En un debate casi diario sobre economía y política monetaria, los políticos se quejan si los precios (como los precios de las viviendas, por ejemplo) no aumentan y algunos se quejan si piensan que otros precios (como los de la atención sanitaria) aumentan demasiado. Esta situación plantea la pregunta: ¿queremos precios que suban o precios que bajen?
La verdad es que los precios son neutrales, al menos en lo que afecta al bienestar social. Cambios constantes en los precios indican que una economía está funcionando para coordinar los deseos y necesidades de consumidores y empresarios. Son el mecanismo por el que los compradores se comunican con los vendedores y viceversa.
Por esta razón, antes de que podamos entender el papel de los precios, es importante distinguirentre “precios” y “ofertas”, incluso si en nuestros tratos cotidianos tendemos a confundir ambos términos. Un precio es el nivel al que dos productos se intercambian por dos individuos en una transacción concreta. Sin embargo, los “precios” que se ven en un supermercado para cada uno de los productos disponibles no son realmente precios, sino ofertas y solo se convertirán en precios si el bien se compra realmente. Si el “precio” de una manzana se establece en, digamos, 100 euros por manzana y consecuentemente nadie compra manzanas, sería falso decir que el precio de una manzana es de 100 euros solo porque el supermercado trató de vender manzanas a ese precio.
Con esto en mente, tratemos de responder a la pregunta: ¿mejora el bienestar social cuando los precios aumentan o cuando los precios disminuyen? Si aumenta el precio de un bien concreto, está claro que la gente que ya posee el bien estará mejor. Aquella gente que tenga los medios para fabricarlo, ya sea trabajo o activos, probablemente también se beneficien del aumento. Inversamente, la gente que no posea el bien estará peor, especialmente si está planeando comprarlo a corto plazo. Lo contrario, por supuesto, ocurrirá si el precio baja.
¿Cuál es entonces el balance para la sociedad? No hay respuesta. De hecho, desde el punto de vista de la “sociedad”, el aumento y caída de diversos precios son simplemente el mercado en funcionamiento. Para personas concretas en transacciones concretas hay costes y beneficios, pero en relación con el “bienestar social” o “la economía”, no podemos concluir nada.
El papel de los precios en la sociedad
Pero este no es el final de la historia: los precios tienen también un papel fundamental a desempeñar en el mercado. Son señales con las que los empresarios guían sus decisiones de inversión. Como tales, los precios son un indicador de la escasez relativa de un bien con respecto a sus usos.
Si un precio aumenta, esto significa que el bien está más valorado por la sociedad y transporta la señal a los empresarios de que deberían dedicarse más recursos a la producción de ese bien, porque eso es lo que está demandando actualmente la sociedad. Inversamente, si un precio baja, el bien está perdiendo valor para la sociedad y los recursos deben trasladarse de su producción a otros usos más productivos. Este proceso, como se ha explicado, no es automático, sino dirigido por empresarios usando a los precios como señales.
Cuando enredamos en los precios
¿Qué ocurre si se alteran los precios mediante controles públicos coactivos? Por supuesto, el primer efecto será que algunas personas pierdan y otras ganen. Por ejemplo, si no se permite que aumenten los precios, la gente que tenga el producto (o los medios de producción) perderá riqueza, mientras que la gente que pretenda comprarlo aumentará su propia riqueza. Los políticos normalmente piensan que esto es bueno para “el pueblo”, porque (en las mentes de muchos populistas) las empresas son “ricas” y esta acción redistribuye la riqueza de “los ricos” a otras personas.
Esto puede ser bueno para el consumidor individual para una transacción concreta, pero las personas son mucho más que consumidores: pueden ser accionistas de empresas o pueden tener un plan de pensiones que invierte en la empresa o pueden trabajar para el empresa afectada o cualquiera de sus proveedores por encima en la cadena de valor. Así que, al final, no es ni siquiera sencillo aclarar si una persona concreta, mucho menos la sociedad, está mejor o peor como consecuencia del control de precios.
Sin embargo, este no es el efecto más grave de la alteración de precios. El mayor problema es que perturbar el sistema de precios atasca al sistema de señales de precios y por tanto so obstaculiza a los empresarios para calcular cómo deberían dedicar recursos a una empresa concreta. El proceso empresarial continuará, pero los recursos se llevarán a lugares equivocados, empobreciendo a la sociedad con cada inversión.
Debería considerarse otra cosa más: los empresarios, siendo humanos, pueden cometer errores. Un empresario puede ofrecer un bien a un “precio” demasiado alto y luego descubrir que no es capaz de vender suficientes unidades para hacer que la inversión merezca la pena, viéndose obligado a bajar el precio para aumentar las ventas. Esto no hace erróneo el precio inicial y correcto el nuevo precio: solo significa que el empresario está reaccionando a la nueva información adquirida después del primer intento. Si llega más información, el precio puede revisarse de nuevo, ya sea al alza o a la baja. Esta es la esencia del proceso empresarial, reaccionar a los cambios en el entorno tratando siempre de adaptarse a las nuevas preferencias demostradas o anticipadas por los individuos.
Para maximizar esta interacción esencial entre consumidores y productores (a través de la cual los consumidores ejercitan su control sobre el mercado e incluso la sociedad en su conjunto) el objetivo tiene que ser la libertad de precios y no precio “altos” o precios “bajos”. Intervenir en los precios les impide hacer lo que se supone que hacen, haciendo más difícil y más ineficaz el proceso de asignación de recursos. Y esto definitivamente nos perjudica a todos.
Publicado originalmente el 21 de abril de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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