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jueves, 23 de abril de 2015

¿Dejará la Fed que funcione la magia de la innovación?

 
 
A veces uno encuentra verdaderas perlas en sus archivos. Recientemente encontré un discurso del entonces presidente de la Fed, Ben Bernanke, del 18 de mayo de 2013. Fue el discurso de graduación en el Bard College de Simon´s Rock, en Great Barrington, Massachusetts. En él, Bernanke elegía olvidar por un rato las dificultades que tiene la economía occidental y se centraba en las perspectivas de crecimiento económico a largo plazo, al que definía como “medido en décadas, no en meses ni trimestres”.
 
En pocas palabras, Bernanke se centraba en el progreso científico y tecnológico, más comúnmente descrito como innovación. Preveía una cuarta ola de innovación, siendo las tres primeras, la era industrial temprana (mediados del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX), la era industrial moderno (de 1880 en adelante) y la revolución de las TI.
 
Su discurso de graduación fue un discurso de esperanza y ánimo. Pero Bernanke no contaba toda la historia. El entonces presidente de la Fed no mencionaba que los niveles de vida dependerán de algo más que de la innovación. Al menos igual de importante es el papel de la misma institución que presidía, la Reserva Federal, y lo que hace y lo que no. Si permite que haya alta inflación (ya sea por acción o por inacción), eso aniquilaría una buena parte de aumento en los niveles de vida debido a la innovación.
 
Y aun así, la historia reciente sugiere con fuerza que la Fed acabará destruyendo una buena parte del aumento en los niveles de vida de esos graduados a los que estaba hablando Bernanke. Por ejemplo, al principio de 2013 Bernanke hablaba en otra universidad estadounidense. Durante el turno de ruegos y preguntas, dijo que “el peor error que puede cometer la Fed es reforzar la política monetaria demasiado pronto”. En otras palabras, el entonces presidente prometía esencialmente aumentar los tipos de interés demasiado tarde. Actualmente Bernenake puede haber abandonado la Fed, pero su línea de pensamiento sobre política monetaria indudablemente no lo ha hecho y, en realidad, esta línea de pensamiento refleja la política federal dominante mucho más allá de los años de Bernanke.
 

La innovación y los niveles de vida

 
Bernanke, como Greenspan antes que él, cuenta con la innovación para mantener en marcha la economía. Debería. La innovación tecnológica a menudo lleva a una producción más eficiente y a una mayor productividad laboral, lo que lleva a salarios superiores y bienes más asequibles.
 
Pero si Bernanke va a decir a los estudiantes que la tecnología mejorará sus vidas, también debería mencionar el papel que él mismo y otros banqueros centrales desempeñan en obstaculizar los efectos positivos de la innovación.
 
Podemos ver múltiples ejemplos de este fenómeno en décadas recientes. Por ejemplo, si consideramos el efecto que la entrada de China en la economía global debería haber supuesto sobre los niveles de vida en EE. UU., descubrimos que los efectos reales resultan más bien insatisfactorios. Deberíamos haber sido testigos de un crecimiento en los niveles de vida similar a lo que vimos al final del siglo XIX al industrializarse EE. UU. Pero en realidad el historial de crecimiento de la riqueza real en EE. UU. ha sido desalentador en el mejor de los casos.
 
Por ejemplo, el progreso tecnológico debido a la Revolución Industrial y la globalización a finales del siglo XIX llevaron a una continua deflación en EE. UU. y por tanto a aumentos sin precedentes en el bienestar. Una investigación de Michael Bordo en Rutgers demuestra que, de media, los precios bajaron un 1,2% cada año entre 1870 y 1896. Los niveles reales de vida aumentaron sustancialmente en el mismo periodo de tiempo. Los economistas del mercado laboral en Estados Unidos han podido reconstruir la evolución de los salarios en ese país desde 1830. En cada década, el salario real fue más alto que en la anterior. Eso pasó hasta la década de 1970.
 
