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domingo, 19 de abril de 2015

'End the Fed', 'Fin a la dictadura del BCE'... ¿cómo sería un mundo sin bancos centrales?


La política económica y la política fiscal son cosa de los 

gobiernos, pero la política monetaria es coto privado de 

los banqueros centrales. La manejan en monopolio





Ron Paul no se anduvo por las ramas en 2009. End the Fed, se titulaba el libro que publicó entonces. El congresista republicano mostraba así claramente lo que deseaba para la Reserva Federal (Fed), el banco central estadounidense: su demolición. Su hijo, Rand, que aspira a ser el candidato republicano en la carrera a la Casa Blanca de 2016, no llega tan lejos, pero tampoco simpatiza con la entidad. Josephine Witt ha saltado a la fama, literalmente, con su atlética protesta en la misma mesa y en la misma cara del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. "¡Fin a la dictadura del BCE! ¡Fin a la dictadura del BCE", gritaba mientras arrojaba confeti y folios sobre el banquero italiano. En su camiseta negra lucía el mismo lema, pero con un claro juego de palabras: End ECB dick-tatorship. En castellano, dick significa pene, con lo que lanzaba dos mensajes en uno. 
La coincidencia de sus ataques a los bancos centrales, incluso aunque partan de posiciones ideológicas tan distantes, evidencia la creciente corriente crítica que ha envuelto a estas instituciones. Este malestar es directamente proporcional al poder que atesoran. Porque los banqueros centrales son los señores del dinero. Es decir, quienes manejan las compuertas del dinero en una economía.
Son los señores del dinero; los que imprimen los billetes y fijan los tipos de interés. Y además en exclusiva. Nadie más puede hacer lo que ellos hacen
Son ellos quienes imprimen los billetes y acuñan las monedas; los que prestan dinero a los bancos, a un tipo de interés que luego sirve de referencia para el resto de las operaciones y activos financieros -créditos, hipotecas, depósitos...-, para que posteriormente esos bancos trasladen ese dinero a la economía real; los que establecen los coeficientes de reservas que actúan como pauta para que los bancos sepan cuánto dinero pueden destinar a préstamos; y los que, llegado el momento, incluso pueden recurrir a vías más directas y heterodoxas, como la compra directa y masiva de deuda en los mercados, para incrementar la cantidad de dinero que hay en la economía. Este último recurso corresponde a los denominados programas de expansión cuantitativa (QE), tan de moda en los últimos años. 
Todo ello con un añadido clave: lo hacen en exclusiva. Nadie más puede hacer lo que ellos hacen. La política económica y la política fiscal son cosa de los gobiernos, pero la política monetaria es coto privado de los banqueros centrales. La manejan en monopolio.
Este enorme poder es el que alimenta las críticas. Para unos son un poder público más cuya intervención impide que las fuerzas del mercado actúen. Para otros representan un brazo más del todopoderoso mundo financiero. Con el agravante de que, además, muchos, incluso desde posiciones ideológicas alejadas, los sitúan entre los grandes culpables de la crisis al haber alimentado las burbujas y los excesos previsiones al mantener los tipos demasiado bajos durante demasiado tiempo

El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. (Efe)
El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. (Efe)

Fuera del alcance de los políticos

Entonces, ¿qué sentido tiene que existan? "Cuando tratamos el asunto de los bancos centrales, hay una diferencia extraordinaria entre lo que es y lo que debería ser. En un escenario ideal, los Bancos Centrales no existirían ya que la cantidad de dinero que circula en cada momento en el mercado sería controlada y determinada por todos los agentes de mercado", argumenta el economista Javier Santacruz. Y añade: "Sin embargo, la realidad es otra. Los bancos centrales se crean para establecer unas reglas con las que el dinero funciona, un mecanismo de control para que el político de turno no decida el valor del dinero". 
Es decir, de algún modo los bancos centrales son un mal menor. Instituciones con las que se mantiene a los políticos convencionales lejos del manejo del dinero... para evitar tentaciones electorales y cortoplacistas. Por eso están comandadas por técnicos cuya misión reside en preservar dos estabilidades, la de los precios y la financiera. Y si para ello tienen que adoptar medidas incómodas o impopulares, como subir los tipos de interés, deben hacerlo. Al fin y al cabo, y como expuso gráficamente el expresidente de la Fed William McChesney Martin Jr., ese es su principal trabajo: retirar el ponche en lo mejor de la fiesta.  
Los bancos centrales no han existido siempre; de hecho, su fisonomía actual es más bien reciente y se configuró tras la caída de Bretton Woods
Pero no siempre ha sido así. "A veces olvidamos que los bancos centrales, tal y como los conocemos hoy, son, de hecho, una invención en gran medida de los últimos cien años, a pesar de que algunos de ellos pueden seguir la pista de sus ancestros hasta principios del siglo XIX o antes", precisa el expresidente de la Fed, Paul Volcker, en el prólogo que escribo en el libro Bancos centrales, de Marjorie Deane y Robert Pringle. 
Aunque los decanos, como son el Riksbank -banco central sueco- y el Banco de Inglaterra, datan de finales del siglo XVII, lo cierto es que la fisonomía actual se ha ido configurando en el último siglo. Su aparición, su desarrollo y su creciente influencia corrieron en paralelo a la desaparición del patrón oro y del sistema mediante el que este metal precioso -u otros- servía como respaldo a los billetes que se emitían. Roto ese esquema, los bancos centrales quedaron como los guardianes de la legalidad y la circulación del dinero y la estabilidad de los precios. Sobre todo, tras la ruptura en agosto de 1971 del sistema monetaria articulado en Bretton Woods
También surgieron para evitar los recurrentes pánicos bancarios. Tras uno de esos episodios, en 1907, EEUU entendió que debía contar con un vigilante y un prestamista de último recurso y en 1913 la Fed vio la luz. El BCE es mucho más joven. Constituido en 1998, tomó las riendas de la política monetaria en la Eurozona con el nacimiento oficial del euro en 1999

