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miércoles, 4 de noviembre de 2015

OTRAS OPINIONES: Plan B Varoufakis y contradicciones del dinero.

 

Plan B Varoufakis y contradicciones del dinero (1)
 
 
Una de las creencias más difundidas en la izquierda de corte socialdemócrata o stalinista es que las reformas monetarias pueden brindar soluciones a los problemas de la economía capitalista y evitar los padecimientos que generan a las masas populares. La idea, por ejemplo, de que Grecia pueda salir de la crisis abandonando el euro y volviendo a su moneda, es representativa de esa tesis. En otras notas hemos explicado que esa medida no evitaría la devaluación de la eventual nueva dracma, esto es, la caída de salarios y condiciones de vida de las masas populares.
 
Sin embargo, existen versiones más sofisticadas de soluciones monetarias reformistas. Un ejemplo es el “plan B” para Grecia, que en su momento elaboró el ex ministro Yanis Varoufakis como alternativa al acuerdo que impuso la Comunidad Europea. Según lo revelado por la prensa, Varoufakis propuso que si el Banco Central Europeo cerraba el suministro de euros a los bancos griegos, el Banco de Grecia debería imprimir pagarés, que se hubieran asignado a los ciudadanos y empresas, de manera que el Estado pudiera utilizarlos para transferencias digitales. El primer ministro Tsipras admitió enseguida que el plan existió, pero aclaró que el mismo no implicaba abandonar el euro y que solo fue concebido para el caso en que se agravaran los problemas de liquidez. Se plantea entonces la cuestión (sugerida en “Comentarios” de este blog) de si puede haber una moneda puramente virtual; y si su creación puede ser una salida a las dificultades griegas.

En esta nota argumento por qué la respuesta a ambas cuestiones es negativa. E que la imposibilidad de que haya una moneda griega sin referencia, o desconectada, del euro o el dólar, deriva del concepto marxiano de dinero, y de las contradicciones que son inherentes al equivalente. La primera parte de la nota está dedicada a este problema (para un desarrollo más completo, ver aquí y aquí). Y a partir de este argumento se puede entender por qué los problemas de fondo de las economías capitalistas no pueden eliminarse con reformas monetarias, por más imaginativas que sean. En definitiva, el enfoque marxista polemiza con la larga tradición de economistas “heterodoxos” que pretenden curar los males sociales reformando la moneda. Dada su extensión, he dividido la nota en partes.
 
Encarnación de valor y medio de circulación, unidad y diferencia
 
El problema fundamental que plantea la creación de un sistema monetario basado en pagarés pasa por la validación última del medio por el cual esas promesas de pago pudieran saldarse y, en un sentido más amplio, por la relación que ese eventual medio de pago mantendría con las monedas internacionales, el euro y el dólar, que fungen como reservas de valor y medios de pago internacionales. Dicho de otra manera, en el mejor de los casos, la creación de pagarés hubiera dado liquidez al sistema; pero no hubiera suprimido la necesidad de respaldo último del valor de esos pagarés. Incluso pareciera que el propio Varoufakis, fue consciente de ello, al sostener que su “plan B” no pasaba por salir del euro (de lo contrario, significaba volver a la dracma, esto es, aceptar la devaluación lisa y llana de la moneda griega).
 
Sin embargo, se se mantenía a Grecia en el euro, las eventuales promesas de pago deberían estar nominadas en euros (o en alguna unidad de cuenta sólida, como el dólar). Y en ese caso, ¿cómo se podría impedir que la liquidación de deudas no se exigiese en euros (o en dólares)? Pero también, y de manera inevitable, el euro (o el dólar) seguiría constituyendo reserva de valor. Por otra parte, el euro (o el dólar) sería imprescindible para mantener las importaciones, ya que a nivel internacional no habría manera de que Grecia pudiera saldar sus cuentas con pagarés. Por eso, la cuestión de fondo es que no se puede escindir al sistema monetario en dos sistemas, uno conformado por promesas de pago que circulan, y otro basado en el euro, para sostener las funciones de reserva de valor, medio de pago, reserva de valor y medio internacional. La autonomización del dinero en tanto medio de circulación siempre es relativa, porque nunca el equivalente puede dejar de cumplir las otras funciones. Una cuestión que también se relaciona con la imposibilidad de que en la sociedad capitalista exista una moneda puramente nacional. Aunque no lo podemos desarrollar aquí, dejemos apuntado que esta es una cuestión crucial que atraviesa los programas keynesianos de regulación nacional del capital, y remite, en última instancia, a la idea de que el dinero es una creación pura del Estado (concepción cartalista, a la que adhería Keynes y adhieren los poskeynesianos).
 