Por el contrario, en las décadas desde principios de la de 1980, al irse uniendo Asia al mundo con su propia revolución industrial, cada año los precios aumentaron en EE. UU. en más del 2%. Según las estadísticas disponibles del censo de EE. UU., la renta real media familiar en Estados Unidos (es decir, renta ajustada a la inflación) apenas de modificó entre 1980 y 2012. Esto resulta raro, dado el hecho de que el crecimiento económico fue de media aproximadamente un 3% anual y la productividad laboral aumentó en torno a un 50% en total. Un varón estadounidense trabajador ganaba aproximadamente 48.000$ en 1969. Ajustada a la inflación, su renta apenas había crecido cuando se inició la actual crisis económica.
 
Las principales diferencias entre los dos periodos es que en el siglo XIX no había Reserva Federal y la oferta monetaria, aunque indudablemente no completamente no inflacionista, estaba restringida por la ausencia de un banco central.
 

Oportunidades perdidas

 
En un mercado no intervenido, el progreso tecnológico, la innovación y la globalización en las décadas anteriores a la crisis actual debería haber llevado a tres cosas: crecimiento salarial más lento, mayores beneficios y precios inferiores. En otras palabras, lo que lograron empresas como Apple (es decir, creación de productos innovadores y que ahorren trabajo, disponibles a precios cada vez más bajos) en una escala micro, debería haberse producido también a nivel marco. El crecimiento más lento de los salarios habría sido inevitable debido a la creciente competencia global en el mercado laboral y la constante y creciente amenaza de que los trabajos se trasladaran al extranjero. Se habrían obtenido mayores beneficios en toda la economía debido a este hecho y al hecho de que cayeron los costes de producción. Y finalmente, los precios más bajos se habrían extendido por toda la economía, debido al progreso tecnológico, la globalización, los salarios a la baja y la caída en los costes de transporte.
 
Los primeros dos efectos se manifiestan por sí mismos. Como se ha mencionado, la renta real apenas varió en las últimas décadas en estados Unidos. Esto se hace evidente cuando echamos un vistazo a la compensación total al empleado en Estados Unidos. Medidos en proporción del PIB, los salarios de EE. UU. en años recientes han sido inferiores que durante cualquier otro periodo desde la Segunda Guerra Mundial. Al final de la guerra, la relación era de un 53,6%. Hoy en día la encontramos por debajo del 45%.
 
Además, como regla general, cuanto más baja sea la porción de los salarios en el PIB de un país, más alta es la porción de los beneficios. Así encontramos también el segundo efecto evidente: aumentaron los beneficios.
 
Sin embargo, el tercer efecto, la caída de precios se ha visto en buena parte impedido por la intervención del banco central. De hecho, la Fed buscaba y sigue buscando una inflación del 2% anual. La Fed ha tenido mucho éxito a la hora de impedir que los precios bajen incluso cuando la presión a la baja era fuerte, debido a la antes mencionada combinación de progreso tecnológico, innovación, globalización y libre comercio.
 
En más de un siglo antes de la adopción de la Fed en 1913, la inflación acumulada en Estados Unidos fue de aproximadamente un 0%. Entre el 1 de enero de 1914 y julio de 2013, la inflación acumulada en Estados Unidos era del 2.236%, impulsando a Milton Friedman a escribir (ya en 1988) que “ninguna gran institución en EE. UU. ha tenido un historial de rendimiento tan malo a lo largo de un periodo tan largo, y manteniendo aun así una alta reputación pública”.
 
Una consecuencia lógica de cualquier “cuarta ola” de innovación debería ser deflación o caída de precios. Entonces y solo entonces aumentarán de verdad con fuerza los niveles de vida de aquellos graduados que estaban escuchando a Bernanke. No se producirá mientras la Fed cntinúe buscando inflación cada año e indudablemente no si la Fed continúa su política actual que, según muchos, causará una inflación incluso mayor en años venideros.

Publicado originalmente el 20 de abril de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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