La avalancha de nueva regulación que ha inundado el sector financiero en los últimos años ha sido una de las consecuencias de mayor calado de la crisis. Bancos y aseguradoras se ven ahora sometidos a normas mucho más estrictas –sobre todo en lo relativo a los requisitos de capital y la gestión del riesgo– orientadas a evitar que se repita una situación como la vivida en 2008.
Aunque el mundo de la gestión de activos no ha sido ajeno a este auténtico tsunami regulatorio, parece que los reguladores quieren darle otra vuelta de tuerca a la prevención de los desequilibrios y, en las últimas semanas, varios informes de organismos internacionales han puesto el foco en los fondos de inversión, un sector que ha experimentado un crecimiento del 40% en la última década y que en la actualidad gestiona activos por valor de algo más de 75 billones de dólares, una cantidad equivalente a la economía mundial.
En la edición de abril de su Informe sobre la estabilidad financiera mundial (GFSR), el Fondo Monetario Internacional pone el acento sobre el fuerte crecimiento de los fondos de deuda –un mercado en el que las oscilaciones de precios podrían tener consecuencias más graves que en renta variable– y advierte que los cambios estructurales que ha vivido el sistema financiero, junto con el prolongado periodo de bajos tipos de interés, han impulsado la búsqueda de rentabilidad mediante inversiones menos líquidas, lo que podría resultar particularmente problemático en caso de un pánico financiero.
Paradójicamente, el impacto de los reembolsos a gran escala ante una situación de este tipo se vería acrecentado por el hecho de que la nueva regulación desincentiva la creación de mercado por parte de los bancos, restringiendo aún más la liquidez.
Por ese motivo, la institución aboga por “reforzar la vigilancia del sector, con una mejor supervisión de los riesgos microprudenciales y adoptando una orientación macroprudencial” que incluiría realizar test de estrés similares a los de la banca. El FMI propone “reexaminar las funciones y la idoneidad de las actuales herramientas de gestión de riesgo –tales como requisitos de liquidez, comisiones y reglas para determinar el valor de las cuotas de participación en fondos– teniendo en cuenta la función del sector en el riesgo sistémico y la diversidad de sus productos”.
“En particular”, señala Gastón Gelos, jefe de la división de Análisis de la Estabilidad Financiera Mundial del FMI, “los reguladores deberían encontrar formas de reducir el incentivo que tienen los inversionistas para retirar su dinero cuando ven a otros hacer lo mismo, por ejemplo, con cargos por rescate bien diseñados que no perjudiquen a los inversionistas en general, de tal manera que los inversionistas que se retiran no trasladen el costo de liquidez a los que se quedan”, una reivindicación que llevan haciendo las gestoras más grandes desde hace tiempo.
Fuente: FMI
Importancia sistémica
Otras instituciones internacionales también han fijado su atención en los fondos de inversión. Hace unas semanas, el Consejo de Estabilidad Financiera (CEF) y la Organización Internacional de Comisiones de Valores (IOSCO) publicaron una nueva propuesta conjunta para la identificación de las gestoras de activos que puedan considerarse instituciones financieras de importancia sistémica (SIFI).
Para los más críticos, este proceso está siendo demasiado lento: se inició en 2011 y no empezará a aplicarse hasta el año que viene, como pronto. Por su parte, las gestoras argumentan que son los partícipes los que asumen el riesgo, a diferencia de en el caso de los bancos, que lo incluyen en su balance.
Lo cierto es que las gestoras han sido capaces de capear con éxito situaciones similares a la actual. Un reciente estudio conjunto de Morgan Stanley y Oliver Wyman sitúa el peor periodo histórico para los fondos de renta fija en 1994, cuando las bruscas subidas de tipos de la Fed provocaron reembolsos equivalentes al 5% del patrimonio en los tres peores meses, frente al 4% de la última crisis financiera. Además, el estudio señala que los fondos cuentan ahora con porcentajes de liquidez más elevados, que han llegado a multiplicarse por tres en momentos de estrés, por lo que no anticipa problemas para gestionar reembolsos de una magnitud similar.
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