Por otra parte, la imposibilidad de autonomización plena del circulante remite a una contradicción que es inherente a la naturaleza y la función del equivalente. Es que por un lado, el dinero es encarnación de valor, y como tal, tiene la función de ser medida del valor, reserva y medio de pago. En este sentido, aunque el dinero esté conformado por signos de valor, estos deben referenciarse a un activo que en sí mismo encarne valor. Por esta razón, las monedas internacionales –dólar o euro- tienen su referencia última en el oro (ver aquí, aquí y aquí para una discusión actual). Y las monedas nacionales se referencian, a su vez, en las monedas internacionales.
 
Sin embargo, en tanto funciona como medio de circulación, el dinero es flujo (currency), ya que está cambiando de manos constantemente. Y en ese mundo de la circulación surge la posibilidad de reemplazar primero al metal por signos del metal (billetes de curso forzoso), que adquieren una creciente autonomía; y en un segundo momento los billetes son reemplazados por promesas de pago, esto es, por créditos que se monetizan. O sea, cumplen la función del dinero como medio de circulación; son ejemplos el cheque, el pagaré, la tarjeta de crédito o la letra de cambio. En tanto estas promesas se cancelen, todo parece funcionar a las maravillas, y de ahí la creencia de que los múltiples “dineros” pueden ser creados ex nihilo, ser simples promesas.
 
Pero la circulación no suprime el hecho de que el dinero debe encarnar valor. En términos de la dialéctica, el momento de la identidad no desaparece, aun en la diferencia de los muchos “dineros” que circulan. Lo cual se manifiesta al momento de la cancelación de deudas, o en la función del dinero como reserva de valor (¿quién acumula valor atesorando tarjetas de crédito, pagarés o cheques post datados?); y más aún, en su relación con el dinero mundial. En otro trabajo, escribía sobre la cuestión: “En lo que respecta al dinero en su función de medio de pago, a la hora del settlement (pago) es necesario de nuevo que exista dinero “cantante y sonante”, líquido. (…) … al momento de cancelar no hay posibilidad de sustitutos porque es necesario el aquietamiento, la fijación del valor, volver a la encarnación y a la identidad:
 
“… la función del dinero como medio de pago implica la contradicción de que, por una parte, en la medida en que se compensan los pagos, sólo obra idealmente como medida, mientras que por la otra, en tanto el pago deba efectuarse realmente, entra en la circulación no como medio de circulación evanescente, sino como existencia en reposo del equivalente general, como la mercancía absoluta, en una palabra, como dinero. Por eso, cuando se han desarrollado la cadena de pagos y un sistema artificial de compensación de los mismos, en caso de conmociones que interrumpen violentamente el flujo de los pagos y perturban el mecanismo de su compensación, el dinero se transforma súbitamente de su imagen nebulosa y quimérica como medida de valores, en dinero contante o sonante, o medio de pago” (Marx, Contribución de la Crítica de la Economía Política, Siglo XXI, p. 136; énfasis agregado).
 
La contradicción entre la identidad y la diferencia se manifiesta aquí en toda su fuerza. Se pasa de golpe del dinero como medida ideal al dinero efectivo: “… el dinero reaparece súbitamente, no como mediador de la circulación, sino como única riqueza, exactamente del mismo modo como la concibe el atesorador” (ídem). Así por ejemplo en el movimiento de cheques se aceptan las transferencias de depósitos, que son en última instancia pasivos de los bancos. Pero se aceptan en tanto existe confianza en que en cualquier momento ese pasivo se puede convertir en dinero efectivo, en cash. Por eso cuando cunde la desconfianza en que el banco pueda devolver los depósitos lo único que cuenta para el depositante es el dinero singularizado en billetes tangibles, reales, con existencia real”.
 
