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viernes, 27 de noviembre de 2015

El otro austriaco






Prestad atención intrépidos saqueadores corporativos, he aquí otro economista austriaco ofreciendo consejo.
Peter F. Drucker entró una vez en la sala del consejo de una gran empresa en crisis y preguntó sin rodeos: “Caballeros, ¿cuál es su negocio?” La mayoría de los ejecutivos pensó que era una pregunta absurda, pero Drucker siguió insistiendo. Repitió la pregunta una y otra vez. “¿Cuál es su negocio?” Hizo falta una hora para entender que pretendía decir Drucker: habían perdido su visión. Una vez volvieron a los fundamentales, encontraron su camino de vuelta a la rentabilidad, todo porque Drucker hizo una pregunta “tonta”.
Drucker es ecléctico, independiente e impredecible. Aunque sea conocido como Sr. Gestión, es un lobo solitario, trabaja sin secretaria y no tiene organización de soporte. Es un extraño. En palabras de un admirador, es un “iconoclasta, un destrozador de ídolos, buscador de pruebas, reclamante de evidencias, un tocapelotas, un pincho en el costado, un comentarista duro sobre problemas que afronta nuestra sociedad”.[1]
Casi todos en el mundo empresarial están familiarizados con Drucker, ya sea mediante sus libros o sus artículos en el Wall Street Journal. Es un nombre familiar entre los MBA, los ejecutivos de grandes empresas y los estudiantes de negocios. Drucker  es el consultor empresarial más buscado del mundo. Sus actividades son múltiples: abogado, periodista, teórico político, economista, novelista, futurista y filósofo extraordinario. Con más de 80 años, con 25 libros a sus espaldas, sigue activo escribiendo y realizando consultorías, aunque ya no viaja mucho.
Estudiantes de empresariales y ejecutivos me han dicho a menudo que las ideas de Drucker les parece que tiene cierta vena “austriaca”. Dicen que su énfasis en el emprendimiento, la innovación y el capital e inversión, así como sus denuncias del gran gobierno, los excesivos impuestos y la economía keynesiana están de acuerdo con las ideas de Böhm-Bawerk, Mises, Hayek y la Escuela Austriaca de economía.
¿Es entonces Peter Drucker un austriaco oculto?

Raíces vienesas

En su sentido más literal, Drucker es austriaco. Nació en 1909 en Viena, durante el auge de la Escuela Austriaca. Pero era demasiado joven como para acudir al famoso seminario de Ludwig von Mises. Se graduó en el instituto en 1927, fue a la Universidad de Frankfurt, donde se licenció a principios de la década de 1930. Pero sus raíces siguieron siendo vienesas. Rechazó una oferta de trabajo de Ministerio de Información nazi. En su lugar, escribió una monografía de 32 páginas sobre el filósofo alemán del siglo XIX, Friedrich Julius Stahl. Hay tanto para aprender sobre Drucker como sobre Stahl en este trabajo. Stahl era paradójico: judío de nacimiento, protestante por conversión y conservador opuesto a la monarquía absoluta. No es sorprendente que el trabajo de Stahl fuera prohibido por los nazis. Como Mises, Hayek y otros enemigos del estado nazi, Drucker emigró a Occidente antes de que estallara la guerra. Viajó a Inglaterra en 1933 y a Estados Unidos en 1937.

El gestor de gestores

Por supuesto, la cuestión de si Drucker es un austriaco no tiene que ver con su lugar de nacimiento. Tiene que ver con su teoría económica. Si se limita la pregunta a su aproximación a la gestión, la respuesta es claramente afirmativa. El estilo de gestión de Drucker es austriaco de cabo a rabo. Tiempo, expectativas, nueva información y cambio potencial en los procesos de producción (todos puntos esenciales austriacos) se destacan constantemente en sus escritos y consultorías. El director debe ser un emprendedor, no solo un administrador. La innovación es esencial. En 1985, escribió todo un libro sobre el tema,Innovación y emprendimiento.
Critica el management por dedicarse a planificación a corto plazo, a lo que califica como “keynesianismo industrail”. La planificación a largo plazo es más arriesgada, dice Drucker, pero es esencial para la supervivencia, especialmente en las grandes empresas. Propietarios y gestores deben orientarse al futuro, insiste. “La visión del mañana es la asignación del trabajo de hoy”. Los japoneses han tenido tanto éxito, afirma Drucker, por estar muy orientados al largo plazo.

