Las empresas europeas se enfrentan a una pinza de tecnológicas norteamericanas y grandes inversoras chinas
Hay muchas maneras de mirar una fusión empresarial. Una de ellas es la muy ceniza del historicismo: ya que la finlandesa (Nokia), la francesa (Alcatel) y la norteamericana (Lucent) son tan distintas en génesis y cultura empresarial, y como el destino es ineluctable, la cosa va directa al fracaso.
Pero claro, esa óptica olvida que estas grandes empresas de redes de comunicación eran en el principio de los tiempos cuerpos muy distintos, y han cambiado y sobrevivido. Nokia empezó en 1865 a fabricar pulpa de celulosa, luego manufacturó televisiones y redes inalámbricas y teléfonos portátiles, en los que fue líder mundial, hasta que vendió no hace tanto este último departamento a Microsoft, y desde ahí repuntó. Alcatel fabricaba centrales telefónicas y otros ingenios informáticos; Lucent era hija de la imperial ATT, y la fusión de ambas en 2006 no arrojó más que pérdidas.
Otra perspectiva es la puramente empresarial: la especialización, la diversificación, el mercado, el tamaño. Las compañías especializadas en redes, en bandas, en autopistas de la comunicación, como son estas, no serán tan seductoras, trendis y sexis como las fabricantes de móviles o de tabletas. Pero juegan en unos espacios más recurrentes, menos volátiles, menos dependientes del capricho de la respetable clientela: son más gasoil que gasolina.
En este mercado, como en el del automóvil, el elemento clave es el carácter global. “Tendremos un acceso directo al gran mercado chino, que de otra manera hubiera sido más difícil”, alegaba el patrón de la Pirelli, Mario Trochetti, para justificar su venta a la gigantesca ChemChina. La posibilidad para Nokia de apoyarse en Lucent para entrar en EE UU es una de las claves de esta fusión.
Y luego está la política. Una novedad sobresaliente de esta operación es que la resultante emplace su sede social en Helsinki y no en París, cuando en territorio francés habitan 6.000 de sus empleados. Y el Gobierno de la Republique no solo no le ha hecho ningún asco, sino que le ha dado la bienvenida al ser “una buena operación, de futuro, para Alcatel-Lucent, porque abre una nueva fase en la vida de la compañía”, se apresuró a bendecir el ministro de Economía, Emmanuel Macron.
Atención: en la estatista, colbertiana y proteccionista Francia vive aún y colea brioso el liberalismo, aunque como indica la propia Ley Macron de (timidísima) liberalización económica general, los más liberales sean algunos de los socialistas (ya sucedió aquí con el felipismo).
La última óptica, y no la menor, es la geopolítica. Únicamente diez de las principales empresas mundiales son europeas. Europa solo genera una décima parte de la facturación industrial global. En los últimos tiempos los europeos se enfrentan a una pinza chino-norteamericana. Las grandes compañías chinas no solo han comprado Pirelli, sino también la Volvo (a Ford), la MG-Rover, parte de la Peugeot-Citroën. Las norteamericanas copan los primeros puestos de la tecnología (Apple, primer gigante mundial), Microsoft (tercero), Google (quinto), y encabezan otros subsectores de la sociedad de la información (Amazon, Facebook, Twitter). Ahora tendrán un competidor de tanto o más fuste que la sueca Ericsson, la nueva Nokia Corporation.
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