George Reisman
El gasto público desbocado está entre los problemas económicos más importantes de nuestro tiempo. Es absolutamente urgente que se ponga bajo control y se reduzca progresivamente hasta que sea suficiente para proporcionar nada más que las funciones públicas esenciales de defensa y justicia. Solo entonces los ciudadanos tendrán la mayor libertad posible para decidir cómo se gastan sus ingresos y la mayor motivación posible para aumentar dichos ingresos y mejorar su nivel de vida.
Como ha crecido el reconocimiento de la importancia de poner bajo control el gasto público, los enemigos de la libertad individual se han apropiado de una táctica que esperan que evite la necesidad de reducir el gasto público y les permitiría aumentarlo, bajo una apariencia de reducción fraudulentamente creada. La táctica de describe como “gasto fiscal”.
Más en concreto, un gasto fiscal es un impuesto ficticio e inexistente acompañado por un gasto ficticio e inexistente equivalente. Aunque el gobierno no recauda realmente el impuesto, el hecho de que tenga el poder de hacerlo se usa como base para pretender que sí lo recauda y que usa los ingresos para hacer un gasto que va a aquellos de quienes ha decidido no recaudar dicho impuesto. De esta manera, los impuestos que no se recaudan se tratan como si fueran recaudados y luego utilizados como subsidio pagado a aquellos de los que no son recaudados. En la práctica, el que el gobierno no tome se considera como que da. Su no gravamen es supuestamente un gasto.
Ejemplos de gastos fiscales reciente proporcionados por el New York Times son el gravamen de ganancias de capital y dividendos en tipos más bajos que la renta ordinaria; la posibilidad de deducciones de rentas gravables del pago de intereses en hipotecas de viviendas, el pago de impuestos de propiedad, impuestos de la renta estatales y locales, contribuciones caritativas y la ausencia de impuestos a empleados por seguros médicos y pensiones pagadas por empresarios a su favor. En total, según el Times, “el gasto fiscal cuesta al gobierno más de 1 billón de dólares al año en ingresos perdidos”.
Cuando uno recuerda que en la Segunda Guerra Mundial hubo un tramo del 90% en el impuesto federal de la renta y que el gobierno tiene el poder de fijar ese tipo impositivo a todos pero actualmente decide no hacerlo, está claro que por la lógica del concepto, el impuesto de los gastos fiscales para el gobierno federal no es de solo 1 billón, sino de muchísimos billones de dólares. De hecho es la renta y riqueza total de todos.
El principio filosófico que subyace al concepto de gasto fiscal es que todos somos siervos o esclavos en poder de nuestro Señor o Amo, el Gobierno Todopoderoso. Nos posee, a nosotros y a toda nuestra renta y riqueza. Todo lo que poseemos, lo hacemos debido a su generosidad, debido a que nos da lo que podíamos haber creído en principio que es nuestro.
El concepto de gasto fiscal es tan hostil a los principios sobre los que se fundó Estados Unidos como puede ser un concepto así. Desmienta el hecho de que aquí, en este país, el gobierno se supone que es el siervo, no el amo; de que es el pueblo el que apoya al gobierno, no el gobierno el que apoya al pueblo y, sobre todo, de que lo que el pueblo ha ganado y ahorrado, lo tiene por derecho, no sujeto a ninguna apropiación arbitraria por el gobierno.
Lo que el gobierno no toma, aunque pueda tener el poder de tomarlo, no es algo que el gobierno dé. Es propiedad de los ciudadanos individuales que lo ganaron. No reciben nada de ello del gobierno en virtud de una decisión del mismo de no tomarlo de ellos.
Afirmar que el gasto público se reduciría de alguna manera reduciendo los gastos fiscales es una atrocidad moral. Su único significado posible es el aumento en los impuestos, que permitiría que continuara el gasto público sin reducciones, sino, más bien, con posibles aumentos.
Cuando por ejemplo el gobierno grava ganancias de capital y dividendos con un tipo más bajo que la renta ordinaria, no está dando nada a la gente que paga los impuestos de ganancias de capital y dividendos. Por el contrario, está dando dinero al gobierno: está dando los impuestos que paga. El hecho de que esté dando menos dinero al gobierno del que a este le gustaría recibir y tenga el poder de tomar no cambia ese hecho. Si el tipo impositivo de estas rentas aumentara, no habría ninguna reducción en el gasto público. Pero el gobierno estaría en posesión de fondos adicionales con los que continuaría gastando y posiblemente aumentaría dicho gasto.
Reducir el gasto público significa reducir el dinero que paga el gobierno, no reducir el dinero que ha decidido no tomar. Lo primero es una reducción del gasto público; lo segundo un aumento en los impuestos. Confundir ambos es beneficiar solo a estafadores que adoran un estado omnipotente.
Publicado el 1 de abril de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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