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viernes, 24 de abril de 2015

‘Skyscraper curse’, el original indicador que anticipa una nueva crisis

      En 2014 cerca de cien edificios de más de doscientos metros de altitud se finalizaron a lo largo de sus doce meses, más que nunca antes en la historia. Para algunos, preludio de inevitable crisis

Miren el gráfico con el que arranca este post. Pone de manifiesto cómo las inauguraciones de rascacielos emblemáticos tienden a coincidir en el tiempo con periodos de crisis, bien en avanzado curso de evolución, bien en fase de gestación en función de la mayor o menor dilación en el plazo de construcción del inmueble.
 
Dicha correlación fue identificada por primera vez en 1999 por Andrew Lawrence, analista que fuera del ya extinto banco de inversión Dresdner Kleinwort Benson. La denominó ‘skyscraper curse’ y la justificó con base en la euforia propia de los momentos de bonanza. La creencia de que lo excepcional puede llegar a convertirse en estructural lleva a los agentes económicos a tomar decisiones irracionales como, por ejemplo, levantar edificios extraordinariamente caros en su ejecución e imposibles en su rentabilización, basados las más de las veces en el ego del país o la persona que los impulsa.
 
Una vez que el ciclo se impone sobre la errada creencia colectiva, quedan como imagen de lo que fue y tardará en volver por más que su carácter representativo y el interés por estar en ellos que suscitan siga vigente.
 
Pues bien, ¿a qué viene todo esto?
 
Resulta que 2014 ha sido un año récord en cuanto a la terminación de rascacielos se refiere. Según cuenta ‘Free Exchange’ en The Economist, cerca de cien edificios de más de doscientos metros de altitud se finalizaron a lo largo de sus doce meses, más que nunca antes en la historia. Para que puedan tener una referencia, las Cuatro Torres de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid oscilan entre los 230 y los 250 metros, mientras que el Hotel Arts o la Torre Mapfre de Barcelona están en 154, nivel similar al de la Torre Picasso del Complejo Azca madrileño.
 
Una locura que no cesa.
 
2015 ha visto el alumbramiento de la Shanghai Tower, 632 metros que la convierten en el bloque de oficinas de mayor altura en China y en el segundo del mundo tras el Burj Khalifa de Emiratos (828). Para 2019 se espera que Arabia Saudita finalice la Kingdom Tower, que medirá más de 1.000 metros (casi dos veces el nuevo World Trade Center, el edificio más alto de Estados Unidos). Para que se hagan una idea 22 de los 30 mayores rascacielos del mundo están en la económicamente cuestionada China y en los distintos reinos petroleros de la Península Arábiga, a los que afecta de manera particular la crisis en el precio del crudo. Si damos por buena la teoría de Lawrence, pinta mal la cosa para ambas regiones.
 
Recientes estudios a los que alude el semanario británico tratan de desmontar esta relación entre boom de la construcción en vertical y situaciones de crisis financiera en sus lugares de ubicación. Su desarrollo respondería a criterios racionales ligados a oferta y demanda más que a excesos extemporáneos o capricho de sus impulsores. Sin embargo, si a pequeña escala el ejemplo español sirviera de algo, los desmanes del periodo de gestación de la burbuja, tanto con dinero público como privado, pondrían de manifiesto una causalidad que va más allá de la mera estadística.
¿O no?

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