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martes, 21 de abril de 2015

La recuperación económica requiere acumulación de capital, no “paquetes de estímulo” del gobierno

 
[Éste es el segundo de una serie de artículos que pretenden dar al hombre inteligente medio suficiente conocimiento de teoría económica sólida como para permitirle entender qué debe hacerse para superar la actual crisis financiera y volver al camino del progreso económico y la prosperidad. El primer artículo de la serie fue “La caída de los precios es el antídoto de la deflación”]
 
Imaginemos una persona que sea apática y le falte la energía para funcionar a su nivel normal debido a que puede dormir poco. Hay medicamentos que pueden hacer que se mantenga completamente despierto, incluso después de una noche sin haber dormido nada y aparentemente capaz de funcionar el día siguiente con completa eficiencia.
 
Sin embargo tomar esos medicamentos definitivamente no es una buena idea. Porque el problema subyacente de la persona de la falta de sueño no solo no se atiende por estimularle, sino que en realidad se empeora. Pues el estímulo le despoja aún más de las reservas de energía ya disminuidas de su cuerpo y le lleva por el camino del completo agotamiento.
 
La descripción es aplicable a la actual recesión en nuestro sistema económico y a los esfuerzos por superarla mediante el uso de “políticas fiscales” y “paquetes de estímulo”. El significado de estas expresiones es más gasto público e impuestos más bajos pensados específicamente para promover el consumo. Esto incluye devolver impuestos a gente que no pagó el impuesto de la renta y que, debido a sus bajas rentas, seguramente se puede contar más con que salga volando y consuma más tan pronto como se pongan en sus manos fondos adicionales.
 
La principal diferencia entre esos “estimulantes” económicos y los estimulantes farmacéuticos es que los estimulantes económicos no conseguirán siquiera restaurar temporalmente el sistema económico a nada que se aproxime a su nivel normal de actividad.
 
Un sistema económico que entre en una gran recesión o depresión está en una situación muy similar a la de nuestra persona imaginaria privada de sueño. Todo lo que tiene que hacerse es sustituir la pérdida del sueño requerida para que funcione apropiadamente el cuerpo por la pérdida de algo requerido para el adecuado funcionamiento del sistema económico.
 

Capital

 
En el caso del sistema económico, ese algo es el capital. El sistema económico no está funcionando apropiadamente porque ha perdido capital. El capital es la riqueza acumulada que poseen las empresas o individuos y que se usa para el fin de obtener ganancias o intereses.
 
El capital abarca todas las granjas, fábricas, minas, maquinaria y todo otro equipamiento, medios de transporte y comunicación, almacenes, tiendas, oficinas, vivienda en alquiler e inventarios de materiales, componentes, suministros, semi-manufacturas y productos terminados que poseen las empresas.
 
El capital también abarca el dinero que poseen las empresas, aunque el dinero sea una categoría especial. Además, incluye fondos que hayan sido prestados a consumidores a cambio de un interés, para comprar bienes de consumo como casas, automóviles, electrodomésticos y cualquier otra cosa que sea demasiado cara como para pagarla con la renta ganada en un periodo de nómina y para la que el propio comprador no tiene ahorros suficientes.
 
La cantidad de capital en un sistema económico determina su capacidad de producir bienes y servicios y emplear mano de obra y también de comprar bienes de consumo a crédito. Cuanto mayor sea el capital, mayor será la capacidad de hacer todas estas cosas; cuanto menor sea el capital, menor será la capacidad de hacer alguna de estas cosas.
 

Ahorro

 
El capital se acumula sobre una base de ahorro. Ahorrar es el acto de abstenerse de consumir fondos que se han ganado con la venta de bienes o servicios.
 
Ahorrar no significa no gastar. No significa atesorar. Significa no gastar para fines de consumo. Abstenerse de gastar en consumo hace posible un gasto equivalente en producción. Quien ahorra está en la misma medida en situación de comprar bienes de capital y pagar salarios a trabajadores, de prestar fondos para la compra de bienes caros de consumo o de prestar fondos a otros que los usarán para cualquiera de estos propósitos.
 
Es necesario destacar estos hechos debido al estado predominante de completa ignorancia sobre el tema. Esa ignorancia se ve en una declaración informal realizada en una reciente noticia del New York Times. La frase se incluye con la convicción de que esta verdad está tan establecida como para no ser polémica. Afirma que “Un dólar ahorrado no circula en la economía y tasas más altas de ahorro se traducen en menos ventas y menores ingresos para las empresas en apuros”. (Jack Healy, “Consumers Are Saving More and Spending Less”, 3 de febrero de 2009, p. B3).
 
El escritor del artículo cree aparentemente que las viviendas y otros bienes caros de consumo se compran con las ganancias de una sola semana o mes, que es el rango normal de tiempo entre dos nóminas. Si fuera así, no sería necesario ningún ahorro para comprarlos. Por supuesto, en realidad la compra de una casa normalmente requiere una suma igual a la renta total del comprador de tres años o más; para la de un automóvil, la renta de varios meses y la de otros muchos bienes, una buena parte de la renta de solo un periodo de pago como para ser rentable a partir de esos fondos limitados.
 
En todos estos casos, es esencial un proceso de ahorro para la compra de bienes de consumo. Los ahorros acumulados pueden ser los del propio comprador o pueden tomarse prestados o pueden ser en parte del propio comprador y en parte tomados prestados. Pero en todo caso, los ahorros son esenciales para la compra de bienes caros de consumo.
 