En busca de un nuevo orden social

Fue su vida en Estados Unidos la que orientó sus intereses hacia la gestión empresarial. Desde finales de 1930, Drucker empezó a buscar un nuevo oren social e industrial. Quedó desencantado con el capitalismo “salvaje” al desarrollarse la Gran Depresión. Pero el socialismo, el fascismo y el comunismo la parecían alternativas peores para los males de la sociedad.
Finalmente encontró su respuesta en la “única vía libre no revolucionaria”: la gran empresa. Se entusiasmó con su descubrimiento: las grandes empresas podían proporcionar una alternativa superior al socialismo y el gran gobierno. Según Drucker, las grandes empresas deberían ser el conducto a través del cual se establecería la estabilidad económica y la justicia social. Solo las grandes empresas podrían permitirse asumir responsabilidades sociales, como seguridad en el empleo, oportunidades de formación y educativas y otros beneficios sociales. Esa alternativa era absolutamente crítica en una época en la que la libre empresa estaba a la defensiva en todo el mundo.
Después de la guerra, Drucker consiguió un contrato de consultoría con General Motos, lo que le dio una oportunidad de desarrollar su tesis más completamente. Su estudio exhaustivo de GM culminó en la publicación de 1946 de El concepto de corporación. Drucker llegó a la firme convicción de que la gran empresa debería ser la “institución social representativa” del periodo de posguerra y de que las grandes empresas estadounidenses como GM deberían liderar la construcción de una sociedad industrial libre.
A los altos cargos de General Motors les molestó el libro y se burlaron de la idea de que una gran corporación debería asumir responsabilidades sociales. Pero la reputación de Drucker como experto en gestión creció a pesar del vacío de GM. En 1950 era profesor de gestión en la Universidad de Nueva York y el 1973 fue nombrado Profesor Clarke de Ciencia Sociales en la Escuela de Grado Claremont en California.
Drucker sostiene que una empresa es más que un ente económico: “Aún más importe que la economía son las relaciones psicológicas, humanas y de poder que se determinan en el trabajo en lugar de fuera de él. Estas son las relaciones entre trabajador, grupo de trabajo, tarea, jefe inmediato y dirección”.[2] Los administradores de una empresa tienen un propósito moral y una responsabilidad social más allá de obtener beneficios a corto plazo. Drucker concibe a la gran empresa como una institución social, muy superior al gobierno a la hora de proveer rentas de jubilación, atención sanitaria, educación, cuidado de hijos y otros beneficios adicionales. Argumenta que el bienestar corporativo debería reemplazar al bienestar gubernamental. Drucker reconoce que esa actividad social podría socavar el rendimiento económico, pero rechaza la advertencia de Milton Friedman de que la única responsabilidad legítima de la empresa sea aumentar sus beneficios. Un gobierno letárgico ha creado un “vacío de responsabilidad y rendimiento” que las grandes empresas deben llenar.

Una dimensión moral

Las actitudes de Drucker hacia la gestión empresarial y el gobierno pueden no ser económicas en su origen, sino religiosas. “La única base de la libertad es el concepto cristiano de la naturaleza humana: imperfecta, débil, un pecador y polvo destinado al polvo; aun así, el hombres es la imagen de Dios y responsable de sus acciones”. Reclama una vuelta a los valores espirituales “no para compensar lo material, sino para hacerlo completamente productivo”.
Pero hasta dónde está dispuesto a llevar esta idea es una pregunta abierta. Drucker ha sido criticado por ser apologista de la gran empresa. Y es verdad que ha sido reticente a discutir la gran empresa como un poder de cabildeo con intereses especiales. Drucker normalmente ve los negocios y el gobierno en un papel de adversarios en lugar de cooperadores. En su enorme tomo Management, su capítulo “Empresa y gobierno” no menciona cómo las grandes empresas a menudo usan su poder para conseguir desgravaciones fiscales especiales, subvenciones, poder de monopolio y restricciones a la competencia extranjera.
Paul Weaver, un exejecutivo de la Ford, describe el grado de estatismo corporativo como sigue: “Desde el principio, [la gran empresa] ha trabajado agresiva e imaginativamente en este sentido y a lo largo de los años ha ganado una deslumbrante serie de beneficios: aranceles, subvenciones, monopolios oficiales, desgravaciones fiscales, inmunidad antes ciertos pleitos, investigación y desarrollo apoyados por el gobierno, programas gratuitos de formación de empleados, gestión económica contracíclica, gasto en defensa, controles de salarios y más cosas en la larga lista de las indulgencias y beneficios del estado del bienestar”.[3] Por desgracia, el maestro es extrañamente silente sobre este asunto crítico.