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Plan B Varufakis y contradicciones del dinero (1)
 
 
“Plan B de Varoufakis” y contradicciones del dinero (2)
 
El equivalente en las economías atrasadas
 
Las limitaciones que tiene un sistema monetario autonomizado como simple promesa de pago se intensifican al tratarse de un país atrasado y dependiente. Al respecto, en Valor, mercado mundial y globalización, y después de señalar que la moneda nacional tiene un rol de equivalente parcial, planteaba que “la legitimidad como equivalentes de las monedas nacionales es puesta periódicamente entre signos de interrogación, en especial cuando se trata de equivalentes vinculados a ámbitos de valor sustentados en un bajo desarrollo de las fuerzas productivas. Esto explica que las monedas nacionales actúen como encarnación de valor en la medida en que están respaldadas por monedas ‘fuertes’, y en particular por la moneda que actúa como moneda internacional. Por eso, si bien la validación de los trabajos privados se realiza reduciendo las mercancías al equivalente nacional, este a su vez tiene que estar respaldado por la moneda mundial. (…) Las reservas internacionales constituyen el activo financiero de respaldo último de la base monetaria nacional; una moneda nacional respaldada exclusivamente en el crédito interno (títulos públicos) estaría sujeta al cuestionamiento y a crisis de confianza que harían imposible la acción de la ley del valor. En última instancia, cuando sucede esto, la moneda nacional es reemplazada por la moneda mundial, primero en sus funciones de reserva de valor y atesoramiento, luego como medio de pago y finalmente como medio de cambio”.
 
Keynes y la propuesta de Gesell
 
Lo planteado hasta aquí permite examinar críticamente la creencia, bastante generalizada entre economistas heterodoxos y políticos reformistas, de que los problemas del capitalismo podrían solucionarse mediante manipulaciones monetarias. Una idea popular entre los economistas que consideran que los males del capitalismo tienen por causa las propiedades del dinero.
 
Un ejemplo paradigmático de esta concepción fue Silvio Gesell, citado extensa y aprobatoriamente por Keynes en la Teoría general. Gesell pensaba que si se reducía la tasa de interés se eliminarían los frenos para el crecimiento del “capital real”. Por eso proponía una reforma monetaria consistente en que el dinero perdiera valor en la medida en que no circulase. Y para efectivizar la idea, sugería un sistema de sellado mensual de los billetes, con lo cual eliminaría la prima por la liquidez del dinero. De hecho, su propuesta implicaba instalar una economía capitalista que funcionara según la ley de Say -a una venta le sigue la correspondiente compra, ya que el dinero no se atesora-, pero convirtiendo a toda mercancía en dinero.
 
Se entiende entonces por qué Keynes estaba de acuerdo con Gesell. Es que, según Keynes, los problemas de la economía capitalista podrían superarse si el dinero perdía la característica que lo distinguiría del resto de los bienes, a saber, su alta prima de liquidez y su bajo costo de mantenimiento (dadas sus elasticidades de producción y sustitución iguales a cero). Estas propiedades especiales impedían que la tasa de interés bajara por debajo de la eficiencia marginal del capital, e hiciera rentable las inversiones. De manera que si el dinero era gravado con un costo por mantenerlo inactivo, siempre según Keynes, se superaría la falla del mercado que impedía el pleno empleo. Por eso, con la reforma monetaria propuesta por Gesell, se eliminaría la posibilidad misma de las crisis, manteniendo el sistema capitalista. De alguna forma la idea era lograr una economía no monetaria sin alterar la propiedad privada de los medios de producción.
 