El periodista del Times, y todos sus colegas, y los profesores que supuestamente les educaron, todos los cuales soltaron esos absurdos acerca del ahorro, tampoco conocen otros hechos, aún más importantes, acerca del ahorro. No saben que el ahorro es la condición previa para que los vendedores minoritas compren bienes a los mayoristas, de que los mayoristas puedan comprar bienes a los fabricantes, de que los fabricantes y los demás productores puedan comprar bienes a sus proveedores y así sucesivamente. Es asimismo la condición previa para que los vendedores, en todas y cada una de las etapas puedan pagar salarios.
 
Esos gastos deben por lo general hacerse y pagarse antes de que el comprador reciba el dinero de la venta de sus propios bienes que acabará realizándose. Por ejemplo, las empresas de automóviles y acero no pueden pagar a sus trabajadores y proveedores con lo que ingresen por la venta de los automóviles que acabarán resultando del uso de la mano de obra y bienes de capital adquiridos. E incluso en los casos en que los pagos a proveedores se hagan con lo recibido por la venta de los bienes resultantes, el vendedor debe abstenerse de consumir esos fondos, es decir, debe ahorrarlos y usarlos para pagar los bienes de capital y mano de obra que compró previamente.
 
Por el contrario, los periodistas y profesores keynesianos creen que los vendedores no hacen nada salvo consumir o atesorar efectivo. Son demasiado torpes como para darse cuenta de que, si fuera realmente así, no habría demanda de nada, salvo de bienes de consumo. Esto queda claro sencillamente siguiendo el patrón de los textos keynesianos que supuestamente describen el proceso de gasto.
 
Así, un consumidor compra, digamos 100$ en camisas en una tienda de ropa; el propietario de la tienda, siguiendo su keynesiana “propensión marginal al consumo” de 0,75, compra luego 75% de comida en un restaurante y supuestamente atesora 25$ de su renta; el propietario del restaurante compra luego 56,25$ (0,75 x 75$) en libros, mientras supuestamente atesora los restantes 18,75$ de renta y así sucesivamente. Ahora, algo desconocido para los keynesianos, si se produjera realmente tal secuencia de gasto, todo lo que existiera sería una suma de gastos de consumo y nada más.
 
El hecho es que la mayoría del gasto en el sistema económico se apoya en una base de ahorro. El vendedor de camisas probablemente ahorre y gaste productivamente 95$ o más en comprar camisas para reponer y en pagar a sus empleados y hacer las demás compras necesarias para llevar su negocio, y tal vez solo 5$ en consumo. Y lo mismo pasa con los que le venden o los proveedores de sus proveedores, o los proveedores de aquellos proveedores y así sucesivamente.
 
Cualquier declaración de rentas empresarial puede ofrecer una confirmación sencilla de estos hechos. La relación entre costes e ingresos por ventas que puede deducirse de ella, es un indicador de la relación entre el uso de ahorros para realizar gastos en trabajo y capital en relación con los ingresos por ventas. Pues los costes que muestra son un reflejo de gastos de mano de obra y bienes de capital realizados en el pasado. El ahorro y gasto productivo de los ingresos actuales por ventas resultarán en costes en el futuro. Cuanto más alta sea la relación entre costes y ventas, mayor es el grado de ahorro y gasto productivo respecto de los ingresos por ventas. Una empresa con costes de 95$ e ingresos por ventas de 100$ es una empresa que puede entenderse que ahorra y gasta productivamente 95$ de sus 100$ de ingresos por ventas. Esta relación se aplica a todo el sistema económico.
 

Atesoramiento frente a ahorro

 
En la medida en que tenga lugar ese “atesoramiento” o, más apropiadamente, un aumento en la demanda de dinero en efectivo, no es porque la gente haya decidido ahorrar. Lo que está panado realmente es que las empresas e inversores han decidido que necesitan cambiar la composición de sus ahorros ya acumulados en favor de tener más efectivo y menos de otros activos.
 
Por ejemplo, una persona puede decidir que, en lugar de tener un 90% invertido en acciones y otros valores y tener solo un 10% de sus ahorros en efectivo o en su cuenta corriente, tiene que aumentar su efectivo al 20 o 25% de sus ahorros.
 
Igualmente, una corporación puede decidir que necesita aumentar su caja en relación con los demás activos para poder atender mejor las facturas que están venciendo. De hecho, esto está ocurriendo ahora mismo, ya que cada vez menos empresas pueden contar con poder tomar prestado para dichos fines.
 
Además, los aumentos de caja que tienen lugar en esas circunstancias no son solo un añadido a los ahorros, sino que se producen en medio de un brusco declive en la cantidad general de ahorros acumulados. Por ejemplo, los aumentos en efectivo que están teniendo lugar hoy son una respuesta a una gran caída en los mercados inmobiliario y bursátil, de numerosas considerables quiebras corporativas y de enormes pérdidas por parte de bancos y otras instituciones financieras.
 
Todo esto representa una reducción en los valores de los activos, es decir, en el valor de los ahorros acumulados. La gente acude al efectivo para evitar mayores pérdidas en sus ahorros acumulados. Por supuesto, los extendidos intentos de convertir activos que no sean efectivo en efectivo conllevan mayores declives en el valor de los ahorros acumulados, ya que la descarga de estos activos reduce su valor.
 
Los ahorros acumulados en el sistema económico han caído en varios billones de dólares y nada podría ser más increíble que el que, en medio de esto, mucha gente, incluyendo la gran mayoría de los economistas profesionales, teman el ahorro y piensen que es necesario estimular el consumo a costa del ahorro. Esta es la completa falta de comprensión económica que prevalece.
 
