El drama de la formación universitaria es que ha sido desprovista de valor, es en un mero trámite burocrático. Seamos honestos, muchos jóvenes eligen humanidades porque son fáciles
«No asumamos que la carrera universitaria es una garantía, sino parte de un proceso. Primero, porque aún tenemos pendiente la asignatura de la educación, cuando España no cuenta con una sola universidad pública entre las cien mejores del mundo. La «titulitis» —el exceso de titulados universitarios en carreras de difícil salida en el mercado—, que alcanza un 13%, y la falta de cooperación universidad-empresa siguen creando unas expectativas falsas que luego generan decepción al darse cuenta del bajo valor añadido que producen en el mercado real».
Daniel Lacalle, economista y colaborador de El Confidencial, analiza en su último libro (Acabemos con el paro, Ediciones Deusto) la situación laboral en España y las posibilidades de reducir el desempleo. Este diario adelanta hoy un extracto del quinto capítulo de la obra, titulado 'Dualidad, movilidad y el verdadero modelo nórdico'.
«No intentes ser un hombre de éxito, intenta ser un hombre de valor» Albert Einstein
Hay cifras que deberían preocuparnos. Una reciente estadística del INE muestra que el 33,8 por ciento de los trabajadores españoles nunca ha cambiado de ciudad para trabajar.
Por otra parte, desde 2012, 173.281 españoles han abandonado el país, una cifra muy baja considerando la magnitud de la crisis y que habíamos recibido cinco millones de inmigrantes durante el boom de la construcción. De hecho, la movilidad se ha reducido un 60 por ciento desde el comienzo de la crisis, no ha aumentado. Esa movilidad laboral en España sigue siendo muy baja, unos seis puntos por debajo de la media internacional y menor a la media de la Unión Europea.
Antonio terminó su carrera como ingeniero de caminos en 2008. Dado que la burbuja inmobiliaria y de obra civil explotaba ante sus narices, decidió mejorar su formación con un máster en gestión de empresas y cursos de inglés. Cuando empezó a buscar oportunidades, no pensó en emprender, sino en encontrar un trabajo en alguna empresa.
Una crisis tan dura como la vivida en estos años ha impactado de manera muy importante en los jóvenes. Aunque el desempleo juvenil ha caído cerca de un 9 por ciento en 2015, sigue siendo de casi el 49,3 por ciento. Y Antonio no encontraba ningún trabajo. O le decían que estaba «demasiado cualificado» o le ofrecían puestos de alta temporalidad y baja cualificación. Al final aceptó un trabajo donde iba de contrato temporal en contrato temporal mientras en la misma empresa muchos empleados contaban con sueldos altos, puestos seguros y condiciones generosas. Antonio se preguntaba por qué él trabajaba muchas más horas y con más interés y muchos otros simplemente disfrutaban de sus privilegios. Yo le recordé que cuando empecé a trabajar en 1991 me pasaba lo mismo. En la empresa semiestatal donde empecé era común ver a los «veteranos» cumplir a rajatabla su horario, ni un minuto más, tomarse su media hora de «desayuno» a las diez, agradables charlas en el café... mientras los nuevos echábamos horas hasta las tantas de la noche y buscábamos la forma de asegurarnos el reconocimiento. Era lo normal. La dualidad del mercado de trabajo era algo que no discutíamos, simplemente aceptábamos. En España, en 2015, la tasa de paro juvenil en el tramo dieciséis-veintinueve años es del 36,9 por ciento y los trabajadores fijos en ese tramo son el 46,6 por ciento. Cuando yo salí de la facultad, era muy similar. Pasé seis meses en pruebas y al finalizar fui uno de los pocos de mi promoción a los que hicieron fijo. Mi madre, feliz.
«La generación... ¿mejor preparada?»
Antonio decidió emigrar a Reino Unido, donde yo vivo desde 2004. Y se encontró con la realidad. El mito de «nuestra generación mejor preparada» ha sido muy dañino. Y los jóvenes se enfrentan a una realidad muy distinta cuando viajan.
Se encuentran con que la educación que han recibido no está orientada al mundo real, que se ha perdido un valioso tiempo en acumular datos aprendidos de memoria. Cuando veo en la televisión, por ejemplo, que «la generación mejor preparada» viene a Reino Unido, con un 5,6 por ciento de paro y cientos de miles de inmigrantes anuales, y sólo encuentra trabajo de camarero, es la demostración empírica de que nos engañamos con el concepto «mejor preparado» si no somos capaces de mostrar nuestro valor frente a los miles de franceses, pakistaníes, chinos, americanos, italianos o de cualquier otra nacionalidad que llegan a Inglaterra y sí encuentran oportunidades de calidad.