Drucker como economista

Drucker es mucho más que un consultor y un escritor de gestión. También es comentarista de política, economía y cultura. Aquí Drucker es menos sencillo de categorizar.
Sus opiniones económicas están a menudo en línea con Mises y los austriacos actuales; otras veces no. A menudo rechaza ideas que los austriacos consideran esenciales. Ludwig von Mises y él fueron colegas en la Universidad de Nueva York en la década de 1950, pero no se vieron mucho. “Mises me consideraba un renegado de la verdadera fe económica”, dice Drucker, y “con razón”. Drucker quedó desencantado con el capitalismo de laissez faire durante la Gran Depresión. Hoy apoya una visión hamiltoniana del gobierno: pequeño, pero poderoso. Cree en un presidente fuerte y un gobierno central que desempeñe un papel importante en educación, desarrollo económico y bienestar social. Además rechaza a patrón oro y está a favor de un banco central.
Sin embargo, al mismo tiempo, Drucker defiende muchas posturas que aplaudirían los economistas del libre mercado.
La inflación es un “veneno social”. El gobierno se ha hecho más grande, no más fuerte y solo puede hacer dos cosas eficazmente: guerra e inflar la divisa. El estado se ha convertido en “hinchada monstruosidad”. Continúa: “En realidad el gobierno está enfermo, justamente cuando necesitamos un gobierno fuerte, sano y vigoroso”.[4] Drucker defiende la privatización de los servicios públicos como forma de reducir una burocracia tumefacta. De hecho Drucker afirma que inventó el término, llamándolo reprivatización en su libro de 1969, La era de la discontinuidad.[5] La Seguridad Social debería ser gradualmente reemplazada por planes privados de pensiones. El impuesto a las rentas empresariales, dice Drucker, es el “más asesino de los impuestos” y debería derogarse (pero reemplazarse por un impuesto al valor añadido). El gasto de defensa es una “sangría grave” para la economía civil y debería recortarse drásticamente. Los costes de los servicios públicos “gratuitos” son “inevitablemente altos”.[6] Recordando a Hayek, Drucker afirma que ninguna institución pública puede operar como una empresa porque “no es una empresa”.
Drucker es muy optimista acerca del futuro. Habla con entusiasmo acerca de una economía global en expansión y el colapso del comunismo. Las empresa multinacionales, tanto grandes como pequeñas, son mucho más importantes que la ayuda exterior o los programas de gasto interno del estado y llevarían a un nuevo nirvana. Cuando más firmas se conviertan en “transnacionales”, más sana estará la economía mundial.
Los acontecimientos en países en desarrollo animan a Drucker, especialmente los intentos de privatizar y desnacionalizar y abrir las economías internas al capital exterior. El peor movimiento que puede llevar a cabo un país es adoptar el marxismo. “El comunismo es malo. Sus fuerzas impulsoras son los pecados mortales de la envidia y el odio. Su objetivo es la sumisión de todos los objetivos y todos los valores al poder, su esencia es la bestialidad, la negación de que el hombre sea algo distinto de un animal, la negación e toda ética, de todo valor humano, de la responsabilidad humana”.[7] Drucker desacredita la planificación centralizada al estilo soviético, que solo produjo “desdesarrollo”. Concluye correctamente que las tasas de crecimiento económico soviético son en buena parte fantasía de la imaginación burocrática.