Podría esperarse que un grupo de gente como la mayoría de los economistas actuales, que se enorgullecen de su empirismo, de vez en cuando miraran los hechos reales del mundo en el que viven y, en medio de la pérdida de billones de dólares de ahorros acumulados, empezaran a sospechar que en realidad podría haber una necesidad de reemplazar los ahorros que se han perdido en lugar de hacer todo lo posible para impedir su reemplazo.
 

Depresiones y expansión del crédito

 
La pérdida de ahorros acumulados está en el centro del problema de las depresiones económicas. Recesiones y depresiones y las pérdidas que las acompañan son el resultado del intento de crear capital sobre la base de la expansión del crédito en lugar del ahorro. La expansión del crédito es el préstamo de nuevo dinero adicional que se crea de la nada por el sistema bancario, que actúa con el ánimo y apoyo del gobierno. El dinero así creado y prestado tiene la apariencia de ser nuevo capital adicional, pero no lo es.
 
El hecho de su apariencia como nuevo capital adicional crea una comprensión falsa y exagerada de la cantidad de capital que hay disponible para soportar la actividad económica. Como una persona que se cree que se ha hecho rica en el curso de una burbuja financiera y a quien se lleva a adoptar un nivel de vida que está más allá de sus medios reales, se lleva a las empresas a asumir aventuras que están más allá de sus medios reales.
 
Para un consumidor individual, la compra de una casa o automóvil caro con la ilusión de que es rico resulta ser una gran pérdida a la vista del hecho de que no puede realmente permitirse estas cosas y le habría ido mejor si no las hubiera comprado. De la misma manera, los proyectos de construcción de negocios, aumentos en la apertura de tiendas, adquisiciones de otras empresas y similares, se llevan a cabo bajo la ilusión de una repentina abundancia de capital disponible, resultan ser fuentes de grandes pérdidas cuando desaparece el engaño del capital adicional.
 
La expansión del crédito también alimenta una reducción artificial en la demanda de dinero para efectivo, como la que se describió unos pocos párrafos antes. La reducción en la demanda de dinero para caja se produce porque mientras continúe la expansión del crédito es posible que las empresas tomen prestado fácil y rentablemente y por tanto lleguen a creer que pueden sustituir la tenencia de efectivo real por su capacidad de tomar prestado. Los crecientes ingresos por ventas creados por el gasto del nuevo dinero adicional que se presta también animan a la tenencia de inventarios adicionales como sustitutivo del efectivo, con la convicción de que dichos inventarios pueden liquidarse fácil y rentablemente.
 
Recesiones y depresiones son el resultado de la pérdida de capital en malas inversiones y excesos de consumo que causa la expansión del crédito. Las pérdidas se compensan entonces por el aumento en la demanda de efectivo que le sigue. También pueden compensarse más con reducciones en la cantidad de dinero, como ocurriría si las pérdidas sufridas por bancos generaran pérdidas a los cuentacorrentistas bancarios. (Las cuentas corrientes son parte de la oferta monetaria, en realidad, con mucho la mayor parte. En esos casos, perderían la categoría de dinero y asumirían la de un título impagado, lo que los haría inútiles para hacer compras o pagar facturas).
 

La burbuja inmobiliaria

 
Nuestra burbuja inmobiliaria es un excelente ejemplo de las malas inversiones y el exceso de consumo causado por la expansión del crédito: tal vez hasta 2 billones de dólares o más de capital se han perdido en la construcción y financiación de casas para gente que resultó no poder pagarlas. La burbuja inmobiliaria se financió con la creación de 1,5 billones de dólares de nuevo dinero adicional en forma de cuentas corrientes creadas en beneficio de compradores de viviendas.
 
La creación de estas cuentas se basó en la disposición del Sistema de la Reserva Federal a crear todos los nuevos fondos adicionales de apoyo necesarios en forma de reservas bancarias. En los tres años 2001-2004, la Reserva Federal creó los suficientes fondos como para rebajar el tipo de interés pagado por ellos, es decir, el Tipo de Fondos Federales, por debajo del 2%. Y de julio de 2003 a junio de 2004, creó los suficientes fondos como para mantener este tipo bajo, justo al 1%. El resultado final fue una reducción sustancial en los tipos de interés de las hipotecas y por tanto en los pagos mensuales de hipotecas, que sirvieron en buena medida para aumentar la demanda de casas.
 
El gobierno también contribuyó mucho, concretamente a que los préstamos se dieran a compradores de viviendas que no merecían crédito. Lo hizo mediante sus diversos programas de garantía de préstamo, llevados a cabo por Fannie Mae, Freddie Mac y el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano y por medio incluso de la abierta extorsión, mediante la Ley de Reinversión en la Comunidad, que obligaba a los bancos a hacer suficientes préstamos de este tipo como satisficieran a los “grupos comunitarios” locales.
 
En términos físicos, el resultado de la expansión del crédito fue el paso de literalmente millones de viviendas que representaban capital para las empresas que las construyeron y los bancos y otros que las financiaron, a las manos de consumidores que no solo no habían contribuido en nada remotamente comparable a la riqueza y el capital del sistema económico, sino que tampoco tenían ninguna perspectiva realista de ser capaces de hacerlo. El resultado posterior ha sido que muchos de los constructores de estas casas están ahora arruinados, como lo están muchos de los bancos y otros inversores que financiaron la construcción y venta de dichas casas. Y como tantos prestamistas han perdido tanto dinero, las empresas que dependen de ellos para préstamos ya no pueden obtener esos préstamos y por tanto deben cerrar sus puertas y despedir a sus trabajadores.
 