Posiblemente por esta razón el proyecto de Gesell atrajo muchos seguidores, como registra Keynes: “Gesell, atrayendo hacia sí el fervor semireligioso que antes había rodeado a Henry George, vino a ser el profeta reverenciado de un culto con muchos miles de seguidores en todo el mundo. El primer congreso internacional de los Freiland-Freigeld Bund (Liga Tierra Libre Dinero Libre) suizos y alemanes y de las organizaciones similares de muchos países se celebró en Basilea en 1923”. Sin embargo, Gesell no es el único ejemplo. Uno, mucho más cercano, fue la propuesta, durante la crisis argentina de 2001-2002, de desarrollar mercados de trueque, esto es, sin dinero. Alguna gente pensó seriamente que esos mercados representaban, embrionariamente, una alternativa al capitalismo.
 
La propuesta de Gray y la crítica de Marx
 
Otro caso histórico de plan de reforma monetaria fue el que proponía el ricardiano John Gray. Gray sostenía que para remediar los males del capitalismo no era necesaria una nueva organización del trabajo, sino una nueva organización monetaria. Por eso propuso, después de la revolución parisina de febrero de 1848, una reorganización del intercambio. Se trataba, en esencia, de reemplazar el dinero por bonos que representaran x tiempo de trabajo, y que serían emitidos por un banco central. Este calcularía el tiempo de trabajo que insume la producción de las mercancías, y los productores recibirían los bonos-trabajo, que vendrían a ser asignaciones sobre los productos. Gray pensaba que de esta manera no habría problemas de venta (o sea, de realización del valor), y que los metales preciosos pasarían a tener el mismo rol que cualquier otra mercancía. Así, toda mercancía sería directamente dinero, y los tiempos de trabajo contenidos en las mercancías podrían ser inmediatamente sociales, como sucedería en una sociedad comunista. Aunque sin modificar las relaciones de propiedad capitalistas que subyacen a la existencia del mercado y del dinero. En palabras de Marx, Gray pensaba entonces que los productos debían ser producidos como mercancías, pero no intercambiados como mercancías.
 
El problema fundamental del planteo de Gray –y que se repetiría en Proudhon- era desconocer que el dinero no es un objeto, sino una relación social, de la misma manera que lo es cualquier otra relación económica (por ejemplo, la división del trabajo). Y si el dinero es una relación, no puede ser un elemento separado del resto. Es que al ser una relación significa que “es un eslabón, y como tal está íntimamente ligado a toda la cadena de las relaciones económicas” (Miseria de la filosofía; véase también Contribución a la crítica de la Economía Política). Por lo tanto, sigue la crítica de Marx, había que reconocer que esa relación corresponde a un modo de producción determinado. Por eso también, no puede separarse el dinero “del conjunto del modo de producción actual, para hacer de él luego el primer miembro de una serie imaginaria, de una serie que se desea hallar” (ídem).
 
La clave del fracaso de las reformas monetarias al estilo Gray está precisamente en esta cuestión: se busca una solución ingeniosa haciendo abstracción del conjunto de la relación social en la que está inmerso el dinero que se quiere reemplazar por una construcción imaginaria. Lo mismo se aplica a la reforma de Gesell: en tanto exista la propiedad privada y el mercado, es imposible que no haya un equivalente que sea encarnación de valor. Pero si esto es así, el equivalente nunca podrá ser sólo medio de circulación; necesariamente cumplirá las funciones de reserva de valor y medio de pago. Y entonces nos instalamos de nuevo en la contradicción que hemos tratado en la primera parte de esta nota. Por eso, en última instancia, reformas monetarias “a lo Varoufakis” están condenadas. No es posible cambiar el todo a partir de la manipulación de un elemento que está condicionado y vinculado orgánicamente al todo. Las fantasías del reformismo utópico burgués, o pequeño burgués, tienen este límite infranqueable. En este punto es interesante destacar que incluso Keynes pensaba que, aunque una reforma como la propuesta por Gesell sería deseable, una economía de mercado no podía prescindir del dinero.
 
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“Plan B de Varoufakis” y contradicciones del dinero (2)

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