En busca de la “próxima economía”

Drucker expresa un desdén fulminante por la profesión económica, de la que dice que sigue siendo en buena parte de naturaleza keynesiana. Los economistas están demasiado preocupados por la teoría del equilibrio de una economía cerrada en lugar de por el crecimiento, innovación y productividad de una economía global. Drucker afirma que la economía contemporánea está donde estaba la facultad de medicina o la astronomía en el siglo XVII. “No hay gente que aprenda más lento que los economistas. No hay mayor obstáculo para el aprendizaje que ser prisionero de teorías totalmente inválidas pero dogmáticas”.[8]
Culpa al keynesianismo de una mitología poco sana en contra del ahorro, causando “falta de ahorro a escala masiva” entre las naciones occidentales, especialmente Estados Unidos. Además, “Keynes es en gran medida responsable de enfoque extremo a corto plazo de la política moderna, de la economía moderna y de los negocios modernos. (…) La economía a corto plazo, inteligente y brillante (y la política a corto plazo, inteligente y brillante) ha quebrado”.
Este gurú de la gestión también está desalentado por las escuelas populares actuales de economía, incluyendo los monetaristas y la Nueva Escuela Clásica. También ignoran el emprendimiento, la incertidumbre y el desequilibrio. Drucker pide a la “próxima economía” que sea “microeconómica y centrada en la oferta”, no en la demanda agregada y debería hacer énfasis en la productividad y la formación de capital”.
La economía austriaca contemporánea se parece mucho a la visión de Drucker de la “próxima economía”. Algo sorprendentemente, los escritos de Drucker no mencionan los trabajos de los austriacos actuales, como Murray Rothbard, Israel Kirzner y Roger Garrison. Cuando le pedí su opinión sobre los austriacos contemporáneos, me dijo que no estaba familiarizado con sus obras. No había oído hablar de la obra principal de Kirzner, Competition and Entrepreneurship, aunque ambos, Kirzner y Drucker, enseñaron en la NYU en los sesenta.[9]
El economista favorito de Drucker es Joseph Schumpeter, el economista de Harvard de origen austriaco. En “Modern Prophets: Schumpeter or Keynes?”, se pone claramente del lado de Schumpeter, prediciendo que de estos “dos mayores economistas de este siglo (…) es Schumpeter el que dará forma al pensamiento (…) sobre teoría económica y política económica durante el resto de este siglo. Si no por los siguientes treinta o cincuenta años”.[10] A Drucker le gusta el énfasis de Schumpeter en el desequilibrio dinámico y la innovación por empresarios que se dedican a la “destrucción creativa”. En su libro de 1985, Innovación y emprendimiento, destaca el impacto del cambio tecnológico, la innovación, lo inesperado y el nuevo conocimiento sobre los negocios y la economía mundial.
Pero, por supuesto, Schumpeter fue un enfante terrible y un renegado de la Escuela Austriaca desarrollada por Mises y Hayek. En este sentido, Drucker se ajusta más al modo schumpeteriano, aunque no comparta el pesimismo de este acerca del futuro del capitalismo.
En el análisis final, Peter Drucker es su propio hombre.
La mente de Drucker es como un diamante en bruto, proporcionando destellos de inteligencia a cada paso. Es capaz de analizar temas complejos de forma que sus lectores y clientes entiendan la opinión de Drucker, viendo la simplicidad esencial detrás del aparente caos.
Antes o después, todo estudiante de empresas descubre a Peter Drucker. Es hora de que economistas y científicos sociales también lo descubran.

Publicado el 31 de octubre de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
[1] Tony H. Bonaparte, Peter Drucker: Contributions to Business Enterprise (Nueva York: NYU Press, 1970), p. 23.
[2] Drucker, The Unseen Revolution (Nueva York: Harper 6r Row, 1976), pp. 134-35, 168.
[3] Paul H. Weaver, The Suicidal Corporation: How Big Business Fails America (Nueva York: Simon & Schuster, 1988), p. 18.
[4] Peter F. Drucker, The Age of Discontinuity (Nueva York: Harper k Row, 1969), p· 212.
[5] Ibid., p.234.
[6] Drucker, The New Realities (Nueva York: Harper & Row, 1989), p. 215.
[7] Drucker, The Landmarks of Tomorrow (Nueva York: Harper & Row, 1959), p. 249.
[8] Drucker, The Frontiers of Management (Nueva York: Harper & Row, 1986), p. 13.
[9] Israel M. Kirzner, Competition and Entrepreneurship (University of Chicago Press, 1973).
[10] The Frontiers of Management, p. 104.

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