El creciente problema del desempleo que estamos experimentando y la consiguiente reducción en el gasto de consumo por parte tanto de los desempleados como de quienes temer quedar desempleados es el resultado de esta pérdida de capital, no de ningún rechazo repentino y caprichoso de consumidores por gastar o de bancos por prestar. De hecho, el tipo de gasto de consumo que tanta gente quiere reavivar y animar por medio de “paquetes de estímulo”, desempeñó un papel importante en la pérdida de capital que ha tenido lugar y ahora genera desempleo y pobreza.
 
Durante el auge inmobiliario, millones de dueños de casas existentes pensaron que se estaban haciendo ricos como consecuencia del aumento en los precios de sus viviendas y que podían realmente vivir en buena medida del consiguiente aumento en el patrimonio en sus casas. Tomaron prestado sobre el aumento del patrimonio y gastaron lo obtenido. Este consumo se hizo a costa de la inversión de capital en el sistema económico, que por ello se ha hecho equivalentemente más pobre. Y cuando se desplomaron los precios de las viviendas y cayeron por debajo de las agrandadas deudas hipotecarias que se habían firmado, el efecto fue añadirse a las pérdidas sufridas por los prestamistas. Fue así en la medida en que esos propietarios de viviendas consumidores de patrimonio salieron posteriormente de sus casas, dejando a sus acreedores la pérdida por la disminución en el precio de las viviendas.
 

Ignorancia y ceguera keynesianas

 
La inmensa mayoría de la gente, incluyendo, por supuesto, a la mayoría de los economistas profesionales, ignoran la verdadera naturaleza y causa de nuestra crisis financiera. Esto es porque ignoran el papel del capital en el sistema económico. Son todos keynesianos. (Incluso de Milton Friedman, el supuesto archidefensor del capitalismo, se dice que dijo: “Todos somos ahora keynesianos”).
 
Pero como dijo apropiadamente von Mises: “La esencia del keynesianismo es su completo fracaso en concebir el papel que desempeñan el ahorro y la acumulación de capital en la mejora de las condiciones económicas”. (Planning for Freedom, 4ª ed., p. 207. Cursivas originales). A los ojos de Keynes y sus incontables seguidores, la actividad económica empieza y termina en el consumo.
 
La gente sostiene tan profundamente la opinión de que el consumo es todo que les ciega ante hechos evidentes. Así, la crisis actual ha estado en marcha al menos desde finales de la primavera de 2007, cuando se produjo el repentino colapso de dos grandes fondos de inversión de Bear Stearns. A esto le siguió entre junio de 2007 y agosto de 2008 una cadena continua de quiebras de empresas de tamaño importante y bastante conocidas, como Aloha Airlines, Levitz, Furniture, Wickes Furniture, Mervyns Department Stores, Linens N’ Things, IndyMac Bank y la propia Bear Stearns. La lista incluye una corrida real de un gran banco (Northern Rock, en Gran Bretaña) en septiembre de 2007, probablemente la primera de este tipo desde la década de 1930.
 
Las quiebras financieras llegaron al punto de la crisis en septiembre de 2008, con el colapso de grandes empresas como American International Group (AIG), Lehman Brothers y el Halifax Bank of Scotland. A estas les siguieron las bancarrotas de Fannie Mae y Freddie Mac, los dos prestamistas gigantescos de hipotecas patrocinados por el gobierno que habían abierto el camino al garantizar hipotecas subprime a prestamistas que no podían devolverlas.
 
Aun así, en septiembre de 2008 la tasa de desempleo en Estados Unidos todavía no era mayor del 6,2% y a mediados del mes el Índice Industrial Dow Jones seguía muy por encima de los 11.000.
 
Todo esto confirma que la crisis no se originó por ningún rechazo repentino de consumidores a consumir o a ningún repunte del desempleo. En la medida en que el desempleo está creciendo y el consumo está disminuyendo, son ambos consecuencia de la pérdida de capital en la economía. La pérdida de capital es lo que produjo una reducción en la disponibilidad del crédito y una ampliación en la ola de quiebras, que a su vez que ocasionado un desempleo creciente y una disminución en la capacidad y voluntad de la gente en consumir. El desplome en los precios de la vivienda y el más reciente colapso en la bolsa han contribuido también a declive del consumo y probablemente en grado aún mayor, al menos hasta ahora. Ambos eventos son también un aspecto de la pérdida de capital y ahorro acumulado.
 

Qué necesita la recuperación económica

 
Lo que implica toda la explicación precedente es que la recuperación económica necesita que el sistema económico reconstruya sus existencias de capital y que , para poder hacerlo, tiene que dedicarse a un mayor ahorro en relación con el consumo. Esto es lo que ayudará a restaurar la oferta de crédito y así ayudará a acabar con las quiebras financieras basadas en una falta de crédito.
 
La recuperación también requiere libertad de salarios y que los precios bajen, de forma que la oferta de capital y crédito actualmente reducida sea capaz de soportar un mayor volumen de empleo y producción, como expliqué en “La caída de los precios es el antídoto de la deflación”, que fue mi primer artículo en esta serie. La recuperación se logrará con la combinación de más ahorro, capital y crédito junto con salarios, costes y precios más bajos.
 
Además, la recuperación requiere la rápida liquidación de todas las inversiones insensatas. Si los prestatarios no pueden cumplir con sus obligaciones contractuales de pagar principal e intereses, los activos implicados han de venderse y lo obtenido entregarse a los prestamistas tan rápido como sea posible, para poner fin a más pérdidas y por tanto salvar tanto capital de la debacle como sea posible.
En la situación actual de extendida parálisis financiera, empresas e individuos pueden caer en la quiebra porque son incapaces de conseguir las sumas que les deben sus deudores. Así, por ejemplo, la quiebra de prestamistas hipotecarios se vería aliviada, si no evitada completamente en algunos casos, si los tomadores de hipotecas que no pudieran pagar sus propiedades perdieran rápidamente sus casas, con lo obtenido entregado rápidamente a los prestamistas.
 
