La actual guerra de divisas empezó con el Gran Experimento Monetario bajo la administración Obama. Esto disparó una devaluación del dólar a lo largo de 2010-12. Desde entonces el lanzamiento de experimentos monetarios similares y en algún sentido más radicales en Europa y Japón ha alimentado grandes devaluaciones del euro y del yen. Entretanto, una combinación de políticas crediticias de burbuja y represión intensificada han hecho que se desplome la moneda china.
Hasta ahora la administración Trump no ha formulado un mensaje claro con respecto a la guerra de divisas. Por el contrario ha habido una serie de frases cortas acerca de aspectos particulares de la guerra que olvidan la fuente esencial de este conflicto: el defectuoso patrón del 2% de inflación global. A su vez, la canciller alemana y el primer ministro japonés han dado respuestas indignadas a las frases de Trump, simulando que el BCE (Banco Central Europeo) y el BoJ (Banco de Japón) respectivamente son instituciones independientes del gobierno y por tanto los gobiernos alemán y japonés no son responsables de las consecuencias sobre las divisas de sus políticas monetarias.
El factor Donald Trump
Empecemos con el comentario del principal asesor de comercio del presidente Trump, Peter Navarro, de que “Alemania está usando un euro enormemente infravalorado para aprovecharse de EEUU y sus socios de la UE”. La realidad es que la canciller Merkel en la defensa del status quo europeo (incluyendo la unión monetaria europea [UME] en su forma actual) ha respaldado las políticas de laxitud monetaria radical seguidas por el jefe del BCE, Draghi. Podía haber dicho que no. No lo hizo.
De hecho las evidencias señalan una conspiración bélica. El ministro de finanzas Schaeuble admitía en una reciente entrevista en prensa (en el Tagesspiegel) que Berlín acordó (ya en 2014) no expresar en público su inquietud acerca de las políticas monetarias radicales del BCE por entender que este asumiría la responsabilidad por el aumento del superávit comercial alemán. En la práctica, Berlín alegaría ser inocente basándose en la independencia del BCE y el jefe Draghi respaldaría esa alegación. Los conspiradores no contaron con la llegada de Donald Trump.
Los planes monetarios de Alemania y Japón
No cabe duda de que el gobierno en Berlín sí cálculo correctamente que las políticas radicales del BCE se iban a convertir en cada vez más impopulares entre grandes secciones del público alemán. Los puntos de resentimiento incluirían los tipos reales sustancialmente negativos sobre los ahorros y la transferencia de enormes volúmenes de capital a través del BCE hacia deuda soberana y bancos débiles (en su mayoría en Italia). Sin embargo, también hay muchos ciudadanos que han ganado por el auge de las exportaciones (alimentadas por el euro débil) y de la construcción de propiedades.
En efecto, el euro barato ha proporcionado un salvavidas político esencial para la actual canciller Metternich de Europa (Merkel). La guerra no declarada de divisas de la fría pareja Merkel-Draghi ha sido el medio para limitar las fuerzas del resentimiento político nacional en Alemania contra los crecientes costes de la UME.
Pero si la única manera para Berlín de mantener el status quo europeo es permitir que el jefe del BCE Draghi manipule en la práctica el euro a la baja, deberíamos concluir que la unión monetaria en Europa como está diseñada e implantada ahora mismo es incompatible con el libre comercio global y con un orden liberal global. El desafío para las élites europeas o sus sucesores que puedan querer mantener la unión sería por tanto abrir otra vía de supervivencia: probablemente utilizando desregulación, gobiernos más pequeños y moneda fuerte.
