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martes, 24 de noviembre de 2015

Atentados estimulantes

por Juan Ramón Rallo



Ser Premio Nobel de Economía no exime a nadie de decir tonterías. Paul Krugman no es una excepción. En una de sus últimas columnas, el estadounidense afirmaba que los atentados terroristas en Francia podrían terminar siendo positivos para la economía si el gasto militar francés aumentaba lo suficiente. Recordemos que, en su momento, este mismo economista ya tuvo ocasión de explicarnos que una catástrofe nuclear en Fukushima podría ser beneficiosa para la economía mundial o que Occidente sería capaz de superar en un santiamén su crisis económica si declarara una guerra planetaria contra un ejército extraterrestre imaginario. Acaso muchos se sorprendan con este tipo de delirantes declaraciones, pero no deberían: Krugman ha sido uno de los más radicales enemigos de las políticas de austeridad —hasta el punto de considerar a la Argentina kirchnerista un modelo a seguir—, de modo que todo aquello que contribuya a incrementar el gasto y el déficit público —sea lo que sea— merecerá su espaldarazo.

Pero los propios ejemplos expuestos por el Nobel sirven para poner de manifiesto lo absurdo de tales políticas de estímulo fiscal: gastar por gastar no nos enriquece, sino que más bien nos empobrece. Crear riqueza consiste en producir aquellos bienes y servicios que satisfacen las necesidades más urgentes de las personas: por ejemplo, comida para alimentarse, ropa para vestirse, viviendas para residir, automóviles para desplazarse, aviones para viajar o móviles para comunicarse. Producir inutilidades no crea riqueza, sino que la destruye. Las guerras podrán ser en ocasiones necesarias para defenderse de un atacante: pero evidentemente no son conflictos que nos ayuden a prosperar y a enriquecernos. Si los recursos dedicados a librar una guerra pudieran emplearse en fabricar otros bienes y servicios valiosos durante la paz, desde luego todos saldríamos ganando.

Un mal necesario no se transforma en un bien conveniente. Por eso es falso que los atentados de París contribuyan en lo más mínimo a la recuperación económica. Por un lado, han ocasionado daños materiales y humanos. Por otro, han incrementado la incertidumbre entre los europeos. Y, por último, han reforzado la legitimidad social del Estado para intervenir masivamente en nuestras vidas a través de nuevas regulaciones lesivas con nuestras libertades y de nuevas partidas de gasto que ceban todavía más un Estado ya de por sí hipertrofiado. Nada de todo ello contribuye a proporcionarnos un crecimiento sano y sostenible… por mucho que Krugman sostenga lo contrario.

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