De esta manera, los prestamistas tendrían al menos aquellos fondos disponibles para atender sus obligaciones y así podrían evitar su propia quiebra; en todo caso, sus acreedores estarían mejor. Al ayudar a restaurar el capital de los prestamistas o lo que se convertirá en el capital de los acreedores de los prestamistas, las ejecuciones rápidas servirían para restaurar la capacidad de originar nuevos préstamos.
 
La recuperación necesita el fin de la simulación financiera. Hay bancos que no quieren ver la liquidación de varios tipos de activos que poseen, especialmente la “obligaciones de deuda colateralizada” (CDO, por sus siglas en inglés). Son valores emitidos contra grupos de otros valores, que a su vez se emitieron contra grupos de hipotecas, un número indeterminado de las cuales están en mora o probablemente lo estén. Los precios presumiblemente bajos que esos valores traerían al mercado probablemente sirvan para revelar la presencia de tan poco capital por parte de muchos bancos que los pondrían de inmediato en bancarrota. Para evitarlo, los bancos quieren impedir que se descubra el valor real de esos valores. Al mismo tiempo, quieren que los acreedores confíen en ellos. Pero antes de que pueda establecerse confianza, debe establecerse el valor real del mercado de los activos de los bancos, aunque sirva para quebrar muchos de ellos. La seguridad de sus depósitos puede conseguirse sin que los propietarios actuales de los bancos continúen en ese papel.
 
Cuando se hayan cumplido estos diversos requisitos y llegue a su fin el proceso de contracción financiera, se restaurará la rentabilidad de la inversión empresarial y la recuperación estará a la vista.
 

La naturaleza de los paquetes de estímulo

 
Como se ha demostrado antes, la recuperación económica requiere mayor ahorro y acumulación de capital fresco, para cubrir las pérdidas causadas por la expansión del crédito y las malas inversiones y el exceso de consumo que la siguen. Aun así, la imposición de “paquetes de estímulo” genera más pérdidas de capital. Los keynesianos no solo no lo saben, sino que no les importaría si lo supieran.
 
Debido a su ignorancia del papel del capital en el sistema económico y su incapacidad resultante para ver siquiera la evidencia más clara que lo sugiera, los keynesianos no pueden concebir ninguna causa de una recesión o depresión que no sea una insuficiencia de consumo, ni ningún remedio que no se a un aumento en el consumo. Esta es la base de sus reclamaciones de “paquetes de estímulo” de un tipo u otro.
 
Suponen que el sistema económico siempre tiene suficiente capital, de hecho que corre el peligro de tener demasiado capital, y que el problema es sencillamente poner en uso el capital que tiene. La forma en que se hace, creen, es hacer que la gente consuma. El consumo adicional será el “estímulo” para producción nueva y adicional. Cuando la gente consume, los productos de la producción pasada desaparecen de las estanterías y las tiendas. Estos productos, creen los keynesianos, requieren ahora reemplazo. Por tanto, las tiendas ordenarán suministros de reemplazo y los fabricantes se dedicarán a producirlos y así el sistema económico estará de nuevo operando y se logrará la recuperación, siempre que el “estímulo” sea lo suficientemente grande.
 
El significado esencial de un “paquete de estímulo” es la financiación pública del consumo, de hecho cualquier consumo, por cualquiera, para casi cualquier fin, con la convicción de que esto causará un aumento en el empleo y la producción como medio de reemplazar los que se consuma. A pesar de hablar de evitar el gasto derrochador y tener “cuidado con el dinero de los contribuyentes”, la verdad es que, desde el punto de vista de los defensores del estímulo económico, cuando más grande y derrochador sea el proyecto, mejor.
 
Esto quedó brillantemente claro hace muchos años por Henry Hazlitt, que eligió el ejemplo del gasto público en un puente. Una cosa, demostraba Hazlitt, es que el gobierno construya un puente porque sea necesario para facilitar el tráfico. Otra cosa muy diferente, apuntaba, es que el gobierno construya el puente para promover el empleo. En el primer caso, el gobierno quiere el mejor puente con el coste más bajo posible, lo que implica el empleo de los menos trabajadores posibles, tanto en la construcción del puente como en la producción de cualquiera de los materiales que lo componen.
 
En el segundo caso, el de estimular el empleo, el gobierno quiere un puente que requiera tantos trabajadores como sea posible, pues el empleo es su propósito real. Cuanto mayor sea el número de trabajadores empleados, por supuesto, mayor debe ser el coste del puente.
 
De hecho, nadie podría ser más claro o explícito respecto de la naturaleza de la “política fiscal” del gobierno que el propio Keynes, que declaraba (en la p. 129 de su Teoría general) que “La construcción de pirámides, los terremotos, incluso las guerras pueden servir para aumentar la riqueza, si la educación de nuestros estadistas sobre los principios de la economía clásica se interponen en el camino hacia algo mejor”.
 
Actos de pura destrucción, como guerras y desastres naturales, a Keynes y sus seguidores les parecen beneficiosos por la misma razón que el “estímulo” del consumo financiado por el gobierno les parece beneficioso. Porque también crean una necesidad de reemplazo y por tanto supuestamente generan un aumento en el empleo y la producción. Esta opinión está tan extendida que se puede escuchar a menudo a gente expresando abiertamente opiniones favorables acerca de los supuestos beneficios económicos de cosas como terremotos, huracanes e incluso guerras.
 