La presidenta de la Reserva Federal de EEUU, Janet Yellen. (Reuters)
La presidenta de la Reserva Federal de EEUU, Janet Yellen. (Reuters)

Asentados como una pieza clave en el engranaje financiero y económico mundial, la muestra de su creciente protagonismo reside en que los banqueros centrales han pasado a ser auténticas estrellas. Han desterrado su etiqueta de ser personajes desconocidos y grises para convertirse en la mano más visible de la economía. Ese salto se dio con Alan Greenspan, que presidió la Fed entre 1987 y 2006, se ha mantenido con su sucesor, Ben Bernanke, y se ha proyectado a otras regiones, como ocurre ahora con Mario Draghi al frente al BCE. 

¿Y si no estuvieran?

Sin embargo, todo ese poder y todo ese protagonismo no impiden que se sigan produciendo crisis. Y que periódicamente se pida su cabeza. ¿Pero cómo sería un mundo sin ellos? "Lo primero que haría falta sería tener un activo permanente, que no fuera perecedoro, que todo el mundo quisiera tener. Podría volver a ser el oro, pero también alguna de las nuevas monedas encriptadas, como el bitcoin", expone el analista financiero Juan Ignacio Crespo. 
A partir de esta premisa, los ahorradores dirigirían su dinero a "los bancos de más calidad", continúa Crespo, aquellos que les inspirasen más confianza a la hora de depositar ese oro -o el otro activo- a cambio de recibir dinero. Es decir, sería un sistema de competencia con los bancos privados como grandes protagonistas. "Quitar los bancos centrales implica que haya bancos que compitan entre sí en la fabricación de dinero y crédito bancario", apunta Santacruz.
El único poder verdadero de un banco central es, a fin de cuentas, el poder de crear dinero, y a la postre el poder de crear es el poder de destruir
El cambio, por tanto, sería mayúsculo. Y exigiría pensar en las consecuencias que podría traer. En este sentido, la historia arroja un dato demoledor. Según las estadísticas sobre los ciclo económicos recogidos por la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER), en el medio siglo antes del nacimiento de la Fed, EEUU estuvo en recesión la mitad del tiempo; en el último siglo, esa proporción se ha rebajado al 20%.
Y aunque las crisis financieras no han desaparecido, los pánicos bancarios ya no son tan habituales ni generan un contagio similar al que provocaban antes. Con sus defectos, los bancos centrales han probado ser diques de contención en las crisis por su fundamental papel de prestamistas de último recurso. En ese hipotético mundo sin bancos centrales, alguien debería desempeñar este papel de prestamista de último recurso.  
"El exitazo de los bancos centrales es tan brutal, que se pueden poner pegas, pero es incuestionable", afirma Juan Ignacio Crespo. Es decir, mejor con ellos que sin ellos. Aunque admite que, por supuesto, no son infalibles. "Ahora, por ejemplo, se han pasado de rosca". Se refiere al último QE de la Fed y a las compras de deuda que el BCE ha puesto en marcha este año. "Ha habido un exceso de QE y puede haber efectos secundarios peligrosos", avisa. Los tipos negativos que muestran cada vez más bonos soberanos y la reducción de la liquidez en los mercados figuran entre las consecuencias peligrosas que están generando los experimentos monetarios de los últimos años. 
Pero es que esta ambivalencia es la marca de la casa, el ADN de los bancos centrales, siempre enfrentados al riesgo de pasarse y de quedarse cortos. De serlos que retiran el ponche de la fiesta o los animadores de esa misma fiesta. Ya lo dejó escrito Volcker: "El único poder verdadero de un banco central es, a fin de cuentas, el poder de crear dinero, y a la postre el poder de crear es el poder de destruir".

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