Pedro Schwartz es Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia de Madrid y Profesor de Economía de la Universidad San Pablo CEU.
La economía tiene razones que la política no entiende. Durante toda campaña electoral se oyen propuestas que, de aplicarse, tendrán efectos impredecibles o incluso contraproducentes, por mucho apoyo que consigan entre los votantes. Cierto es que las predicciones de la ciencia económica son imprecisas sobre todo en cuanto al tiempo en que se van a concretar, aunque sabemos mucho más de lo que el común de la gente cree. Sobre todo sabemos lo que es imposible de toda imposibilidad. Suelen ignorarlo economistas milagreros que, como el guía del cuadro de Pieter Brueghel el Viejo, van ciegos a caer en el hoyo y arrastran tras de sí a políticos y votantes, engañados o deseosos de engañarse.
No quiere esto decir que en cuestiones económicas todo esté ya dicho por y que, leyendo uno o dos libros de los grandes clásicos, ya no necesitemos investigar ni averiguar más. Es mucho lo que no sabemos. Sin embargo, la teoría y la experiencia nos han enseñado lo que podríamos llamar verdades negativas, prudentes avisos que no son de ningún partido ni ideología, sino reflejos de la realidad, guste o no guste.
Un primer error es creer que la austeridad pública hunde los países en una mayor depresión. Los ejemplos de Irlanda, el Reino Unido y España, tres países que están creciendo contra todo pronóstico, deberían hacernos dudar de lo que parece indicar el sentido común. Hasta Grecia se había puesto a crecer antes de que llegara al poder Siryza. Los keynesianos de todos los partidos sostienen que los recortes de las pensiones, la reducción de los salarios de los funcionarios, el aplazamiento de las grandes obras públicas llevan a que corra menos dinero, con lo que la crisis se agudizará. Si se recorta el gasto público, dicen, la demanda de la economía en su conjunto se reducirá. Error. Los españoles estamos saliendo de la crisis precisamente porque hemos buscado el equilibrio presupuestario recortando el gasto público. El buscar el crecimiento avivando artificialmente la demanda de las Administraciones choca con tres obstáculos que anulan el efecto. Primero, los individuos sabemos que el aumento del gasto público financiado con deuda supone más subidas de impuestos en el futuro. Segundo, la financiación de lo público desplaza la financiación de lo privado: vean si no la inmensa cantidad de deuda del Estado con rédito asegurado que prefieren mantener los bancos en vez de conceder crédito a empresas, grandes y pequeñas. Tercero, la inversión pública concentra los recursos productivos donde menos falta hace para un crecimiento sano, como por ejemplo nuevas obras para extender el Alta Velocidad España (AVE) a todas las capitales de provincia de España. Todo ese gasto retrae la demanda, no la aumenta. En todo caso, que quienes critican la austeridad, que expliquen por qué está creciendo España tras haber ahondado en los recortes en el momento más angustioso.
Más deprisa habrían salido esos tres países de la crisis si en vez de subir los impuestos hubieran reducido más el gasto. Sobre dónde recortar el gasto habrá disputa pero no sobre algo más elemental: que a menudo la carga de los impuestos no recae sobre aquéllos a quienes iba destinada. Es el caso del IVA. Cuando la demanda desfallece, como durante los últimos cinco años, no lo pagan los consumidores, que se han retraído de comprar. El peso del impuesto sobre el consumo se traslada a los vendedores de bienes y servicios. La carga del impuesto sobre la renta también se traslada a quienes menos pueden pagarlo. Cuando los tipos son muy altos y progresivos, los verdaderamente ricos pueden tomar medidas que no están al alcance de todos. Así, la sola amenaza de elevar el impuesto sobre las Sicav las pone en trance de huida. Las grandes multinacionales y fondos de inversión son los magos de la ingeniería fiscal y/o evitan con facilidad el impuesto o se llevan la actividad a otra parte. El peso del IRPF y del IBI cae sobre los asalariados y los propietarios, que no podemos trasladarnos de jurisdicción fiscal.
Los efectos no queridos de la multiplicación de la deuda suponen un grave aviso para políticos y votantes. ¡Cuidado con apoyarse en los empréstitos para mantener gastos públicos insostenibles, como los del Estado el bienestar en su forma actual! Quienes confían en el crecimiento económico para devolver lo tomado a préstamo deberían saber que tanto la deuda pública colocada dentro de la nación como la incurrida con extranjeros, antes o después tienen el efecto de cercenar el crecimiento. En efecto, la deuda colocada en el interior absorbe fondos que los privados necesitan. Un ejemplo de esto fueron las dos décadas perdidas por el Japón de 1991 a 2010: gran endeudamiento interior, inversiones redundantes, crecimiento nulo; y lo mismo podría decirse de Italia. Por otro lado, la deuda colocada en el exterior aporta inicialmente capital a la nación y anima la economía, pero luego, llegada la devolución, acaba retrayendo fondos del país. Ejemplo de ello ha sido la economía española, cuyo sector público se mantuvo y el privado se expandió gracias a préstamos del extranjero: inicial expansión, recesión posterior. La deuda hay que devolverla a su tiempo o pagar el incumplimiento con una pérdida de confianza de los inversores.
Esa explosión de endeudamiento y la consiguiente burbuja se debe en última instancia a que los banqueros centrales del mundo creen que son ellos los llamados a evitar los altibajos de la economía real con la política monetaria. De 1985 hasta 2007, mantuvieron imprudentemente bajos los tipos de interés y los españoles sabemos cómo burbujean las Bolsas y los solares cuando se inyecta dinero barato. El manejo del dinero por los bancos centrales es pues una fuente adicional de desorden financiero y económico. Las elevaciones del salario mínimo son otro ejemplo de políticas contraproducentes. En principio, el elevar por decreto los salarios de los trabajadores menos productivos reduce el empleo. Una gran parte de desempleo juvenil y femenino se debe al encarecimiento forzado de esos trabajadores. Recientes investigaciones han hecho ver que el efecto es más sutil. Las elevaciones del salario mínimo pueden mejorar la situación de quienes tienen trabajo o lo encuentran gracias a sus conexiones, pero reduce las oportunidades de los recién salidos del instituto y de los parados de larga duración. Son muchos más los avisos que la ciencia económica tiene para uso de políticos apresurados. Tan es así que estoy por reeditar mis Lecciones de economía para Zapatero y sus sucesores. Ya saben: lo que no puede ser…
Este artículo fue publicado originalmente en El Nacional (Venezuela) el 20 de mayo de 2015.
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