos. Como decía nuestra autora eso supone un descenso de la calidad de vida. La institución de la familia parece estar pasando por malos momentos. ¿Pero cuáles son las causas de este fenómeno? ¿Hay algún responsable principal del mismo? La respuesta es sí: el principal enemigo de la institución familiar es el Estado. Veamos por qué.
La familia fue históricamente el grupo social del que dependía en mayor medida el bienestar y la educación de las personas. Al establecer un fuerte sentimiento de lealtad hacia un grupo independiente del poder político esta institución representó siempre un freno y una restricción muy importantes a la acción del gobierno. Por lo tanto la familia fue, históricamente, una molestia para los partidarios de incrementar el alcance y los ámbitos de la intervención del Estado.
El gran sociólogo Robert Nisbet explica en The Quest for Community cómo el Estado se convirtió, en el mundo moderno, en el primordial centro de lealtad de los seres humanos y en su principal refugio frente a las inseguridades y frustraciones de la vida. Pero, para conseguir esta situación de preeminencia, tuvo que competir con otras instituciones que limitaban su poder, como la iglesia, la comunidad local o la familia.[i]
Todos aquellos que querían incrementar el poder del Estado desarrollaron medidas para erosionar y desprestigiar tales instituciones intermedias con el objetivo de aislar a los individuos y volverlos sumisos y dependientes de las actuaciones e intervenciones gubernamentales. Nisbet decía que la guerra entre el Estado y la familia era muy antigua en la historia de la humanidad y que, por regla general, había una relación inversa entre ambas instituciones: cuando el Estado era fuerte la familia era débil y viceversa.[ii]
Uno de los ejemplos más extremos de este principio lo ilustra el caso de Pavlik Morózov, un niño glorificado por la propaganda de la Unión Soviética por haber denunciado a su padre como enemigo del Estado. Las autoridades soviéticas crearon un culto a su figura que animaba a los demás niños a denunciar a sus padres si estos se oponían a las políticas del gobierno.[iii]
Este caso representa uno de los ejemplos más evidentes de la búsqueda sistemática de la destrucción de los lazos familiares. Pero hay otros procesos actuales menos espectaculares cuyas consecuencias perniciosas resultan más difíciles de discernir. Así, uno de los pasos más destacados para debilitar la importancia de la institución familiar en el mundo moderno fue la creación del Estado de Bienestar.
Según Alan Carlson, muchas de las medidas características del Estado de Bienestar representan un caso clásico de manipulación burocrática con el objetivo de destruir el principal rival del Estado como foco de lealtad: la familia
El surgimiento del Estado de Bienestar se puede describir como la continua transferencia de la función de dependencia desde la familia al Estado; desde personas unidas por lazos de sangre, matrimonio o adopción a personas vinculadas a empleados públicos.[iv]
Las medidas del Estado de Bienestar, tales como las prestaciones por desempleo o las pensiones públicas, debilitan la responsabilidad del individuo a la hora de proveer para sus necesidades y las de su familia y de ahorrar para su vejez. De esta manera las personas tienden a reducir su horizonte temporal de planificación y previsión. La utilidad del matrimonio, la familia y los hijos se reduce también, pues no será tan necesario contar con esas instituciones para asegurarse un soporte económico. Se establece, por lo tanto, una tendencia al debilitamiento de la institución familiar, a la reducción de la natalidad, al incremento de la tasa de divorcio, etc.
Un elemento cuya importancia fue crucial para el desarrollo y crecimiento del Estado de Bienestar es el monopolio estatal del sistema monetario. Así lo explican en un reciente libro Philipp Bagus y Andreas Marquart.[v]
Según estos autores, y siguiendo la tradición de pensamiento monetario de la Escuela Austriaca, el dinero no surgió a través de un acto creador del Estado, como mucha gente se imagina, sino que fue una creación espontánea de múltiples actores operando voluntariamente en el mercado. A través de un proceso evolutivo de descubrimiento una determinada mercancía, normalmente el oro o la plata, adquirió la función de medio de intercambio que facilitaba las transacciones comerciales.
Pero, en un largo proceso histórico, los Estados acabaron por monopolizar el sistema monetario, sustituyendo el oro por papel moneda y arrogándose la facultad exclusiva de producir dinero. De esta manera encontraron un instrumento excelente para financiar sus programas de gasto pues tenían la posibilidad de crear dinero, literalmente, de la nada.
A pesar de sus nefastas consecuencias, por ejemplo en forma de crisis económicas recurrentes, este sistema tiene la enorme ventaja de que sus costes son más difíciles de detectar por los ciudadanos. De esta manera el crecimiento desmesurado del Estado de Bienestar coincide históricamente con el abandono del patrón oro y la transición al sistema de papel moneda pues, si el Estado se financiara únicamente a través de impuestos, cuya carga se nota de una forma mucho más directa en los bolsillos, es probable que los ciudadanos se hubieran rebelado hace tiempo.
El crecimiento de la intervención estatal que permite este sistema monetario tiene enormes consecuencias morales sobre las personas. Como dicen Bagus y Marquart:
En la medida en que dependemos del Estado de previsión, necesitamos menos la ayuda del prójimo, en especial de la familia. Se rompen los vínculos sociales…La decadencia de la familia como consecuencia del dinero malo y el Estado de Bienestar acarrea una grave crisis moral y de valores. En suma, el dinero malo hace que la gente esté cada vez más aislada socialmente, más desarraigada y estresada y sea cada vez más dependiente, inmadura, sumisa, imprudente, desconsiderada, egoísta, materialista, superficial y depresiva.
Es decir que mediante el monopolio de la creación de dinero, que permite el desarrollo y crecimiento de la intervención estatal, se debilita de forma implacable la fortaleza de la institución familiar y se promueve la irresponsabilidad, la inmadurez y el egoísmo. Un caldo de cultivo perfecto para que aparezcan escritores que afirman con gran frustración que tener hijos es un sacrificio estratosférico que reduce la calidad de vida.
[i] Robert Nisbet, The Quest for Community: A Study in the Ethics of Order and Freedom (New York: Oxford University Press, 1953).
[ii] Robert Nisbet, Prejudices: A Philosophical Dictionary (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1982) p. 111.
[iii] Orlando Figes, The Whisperers: Private Life in Stalin’s Russia (Londres: Penguin Books, 2007).
[iv] Alan Carlson, “What Has Government Done to Our Families?”, Essays in Political Economy 13 (Auburn, Ala.: Ludwig von Mises Institute, 1991), p. 1.
[v] Phillipp Bagus y Andreas Marquart, Por qué otros se hacen cada vez más ricos a tu costa…y qué responsabilidad tiene el Estado y cómo juega con nuestro dinero (Madrid: Deusto, 2016).
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