Los paquetes de estímulo significan más pérdida de capital

 
A pesar del hecho de que lo que necesita el sistema económico para recuperarse es ahorro y acumulación de nuevo capital para reemplazar en lo posible el capital que se ha perdido, el efecto de los paquetes de estímulo es reducir más la oferta de capital y por tanto empeorar la recesión o depresión.
 
La razón por la que los paquetes de estímulo causan más pérdida de capital es el consumo de riqueza previamente producida. Esta riqueza es parte del capital de las empresas que la poseen. Los programas de estímulo ofrecen dinero a cambio de esta riqueza y capital. Pero el dinero que ofrecen no proviene de la producción de ninguna riqueza comparable por parte del gobierno ni de aquellos a los que da el dinero, riqueza que ha tenido que producirse y venderse y por tanto ponerse en el sistema económico antes de la entrega que ahora tiene lugar. El punto de partida del gobierno y sus dependencias es un acto de consumo, que significa un gasto, una pérdida de riqueza previamente existente en forma de capital.
 
Lo defensores de los paquetes de estímulo miran a la nueva producción que se necesita para reemplazar la riqueza que se ha consumido. Requerirá el trabajo de mano de obra adicional. Les gusta en la medida en que se materialice esta nueva producción y el empleo adicional. Creen que en ese momento se ha logrado su misión. Han tenido éxito en generar nueva actividad económica adicional, nuevo empleo adicional. El único defecto de una política así, creen, es que puede no aplicarse a una escala suficientemente grande.
 
Por desgracia hay algo que han olvidado. Y es el hecho de que cualquier nueva producción y empleo que resulte es incapaz por sí mismos de reemplazar el capital que se consumió en iniciar el proceso. La razón para esto es que toda producción, incluyendo cualquier nueva producción adicional que aparezca por los paquetes de estímulo, conlleva ella misma consumo. Y este consumo tiende a ser como mínimo aproximado a la nueva producción y, de hecho, es capaz de igualarlo o incluso excederlo.
 
Así, por ejemplo, empezamos con la compra y consumo de un nuevo televisor realizada por alguien que no ha producido ni vendido previamente nada de valor monetario equivalente que proporcionara los fondos para su compra actual de dicho televisor. En este caso, lo que tenemos es un televisor tomado del capital de sistema económico y puesto en las manos de un consumidor no productor.
 
Podemos suponer, para seguir la argumentación, que el vendedor del televisor ordenará al mayorista otro para reemplazarlo y que el mayorista a su vez ordenará al fabricante otro para reemplazarlo. Podemos suponer también que el fabricante producirá ahora un nuevo televisor para reemplazar el que vende de su inventario al mayorista.
 
La producción del televisor de reemplazo conlleva el uso de materiales y componentes y parte de la vida útil de la fábrica y equipos requeridos. También tienen lugar usos de dichos bienes de capital por parte del vendedor y el mayorista y en el transporte del televisor.
 
Es muy importante que cualquier trabajador nuevo o adicional que pueda ser empleado (precisamente el objetivo de toda la operación) en producir un nuevo televisor o en trasladar un televisor mediante los canales de distribución debe recibir un salario que luego consumirá. Los bienes que reciben estos trabajadores cuando gastan sus salarios suponen un mayor agotamiento de inventarios, por parte de todos los vendedores con los que trate. Además, las diversas empresas implicadas tienen beneficios adicionales, o al menos pérdidas disminuidas, como consecuencia de diversas compras adicionales. Esto permite a sus propietarios consumir más y probablemente genere el pago de impuestos adicionales, que consume el gobierno.
 
Incluso cualquier amortización que se produzca en las diversas etapas del reemplazo del televisor probablemente se consuma. Esto es porque en el contexto de una recesión o depresión, los inversores temen las pérdidas se invierten en negocios privados y por tanto prefieren invertir en títulos públicos a corto plazo, como letras del tesoro, que consideran mucho más seguras. Pero cuando se usan amortizaciones para comprar títulos del tesoro, acaban financiando el consumo en lugar del reemplazo de capital. Esto pasa porque el Tesoro usa los ingresos de la venta de sus títulos para financiar nada más que consumo, ya sea del propio gobierno o de los individuos privados a quienes el gobierno da dinero.
 
Lo que pasa aquí es que cualquier reemplazo de un bien consumido por un no productor conlleva un consumo adicional muy importante de inventarios y la vida útil de la fábrica y equipos de las empresas. Lo mismo es evidentemente cierto en el reemplazo de bienes que simplemente se han destruido, ya sea por guerra o por cualquier acción de la naturaleza.
 
No importa lo mucho que pueda continuar el proceso de gasto y regasto de los fondos introducidos en el sistema económico por un paquete de estímulo, no importa cuántos casos de producción de reemplazo puedan seguir a la compra y consumo de nuestro hipotético televisor o cualquier otro bien, la pérdida inicial del capital necesario nunca puede recuperarse.
 
Esto pasa porque cada acción de producción de reemplazo viene acompañada por su correspondiente consumo adicional. Así que los actos iniciales de consumo (o destrucción) de riqueza y capital pueden estar seguidos por 10 o 100 acciones de producción subsiguiente, cada una llevada a cabo para reemplazar los bienes usados antes. Pero si cada una de estas acciones subsiguientes de producción está acompañada por nuevo consumo que equivalga a este, el efecto neto sigue siendo una acción de consumo. Como consecuencia, se reduce la oferta de capital. Pues lo que está siempre presente son X casos de producción que siguen respectivamente a X+1 casos de consumo.
 