Foto de la Citi, ciudad financiera de Londres. (EFE)
Antonio se percató de la situación en Reino Unido. Los ingenieros españoles están muy valorados por su base teórica de conocimientos a pesar de tener muy poco conocimiento del mundo real de la empresa. También se dio cuenta de que los españoles son reconocidos por ser trabajadores, serios, honestos y eficientes. Y encontró la forma de salir del bucle de una educación anquilosada en la memorización y la teoría y los contratos de aprendizaje y becario. Gracias a esa oportunidad, en dos años pudo poner en su currículum una experiencia realmente valiosa y un conocimiento de la realidad. Hoy Antonio es un directivo junior de una empresa canadiense de infraestructuras.
La experiencia de este ingeniero nos muestra la diferencia entre dos modelos educativos y laborales. Un modelo orientado a la empresa y a crear valor —el anglosajón—, donde la colaboración universidad-empresa se traduce en miles de negocios creados y patentes registradas —hasta un 40 por ciento de universitarios montan su propio negocio— y donde los contratos de prácticas suponen una verdadera lanzadera de experiencia valiosa. Y, en contraposición, un modelo que perpetúa las ineficiencias empleando a los jóvenes en trabajos por debajo de su cualificación, que no mejoran su experiencia para dar a su currículum una dosis de realidad, y que no soluciona la necesidad de salir del problema de la educación española, la «titulitis» de una universidad completamente desligada de la empresa y del mundo real, y de años de memorizaciones que, a día de hoy, Antonio —Don Antonio, por favor— no ha utilizado una sola vez en su ya exitosa carrera profesional.
Vista general de los rascacielos de Shanghai. (Reuters)
Mi primo Álvaro terminó ICADE y, ante las pocas perspectivas de trabajo en España, decidió irse a China a aprender el idioma. Buscó un trabajo de becario en Shanghái y en poco tiempo había alcanzado una enorme experiencia, valiosísima, tratando con empresas coreanas, japonesas y de todo el este asiático. Esa experiencia le sirvió para que las empresas españolas que invierten en China lo buscasen como experto en negociar y tratar con empresas de toda Asia. La experiencia de Álvaro no es una pérdida para España cuando entendemos un mundo global. Todo lo que ha aprendido del mundo, de distintas culturas y de la forma de hacer negocios en esos países, todo su bagaje cultural y enriquecimiento personal, es un activo de nuestro país en el mundo. Y cuando ha vuelto a trabajar con empresas de España ha traído esa riqueza, aunque siga en China.
Un trabajador español en el mundo es «marca España» y su valor es parte del desarrollo de nuestro país. En Noruega, Reino Unido, incluso en países como Italia o Portugal, no sólo se ve normal que los jóvenes y otros trabajadores salgan al extranjero; se considera que es enriquecedor y el país gana, poniendo a sus ciudadanos a crear valor y prosperidad en el mundo.
Sin embargo, hoy en día se nos habla del «drama de los jóvenes que tienen que irse al extranjero a buscar trabajo».
El bajo desempleo en España en el pasado se debía a que la mitad de la fuerza laboral se quedaba en casa
Es curioso, porque dicha afirmación parte de una visión paternalista, autárquica e incorrecta del mercado de trabajo: la idea de que es mejor estar «cerca de casa», de que, aunque no haya demanda por la razón que sea, hay que «crear» puestos para «colocar» a la gente. Y sin embargo, son muchas las familias que invierten una ingente cantidad de dinero y esfuerzo para dar una buena educación a sus hijos con el firme propósito de que puedan trabajar en cualquier parte del mundo.
En los años sesenta, cuando mi padre terminó la carrera universitaria, todos los alumnos salían «colocados». El destino de la enorme mayoría era terminar en la Administración Pública o en uno de los conglomerados estatales, empezar como becario y, tras una exitosa carrera de veinticinco o treinta años, terminar como jefe o director de algún departamento. Por supuesto, ese bajo desempleo se «conseguía» dejando a más del 60 por ciento de los jóvenes sin formación universitaria, a la mitad de la fuerza laboral en casa o emigrando para optar a puestos de baja cualificación. Ese «éxito» nos aislaba del mundo, y perdíamos competitividad, perspectiva y la ambición sana de mejorar.
Parte del retraso que aún sufrimos con respecto a países líderes se debe a que allí la movilidad laboral es algo que no se demoniza
No es un éxito colocar a toda la fuerza laboral «porque sí» en trabajos de baja motivación planificados por un comité. Es un fracaso, y es parte del retraso que aún sufrimos con respecto a países líderes donde la movilidad es algo que no se demoniza.
Por lo tanto, celebremos que nuestros jóvenes acceden a mejores conocimientos y que tienen carreras universitarias. No es lo mismo irse a Alemania a crear valor en una empresa como universitario que como mano de obra no cualificada, a lo «Vente a Alemania, Pepe».
Una máquina de hacer parados
Pero no asumamos que la carrera universitaria es una garantía, sino parte de un proceso. Primero, porque aún tenemos pendiente la asignatura de la educación, cuando España no cuenta con una sola universidad pública entre las cien mejores del mundo. La «titulitis» —el exceso de titulados universitarios en carreras de difícil salida en el mercado—, que alcanza un 13 por ciento, y la falta de cooperación universidad-empresa siguen creando unas expectativas falsas que luego generan decepción al darse cuenta del bajo valor añadido que producen en el mercado real.