Pasando a continuación a la respuesta del primer ministro Abe contra el comentario del presidente Trump (30 de enero) de que “Japón y China usan la política monetaria para buscar una devaluación y de que juegan con el mercado monetario mientras estamos aquí sentados como pasmarotes”. Ha sido un secreto a voces desde el principio que un propósito clave del primer ministro Abe para hacer que Japón siga el patrón de inflación global del 2% (desde enero de 2013) era hacer que el yen bajara desde su altísimo nivel alcanzado bajo la ofensiva monetaria de EEUU de 2009-12. Y ahora la política extraordinaria del BoJ de impresión de dinero potencialmente ilimitada para mantener el tipo de interés a largo plazo justamente por encima de cero cuando los tipos a largo plazo de EEUU han estado aumentando drásticamente, es una continuación de la misma política monetaria. Más allá de ganar el toma y daca verbal con Europa y Japón, Washington todavía tiene que advertir al mundo de que los días del patrón global de inflación del 2% se han acabado. Sí, este patrón ha durado el doble que la vida efectiva del Sistema de Bretton Woods (desde 1959 hasta la introducción del mercado de oro de dos niveles de 1968), pero está manifiestamente podrido, como ilustran poderosamente la guerra de divisas que ha engendrado y también la sucesión de inflaciones y declives en los precios de los activos.
Qué debería hacer Trump
La administración Trump podría demostrar liderazgo aquí indicando que pretende nombrar como sucesores para Yellen y Fischer a alguien que hiciera abandonar a EEUU el patrón de inflación del 2% y que respaldaría legislación en el Congreso que impidiera que la Fed interpretara el mandato de estabilidad de precios como una inflación perpetua del 2% anual.
Cargos económicos internacionales veteranos de EEUU dejarían absolutamente claro que ya no sería aceptable la búsqueda de devaluaciones de moneda bajo el disfraz de alentar la inflación de vuelta a la economía (ya sea en Europa o Asia) para alcanzar un objetivo de inflación del 2%. La premisa debería ser que las herramientas monetarias fuera del estándar (QE, tipos negativos, ligar tipos a largo plazo) son evidencias de pretensiones de manipulación de la divisa.
La administración Trump renegaría del uso de estas herramientas por parte de EEUU (presentando legislación para ese fin). Más importante aún sería publicar una hoja de acusación de políticas monetarias y de otro tipo que deberían estar bajo sospecha como forma de manipulación de la divisa.
La represión financiera china
La hoja incluiría en primer lugar la intervención constante en mercados de cambio extranjeros y las restricciones a los cambios; en segundo lugar, la experimentación monetaria en busca de objetivos de inflación y en tercer lugar la “manipulación y represión del sistema financiero”. El tercer punto tendría una relevancia evidente para las negociaciones entre EEUU y China.
Pekín aplica un régimen de represión financiera que esencialmente dirige el crédito bancario a las empresas favorecidas por el estado mientras que reduce las tasas de retorno sobre el ahorro garantizado; sus políticas de crédito inducen una burbuja tras otra (y muchas a la vez); la represión política se añade al temor con respecto a la seguridad de los activos nacionales. Así que los ciudadanos chinos buscan seguridad y rentas sobre sus fondos no apostables (los productos inmobiliarios y de crédito nacionales son enormes apuestas) fuera de China. La enorme huida de capitales resultante presiona a la baja la divisa china.
Armada con este bagaje de recetas contra la manipulación, la administración Trump podría ir por la buena vía en sus próximos enfrentamientos comerciales con Pekín y también más en general con Europa y Japón. El incumplimiento de las recetas sería la base para empezar a “actuar” por parte de Estados Unidos bajo la legislación comercial existente.
En Tokio, el primer ministro Abe probablemente entienda el mensaje, dada la importancia de las buenas relaciones con Washington en un momento de aumento de la tensión geopolítica, especialmente con respecto a China y Corea del norte. ¿Pero qué pasaría si Frau Merkel y su banquero central no entendieran el mensaje? Por suerte los ciudadanos alemanes tienen este otoño la posibilidad de votar por la paz monetaria y en contra de la guerra comercial. Para los chinos no existe esa salida potencial a través de las urnas frente al peligro de guerra.
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