Pero ha habido países que han sufrido enormes pérdidas de capital y aun así consiguieron recuperarse y llegar a nuevos niveles de riqueza y prosperidad. Alemania y Japón en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial quizá sean los mejores ejemplos de ello.
 
Lo que les permitió recuperarse no fueron más acciones de consumo, ni “paquetes de estímulo” de ningún tipo, sino aumentos en la producción por encima (muy por encima) de los aumentos en el consumo. Es decir, fue un proceso de ahorro y acumulación de capital el que hizo posible su recuperación. De media, la gente en esos países, en esos años, ahorró y reinvirtió una gran parte de su renta, a menudo por encima del 25%.
 
Es posible, pero altamente improbable, que la producción de reemplazo inducida por un consumo/destrucción de riqueza pueda conllevar parte de dicho nuevo ahorro. Si ronda tras ronda de producción de reemplazo se viera de hecho acompañada por dicho ahorro, puede que al final la pérdida original de capital hubiera sido buena. Pero eso solo pasaría si dichos ahorros no se compensaran por nuevos actos de “estímulo” u otras políticas que desperdician o destruyen capital.
 
Sin embargo, como digo, un resultado así es altamente improbable. Aunque solo fuera por eso, porque, como ya he apuntado, los paquetes de estímulo tienen lugar en un entorno en el que los inversores temen invertir en empresas privadas. Como consecuencia, no solo usan los nuevos ahorros adicionales que puedan conseguir, para el fin de comprar títulos “seguros” del tesoro, sino también incluso fondos que ganen que hagan falta para el reemplazo de bienes de capital. De esta manera, los ahorros se desvían hacia el consumo en lugar de hacia la acumulación de capital.
 
(Es paradójico que aunque, si ocurriera esto y no se desviara al consumo, dicho ahorro podría mitigar los efectos de un paquete de estímulo, esto sea atacado por socavar el proceso recuperación. Así, por ejemplo, Paul Krugman, el premio Nobel de economía 2008, escribe: “Entretanto, está claro que, en lo que respecta al estímulo económico, el gasto público saca mucho más provecho que los recortes fiscales (…) porque una gran porción de cualquier recorte fiscal simplemente se ahorrará” (New York Times, 26 de enero de 2009, p. A23).
 
Además del desvío hacia el consumo de ese nuevo ahorro que podría producirse como consecuencia del “estímulo”, está el hecho de que el origen de dicho ahorro, es decir, el producto neto producido, probablemente se vea muy disminuido. El producto neto es el exceso del producto producido sobre los bienes de capital usados para producirlo. Es lo que queda disponible para el consumo o el ahorro de los salarios, beneficios y rentas de intereses actuales.
 
El producto neto disminuye en la medida en que se hace que la producción tenga lugar de acuerdo con métodos que requieren el empleo de bienes innecesarios de capital por unidad de producto. La legislación medioambiental y de seguridad de los productos de consumo proporciona numerosos ejemplos de este tipo.
 
Por ejemplo, exigir a estaciones de servicio, lavanderías y muchos otros tipos de negocios aumentar sustancialmente sus inversiones de capital simplemente para aplacar los miedos en buena parte sin sentido del movimiento ecologista. Igualmente, requerir aspectos de seguridad en automóviles, lavavajillas, mostradores, máquinas de hielo, escaleras de mano e incontables otros bienes (características que el mercado no juzga que merezcan lo que cuestan) se añaden a los costes de materiales y componentes que entran en la producción de productos sin aumentar el valor percibido de los mismos. En ambos casos, el resultado es un mayor consumo de bienes de capital, pero ningún aumento en la producción y por tanto una reducción en el tamaño del producto neto producido y por tanto en la capacidad de dedicarse al ahorro de la renta actual.
 
Como se indicaba antes en este artículo, el efecto de la desacumulación de capital, ya sea causada por paquetes de estímulo o por cualquier otra cosa, es una reducción en la capacidad del sistema económico para producir, para emplear mano de obra y para proporcionar crédito, pues cada una de estas cosas requiere capital. La capacidad reducida de producir y emplear mano de obra puede no ser visible en medio de desempleo masivo. Pero se hará visible cuando empiece la recuperación económica. En ese momento, el sistema económico será menos capaz de lo que habría sido en caso contrario, debido a la reducción en su oferta de capital. Los salarios reales y el nivel general de vida serán menores de los que habrían sido en otro caso. Y en todo el proceso, la capacidad de conceder crédito será menor de la que habría sido en otro caso.
 

Los paquetes de estímulo son una sangría para el resto del sistema económico

 
A pesar de que los paquetes de estímulo puedan ser capaces de generar actividad económica adicional, no pueden lograr ningún tipo de recuperación económica con sentido. Su efecto real es la creación de un sistema de bienestar público disfrazado de trabajo. Eso es por naturaleza emplear a gente no por los productos que produzca, sino hacerlos producir cosas para poder emplearla.
 
Pero los paquetes de estímulo son mucho más costosos que el simple bienestar. Además de la prestación del paro que permite vivir a los desempleados, los paquetes de estímulo añaden el coste de los materiales y equipos que usan los trabajadores para producir los productos pretendidos.
 