Rafael Puyol, catedrático de la Universidad Complutense y vicepresidente de la Fundación Instituto de Empresa, explicaba el problema: «Tenemos 80 universidades y 236 campus en el país. Pero más que los números preocupa que las diferentes alma máter sean tan clónicas, tengan tan bajo nivel de especialización y posean una estructura de estudios tan semejante. Eso produce un exceso de oferta, cuantificada en torno al 13 por ciento. Personalmente no me perturba que varias universidades mantengan algunas enseñanzas con muy pocos alumnos, lo que me preocupa es que eso se repita en 20 o 25 casos, porque [...] refleja un nivel de ineficiencia que no nos podemos permitir».
Según la OCDE, España tiene más universitarios (32 por ciento) que la media de los países analizados, pero también un 45 por ciento de personas que se han quedado en primaria o secundaria inferior y sólo un 22 por ciento que alcanzó el título de secundaria superior (bachiller o su equivalente en formación profesional).
Es decir, España tiene muchos licenciados, muy pocos técnicos y cuadros medios y muchísimas personas con una titulación muy baja.
Las ramas de artes y humanidades, así como la de ciencias, son las que menores tasas de afiliación a la Seguridad Social presentan entre los recién titulados.
Sin embargo, precisamente la rama de humanidades es una de las más demandadas por los jóvenes al terminar la selectividad, y deben ser conscientes de que su tasa de empleabilidad es del 40,1 por ciento, es decir, que casi el 60 por ciento está predestinado al paro o a empleos fuera de su cualificación.
España tiene muchos licenciados, muy pocos técnicos y cuadros medios y muchísimas personas con una titulación muy baja
¿Por qué elige un joven una carrera universitaria que ya tenía una probabilidad histórica de no encontrar trabajo del 60 por ciento, en medio de una gran crisis?
Seamos honestos. Porque son "fáciles".
Habrá muchos con vocación y verdadero interés, pero no es creíble pensar que somos el país de los humanistas vocacionales. Una educación universitaria con masificación en carreras de bajísima «salida» laboral muestra uno de los errores de la estructura educativa en España. No sólo está desequilibrada con respecto a su economía, sino que existe una peligrosa tendencia a crear «títulos» inservibles.
Una educación universitaria con masificación en carreras de bajísima «salida» laboral muestra uno de los errores de la estructura educativa en España
Un familiar mío me contaba un ejemplo clarificador. Es un chico que siempre ha tenido un interés especial en la informática y se le da muy bien, pero no quería estudiar una carrera universitaria, así que buscó desarrollar sus conocimientos en la formación profesional. Tras varios intentos, se encontró con que no tenía plaza y, por lo tanto, lo enviaron... a la universidad.
Aquí encontramos el drama de una formación universitaria que ha sido desprovista de valor, que se ha convertido en un trámite burocrático. Por ello, hay que desarrollar y reforzar la formación profesional y aumentar la relación entre centros y empresas del sector o locales.
Y hay que desarrollar, asimismo, una formación universitaria orientada al emprendimiento. Con incentivos fiscales y becas para crear empresas en la universidad. Y orientada a un mundo globalizado.
No es positivo que un joven menor de 23 años espere que su vida se mueva en el mismo círculo territorial, familiar y de relaciones personales y laborales
Salir al extranjero no debe considerarse un gran problema o una penalización. La experiencia que se adquiere y la amplitud de miras con la que esas personas vuelven al país son simplemente impagables. Un país donde la mayoría de los trabajadores nace y muere en un radio de 30 kilómetros, donde la mayoría de los universitarios completa su carrera a menos de 5 kilómetros de su hogar natal, debe atacar el problema de la movilidad. Cuando uno viaja por Estados Unidos suele ver constantemente camiones de U-Haul (una empresa de alquiler de transportes para mudanzas). La movilidad es algo muy positivo, sobre todo en los primeros diez-quince años de la carrera profesional. No es positivo que un joven de menos de veintitrés años espere que toda su vida se mueva en torno al mismo círculo territorial, familiar y de relaciones personales y laborales.
Porque acabar con el paro al estilo autárquico es muy fácil. Ponemos a todo el mundo a hacer fotocopias. Pero se crea una enorme frustración, las perspectivas son inexistentes, se crean zombis laborales y se destruye la productividad. Volver al siglo XIX tiene un problema fundamental, que vuelves al siglo XIX en todo.
Mucho ha cambiado desde 2007, y los avances deben valorarse positivamente. Pero queda mucho que hacer. Hablemos de la dualidad y precariedad del empleo juvenil, que debe solucionarse facilitando, no interviniendo.
'Acabemos con el Paro' de Daniel Lacalle se publica el martes 24 de noviembre bajo el sello de Ediciones Deusto
No hay comentarios:
Publicar un comentario