Un cambio de modelo productivo implica un cambio en las empresas. Me pongo en el lugar del empresario y lo imagino diciéndose algo como: "De acuerdo, pero yo ¿qué tengo que hacer?"
Desde hace tiempo se escucha y se lee casi a diario sobre la supuesta necesidad que tiene España de 'cambiar su modelo productivo'. Sin embargo, no está claro lo que eso significa. Para unos se trata de 'reindustrializar'. Para otros, la clave es aumentar el valor añadido mediante incentivos al I+D+i. Algunos señalan que el 'cambio de modelo productivo' pasa por agrandar el peso en la economía de las actividades 'verdes'. Otros más contraponen una abyecta 'especulación financiera' a una idílica 'economía productiva'. En general, quienes abogan por este cambio se refieren con desdén al turismo y la hostelería. Yo pienso que se trata de algo demasiado etéreo como para tener relevancia práctica.
Un cambio de modelo productivo implica un cambio en las empresas, que son las que producen. Me pongo en el lugar del empresario que escucha este debate y lo imagino diciéndose algo como: "De acuerdo, hay que cambiar el modelo productivo, pero ¿yo qué tengo que hacer?". Mi respuesta es que nada distinto de lo que ya hace. Las empresas van por delante del debate periodístico y académico. Todos los días intentan satisfacer a sus clientes, conseguir otros nuevos, defenderse de sus competidores, mantener los costes controlados y obtener una rentabilidad adecuada. El cambio en las empresas prósperas es y debe ser continuo. El debate sobre el 'modelo productivo' les es extraño.
Las empresas españolas han sabido adaptarse al entorno. El 'boom exportador' (nunca antes las exportaciones tuvieron un peso en el PIB tan grande como ahora) es un ejemplo de ello. El liderazgo global de empresas españolas en diversos sectores (telecomunicaciones, banca, construcción, ingeniería, indumentaria, alimentos, etc.) y el éxito individual en campos tan variados como la cocina o el cine muestran que el sector privado español no carece de talento, ni de capacidad de reacción, ni de creatividad.
El peso en el PIB de los distintos sectores económicos está determinado por muchas razones. Solo un ejemplo: si España es el tercer país del mundo con mayor número de lugares declarados Patrimonio de la Humanidad, si tiene el privilegio de las Islas Canarias (con buen tiempo todo el año) y además las mejores playas de Europa, es razonable que el sector turístico tenga un peso mayor que en otros países. No tenemos petróleo, pero somos una potencia turística. Oponerse a ello no sería un síntoma de progreso ni modernidad sino de torpeza.
Los desequilibrios acumulados por la economía española fueron responsabilidad del sector público. Si se da una amplia ventaja fiscal a la compra de vivienda, es lógico que la gente las compre. Si además se multiplica por cuatro la licitación oficial (como ocurrió entre 1997 y 2006), es lógico que el sector de la construcción se expanda. Si se penaliza el crecimiento con un tipo mayor en el Impuesto de Sociedades, es lógico que muchas empresas hayan preferido no crecer. Si se exigen provisiones insuficientes y no se supervisa con diligencia, es lógico que el sector financiero haya ido más allá de lo deseable en la concesión de créditos (en especial en el caso de las cajas de ahorro con una gestión politizada).
Si además de todo esto tenemos en cuenta que la respuesta del sector público a sus problemas fue aumentar los impuestos, parece claro que exigir al sector privado un “cambio de modelo” no es más que un ejercicio de cinismo. El sector público hizo todo mal, pero al que se le exige un cambio de 'modelo' es al sector privado. ¿No debería ser al revés?
Releyendo estas líneas ratifico que el debate en torno al 'modelo productivo' es irrelevante en la práctica. También es algo más. Para unos, una excusa más para aumentar el gasto público. Para otros, una forma de disfrazar de seriedad sus prejuicios y preferencias particulares. No caigamos en la trampa.
*Diego Barceló Larran es director de Barceló & Asociados.
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