Autor: George Reisman
Ahorro es el uso de beneficios o ingresos por parte de un individuo o una empresa para fines distintos del gasto en bienes (o servicios) de consumo. Es el beneficio o ingreso que no se consume.
Como lo que se ahorra no lo gasta el ahorrador en consumo, ha crecido la falacia popular de que ahorro es sinónimo de atesoramiento (es decir, retención de dinero a la manera de un avaro). Esta falacia no es difícil de entender cuando la comete gente con poca formación, que no sabe de estos asuntos más allá de lo que le dicta su propia experiencia. La mayoría de ellos son asalariados, que normalmente no tienen personalmente otro tipo de gastos que los gastos de consumo. Al faltarles un conocimiento más amplio, les es fácil considerar al gasto de consumo como único gasto y así concluir que lo que no se gasta en consumo sencillamente no se gasta. Pero la falacia también prevalece en la prensa, que persiste en igualar el incremento en la tasa de ahorro con el decrecimiento en el gasto en bienes. Por ejemplo, siempre que se informa de que se ha producido un incremento en la tasa de ahorro, la prensa concluye que el efecto debe ser como mínimo una rebaja en la confianza económica.
Y lo que es aún peor, la falacia de que ahorrar es atesorar prevalece entre los economistas profesionales (notablemente entre los keynesianos y neokeynesianos), que habitualmente describen el ahorro como una “fuga” de la “corriente del gasto”. Son estos economistas quienes han enseñado a periodistas esta falacia.
De hecho, ha sido tan completa la división intelectual del ahorro y el gasto que, durante muchas décadas, se ha enseñado sistemáticamente en las aulas universitarias no sólo que lo que se ahorra simplemente desaparece del gasto y deprime la economía, sino también que lo que se invierte no viene virtualmente de ningún sitio y estimula financieramente la economía. Es un estado de confusión que sería comparable a creer que las semillas que siembra un agricultor sencillamente desaparecen y que la cosecha que aparece después no viene de ninguna parte. Ese estado de confusión es el corolario de creer que ahorro es atesoramiento. Si se entiende que la inversión proviene del ahorro, habría que reconocer nada menos que el ahorro se dirige a la inversión, que ambos son simplemente dos aspectos diferentes del mismo fenómeno. En ese caso, no se entendería el ahorro como depresor ni la inversión como estimuladora.
La doctrina del atesoramiento como ejemplo de la falacia de la composición
Debería tenerse en cuenta que mientras que cualquier individuo podría ahorrar acumulando lo ahorrado a sus existencias de efectivo (es decir, “atesorando”), no es posible que el sistema económico como un todo lo haga. En realidad, la creencia de que el sistema económico como un todo pueda ahorrar mediante atesoramiento es un ejemplo de la falacia de la composición, la misma falacia que aparece en relación con la creencia de que no sólo una industria individual o un grupo de industrias puede sobreproducir, sino que también el sistema económico como un todo puede sobreproducir.
La razón de que un individuo pueda ahorrar atesorando efectivo, pero el sistema económico como un todo no, es que sea cual sea el efectivo que un individuo añada a sus existencias, otro individuo tendrá que sustraerlas de las suyas. Si por ejemplo vendo mis bienes por 1.000 dólares y decido retener esa suma en forma de efectivo, es cierto que aumento mi ahorro en efectivo en 1.000 dólares. Pero en el mismo periodo los individuos a quienes he vendido mis bienes han tenido que reducir sus existencias de efectivo y por tanto sus ahorros en forma de efectivo, por ese mismo total de 1.000 dólares. Tengo 1.000 dólares más en forma de efectivo, pero ellos tienen 1.000 dólares menos en forma de efectivo. Al sumar no sólo mi posición sino asimismo la suya, resulta que en el sistema económico como un todo no hay incremento alguno en los ahorros en forma de existencia de efectivo. Lo que algunos individuos ahorran añadiéndolo a sus existencias de efectivo otros individuos lo tienen que desahorrar.
La situación de los estudiantes en un aula ofrece un estupendo ejemplo de esta proposición. En un momento dado, los miembros de la clase tienen una cierta cantidad de efectivo en su poder. Si se cerraran con llave las puertas de la clase y ésta se convirtiera en un “sistema económico cerrado” durante una hora o algo así, con todos sus miembros realizando algún tipo de producción y comparando y vendiéndose entre sí, cualquier estudiante concreto podría incrementar sus ahorros añadiéndolos a su existencia de efectivo durante ese plazo de tiempo. Pero, en ese caso, el resto de la clase debe disminuir sus ahorros en forma de existencia de efectivo hasta exactamente la misma cantidad. No hay manera de que la clase como un todo pueda incrementar sus ahorros aumentando sus existencias de efectivo.
De aquí se deduce que, si no hubiera ahorro en el sistema económico como un todo (es decir, un incremento en los ahorros de algunos o todos los miembros del sistema económico que no se compense con el decrecimiento de los ahorros de otros miembros del sistema económico), la única manera de que se produzca es en forma de un incremento en activos distintos del efectivo. El incremento de los ahorros en el sistema económico como un todo debe tomar la forma de aumento de bienes de capital, como factorías, equipos o inventarios.
La única excepción al principio de que el sistema económico no puede ahorrar mediante el añadido a sus existencias de efectivo, es hasta ahora el incremento de la cantidad de dinero. Si durante un periodo de tiempo la cantidad de dinero en el sistema económico se incrementa, entonces, en esa proporción, puede haber un aumento en la existencia de efectivo que no implique una disminución equivalente en la existencia de efectivo de otros. Pero ésta es la única excepción y es obvio que no reduce el gasto. Más aún, es innegable que el nuevo dinero adicional debe añadirse a las existencias de efectivo de alguien y que de esa forma constituirá parte de sus ahorros.
Publicado originalmente el 17 de octubre de 2006. Traducido del inglés y adaptado para liberalismo.org por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
Este artículo es una adaptación de las páginas 691-693 del libro del autor Capitalism: A Treatise on Economics (Ottawa, Illinois: Jameson Books, 1996). © 2006, de George Reisman para este artículo. Se autoriza la reproducción y distribución electrónica e impresa, salvo como parte de un libro, y con la obligación de mencionar la web del autor,http://www.capitalism.net/. (Se requiere notificación por correo electrónico al autor). Todos los demás derechos reservados.
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