El trabajo creado por los paquetes de estímulo es un trabajo fingido que se lleva a cabo a costa del resto del sistema económico. Toma productos y servicios producidos en el resto del sistema económico y devuelve al resto del sistema económico poco o nada en forma de bienes o servicios que constituyan valor o pago de ningún tipo. En otras palabras, los paquetes de estímulo y el trabajo innecesario que crean causa que la gran mayoría del resto de la gente sea más pobre. Ya he demostrado cómo causan que tengan menos capital. Brevemente, demostraré cómo también hacen que consuma menos. (Para un desarrollo de este punto, por favor la próxima publicación de mi artículo “Who Pays for ‘Full Employment’?”)
 

Aumentar los precios en medio de un desempleo masivo

 
Si va a lograrse la recuperación económica, lo primero que debe hacerse es acabar con los “paquetes de estímulo” y deshacer en todo lo posible cualquiera que esté en marcha. Esto es porque su efecto es empeorar el problema de la pérdida de capital que es la causa subyacente de la crisis económica en primer lugar.
 
Por desgracia, no es probable que se acaben. Si se implantan, especialmente a la escala ya aprobada por el Congreso, el efecto será una desacumulación de capital hasta el punto en que la escasez de bienes de capital, incluyendo inventarios de bines de consumo en propiedad de empresas, empiece a elevar los precios.
 
Los altos precios de los bienes de consumo no se generarán solo por la escasez de bienes de consumo (que, por supuesto, son bienes de capital mientras estén en manos de empresas), sino asimismo por escasez de bienes de capital más adelante en el proceso de producción. Así que una escasez de planchas de acero no solo aumentará el precio de las planchas de acero, sino que se trasladará al precio de los automóviles a través del mayor coste de fabricar automóviles que resulta del aumento en el precio de las planchas de acero. Igualmente, una escasez de mena de hierro se trasladará al precio de las planchas de acero, que, de nuevo, se trasladará al precio de los automóviles. Y, por supuesto, el patrón será el mismo a lo largo del sistema económico, en casos ulteriores como el petróleo y los productos petrolíferos, el algodón y los productos del algodón, el trigo y los productos del trigo y así sucesivamente.
 
Un aumento en los precios de los bienes de consumo es capaz de detener una mayor desacumulación derivada de los paquetes de estímulo. Cuando se llega al punto de que los fondos adicionales gastados en bienes de consumo sirven simplemente para aumentar sus precios, no se venden cantidades adicionales de los mismos. Se venden las mismas cantidades a precios superiores. Esto acaba con la desacumulación de inventarios. A partir de este punto, los compradores que obtengan sus fondos del gobierno consumen a costa de gente que se ha ganado su renta pero ahora obtiene menos de ella.
 
Una vez los inventarios se hacen escasos en relación con el gasto en bienes, todos los fondos que el gobierno ha estado enviando al sistema económico se convierten en capaces de generar un gran aumento en los precios. Este aumento en los precios puede tener lugar incluso en medio de un desempleo masivo. Esto ocurre porque la abundancia de trabajadores desempleados no hace nada por mitigar la escasez de bienes de capital que se ha producido como resultado de los intentos de estimular el empleo.
 
Aunque los precios en aumento pueden privar a los paquetes de estímulo de la capacidad de causar más desacumulación de capital, la inflación de la oferta monetaria por el gobierno genera una continua desacumulación de capital. En buena parte, esto ocurre como resultado del hecho de que el gasto adicional resultante de una mayor oferta monetaria aumenta los ingresos empresariales de las ventas inmediatamente al aumentar los costes empresariales solo con cierto retraso. Mientras continúa, los beneficios aumentan artificialmente.
 
A pesar del hecho de que todos o la mayoría de los beneficios adicionales pueden necesitarse simplemente para reemplazar activos a precios superiores, los beneficios adicionales se gravan como si fueran genuinas ganancias. Esto dificulta la capacidad de las empresas de reemplazar sus activos. Las consecuencias destructivas de este fenómeno pueden verse en la transformación de lo que una vez fue el corazón industrial de Estados Unidos en el “cinturón oxidado” [“rustbelt”].
 
Al mismo tiempo, a lo largo del sistema económico, empezando mucho antes de los paquetes actuales de estímulo y continuando junto a ellos, los déficits públicos, un año sí y otro también, hacen su obra de destrucción. Causan un constante desvío al consumo no solo de una parte considerable de cualquier ahorro que pueda hacerse con la renta, pero también dan subvenciones de reemplazo para el uso de fábricas y equipos y todos los demás activos fijos. Generaciones de déficits presupuestarios públicos han absorbido billones de dólares de lo que habrían sido fondos de capital y han avanzado mucho en convertir a Estados Unidos en un vertedero industrial.
 
Acudir ciegamente a masivos “paquetes de estímulo” es la culminación de generaciones de ignorancia económica transmitida de profesor a alumno disfrazada de pensamiento avanzado y revolucionario: la “revolución keynesiana”. La acelerada destrucción de nuestro sistema económico que estamos experimentando ahora es el producto de una previa destrucción del pensamiento económico. Todo nuestro establishment intelectual ha sido víctima (víctima dispuesta) de un masivo trabajo de engaño intelectual bajo el nombre de “keynesianismo”. Y ahora estamos pagando las consecuencias.
 
Digo víctimas dispuestas de un trabajo de engaño intelectual. Qué otra descripción puede haber de quienes están dispuestos a alabar como un genio al hombre que dijo “La construcción de pirámides, los terremotos, incluso las guerras pueden servir para aumentar la riqueza”.
 
Solo unos pocos valientes (los más notables fueron Ludwig von Mises y Henry Hazlitt) se mantuvieron alejados de esta locura y, por hacerlo, se convirtieron en parias intelectuales. Pero está llegando el momento en que quedará claro para todos los que piensen que son ellos los que han tenido la última palabra.

Publicado el 25 de febrero de 2009. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.


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