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lunes, 20 de abril de 2015

Liberalismo, “mano invisible” y mercados “imperfectos”

 Por Gabriel Boragina
 
  
Muchos antiliberales siguen pensando que el liberalismo cree como existente la famosa “mano invisible” de Adam Smith. Ignoran que el liberalismo no cree en la existencia de la famosa “mano invisible”, que no fue más que una metáfora del profesor escocés (quizás no expresada de manera afortunada) de cómo las personas persiguiendo sus propios intereses mejoran la condición de sus semejantes sin proponérselo siquiera, e inclusive, aun en contra de dicha intención. Pero la metáfora de la “mano invisible” fue sólo eso: una metáfora. La “mano invisible” no fue ni es una mano “real” sólo que no visible. Sin embargo, en 1871 en Viena nace la Escuela Austriaca de Economía con Carl Menger a la cabeza, que explica un liberalismo SIN “mano invisible” o, mejor expresado, donde la “mano invisible” se vuelve visible, materializándose en la acción de millones de personas, como lo ha explicado Ludwig von Mises. Es el liberalismo del que hablo.
 
Esos mismos antiliberales están tan confundidos, que hasta llegan a afirmar que esa fantasmal “mano invisible” impone desocupación a través del establecimiento de salarios mínimos.
 
Los salarios mínimos son de factura de los gobiernos, no de los mercados. El mercado genera salarios de mercado. No salarios mínimos. Estos siempre son obra de políticos, no de los mercados. Y mientras los salarios mínimos políticos generan desempleo, los salarios de mercado crean empleo. En suma, la única manera de construir empleo es a través de la libertad salarial, que es de donde surgen los salarios de mercado.
 
Es verdad que no existe un liberalismo “puro”. ¡Ese es precisamente el problema! Y justamente por ausencia de un liberalismo puro es que tenemos las crisis económicas. También es cierto cuando afirman que conseguir un liberalismo puro es muy difícil, por no decir imposible. Pero desde el momento en que sabemos que si tuviéramos un liberalismo puro las crisis desaparecerían por completo, nuestros esfuerzos deberían concentrarse en tratar de conseguir la mayor aproximación posible hacia un liberalismo puro. La tendencia debería ser -en este caso- tratar de orientar todas nuestras energías en obtener el liberalismo más puro posible, aun cuando seamos conscientes que siempre van estar operando las fuerzas antiliberales, que harán que el objetivo de un liberalismo puro sea bastante difícil de lograr. Nuevamente, y como en otros casos, tomar conciencia de lo difícil o imposible que sería llegar a un liberalismo puro debería ser un aliciente para aproximarnos lo máximo posible a él, y no elegir el camino contrario, el del antiliberalismo.
 
En cuanto a que los mercados son “imperfectos”, no conozco a nadie que lo niegue, pero a este respecto son aplicables las mismas consideraciones que hemos hecho en el punto anterior en relación al liberalismo puro. Los mercados no van a ser “más perfectos” porque el gobierno los regule y controle, salvo que se piense que los gobiernos son “perfectos” cosa en la que yo en modo alguno creo. La experiencia histórica y cotidiana se han encargado de probar que los gobiernos son mucho más imperfectos que los mercados ¿cómo se espera que un enteimperfecto como es un gobierno pueda hacer “más perfectos” a los mercados, o fuera el mismo gobierno “más perfecto” que el mercado? Lo imperfecto no hace perfecto a nada ni a nadie. Sería un contrasentido afirmar lo contrario. Es imposible tal cosa.
 
Pero, simultáneamente, pensar o sugerir que los gobiernos puedan ser o actuar de manera “más perfecta” que los mercados es, además de empírica y teóricamente falso, un argumento antidemocrático. Presumamos que en un país tenemos los partidos políticos A, B, C, y D. Sigamos conjeturando que en el gobierno está -al momento- el partido B, que se cree “más perfecto” que el mercado (ya sea que se imagine a si mismo de esa manera, o así los supongan sus adeptos). Bajo esta hipótesis, ese partido no debería abandonar nunca el poder, porque no puede admitirse que los demás partidos también se consideraren “más perfectos” que el mercado. Si ya habría uno que “lo sería”, y -para “mejor”- ya está en la cima del poder ¿por qué cambiarlo? Y si a los mercados se los reputan tan “malos” o tan “imperfectos”, el trillado estribillo antiliberal que los gobiernos son “más perfectos” (o, lo que es lo mismo, “menos imperfectos”) que los mercados sería suficiente para justificar cualquier tiranía. Ya que si el gobierno cambiara de partido en el poder, se correría el “riesgo” de que accediera al Ejecutivo algún otro partido “menos perfecto” que el mercado y que B, con el consiguiente “peligro” de que -en este caso- el mercado empiece a hacer todas las “maldades” que los antiliberales le atribuyen continuamente.
 
Ya hace tiempo que sostengo que las crisis económicas las originan los gobiernos, no el mercado, ni el capitalismo. Se han dado muchísimas pruebas de ello, pero entre las más importantes recordemos que el sistema económico capitalista no está vigente en el mundo de nuestros días desde hace varias décadas. En su lugar, el sistema económico mundial es el estatista, no el capitalista. Esto es muy fácil de comprobar. Si el sistema fuera capitalista, todas las firmas y empresas del mundo serian privadas, no reguladas ni restringidas por ningún tipo de legislación, todo el mundo pagaría impuestos mínimos, no existiría desempleo, el producto bruto interno no pararía de crecer, los bienes y servicios serían más abundantes, mientras los precios bajarían, los salarios aumentarían, etc. Este sería el escenario más parecido a un mundo capitalista. Sin embargo, todos sabemos que esto no es lo que está sucediendo en el mundo de nuestros días. Más bien ocurre todo lo contrario.
 
Los antiliberales usan como sinónimos las palabras “liberalismo” y “neoliberalismo”. Pero en realidad, ambas palabras no significan lo mismo. Esto se revela cuando se le pide al antiliberal que describa lo que según él es el “neoliberalismo”. Entonces, citan como ejemplo países con monopolios, oligopolios, impuestos altos, salarios bajos, desempleo, elevado gasto público, inflación, etc. No obstante, todas estas cosas no son fruto del liberalismo, sino de su contrario del antiliberalismo. Y es –curiosamente- al antiliberalismo al que se le llama “neoliberalismo”, con lo cual la confusión que tienen los antiliberales es mayor todavía, porque no se reconocen como culpables de las políticas que propician, ni de los resultados que ellas producen, que no son más que los nombrados antes en parte.
 
 
 

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