La teoría de juegos se muestra como una eficaz arma de análisis estratégico en situaciones de crisis
"The only winning move is not to play".
Superordenador al prof. Falken en 'Juegos de Guerra' (1983)
Lunes, 27 de octubre de 1969. Un escuadrón de 18 B-52 Stratofortress abandonaba la costa oeste de los EEUU en ruta hacia el este de la Unión Soviética. A una velocidad de 800 km/h, los pilotos se acercaban en formación hacia la potencia enemiga, que conoció desde los primeros momentos la operación gracias a sus servicios de inteligencia. Los cálculos de tiempo y velocidad de despegue señalaban al mando aéreo soviético que las fortalezas volantes iban cargadas de bombas nucleares. Un cuarto de siglo después de Hiroshima y Nagasaki, la capacidad de destrucción que portaban los B-52 era varios centenares de veces mayor.
¿Qué podía llevar al presidente Richard Nixon y a su secretario de estado, Henry Kissinger, a iniciar una maniobra que de materializarse sin duda desencadenaría la Tercera Guerra Mundial? ¿Eran los más de 4.500 muertos norteamericanos en los seis primeros meses de ese año en Vietnam? ¿Los más de 80 muertos en la famosa Colina de la Hamburguesa? ¿La desesperación tras la quiebra de las negociaciones de paz de París, de nuevo París?
La economía, esa ciencia lúgubre de acuerdo con Carlyle, es muy deudora del resto de las grandes ciencias. La física y la mecánica son sus fuentes más notables, y su asimilación a las mismas causa de muchos de los problemas en que nos encontramos. De pocas cosas es acreedora, pero si hay una de la que los economistas podemos mostrarnos satisfechos y orgullosos, es de la teoría de juegos de estrategia. Nacida formalmente en 1944 con la obra 'Teoría de juegos y comportamiento económico', de John von Neumann y Oskar Morgenstern, fueron fundamentales también las posteriores aportaciones de Selten, Hurwicz, Aumann, Harsanyi, Nash y tantos otros para entender cuáles son las raíces del comportamiento racional del individuo (o del grupo) enfrentado a procesos de decisión en los que el conflicto es la nota dominante.
Kissinger había estudiado la teoría de juegos durante sus años de investigador en Harvard. Allí, Schelling, posteriormente laureado con el Nobel de economía como los anteriores (salvo, curiosamente, los padres de la teoría; cierto es que el matemático húngaro murió en 1957, pero el economista austriaco no lo hizo hasta 1977), explicaba a sus alumnos el siguiente caso: está usted de pie en el borde de un acantilado, encadenado por el tobillo a otra persona. El primero que grite logrará la liberación de ambos, mientras que el que permanezca callado recibirá un gran premio. ¿Cómo persuadir al otro de que ceda, cuando el único método a su disposición -amenazarlo con tirarlo por el precipicio- condenaría a los dos? Usted comienza a bailar, cada vez más cerca del borde. De esa manera, usted no tiene que demostrar que haría algo totalmente irracional: lanzarle a él y a usted mismo por el precipicio. Solo tiene que convencerlo de que usted está dispuesto a asumir un riesgo mayor que él de caer accidentalmente por el precipicio, lo que mataría a los dos; de este modo es más que probable que grite, y que usted alcance la victoria. La racionalidad de la locura, lo llamaron.
La operación Lanza Gigante, que así se denominó, era la aplicación del baile del acantilado de Schelling en una dimensión catastrófica. Nixon mantuvo el acoso a los soviéticos durante tres días. En ellos, el presidente Leónidas Breznev se mostró incapaz de saber si los EEUU estaban dispuestos a desencadenar la guerra o si por el contrario se trataba de un farol. El embajador soviético, Dobrynin, comentó a su presidente que Nixon “nunca aceptará una derrota humillante” en Vietnam. Al cabo de esos tres días, creyendo haber logrado el apoyo de los soviéticos a las tesis norteamericanas en Vietnam, el presidente norteamericano mandó volver a casa a sus B-52.
Situaciones límite, no deseadas pero sin duda mejores que la muerte, deberían hacernos reflexionar estos días
No era la primera vez que la teoría de juegos se aplicaba en el campo de la estrategia y la negociación. La crisis de los misiles de Cuba, desarrollada también durante un mes de octubre pero de 1962; la propia Guerra Fría, estudiada como un juego de Nash con información perfecta por ambas partes, así como la estrategia MAD (Mutual Assured Destruction, Destrucción Mutua Asegurada) son solo algunas aplicaciones en las que las enseñanzas de la teoría de juegos resultan interesantes para los agentes enfrentados. De todas las situaciones descritas se extrae una conclusión: tanto si la parte opuesta es consciente de los resultados que ambos pueden alcanzar (estrategia MAD) como si existe una asimetría en la información (una de las partes no es consciente de todos los resultados que ambos pueden llegar a alcanzar, como en el baile del acantilado de Schelling, en la crisis de la Lanza Gigante o en la crisis de los misiles de Cuba), la propia posibilidad de que una de las partes pueda responder a la agresión limita la actividad de su oponente.
Dicho de otro modo, en todas las posibles alternativas planteadas en cualquiera de los juegos de estrategia enumerados, las dos partes cuentan con la posibilidad de bien comenzar atacando, bien responder a un ataque. Es muy evidente para todos los analistas que, de no existir esa posibilidad de respuesta, o de desconocer el agresor que el agredido puede defenderse, la ventaja de quien detenta la violencia es inmediata. Precisamente fue la posibilidad de que Nixon actuase como un loco (la racionalidad de un irracional ataque nuclear sobre la URSS) la que provocó que Breznev se replantease completamente su estrategia diplomática con los EEUU desde ese día; asimismo, fue la posibilidad de un resultado de destrucción masiva lo que mantuvo a ambas potencias sin agresiones directas durante todo el periodo de la Guerra Fría, y fue la posibilidad de que Kennedy bombardease las posiciones soviéticas lo que hizo que Nikita Kruschev retirara su despliegue de misiles en Cuba.
La teoría de juegos se muestra como una muy eficaz arma de análisis estratégico en este tipo de situaciones. En ninguno de los casos enunciados se disparó una sola bala. Es la posibilidad de repeler una agresión la que en todos ellos mantuvo la paz. Quizás ese tipo de situaciones límite, no deseadas pero sin duda mejores que la muerte por la agresión de un contrario armado que sabe que no opondremos resistencia por carecer de la posibilidad de defendernos, debería hacernos reflexionar estos días tan tristes para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario